Mostrando entradas con la etiqueta novela. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta novela. Mostrar todas las entradas

lunes, 15 de agosto de 2011

En el Nombre de la Rosa




"En una abadía benedictina del norte de Italia, a finales de 1327, se produce una serie de asesinatos que el antiguo inquisidor, fray Guillermo de Baskerville, viene a esclarecer. Todos ellos guadan relación con un libro atribuido a Aristóteles que tiene que ver con la risa. Se guarda en el Finis Africae, zona prohibida de la biblioteca y cargada de peligros. La biblioteca se defiende sola. Labertinto espiritual y también laberinto terrenal. Si lograseis entrar, podrías no hallar luego la salida".

Bajó este guión se desarrolla El nombre de la Rosa, obra cumbre de Umberto Eco y que a través de una mezcla de nóvela medieval y novela negra envuelve al lector en el ambiente religioso del siglo XIV, turbio y polémico por los conflictos espirituales y terrenales que las distintas congregaciones cristianas de la época se hallaban. Por un lado en la apartada abadía benedictina en los Apeninos los díscipulos de la congregación que sufren en sus carnes los asesinatos y el miedo, y por otro los delegados del Papa, de origen dominico, con los que iban a celebrar una reunión para dirimir sobre la herejía de la doctrina apostólica entre los primeros, basados en la espiritualidad del mensaje de Cristo, y los segundos que se mueven en el terreno de los vivos cargados de pomposidad y lujos en una época en el que el 92% de la población padecía hambre. Vamos, no sé a que me recuerda esto, fijate. Como complicando el ya de por si díficil acuerdo, una serie de asesinatos atemorizan la abadía, y para tratar de descubrir su origen, el mediador entre ambas facciones, Guillermo de Baskerville (referencia ya en el nombre a Guillermo de Ockham) se encarga de buscar pistas y hallar verdades en la abadía, descubriendo sus entresijos y secretos entre los artesonados y las grietas, llevándole todas ellas a la ya mítica biblioteca benedictina del recinto, en el que entre otras obras se halla el último ejemplar del se gundo libro de la Poética de Aristóteles, el cual según cuenta la mitología (porque no ha llegado a nuestros días, se extravió en la Edad Media entre los tomos recopilados en los distintos conventos de la Europa medieval) narraba supuestamente como la comedia, la risa, el humor y una vida dedicada a la alegría, serían los ejes sobre los que alcanzar la auténtica felicidad y la primera verdad. Evidentemente, mensaje este peligroso, y que se tildaba por hierético por parte de Jorge de Burgos, anciano protector de la biblioteca y de su zona más tenebrosa e interesantes: Supuestas salas en las que se guardan y recopilan notables volúmenes heredados tanto de la tradición romana, griega, persa, hebrea o islámica.

La novela es un elemento notable para conocer y comprender la Edad Media Europea genésis de la actual sociedad, aunque todos reconozcamos el atraso que supuso en la evolución tanto espiritual, racional como social para el ser humano. Pero es evidente que nuestras raíces beben durante unos siglos de esta época de penurias, pobreza, guerra e incultura global, que sólo tenían en las abadías y en los palacios algo de escape y labor de recopilación. Nunca de análisis.

Especialemente, en la planteada por Umberto Eco, podemos conocer tanto la interna diatriba religiosa de la época, heredada hasta nuestros días, como la discusión que la fé siempre ha planteado a la ciencia, encarnada en el intento de resolución por parte de Guillermo de Baskerville de los crímenes, a través del análisis de la natureliza, sus pruebas y utilizando un método racional, siguiendo los pasos de la Navaja de Ockham, según el cual cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la teoría más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja. Algo que rompía la fé en mil pedazos.

Así mientras se suceden los crímenes, se enquista la cuestión moral, todos parecen sospechosos y todos temen ya la racionalidad de Guillermo de Baskerville y su compañero el joven Adso (voz desde la que se narra, muchos años después la historia; esto es una velada referencia por parte del autor a Sir Arthur Connan Doyle y su personaje más famoso, Sherlock Homes y su ayudante Watson, ya que también utilizaban el método científico-deductivo para resolver sus casos), y todo hace indicar que el secreto se esconde en la biblioteca y más allá tras una oscura y apartada puerta, protegida por el oscuro Jorge de Burgos (otra referencia, en este caso a Jorge Luis Borges de cuya poesía Eco se ha declarado incombustible admirador) y que evidentemente escondía a su vez un espacio tenebroso y único en el saber de la época que escondía gran parte de la literatura realizada hasta la fecha, literatura considerada por la iglesia como prohibida y que trataba desde filosofía, la lógica, el esoterismo, la astrología, la astronomía, las ciencias como la física o la biología, la poesía erótica y no sacramental.

Está dividida en secciones según los países de origen de los autores: ACAIA (Grecia), IUDAEA (Judea), AEGYPTUS (Egipto), LEONES (África), YSPANIA (España), HIBERNIA (Irlanda), ROMA, GALLIA (Francia), ANGLIA (Inglaterra), GERMANIA (Alemania), FONS ADAE (significa "Paraíso", contiene Biblias). Echad un vistazo a esta foto:


Ni qué decir tiene que pocos pasos en ella, sin conocerla previamente y sin tener un método a la hora de avanzar por las distintas salas, lleva inequivocamente a la pérdida.

