martes, 1 de julio de 2008

La Guerra Civil Española, por Paul Preston


GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

PAUL PRESTON

El líder anarquista Buenaventura Durruti expresó a la perfección ese espíritu cuando le dijo a un periodista: “No nos dan miedo las ruinas, porque vamos a heredar la tierra. La burguesía puede hacer estallar o arruinar su mundo antes de abandonar el escenario de la historia. Pero nosotros llevamos un nuevo mundo en nuestros corazones”.

Como dijo recientemente uno de los historiadores más serios de la represión, Francisco Espinosa Maestre, “el olvido no es lo mismo que la reconciliación y la memoria no es lo mismo que la venganza”.

Enrique Lister: Encargado de la Defensa de Madrid. Su formación militar y política en el III Komitern fue de gran notoriedad.

John Whitaker, lo ha recordado así más tarde: “No pasé ninguna noche en Talavera sin ser despertado al alba por los estampidos de los pelotones de fusilamiento. Parecía que nunca iba a terminar la matanza. Mataban a tanta gente cuando llevaba dos meses en Talavera como en los primeros días de mi estancia allí. El promedio era tal vez de 30 al día. Eran simples campesinos y trabajadores. Bastaba haber tenido carnet de un sindicato, haber sido masón, haber votado por la República.

“Los camiones estaban grises, sentados de cuatro en cuatro, las gorras grises ladeadas sobre la frente, las manos abiertas posadas sobre los pantalones de pana, esperando pacientemente. Los traían detenidos todos los días de aldeas perdidas, a la hora en que volvían de los campos. Marchaban a su último viaje, con las camisas pegadas aún a los hombros por el sudor, los brazos pesados por el trabajo del día, dejando la sopa intacta en la mesa y a una mujer sin aliento, un minuto demasiado tarde, junto al muro del jardín, llevando un hatillo con algunas pertenencias recogidas a toda prisa y envueltas en un flamante pañuelo de colores brillantes”.

“Una hilera tenue de luces, como los ojos de buey iluminados de los camarotes de un barco”, escribió Orwell. Así, la guerra empezó a convertirse para la República en un ciclo interminable de derrotas o como mal menor, en un punto muerto.

La Revolución Rusa de octubre de 1917 significó para la izquierda de toda Europa un sueño y una aspiración. Desde entonces, la derecha en Europa había estado procurando, tanto a nivel nacional como a nivel internacional, construir barreras contra amenazas revolucionarias reales o supuestas.

“No paso un día, hasta casi el final, en el que no tuviéramos nuevas razones para esperar que las democracias occidentales sentarían la cabeza y nos devolverían el derecho a comprarles armas. Y cada día nuestras esperanzas resultaban ilusorias”.

El distinguido diplomático estadounidense Sumner Welles, subsecretario de Estado de 1937 a 1943, escribiría más tarde: “De todas las ocasiones en que hemos seguido una política de aislamiento miope la más desastrosa fue nuestra actitud respecto a la Guerra Civil española”.

Para nosotros es absolutamente indiscutible que existe una completa identidad de objetivos entre la política de paz de la Unión Soviética y la política de la clase obrera y de los partidos comunistas de los países capitalistas. No hay, ni puede haber, ninguna duda en nuestras filas sobre este tema. No sólo defendemos a la Unión Soviética en general. Defendemos en concreto el conjunto de su política y cada uno de sus actos.

“Si la Unión Soviética no hubiera estado de acuerdo con la propuesta francesa de neutralidad, hubiese puesto en una situación muy embarazosa al gobierno [francés] y ayudado de forma considerable a los fascistas en Francia e Inglaterra, así como a los gobiernos de Alemania e Italia, en su campaña contra el pueblo español […] Si el gobierno soviético diera algún paso que agravase la actual situación explosiva en Europa, los fascistas de todos los países lo recibirían con alegría y las fuerzas democráticas se dividirían, lo cual prepararía directamente el camino para la llamada “guerra preventiva” contra el bolchevismo representado por la URSS”.

Barco konsomol: El 12 de diciembre de 1936, el Canarias hundió el vapor soviético Konsomol frente a Orán, hundimiento que tuvo repercusión internacional e hizo a los soviéticos más reticentes a utilizar sus mercantes en apoyo de los republicanos.

