miércoles, 7 de abril de 2010

Yo no quiero esta democracia para mi



No dejo de oír, ver y leer en los medios alabanzas a la perfección de la democracia estadounidense tras la aprobación de la reforma sanitaria de Obama. Periodistas de toda categoría jalean las bonanzas de un sistema que ha sabido dar un nuevo sistema de salud para los Estados Unidos. Tal vez yo sea demasiado cínico, pero yo no quiero esta democracia para mí.

Ayer, viendo el debate previo a la decisiva votación los argumentos utilizados por los representantes, especialmente los republicanos, pero no exclusivamente, no podía reprimir cierto sentimiento de vergüenza. De forma vehemente sus señorías enarbolaban un discurso rancio y apolillado que siquiera las facciones más ultras en Europa se atreverían a usar. Entre muchas perlas, se oyó cómo un representante afirmaba de forma categórica que la aprobación de esta ley suponía la muerte moral de Estados Unidos y el fin de la libertad de este país. No contento con sus exageraciones, echó mano del miedo y afirmó que los viejos fantasmas del pasado se levantaban de nuevo: el comunismo volvía a suponer un desafío para los USA, ahora ya desde su interior. No merece la pena dar el nombre del político autor de estas afirmaciones, pues seguro que eso es lo que a él le gustaría. No creo que estos argumentos puedan ser considerados propios de un verdadero debate político e intelectual.

Por el contrario, los discursos a favor marcaron las carencias que el sistema democrático posee aún en el año 2010. ¿Cómo se puede permitir que la mayor potencia mundial no reconozca el derecho a la salud como un derecho universal? Porque no lo olvidemos, en los Estados Unidos, la salud ha sido y seguirá siendo un lujo, algo por lo que hay que pagar. Y esta nueva ley no lo modifica.

Entre los llamamientos a un voto positivo se escuchó la voz de una representante que criticaba las "pre-existent conditions", es decir, la fórmula por la que las grandes compañías de seguros podían rechazar a un enfermo si por sus condiciones -una enfermedad crónica, por ejemplo- no se alcanzara ningún beneficio. El problema había llegado a tal extremo que algunos seguros excluían a mujeres maltratadas, puesla violencia de género se consideraba como una "pre-existent condition", negando así el derecho a una atención médica adecuada a las víctimas de violencia familiar.

No, puedo pasar por la rueda de molino que afirma que debemos aprender de los Estados Unidos. Este país ha tenido en el limbo a más de 45 millones de personas, a los que se les ha negado de forma continuada un derecho humano. Esta nueva ley viene a paliar en cierta medida este agravio, pero eso no significa en absoluto que la sanidad pase a ser considerado un derecho público y universal, tal como lo es en Europa. La sanidad seguirá estando en manos privadas y, por si fuera poco, seguirá dejando en la indigencia sanitaria a los indocumentados, cerca de 15 millones de individuos que seguirán siendo no ciudadanos de segunda, sino de tercera o cuarta categoría a los que se estarán cercenando sus derechos más elementales.

Además, no entiendo esas jaculatorias que sostienen que ese gran debate es la expresión máxima de la democracia: los representantes de los Estados sirviendo a sus electores y defendiendo sus intereses por encima de la disciplina de partido. Cierto, muchos representantes demócratas han votado en contra de una ley que su propio líder había presentado. Pero, ¿ciertamente estos representantes defienden a sus electores? Uno puede dudarlo si analiza someramente cómo funciona este país.

La mayoría de la población hace caso omiso a los procesos electorales, que no hay que olvidar son muy costosos. Más bien, muchos políticos miraban a su bolsillo: no hay nada más que ver las cantidades desembolsadas por la industria farmacéutica y de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos que financian muchas de esas campañas y que, lógicamente, se habían posicionado contra esta reforma. Para perderse en los datos, se puede echar un ojo a la CNN.
Además, el 21 de enero de este año, la Corte Suprema abrió la veda a que las grandes corporaciones financien libremente y sin límites dichas campañas y gastos electorales. Como afirma Chomsky, esto supone poner, como mínimo, en un brete los fundamentos del sistema democrático.

Y es que no puedo comulgar con estas afirmaciones de alabanza continua. Lo repito: la democracia estadounidense ni es perfecta ni es la mejor ni es un ejemplo que se debe seguir. Otro dato que parecen olvidar estos nuevos conversos: el sistema político en este país no es que fomente el bipartidismo, es que está basado en él. Si en España nos quejamos de que la ley electoral favorece a los grandes partidos y discrimina a los pequeños, ¿qué sería de éstos en Estados Unidos?

Sí, la reforma sanitaria es un hito, pero no porque sea perfecta sino porque arregla un desaguisado que en nuestro tiempo es difícil de enterder que aún exista. Por si fuera poco, este cambio legislativo no entrará en vigor hasta 2014. Pues eso, que esta democracia no es para mí.

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