No le voy a dar final en este post a la novela de Eco, aunque muchos lo conocerán, simplemente animar a todos a que la lean con ánimo y ganas, que no se dejen despistar sobre las quizás en ocasiones extensas descripciones que el autor emplea, pero que a la vez nos dejan inmersos con túnica atada a la cintura con un cordel, metidos en medio de tan estimulante lugar.

Y así, he pasado está semana releyendo una obra que descubrí, creo hace unos 9 ó 10 años y cuya lectura me ha vuelto a embriagar (como también lo hizo la película de Annaud de 1986 con Sean Connery como protagonista, la ví hace 4 años) durante esta semana, y que no tengo ninguna duda me volverá a embriagar en varias ocasiones más. Y es que creó firmemente, que además de obligada, aunque no me gusta esa palabra, y amena literatura escolar, se trata de quizás una de las novelas más importantes del siglo XX. Y así para terminar dejo un extracto de la obra, que particularmente me encanta. Se trata de un Bestiario de Satanás:

“… vi una hembra lujuriosa, desnuda y descarnada, roída por sapos inmundos, chupada por serpientes, que copulaba con un sátiro de vientre hinchado y piernas de grifo cubiertas de pelos erizados y una garganta obscena que vociferaba su propia condenación, y vi un avaro, rígido con la rigidez de la muerte, tendido en un lecho suntuosamente ornado de columnas, ya presa impotente de una cohorte de demonios, uno de los cuales le arranca de la boca agonizante el alma en forma de niño (que, ¡ay!, ya nunca nacería a la vida eterna), y vi a un orgulloso con un demonio trepado sobre sus hombros y hundiéndole las garras en los ojos, mientras dos golosos se desgarraban mutuamente en un repugnante cuerpo a cuerpo, y vi también otras criaturas, con cabeza de macho cabrío, melenas de león, fauces de pantera, presas en una selva de llamas cuyo ardiente soplo casi me quemaba. Y alrededor de esas figuras, mezclados con ellas, por encima de ellas y a sus pies, otros rostros y otros miembros, un hombre y una mujer que se cogían de los cabellos, dos serpientes que chupaban los ojos de un condenado, un hombre que sonreía con malignidad mientras sus manos arqueadas mantenían abiertas las fauces de una hidra, y todos los animales del bestiario de Satanás, reunidos en consistorio y rodeando, guardando, coronando el trono que se alzaba ante ellos, glorificándolo con su derrota: faunos, seres de doble sexo, animales con manos de seis dedos, sirenas, hipocentauros, gorgonas, arpías, íncubos, dracontópodos, minotauros, linces, leopardos, quimeras, cinóperos con morro de perro, que arrojaban llamas por la nariz, dentotiranos, policaudados, serpientes peludas, salamandras, cerastas, quelonios, culebras, bicéfalos con el lomo dentado, hienas, nutrias, cornejas, cocodrilos, hidropos con los cuernos recortados como sierras, ranas, grifos, monos, cinocéfalos, leucrocotas, mantícoras, buitres, parandrios, comadrejas, dragones, upupas, lechuzas, basiliscos, hipnales, présteros, espectáficos, escorpiones, saurios, cetáceos, esquítalas, anfisbenas, jáculos, dípsados, lagartos, rémoras, pólipos, morenas y tortugas. Portal, selva oscura, páramo de la exclusión sin esperanzas, donde todos los habitantes del infierno parecían haberse dado cita para anunciar la aparición, en medio del tímpano, del Sentado, cuyo rostro expresaba al mismo tiempo promesa y amenaza, ellos, los derrotados del Harmagedon, frente al que vendrá a separar para siempre a los vivos de los muertos…”


sábado, 5 de febrero de 2011

El motor de los cambios

¡Qué año!. Esa exclamación fue lo único que pasaba por su cabeza mientras apuraba la última uva que aquella noche ponía fin al año. Ni tan siquiera imagino repetirlo, ampliarlo o volverse a ver pensar lo mismo, un año después, pero por experiencias distintas. Ya con veinte y muchos sabía que la vida no acostumbra a clonar sus vivencias, y una vez pasados, más que en momentos esporádicos no tienden a repetirse los momentos que solemos calificar como inolvidables. Más aún brindó con sus padres y con su hermano; escribió un par de mensajes a esas personas especiales para felicitarles por poder sumar uno al último digito del calendario, y agarró las llaves del coche, su ya desgastada chaqueta negra y se esfumó por la puerta hacia la calle. Cincuenta euros tenían la culpa y eran la excusa para emborrachar la conciencia.

A muchos kilómetros el ambiente era algo diferente. Casi recién cumplidos los veintitrés años, “la niña de la casa” sonreía junto a sus padres y hermanos. Hace un momento engullía las doce uvas con un solo deseo, que su padre superará esta depresión que me lo está quitando en vida, por culpa de lo que hace siete días el rey en su mensaje navideño, llamó “situación cíclica de reajuste financiero y recesión del PIB”. Universitaria soñaba con culminar su anhelo de poder ser maestra y no tener que deberle nada a nadie (o casi). Jamás quiso saber nada de política o sociología, pero veía con sus propios ojos como la alegría y la tranquilidad en su hogar, se habían esfumado por el retrete el mismo día que su padre recogió el número 89 en la cola para apuntarse a cobrar el subsidio de desempleo.