Manuel Azaña, en una anotación perspicaz y apesadumbrada en su diario escribió: “Nuestro peor enemigo hasta ahora ha sido el gobierno británico. Todos los artilugios inventados para la no intervención y sus incidentes han dañado al gobierno de la República y favorecido a los rebeldes. La hipocresía ha llegado a ser tan transparente que parecía cinismo infantil. Gran cosa es decir que se trabaja por conservar la paz europea. Pero creer que Alemania o Italia iban a declarar la guerra a Inglaterra y Francia si el gobierno español compraba material en estos dos países, es una estupidez… Pero el mejor medio de evitar la guerra no es consentir que Alemania e Italia hagan en España lo que quieran. ¿En qué puede convenir a los intereses británicos el triunfo de los rebeldes, paniaguados de Alemania e Italia?”.

El ambiente de la ciudad al anochecer del 6 de noviembre se refleja en estas líneas de Mijail Koltsov, periodista soviético del que suele decirse que era el emisario personal de Stalin, y que aparece con el nombre de Karkov en Por quién doblan las campanas, de Hemingway.

Me dirigí al Ministerio de la Guerra, al comisariado de la Guerra. No había casi nadie. Fui a la oficina del primer ministro y el edificio estaba cerrado. Acudí al ministerio de Asuntos Exteriores; estaba desierto. En la Censura de la Prensa Extranjera un oficial me dijo que dos horas antes el gobierno había reconocido que la situación de Madrid era desesperada y había huido. Largo Caballero había prohibido la publicación de toda noticia sobre la evacuación “a fin de evitar el pánico”. Me dirigí al Comité Central del Partido Comunista. Se estaba celebrando una reunión plenaria del Ejecutivo. Me dijeron que en ese mismo día Largo Caballero había decidido repentinamente evacuar la ciudad. Su decisión había sido aprobada por mayoría en el Consejo de Ministros. Los ministros comunistas preferían quedarse, pro se les hizo ver que hacerlo supondría el descrédito del gobierno y se vieron obligados a marchar con los demás. No se había informado de la marcha del gobierno ni siquiera a los principales dirigentes de las distintas organizaciones, ni a los departamentos y agencias estatales. Sólo en el último momento había comunicado el primer ministro al Jefe del Estado Mayor General la marcha del Gobierno. El ministro del interior, Galarza, y su ayudante, el director general de Seguridad Muñoz, habían sido los primeros en abandonar la capital. El Estado Mayor del general Pozas, comandante en jefe del Frente Central, había puesto pies en polvorosa. El Estado Mayor del general del general Pozas, jefe del Frente Central, se ha desperdigado. Vuelvo de nuevo al Ministerio de la Guerra. Subo corriendo las escaleras y entro en el vestíbulo: ¡Ni un alma! En el descansillo hay dos viejos ujieres sentados, como figuras de cera, vestidos con librea y pulcramente afeitados esperando en vano el sonido del timbre del despacho del ministro. Harían exactamente lo mismo si el ministro fuera el anterior, o uno nuevo. Paso ante filas y filas de despachos. Todas las puertas están abiertas de par en par. Entro en el despacho del ministro de la Guerra. ¡Ni un alma! Más allá, una hilera de oficinas: El Estado Mayor Central, con sus secciones; el Estado Mayor General, con sus secciones; el Estado Mayor del Frente Central, con sus secciones; el Cuerpo de Intendencia, con sus secciones; la Dirección de Personal, con sus secciones. Todas las puertas están abiertas de par en par. Las lámparas del techo están encendidas. Sobre las mesas se encuentran abandonados mapas, documentos, comunicados, lápices, cuadernos cubiertos de notas. ¡Ni un alma!

Batallón Thälmann: Batallón de las Brigadas Internacionales en honor al político alemán Ernest Thälmann, fusilado por ordenes directas de Hitler en el campo de concentración de Bunchenwald

Hans Beilmer: Diputado del parlamento alemán y miembro del Partido Comunista germano, fue un ferviente antinazi. Con el ascenso del Partido Nazi al poder, fue encerrado en Dachau en abril de 1933, consiguiendo escaparse en mayo y exiliándose en España. Al inicio de la Guerra Civil Española se unió a las Brigadas Internacionales en el Batallón Thälmann. Falleció en el frente de Madrid poco después.

