viernes, 26 de febrero de 2010

Trombonazo


La desfachatez se ha convertido en una moneda de cambio habitual en estos tiempos en los que la crisis, más que económica, se ha cebado en la moral de las personas. Sería inacabable tratar de realizar un relato de los múltiples casos de actuaciones poco ajustadas a un comportamiento digno pero la noticia conocida esta semana sobre los emolumentos que ingresa y que ingresará una vez jubilado el presidente de la Sociedad General de Autores Españoles (SGAE), Teddy Bautista, se encarama a los primeros puestos del sonrojo.

Bautista, azote de todos aquellos que no pagan el impuesto revolucionario acordado por la SGAE, olvidará su vida laboral con un rinconcito mensual de 24.500 euros, lo que equivale al 90 por ciento del salario que ha estado percibiendo hasta la fecha. Da una cierta envidia comprobar como hay personas que pueden cobrar ese dineral mensualmente pero esa sensación discurre hacia la indignación cuando dichos emolumentos emanan de una actividad difícilmente comprensible. Como ustedes saben la SGAE se encarga de velar por los intereses de los autores y peina sin piedad cualquier escenario que le permita ingresar buenas cantidades de euros, aunque eso sea costa de la música de fondo que se oye en las peluquerías o en el soniquete que emiten las radios que son media vida en los casals de jubilados.

La SGAE ha cometido graves errores en los últimos tiempos, como por ejemplo, no saber medir entre la lícita defensa de los intereses de los autores intelectuales y la política del abuso. Más allá de la anécdota, inadmisible, de un salario estratosférico cincelado a base de impuesto desalmado, la sociedad debería preguntarse si organismos como la SGAE tienen sentido. Especialmente porque cuando uno esquilma en una sociedad democrática tiene que servir para beneficiar a los usuarios finales, es decir, a los artistas, y no parecen los creadores estar demasiado felices con las cifras que reciben.

Es posible que el reparto no sea muy generoso porque la entidad tenga otros compromisos prioritarios como cubrir los presupuestos de obras de nuevas sedes y cumplir con la base salarial de su cúpula directiva. Pero está claro que después de conocer un poco más lo que se esconde en la cocina de la SGAE espero que ayuntamientos, peluquerías, asociaciones de jubilados y demás damnificados por la guadaña de los derechos de autor se rebelen de una vez por todas. No se trata de llamar a la desobediencia civil sino simplemente al deseo de poner las cosas en su sitio. Pocas veces existe de una manera tan clamorosa la sensación de hacer justicia como en este caso.

Da miedo pensar qué puede haber en la trastienda de los fondos que maneja la SGAE, pero ya es hora de que la sociedad se entere y obligue a rectificar ese comportamiento. Es el momento de que nos olvidemos del fino violín y apostemos por un decidido trombonazo.

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