Prácticamente estaba preparada ya para elevar la libido de todos los jovenzuelos y sin vergüenzas que conocía de siempre, y que nunca le gustaron. Resignada hace mucho tiempo de encontrar al “hombre de su vida” sólo quería beber, reír quizás, pasar el mal trago de salir por obligación.

El primer acorde del “Breaking the law” de Judas Priest sonaba enlatado en el coche. Empezaba la fiesta y por un momento al volante le vinieron a la cabeza las nueve o diez “damas” que conquistó el año anterior. Hubo güiris, también dos o tres niñatas, y un par de maduras, una casada infiel y aburrida de ser un apéndice del estorbo de su marido y una divorciada cercana a la cuarentena que empezó por calentarle la bragueta y después la cabeza allá por el mes de julio. No había hecho falta que Rob Halford soltara el primer alarido del himno del metal, para que fuera él quien soltará un explícito: “Año nuevo, vida nueva”. Lo sorprendente sería que un año después no se acordaba del nombre de ninguna de ellas.

Aunque separados por mucha distancia, la luna llena era igual en la pequeña ciudad de interior y en el pueblecito cercano al mar. También el final de la noche para ambos amantes desconocidos fue el mismo. Y las sabanas y un analgésico fueron incapaces de domesticar la cruel resaca que se ceba con aquellos que consumen con nocturnidad bebidas hechas de un “quimi-juego”.

La rutina tiene la cualidad indudable de reconducirnos a todos. Nadie se acordaba ya de las navidades y la cuesta de enero se había subido como se había podido. El ajetreo del taller de chapista donde trabaja de lunes a sábado (hasta la mediodía) le tenía tan absorto que poco importaba la felicidad pasada. O la que pudiera llegar. Hacía mucho tiempo que aparcó los sueños, las necesidades. Seguía leyendo filosofía, historia o lo que pasará por sus manos y mantenía el tono físico en el gimnasio y salía a correr como vivía. En soledad. Era sorprendente, pero intentando mejorar el tiempo o no siendo atropellado se daba cuenta de que estaba en su vida tan sólo como jamás lo había estado. Se había separado del mundo. “Ya no encuentro a nadie a quién pueda llenar. Ni tan siquiera que me entretenga a mi un minuto. Estoy fuera del mundo”. Pensaba en el mismo momento, en el que una joven que apuraba las horas de sueño para estudiar el último tema antes del examen coincidía en ese pensamiento.

“Es una sensación terrible”. Separados por cientos de kilómetros confesaban lo mismo a sus mejores amigos. Luís, pidió otra cerveza para él y para su amigo Dani. “Tío, estoy cansado de todo. Tengo un vacío enorme”. “Ya no llamas a las zorritas del año pasado, eh”, interrumpió Dani para continuar con un “habrá que buscarse otras”. “No estoy de broma”. Tengo ya una pila de años, no soy ningún niño, y me he dado cuenta que he tirado mi vida. Ni he estudiado lo que quería. Trabajo esclavizao, para mantenerme en un alquiler sangrante, joder”.

“Eso de estar con varias mujeres alternando esta muy bien para vacilar a los colegas y reír. Pero esas risas me matan por dentro porque te aseguro que ninguna me ha dejado algo de valor. Con eso les puedo engañar, pero a mi mejor amigo no. Y a mi mismo, mucho menos”. Fue el alegato final de un Luís, consciente a viva voz de la inopia de su vida.

“¡Vámonos de aquí!”. “¡Ya estamos, tía!” soltó cabreada Laura porque Isabel volvía con el tema de siempre. Ya cansada de salir de fiesta porque sí, tenía claro que aquella noche no quería pasarla entre babosos y a oscuras forzaron su salida entre los improperios de los aprendices a Tony Manero y las “canis” enjoyadas en clave gitana.

Durante los veinte minutos que duró el paseo hasta casa de Isabel, nació la sinceridad entre ambas. “Joder, yo no lo entiendo. Estas estudiando, vives sola, no le debes nada a nadie y siempre estas amargada”. “No soy amargada, ni tampoco lo estoy. Sólo que no quiero hacer lo que todo el mundo. Y encima por más niñatos que se acercan y conozco ya sea en ese antro o en cualquier sitio, ninguno es capaz de hacerme amar”. Isabel termino la última palabra entre un sollozo incontrolable que no incomodó a Laura. “Bueno, esta bien… -trataba de tranquilizarla-. La semana que viene hacemos una cosa: Tengo la casa de mi tío Lucas en la playa libre podemos ir y charlamos un poco y de paso nos damos un bañito”. “Bueno, ya te avisaré entre semana…” fue la despedida de Isabel, que decidió nada más levantarse un domingo oscuro y triste confirmar un par de días de descanso con su amiga, lejos de aquella intimidad pública que reinan en los pueblos pequeños.