Esmond Romilly fue uno de los componentes británicos del Batallón Thälmann. Más tarde escribió de sus compañeros de armas:

Para ellos realmente no podía haber rendición ni huida, luchaban por su causa y luchaban también por un hogar en el que poder vivir. Recuerdo haberles oído hablar de su vida de exiliados, de la existencia miserable que llevaban en Amberes o en Toulouse, perseguidos por las leyes de inmigración y perseguidos sin descaso –incluso en Inglaterra- por la Policía secreta nazi. Lo habían apostado todo en esta guerra.

Uno de los que tomaron tal decisión fue Jason Gurney, un escultor de Chelsea que vino a combatir a España y que recibió una herida que le imposibilitó para volver a esculpir nunca más: “La Guerra Civil española proporcionaba a un simple individuo la oportunidad de comprometerse de forma positiva y eficaz con un problema que se planteaba con una claridad absoluta. O bien te oponías al crecimiento del fascismo y acudías a luchar contra él, o te hacías cómplice de sus crímenes y te convertías en culpable por permitir su expansión”.

A un hombre que preguntó a los reclutadores británicos cuál era la paga por el servicio, se le contestó: “No eres la clase de sujeto que queremos para España. Largo de aquí”. Todo lo que se ofrecía y todo lo que querían la mayoría de ellos era la oportunidad de luchar contra el fascismo.

La perspectiva que hoy tenemos sobre los ominosos crímenes de Stalin o sobre las sórdidas luchas de poder en la zona republicana no disminuyen ni un ápice el idealismo y el heroísmo de quienes sacrificaron su comodidad, su seguridad, y en muchos casos su vida, en la lucha contra el fascismo.

No obstante, se dejó que fueran los comunistas lo encargados de guiar a los voluntarios en el paso clandestino de la frontera francesa, unas veces a pie y otras en autobuses. Algunos llegaron a cruzar los Pirineos calzados con alpargatas de esparto. En el autobús que conducía a Jason Gurney, un hombre empezó a gemir “No quiero ir”. Para impedir que alertara a las autoridades francesas de su paso ilegal, Gurney le golpeó. Escribió más tarde que el hombre “lloró mucho esa noche en Figueras pero más tarde parecía contento y nunca me guardó rencor. Pero cuando unos meses más tarde vi su cuerpo sin vida tendido en los campos del Jarama, me sentí como un asesino”. Como advertían los reclutadores, era “una guerra puta”. Cuando los voluntarios llegaron a Barcelona, fueron recibidos por los vítores de una multitud. La mayoría no tenía ninguna experiencia bélica y tuvieron que ser rápidamente organizados a toda prisa en regimientos en los que recibían una instrucción rudimentaria de escasas horas. Casi siempre sin equipo adecuado, se les envío al frente, a luchar contra las tropas fascistas. Las primeras unidades llegaron a Madrid el 8 de noviembre. Geoffrey Cox, corresponsal del News Chronicle, estaba en la capital de España cuando llegaron:

Las pocas personas presentes se agruparon junto a la vía del tren, gritando casi histéricamente “¡Salud! ¡Salud!”, agitando en el aire como saludo los puños cerrados, o aplaudiendo vigorosamente. Una anciana con lágrimas que le corrían por las mejillas, de vuelta de una larga espera en una cola, levantaba en sus brazos a una niña que saludaba alzando un puño diminuto.

Los soldados respondieron saludando con el puño y copiando el grito de “¡Salud!”. No sabíamos quienes eran. La gente les tomaba por rusos. El camarero se volvió hacia mí y me dijo: “Han llegado los rusos, han llegado los rusos”. Pero cuando oí una chillona voz prusiana dando una orden en alemán seguida de gritos en francés y en italiano, supe que no eran los rusos. La Columna Internacional Antifascista había llegado a Madrid.

Los anarquistas acusaban a los comunistas de imponer el autoritarismo rígido de la Unión Soviética frente a la espontaneidad de la revolución social libertaria.

Vicente Rojo: general jefe del Estado Mayor Republicano, que planteó las ofensivas de Teruel y del Ebro.

