miércoles, 3 de junio de 2009

El valle del Jerte

Cuando las semanas pasan a velocidad de la luz y se sonríe con la rutina o se llora por la desidia. Para cuando esa cotidianidad transforme la esperanza y oprima la garganta, ahogándonos en la mediocridad. Para cuando tiempo y mente coincidan en valorar la levedad de la vida que los vive. Para siempre deben de quedan los buenos amigos y amigas, y los mejores momentos vividos. Y aunque hay veces que el entorno se empeña en bloquear las miras, en cerrar las puertas. Cuando rumores y envidias enturbian el momento, no sé como calificar la suerte de poder olvidar aunque sólo sea un momento. Y si además, esa suerte tiene el condimento de la confianza, el compañerismo y la simpatía de aquellos que partieron ajenos o ajenas y llegados un momento se juntaron, se arrimaron, para hacer cada día -y cada noche- especiales.

Aprovechar los parajes que rodean está Salamanca reúnen 2 requisitos: Desconocidos y preciosos. Y la oportunidad de visitarlos necesita de un "plan", de un propósito, ninguno tan loable como hacer la amistad más grande. Y aunque el día empezó turbado (por la modestia de la espera) y acabo azorado (por la cabezonería de todos), no hay más que celebrar, recordar y preparar el próximo día, o finde, genial, imborrable y eterno. Fue el Valle del Jerte nuestro destino y allí decidimos pasar un genial día de campo, que espero se repita pronto y mil y una veces. La belleza y frondosidad del paraje, reinaba eternamente y resulto el fondo ideal para todas aquellas instantáneas que guardan en formato digital el día. El esplendoroso y agreste paisaje también se aloja en mi memoria ya y pervive con las ganas de recordarlo en vivo. El oír del paso de un río a escasos metros se hace música mezclada con nuestras risas y palabras todas ellas necesarias y acertadas. Compartir este momento, un día, una vida, y hacerlo con todos vosotros y vosotras, es la prueba del porque ahora y aquí me siento agraciado.

Buscar esa sombra fresca, bajo un árbol, y acomodarse en un banco de piedra, como un verraco, partiéndonos el culo (primero literalmente y luego figurado). Con la coca-cola corriendo, la cerveza regándome, nos pusimos a tope de embutido, empanada, ensaladilla (vaya fichaje los cueros), de melón... Todo rico, rico, y con el fundamento de vuestra compañía. Un café en una terracita, y un baño en una piscinita natural, ¡qué más se puede pedir!, pues joder, qué os hubiérais bañado vosotras también. Con el agua helada, el primer golpe, fue durillo, pero una vez hecho el cuerpo, no hay mal que por bien no venga, y creo que rejuvenecí a la más tierna infancia.

La segunda adolescencia que vivo y presumo de ello se integra de factores tan diversos como la “fiesta” el vivir rodeado de bellezas y poder saborear algunas; la amistad por reverdecer continuamente, no ceder a estragos, a torpedos en la línea de flotación, porque se sostiene con la confianza, el compañerismo y el cariño. También existen problemas propios de la generación pasada; o mejor dicho perduran. Esas broncas, esa angustia de no saber si la inmediatez se hará eterna... Tengo fuerza y valor para conseguirlo y no perder esta batalla para seguir luchando en la guerra que se ha convertido nuestras vidas.

Pero he aprendido a quedarme siempre con lo mejor, y dentro de lo mejor, estáis todos. Días, noches, semanas. Fiestas, cenas, campings... Sois lo mejor y lo único por lo que merece la pena existir. Hay que repetirlo... Venga, un saludo, y para cuando otro trivial.

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