Luís e Isabel no veían la misma nube esa mañana aunque la buscaban con los mismos ojos. Estaban demasiado lejos como para dar esa casualidad, pero si que en sus pupilas se aglutinaban las lágrimas de rabia y dolor, de un sentirse vacío e inútil que rajaban corazones mucho más fuertes que lo que ambos pensaban. La ventana del salón de casa de ambos era un acceso directo a la desidia y la falta de amor. Ambos habían construido una vida quizás por accidente o por convencimiento, pero les faltaba el ingrediente que pusiera excelencia a los días y pasión en las noches. Aunque no se puede decir que vivían inmersos en su vida cotidiana con aburrimiento la falta de metas, y la ausencia del amor verdadero dejaba su rastro en lágrimas que surcaban rostros, ya demasiado habituados a esa humedad. Les faltaba algo.

Ese era el primer pensamiento de la mañana y el último del día. Eran las comillas a sus días, y hasta que no se encontrarán esos días seguirían siendo rara-avis en el destino que tienen marcados. La necesidad les urgía y así Luís decidió dejar su trabajo, buscarse un retiro para una temporada y preparar su acceso a la Universidad. Era el primer paso para vivir su vida.

Por su parte, Isabel apuraba el desayuno y se convenció de que tenía que cambiar, quizás salir del ambiente en el que se movía y que conocía hasta con los ojos cerrados. “Quizás la felicidad esta ahí fuera”, y ahí llamó a Isabel, para despertarla de su dormitar bañado en alcohol y confirmarle que el próximo finde lo pasarían lejos de la ciudad, para sincerarse y como primer paso para ordenar una vida que dejaba escapar por el desagüe la pasión y el amor.

La puerta de la oficina no volvería a ser la misma tras ese portazo. Luís no se había cambiado, y sin embargo interrumpió el primer café de la semana del gerente del taller donde llevaba arreglando “boyos” de los coches y montando faldones y alerones de niñatos y pijos nueve años. “Prepárame la cuenta que el jueves es el último día que trabajo aquí”, espeto sin un buenos días. “Ah, y me vas a dar la liquidación tal y como si te hubiera dado el mes de preaviso porque sino iré a Inspección de Trabajo a informar de que tienes a tres sin papeles currando aquí desde hace cuatro años, ni tampoco que pasáis a los pijales material de desguace como si fuera nuevo, ni que hacemos más horas que el reloj. Ya me cuidaré de no decírselo al soplón ese al que untáis”. Era una amenaza tan firme que en la conciencia del administrativo no hizo ni tan siquiera mella el segundo portazo que cerro el paréntesis en su desayuno de lunes. Llegó el jueves, y Luís sólo tuvo que recoger sus cosas, decir un “Oye que me marchó, qué ha sido un placer”. En una mano una bolsa de deporte y en la otra un sobre beige con un cheque para no estar preocupado en los próximos dos o tres años, más cinco mil euros de propina en billetes de 50.

Era viernes al mediodía y las dos amigas decidieron comer en un restaurante de menú del día junto a la playa. No era de Guía michelín, pero por poco más de 7 euros por persona se podía comer un primero-segundo más postre, más que digno. Ambas apuraban el primer plato, un arroz a la cubana, y coincidían en que fue una buena idea venir a aislarse un poquito, que luego marcharían a la playa, y esta noche saldrían a pasear y bailar. Qué mañana emplearían la noche para conversar, sincerarse y apoyarse como amigas igual que hacían cuando eran apuraban meriendas infantiles en el parque del barrio.

Al mismo tiempo, a unos escasos ya 3 kilómetros entraba en una rotonda un coche gris con una matrícula de las antiguas y un distintivo geográfico bastante alejado e inusual por esos lares. Luís llevaba 7 horas al volante, pero no estaba ni en un ápice cansado. Su coche si, puesto que llevaba equipaje para una larga temporada y sobre todo un par de cajas de mediano tamaño que contenían el material de uno de sus sueños. Por lo menos el que pensaba más fácil conseguir, porque venía autoconvenciéndose todo el camino, de que iba a sacarse esa carrera que tanto le apasionaba. Libros, apuntes y material para estudiar y pasar el examen de acceso a la Universidad para mayores de 25 años.

El camino ha sido largo y dilatado de música. Una botella de agua ha sido su único interlocutor. Le ha hecho los coros en los himnos históricos y asentía con un leve cabeceo -no se sabe si por conformidad o por el vaivén del asfalto- cada alegato del conductor. “Con dos cojones” y “he hecho lo que tenía que hacer” fueron las más repetidas. Pensaba en el momento en el que se marcho de su casa alquilada metiendo las llaves en el buzón de su casero. También en la bronca con sus padres, mientras apilaba en la cochera 4 cajas de mudanza y embalaje con las cosas que no se podía llevar a su viaje existencial. Y por supuesto en el momento en el que echó la inscripción para el examen de acceso a la Universidad para mayores de veinticinco años. Recogió el temario para pasarlo y más para entrar en Filosofía y en Geografía e Historia. Era el momento de vivir su sueño y el primer paso estaba dado

Una de las mejores formas de hacer una digestión es pasear por una playa de fina arena, con el primer Sol primaveral atizando levemente y la fría agua refrescando los pies. Para sincerarse ocurre lo mismo. Laura e Isabel llevaban aproximadamente una hora repasando los últimos años de sus vidas. A ambas les quedaba un año para acabar la carrera de sus sueños y poder trabajar como maestras de educación infantil. Sus estudios les apasionaban y aunque con altibajos sus notas eran más que aceptables. Precisamente algunos de esos altibajos truncaron uno de sus sueños, puesto que no pudieron obtener beca para pasar una temporada en el extranjero. Italia o Francia hubiera sido lo deseado, pero se tuvieron que conformar con una facultad semi-vacía durante el último año y soportar las anécdotas y fotografías de amigos y amigas con más “suerte” en la asignación de prestaciones. Esto solía suceder en los actos sociales de la comunidad universitaria. Es decir, en los botellones. Y como la envidia y el enfado se hacía latente en ambas, discretamente dejaron de aparecer y se convirtieron en ausentes para el resto de compañeros.