Miaja participa muy poco en el detalle de las operaciones, apenas sabe nada sobre el tema. Deja esas cuestiones al cuidado de su Estado Mayor y de los comandantes de las columnas y sectores. Rojo se gana la confianza de sus hombres por su modestia, que oculta sus grandes conocimientos prácticos y una capacidad de trabajo inusual. Hoy es el cuarto día que ha pasado volcado sobre el mapa de Madrid. Formando una cadena interminable los comandantes y comisarios vienen a verle; y a todos, con voz baja y tranquila, pacientemente, como si se tratara de la oficina de información de una estación de ferrocarril, repitiendo en ocasiones veinte veces lo mismo, les explica, enseña, indica, anota en los papeles, y frecuentemente dibuja planos.

Intentamos salir a la calle, pero una multitud presa del pánico imposibilitaba cualquier movimiento. E miedo al ahogo era mayor que el de las bombas, las mujeres gritaban y en las escaleras de acceso muchas personas se empujaban para entrar en el refugio.

Mientras oíamos el estruendo de los bombarderos encima de nuestras cabezas, recordé la muchedumbre que se agolpaba alrededor de una boca de Metro en nuestro primer día en Madrid; estaban todavía extrayendo los cuerpos de doscientas personas muertas por una bomba incendiaria que había estallado encima de un refugio a prueba de bombas.

Escuadrilla del Amanecer: Milicias de Investigación Criminal de las JSU.

Los refugiados seguían llenando la carretera y, cuanto más avanzábamos, en peores condiciones se encontraban. Algunos llevaban zapatillas de caucho, pero la mayoría iba con los pies envueltos en harapos, algunos descalzos y casi todos sangrando. Llevábamos más de ciento veinte kilómetros adelantando a una muchedumbre desesperada, muerta de hambre y de extenuación y la riada humana no daba signos de disminuir. Entonces se oyó el débil zumbido de los bombarderos. Las cunetas de la carretera, las rocas y la plaza se llenaron de refugiados, que se acurrucaban en todos los huecos boca abajo, apretándose contra el suelo. Los niños tendidos levantaban sus ojos asustados hacia el cielo, mientras las manos apretaban los oídos o se doblaban hacía atrás para proteger el punto vulnerable de la nuca. Por todas partes buscaban cobijo grupos de personas, madres al borde la extenuación protegían con su cuerpo el de sus hijos, apretándolos contra cualquier entrante o hueco del terreno, y aplastándose contra la tierra pedregosa mientras los aviones rugían cada vez más próximos. Habían sufrido antes otros bombardeos y sabían demasiado bien qué es lo que debían hacer. Decidimos llenar la ambulancia de niños. Al instante nos convertimos en el centro de una masa delirante de personas que gritaban, rogaban y suplicaban ante aquella repentina aparición milagrosa. La escena parecía irreal, con los rostros vociferantes de mujeres que sostenían bebés desnudos por encima de sus cabezas, implorando, llorando y sollozando con gratitud o decepción. La muchedumbre de refugiados que abarrotaba la carretera de Málaga vivió una pesadilla. Fueron cañoneados desde el mar, bombardeados desde el aire, y finalmente ametrallados. La escala de la represión desatada en el interior de la ciudad caída explica por qué todos ellos decidieron correr tales peligros.

Noel Monks, periodista neozelandés, envió un despacho sobre la derrota al Daily Express, que lo publicó con su firma. Fue llamado a la presencia de Franco y amenazado con la ejecución Al final se limitaron a expulsarse de la España rebelde. Sobre su encuentro con Franco escribió: “Ya era barrigudo entonces, en este día de marzo de 1937 en que me presenté ante él. Para ser el líder de una revuelta militar que duraba ya casi nueve meses, era la figura menos militar que he visto en mi vida. Parecía dominado por el inmenso escritorio detrás cual estaba sentado. Su rostro era fofo y los ojos que miraban con odio los míos hubieran servido para jugar las canicas, de tan duros como parecían”.