“De verdad, que estoy cansada, Laury”. No de la carrera o del apoyo de mi familia o de ti, pero si de la gente, de esas amistades y colegas que sólo te quieren para hacer bulto”. Las palabras de Isabel sonaban como una canción melancólica de esos antiguos cantautores, sólo que esta vez el acompañamiento melódico era el crepitar de las olas. “A mi me pasa igual, pero por lo menos Oscar me ayuda”. Laura queriendo ayudar a su amiga respondió con la verdad de que su novio ya no era un rollete de verano, un chico que tengo por ahí, o un pasatiempo. Sin saberlo ella se había enamorado tan locamente de este chaval al que al principio deshacía en negativas y sin él, ahora es incapaz de vivir.

“No me quejo en absoluto de él. Me quiere, me apoya y ayuda. Cada día que pasa estoy más segura de lo que tenemos y sólo deseo poder estar juntos para siempre. Quizás, deberías tu buscar y encontrar ya a esa persona”. Laura trataba de ayudar, pero lo que hizo fue tirar de la cadena. A Isabel nunca le gustó aquel muchacho, pero la envidia de ver a tu mejor amiga sentirse amada y amante, no es plato de buen gusto, si mientras tanto tú te conformas con estirar la mano en la cama y no encontrar a nadie. “Ya, no estaría mal”, dijo sollozando. “Pero aquí los tíos, son unos niñatos, no vale ninguno para nada y todos son más que decepcionantes”. “Joder, que generalidad si llevas sin salir con alguien más de un año y encima a parte de los tonteos de noche y en los bares no haces nada”. “Con tres imbéciles me vale y me he dado cuenta de que con diez palabras me es suficiente para comprobar que ninguno tiene sensibilidad, inteligencia o humor para que me enamore de él”. Las últimas palabras Isabel las pronunció mirándose los pies mientras se encalaba el bolso sobre los hombros con más fuerza para que el incipiente viento no se lo descolgará aún más.

“Buff. Joder tía, ¡qué mal rollo!” –soltó Laura subiendo el volumen de la conversación y finalizó su intervención al mirar a su eterna amiga, ensimismada esta vez, no en la arena, sino en la figura de un joven que se mojaba los pies hasta la altura de la pantorrilla y miraba hacia mar adentro como el que hace mucho tiempo que no ve lo que contemplan sus ojos o como quien espera la llegada del barco que le trae a alguien querido.

Isabel estaba absorta. Y tiempo después se lo recordaría una Laura que respeto el silencio y ensoñación de su amiga que no podía apartar la mirada del joven. Este llevaba unos pantalones vaqueros de azul oscuro intenso remangados sobre la rodilla. Vestía una chaqueta verde y la media melena que lucía volaba al viento sobre unos hombros sustento de los brazos cruzados en el pecho. Despreocupadamente había dejado en la playa casi desierta sus zapatillas deportivas, con los calcetines apelotonados en su interior y un pequeño bolso de esos masculinos que ahora se han puesto de moda.

La imagen provocaba en la joven Isabel la misma sensación que quien contempla por primera vez en vivo, in situ, un cuadro de un gran maestro renacentista o un paisaje espectacular.

“No tienes miedo a que te lo roben”, grito una Laura que ni a voces consiguió sacar de su ensoñación a Isabel. Sin embargo Luís se giró sobre si mismo, sonrió y con un expresivo gesto dijo “No”. En ese instante comenzó a caminar a hacia la orilla. No sabía el que pero algo le empujaba a saludar y presentarse a esas dos muchachas.

Por su parte Laura no le daba ya más importancia y hacia ademán de intentar continuar su camino, pero comprobó que Isabel no deseaba moverse de allí sin conocer a ese extraño. Por eso la imagen de ambas chicas paradas sobre sus zapatillas turbó algo a un Luís que con gracejo y ante una mar, nuevamente tranquila llego hasta ellas y saludó con dos besos. Primero a Laura, “Hola, soy Luís”. “Yo Laura, encantada”. Dos besos en las mejillas que no provocaron ninguna ruborización en ambos. “¿Y tú cómo te llamas?” –interpuso gracioso Luís. Le siguió un “esta sorda, hija” de Laura, que surgió efecto inmediato en Isabel que se presento y beso a un Luís que la dedicaba una mirada de absoluta devoción. Otros dos besos chocaron en las mejillas, pero esta vez él sintió la mano de ella sobre su hombro, y ella la mano derecha de él sobre su cintura. Fueron tres segundos desde que se presentaron hasta que a Isabel se le descolgó definitivamente el bolso para este caer sobre las zapatillas de Luís.

Fueron tres segundos, pero en ellos el mundo se paro. No rompió ninguna ola ni en esa playa ni en ninguna otra. El viento paro las nubes y donde llovía se pudieron contar las gotas de agua. La luna y el Sol pararon su baile para dedicarle una mirada al unísono al momento Acabaron todos los llantos de niños dejando ahora el sonido de sus risas. Los agonizantes suspiraron porque se dieron cuenta de que no querían morir sin una nueva historia de amor en el mundo. Las lágrimas se volvieron sonrisas. Él vio la felicidad en una sonrisa, unos ojos llenos de ternura de amor que regalar. Ella se vio sorprendida por el destino que le decía en ese instante tengo a alguien para ti. Dos personas, un hombre y una mujer, se habían enamorado.

Ambos se arrodillaron apresuradamente para recoger el bolso de Isabel de la arena y allí por primera vez sus manos se tocaron. Se sorprendieron en la calidez de la mano del otro y volvieron a mirarse alborozados, para en un sonreír tenue incorporarse. Laura escucho la invitación de Luís. “Voy a tomar una cerveza en una cervecería que he visto en esa calle que se ve. Esta a unos 40 metros. ¿Venís?”. En otra situación cualquiera de las dos hubiera sido más que descarada puesto que si algo compartían era su odio y repugnancia hacia los chulos o pretenciosos. Pero ninguno de estos adjetivos se podían aplicar a la invitación de Luís. Además los tres, y sobretodo Isabel y el propio Luís se veían empujados a conocerse.

La cervecería revestida en su interior de madera oscura de roble albergaba una pequeña mesa en la esquina más alejada de la puerta. Una ventana daba una magnífica vista a la playa aunque el trajín de personas en ese momento, no dejaba ver más que el azul en los intervalos entre transeúntes. No había mucha luz en el local, en el que sólo se hallaba una camarera, de mediana edad y aspecto norte-europeo y otros dos clientes que también respondían a esa misma descripción. Tampoco importaba demasiado, puesto que la mejor cualidad del amor es que puede surgir en cualquier momento y lugar.

Tres enormes pintas de cerveza de importación albergaba ya la mesa, cuando las palabras y las miradas empezaron a fluir. Los tres se pusieron en antecedentes. Y especialmente Isabel y Luís ávidamente interesados en la vida del uno y de la otra. Pronto Laura se dio cuenta de que “sobraba”, aunque realmente no era así. Más bien fue la que sacó las palabras en un principio y motivo las conversaciones. Así supieron la situación de Luís, como había dejado su trabajo el día anterior, su ya no tan tierna edad, y su lejana procedencia. También su deseo de estudiar y hacer con su vida algo más que reparar golpes de frenazos tardíos.

Asimismo, Luís, entendió la apatía y el vacío que Isabel sentía y por fin comprendió que a él hasta ese momento le había pasado igual. El no saber donde se encuentra esa persona especial, que el destino reserva; aquella con la que las coincidencias son gloriosas y los desacuerdos oportunos. Donde los besos más perfectos se podrán hacer eternos. Allí ante ya una cerveza medio acabada entendió que se había enamorado de una muchacha que acababa de conocer, y que le miraba con sus mismos ojos; con los ojos del amor.

Agotaron el primer envite y pronto sucumbieron ante un segundo extracto de cebada. “Me encanta la cerveza”, reconoció una entusiasmada Isabel. Luís asintió y apurando un sorbo, añadió: “La cerveza es buena; y ahí que reconocer que el paisaje de una playa es algo precioso de lo que la gente de esta zona podéis gozar. Pero lo mejor es vuestra compañía”. Como respuesta sólo obtuvo la risa de Laura, y el enrojecimiento de las mejillas de una Isabel que se sentía por primera vez enamorada.

“Bueno, yo creo que después de 4 pintas ya esta bien, no”. Sentenció Laura. El dorado líquido había corrido por las gargantas de los tres, y las miradas entre Luís e Isabel también. Cada uno de ellos miraba al otro con pasión. Ambos se dieron cuenta de que estaban amando y siendo amados. Luís recordó un pasaje de un libro, leído hace mucho tiempo, y que en palabras de un escritor latinoamericano describía la vida como el camino, el sendero de las decisiones que con fuerza, convencimiento y sinceridad puede hacernos especiales. Por su parte, Isabel, a su vez, añoraba un verso del primer poema que leyó en la soledad de su habitación con poco más de quince años:

“Despierta, tiempo al mirarte;

dormida, me atrevo a verte;

por eso, alma de mi alma,

yo velo mientras tú duermes.

Al salir de la taberna la apacible tarde costera se había convertido en un oscuro anochecer motivado por unas nubes que ya empezaban a descargar su presencia. Los tres corrieron al coche de Luís y durante el camino hacía el chalet del tío de Laura, convencieron al conductor para cenar con ellas. Al llegar a casa se introdujeron en la cocina y todos empezaron a elaborar una sencilla cena basada en una ensalada de canónigos con queso fresco, manzana, nueces y ciruelas y un guiso de champiñones con gambas. Mientras desempeñaban las funciones culinarias alguno de los nuevos amantes desaparecieron en algún momento de la cocina. Primero fue Luís que decidió ir a buscar una botella de vino a su apartamento alquilado, a unos cinco minutos en coche. Tardo poco menos de un cuarto de hora en llegar de vuelta a la casa de las dos muchachas y lo hizo con un reserva de 2001 de La Rioja que había comprado en el supermercado esa misma mañana al poco de llegar.