El 24 de marzo de 1937 Vicente Rojo fue ascendido a coronel “por méritos de guerra”. Los republicanos aguantaban, pero su lucha era cada vez más un esfuerzo desesperado por sobrevivir. Y lo que hizo su situación aún más difícil fue la creciente gravead de los estériles conflictos políticos que se desataban en el interior de la zona republicana en torno al problema de cómo dirigir la guerra. La intensidad de esas divisiones iba a llegar pronto hasta el punto de haces estallar una guerra civil dentro de la Guerra Civil.

Uno de ellos, Narciso Julián, un ferroviario que había llegado a Barcelona la noche anterior al lanzamiento, dijo al historiador oral británico Ronald Fraser: “Resulta increíble la comprobación en la práctica de lo que uno conoce sólo en teoría: el poder y la fuerza de las masas cuando ocupan las calles. De repente se percibe su fuerza creadora; no puede imaginarse con qué rapidez son capaces las masas de organizarse a sí mismas. Las formas que inventan van mucho más allá de todo lo que puedas imaginar, o de lo que has leído en los libros”.

Orwell no fue el único en lamentarse de que las unidades del POUM tuvieran que combatir en el frente con uniformes andrajosos, equipo anticuado e insuficientes suministros de alimentos y municiones. Como escribió Orwell, “un gobierno que envía chicos de quince años al frente con fusiles viejos de hace más de cuarenta años, y mantiene a los hombres más fuertes y las armas más nuevas en la retaguardia, teme sin duda más a la revolución que a los fascistas”.

George Orwell: Como miembro del Partido Laborista Independiente se alistó, al igual que miles de extranjeros, para luchar por la defensa de la República española durante la guerra civil de aquel país. Llegó a Barcelona en diciembre de 1936 y el mismo día se alistó y fue asignado como miliciano al anti-estalinista POUM. Su participación le motivó para escribir Homenaje a Cataluña, donde describe su admiración por lo que es identificado como ausencia de estructuras de clase en algunas áreas dominadas por revolucionarios de orientación anarquista. Pero también critica el control soviético del Partido Comunista de España y las mentiras que se usaban como propaganda para la manipulación informativa. Orwell recibió un tiro en el cuello en las proximidades de Huesca, el 20 de mayo de 1937. Después buscó asilo durante seis meses en Marruecos para recuperarse de esta herida. En 1937, en las purgas del PCE (proestalinista) contra el POUM, Orwell relató que estuvo a punto de ser asesinado en Barcelona.

Orwell opinaba que si bien se necesitaba un cambio radical en las sociedades occidentales, y por tanto en los países capitalistas, el socialismo soviético representaba una amenaza a los principios que lo sustentaban.

Andreu Nin: antiguo trotskista y líder del POUM, asesinado por los comunistas en mayo de 1937, acusado de traición con la Junta de Burgos por informes del NKVD (Comisariado Popular para asuntos internos).

Cipriano Mera

Valentín González, “El Campesino”: Valentín González González, nació en Malcocinado (Badajoz) en 1909. Se le conoce un matrimonio del que nacieron tres hijos, que desaparecieron durante la Guerra civil española. Minero en las minas de Peñarroya, militó en el Partido Comunista de España. Durante la Guerra civil, dirigió el Quinto Regimiento y posteriormente la División 46ª. Participó en las batallas de Guadalajara, Brunete y Belchite, en las que fue herido. Se forjó una leyenda en torno a su nombre. Leyenda viva del ejército republicano, escapa en un barco rumbo a la URSS en 1939 e ingresa en la Escuela Superior de Guerra con el rango de general. De allí es expulsado por disentir con el estalinismo, torturado en varias checas y condenado a trabajos forzados en el gulag. Tras un intento fallido de huida -fue devuelto a la URSS por las autoridades turcas- fue internado en el campo de trabajo de Vorkuta (Siberia). Logra escapar de la URSS en 1949 a través de la frontera iraní, viviendo en el exilio en Francia, hasta su regreso a España en 1977. Muere en Madrid en 1983.

Esa misma noche, el 25 de abril, Mola lanzó desde la emisora de radio rebelde la siguiente advertencia al pueblo vasco: “Franco está a punto de asestar un golpe poderoso contra el que toda resistencia es inútil. ¡Vascos! Rendíos ahora y ahorraréis el sacrificio de vuestras vidas”.