Durante la ausencia de Luís ambas ya viejas amigas sabían de que hablar.”¡Qué! te gusta, eh…” soltó una despreocupada Laura. Isabel trato con sus palabras de ocultar que se había quedado absolutamente enamorada de Luís, pero sus gestos fueron más allá. Al “no está mal”, se le sumó una sonrisa fresca, un timbre de voz agitado, un nervisiosismo en sus manos provocado por un corazón agitado y un brillo en los ojos. Ese brillo que se siente cuando estás viviendo algo trascendental.

En el escaso cuarto de hora que Luís estuvo sólo, no hacía más que preguntarse (y no precisamente al volumen de los pensamientos), qué quién es esa tía, que nunca había sentido esto, qué la quiere conocer, amar,… Así turbado llegó nuevamente a la casa ya casi a punto para ponerse a cenar. La fina lluvia que presagiaba algo mayor, cumplió las expectativas y descargaba ya con una virulencia inusitada en ese rincón.

Montaron la cena y justo antes de sentarse a la mesa, Luís aprovecho para dar un pequeño papel doblado a Isabel que apresuradamente guardo en un coqueto bolsillo posterior que su falda albergaba.

Cuando el sonriente y seguro Luís fue a tomar asiento, vio otro papel, de un rosa coqueto y cuidadosamente doblado en la silla, que sólo pudo advertir al retirarla de la mesa. Con naturalidad trato de salvar la situación, pero la seguridad de hace unos segundos se había marchado, y en su lugar, dejo una tiritona en sus manos y piernas que casi le hace caer de la silla al tomar asiento.

La cena siguió en el mismo tono cordial de toda la tarde. O mejor dicho seguía la evolución natural de esa cordialidad, hacia la amistad eterna pasando por el respeto y simpatía mutua, el simple colegueo y el de algo más. Trataron temas diversos durante una cena de aproximadamente 25 minutos, coronada con un poco de fruta, mandarinas y manzanas, para acabar en una sobremesa con un café con hielo para él y Laura y un poleo-menta para Isabel.

Mientras exprimía el sobrecito de la infusión Isabel no podía borrar de la cabeza la ilusión y la incertidumbre sobre que pondrá en el papelito que le ha entregado Luís y que azares de la vida contiene ese secreto sobre el que esta sentada en este momento. Luís, a su vez sentía el mismo cosquilleo y siempre más nervioso, atacado por un impulso irrefrenable, se disculpó de sus dos compañeras comensales, con la excusa de ir a buscar un poco más de café. En cuanto se aseguro que no le veían saco el papel rosado y leyó:

“Nunca te había visto y me eres tan natural, conocido,

mi vida se ha ido vaciado poco a poco,

y ahora que he conocido el acento que siempre busque,

creo encontrar el amor que nos es reservado,

en una persona a conocer y hacer esposo,

en ti mi amado, te pido amor para siempre.”

Azorado Luís volvió a la mesa. Pensaba en lo leído en la misma sensación descrita y que él albergaba en el corazón. También pensó en su mensaje en el que había escrito con tinta azul y el mismo nerviosismo que el que acababa de leer. Ni se dio cuenta de que ambas mujeres ya estaban recogiendo la mesa, y se sorprendió al ver que Laura se quedaba con él. Pero Isabel quiso con delicadeza tener su momento de soledad para descubrir la misiva que le había sido dedicada, y así otra vez con la cocina como escenario de amor en verso, leyó:

“He probado de mil rosas el veneno,

y renegada mi mente y mi cuerpo prometieron evitar castigo.

Y aquí que he conocido el amor,

sólo quiero probar de ti el Morfeo,

que me pueda llevar al cielo,

que sólo será si tu acompañas mi trasiego….”

La velada ya estaba avanzada y las cartas removidas. Habían sido 9 horas de conversación, compañía y descubrimiento. Y ambos deseaban estar a solas. No hizo falta forzar la situación y Laura, recientemente enamorada y conocedora de ese paso, decidió marchar, con sueño como alegato y un jocoso “¡No os portéis mal!, como despedida…

Los nervios apenas hicieron mella en los dos nuevos amantes que se descubrieron, por fin en soledad, con la única compañía de la brisa que había quedado tras la tormenta. Quizás por respeto, o incluso por miedo a romper la magia o el hechizo apenas aflojaron la luz del salón. En ese instante se dieron cuenta de que no tenían necesidades. Ni sed, ni hambre, tampoco frío o excesivo calor… No les apetecía una copa, ni tener música como acompañante, tampoco les apetecía asomarse a la ventana a ver el paisaje… Comprendieron que el amor es la necesidad más grande, la sensación que otorga plenitud a una vida. La pasión se adueño de su alma y el amor por extensión comprendió su poder cuando sentados en el sofá, a escasos diez centímetros el rostro de ambos, se quedaron inmóviles, sumergidos en una mirada.