A primera horas de la tarde del día siguiente, lunes 26 de abril, día de mercado en la pequeña población de Guernika, La Legión Cóndor atacó. Gernika, un símbolo de importancia capital para el pueblo vasco, fue destruido en una sola y siniestra tarde de bombardeos continuados. Las dimensiones de la atrocidad cometida intentaron paliarse con posteriores esfuerzos de la propaganda nacional negando toda responsabilidad en el suceso. George Steer, corresponsal de The Times, fue uno de los primeros periodistas en llegar al lugar. El director de The Times, Geoffrey Dawson, publicó, no sin cierto recelo, el siguiente reportaje de Steer el 28 de abril:

Guernika, la ciudad más antigua del pueblo vasco y el centro de su tradición cultural, ha quedado completamente destruida por una incursión aérea rebelde. El bombardeo de esta ciudad abierta, situada a una gran distancia del frente, duró exactamente tres horas y cuarto, durante las cuales una poderosa flota aérea compuesta por tres tipos de aparatos alemanes, bombarderos Junker y Heinkel y cazas Heinkel, descargó de forma ininterrumpida bombas de hasta mil libras de peso y, según e calcula, más de tres mil proyectiles incendiarios de aluminio de dos libras de peso cada uno. Los cazas, mientras tanto, efectuaban pasadas de vuelo rasante sobre el centro de la ciudad y ametrallaban a la población civil que buscaba refugio.

Mandados con brillantez por el general Leopoldo Menéndez López y el coronel Durán, los republicanos se defendieron tenazmente. Mediante el uso de trincheras bien trazadas y de líneas de comunicación adecuadamente protegidas, los republicanos conseguían infligir a los nacionales grandes bajas, sufriendo a cambio relativamente pocas.

El comandante de XV Cuerpo era el teniente coronel Manuel Tagüeña, que ala edad de 25 años era ya un jefe militar destacado. Al empezar la guerra Tagüeña estudiaba matemáticas y física en la universidad. Se alistó en la militancia de las JSU, ascendió de soldado raso y mando sucesivamente una compañía, un batallón, una brigada, una división y finalmente todo un cuerpo de ejército.

El 29 de octubre de 1938 tuvo lugar en Barcelona un desfile para despedir a las Brigadas Internacionales. En presencia de miles de españoles que aplaudían con lágrimas en los ojos, la dirigente comunista Dolores Ibarruri, la Pasionaria, pronunció un discurso emotivo y conmovedor: “¡Camaradas de las Brigadas internacionales! Razones políticas, razones de Estado, la salud de esa misma causa por la cual vosotros ofrecisteis vuestra sangre con generosidad sin límites os hacen volver a vuestra patria a unos, a la forzada emigración a otros. Podéis marchar orgullosos. Sois la historia. Sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia… No os olvidaremos, y cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República Española, ¡volved! Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria”. Ante la mirada lúgubre del presidente Azaña desfilaron entonces los brigadistas mientras el público echaba flores a su paso.

Gustav Regler, un comisario comunista alemán que había luchado con las Brigadas Internacionales, estaba en la frontera buscando a algunos de sus hombres. Más tarde describió así las degradantes escenas que presenció:

Aquella tarde llegaron las tropas republicanas. Fueron recibidos como si se tratara de vagabundos… Se preguntó a los españoles qué llevaban en los macutos y las bolsas de mano, y contestaron que al rendirse habían tenido que entregar los fusiles y todas las armas que poseían. Pero los franceses señalaron desdeñosamente los macutos y pidieron que los abriesen. Los españoles no entendían. Hasta el último momento persistían en el trágico error de creer en la solidaridad internacional… El camino polvoriento que pisaban aquellos hombres desarmados no era únicamente la frontera entre dos países, era un abismo abierto entre dos mundos. Ante los ojos del Prefecto y de los generales, los hombres de la Garde Mobile tomaron las bolsas y mochilas que contenían los efectos personales de los españoles, y las vaciaron en una zanja rellena de cal viva. Nunca he visto tanta rabia e impotencia como las que reflejaron los ojos de aquellos españoles. Estaban rígidos como si se hubieran vuelto de piedra; no entendían lo que ocurría.

Julián Besteiro: socialista moderado de la centroderecha del PSOE, opuesto a la corriente izquierdista; en 1939 participó en la Junta de Defensa de Casado.

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