En ese momento no había más que decir. Sólo, tan sólo, les quedaba vivir el sueño de toda su existencia. Ser felices haciendo feliz a la persona amada. Ambos en esa mirada lo compartían. Luís e Isabel se hicieron eternos en el momento en el que juntaron los labios por primera vez. Jamás tendrán que decirse uno al otro “Dime que me quieres”… Con sus ojos se estarán lanzando un continúo “Te quiero” por el resto de sus vidas.

El amor no tiene otra arma que su inmortalidad. Y no le hace falta

más cómplices, que dos almas idóneas…

lunes, 16 de marzo de 2009

Tripas


A continuación un relato breve de Chuck Palahniuk, autor conocido sobretodo por su novela llevada al cine por David Fincher, El Club de la lucha. El siguiente relato esta inmerso en la novela Fantasmas, que narran los problemas que un grupo de supuestos escritores tienen para ver publicadas sus obras, sólo por no tener un gran "patrocionador" o mecenas; así deciden introducirse en un retiro para autores noveles, que no resulta tan bucólico como esperaban, y en el que carecen tanto de medios de subsistencia básicos como de total libertad. La acción transcurre entre las peripecias de los escritores y los relatos que cada uno de ellos va desarrollando en el tiempo de "retiro". Los elementos de miedo, terror, crudeza y la fantasía se van mezclando en la acción principal y en los cuentos de los protagonistas, que cada vez se vuelven más oscuros por como las condiciones de vida que ellos mismos están pasando.

Palahniuk, es el escritor más destacado por talento y seguimiento de la llamada Generación X, y su ácida y mordaz crítica, así como su esplendorosa imaginación e inagotable capacidad de impacto le hacen ser uno de los literatos actuales más seguidos, tanto en las librerías como en Internet.

Os dejo ya, con un relato más que impactante... Tripas:

"Tomen aire.

Tomen tanto aire como puedan. Esta historia debería durar el tiempo que logren retener el aliento, y después un poco más. Así que escuchen tan rápido como les sea posible.

Cuando tenía trece años, un amigo mío escuchó hablar del “pegging”. Esto es cuando a un tipo le meten un pito por el culo. Si se estimula la próstata lo suficientemente fuerte, el rumor dice que se logran explosivos orgasmos sin manos. A esa edad, este amigo es un pequeño maníaco sexual. Siempre está buscando una manera mejor de estar al palo. Se va a comprar una zanahoria y un poco de jalea para llevar a cabo una pequeña investigación personal. Después se imagina cómo se va a ver la situación en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la jalea moviéndose sobre la cinta de goma. Todos los empleados en fila, observando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.

Entonces mi amigo compra leche y huevos y azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes para una tarta de zanahorias. Y vaselina.

Como si se fuera a casa a meterse una tarta de zanahorias por el culo.

En casa, talla la zanahoria hasta convertirla en una contundente herramienta. La unta con grasa y se la mete en el culo. Entonces, nada. Ningún orgasmo. Nada pasa, salvo que duele.

Entonces la madre del chico grita que es hora de la cena. Le dice que baje inmediatamente.

El se saca la zanahoria y entierra esa cosa resbaladiza y mugrienta entre la ropa sucia debajo de su cama.

Después de la cena va a buscar la zanahoria, pero ya no está allí. Mientras cenaba, su madre juntó toda la ropa sucia para lavarla. De ninguna manera podía encontrar la zanahoria, cuidadosamente tallada con un cuchillo de su cocina, todavía brillante de lubricante y apestosa.

Mi amigo espera meses bajo una nube oscura, esperando que sus padres lo confronten. Y nunca lo hacen. Nunca. Incluso ahora, que ha crecido, esa zanahoria invisible cuelga sobre cada cena de Navidad, cada fiesta de cumpleaños. Cada búsqueda de huevos de Pascua con sus hijos, los nietos de sus padres, esa zanahoria fantasma se cierne sobre ellos. Ese algo demasiado espantoso para ser nombrado.

Los franceses tienen una frase: “ingenio de escalera”. En francés, esprit de l’escalier. Se refiere a ese momento en que uno encuentra la respuesta, pero es demasiado tarde. Digamos que usted está en una fiesta y alguien lo insulta. Bajo presión, con todos mirando, usted dice algo tonto. Pero cuando se va de la fiesta, cuando baja la escalera, entonces, la magia. A usted se le ocurre la frase perfecta que debería haber dicho. La perfecta réplica humillante. Ese es el espíritu de la escalera.

El problema es que los franceses no tienen una definición para las cosas estúpidas que uno realmente dice cuando está bajo presión. Esas cosas estúpidas y desesperadas que uno en verdad piensa o hace.

Algunas bajezas no tienen nombre. De algunas bajezas ni siquiera se puede hablar.

Mirando atrás, muchos psiquiatras expertos en jóvenes y psicopedagogos ahora dicen que el último pico en la ola de suicidios adolescentes era de chicos que trataban de asfixiarse mientras se masturbaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello, atada al ropero de la habitación, el chico muerto. Esperma por todas partes. Por supuesto, los padres limpiaban todo. Le ponían pantalones al chico. Hacían que se viera… mejor. Intencional, al menos. Un típico triste suicidio adolescente.

Otro amigo mío, un chico de la escuela con su hermano mayor en la Marina, contaba que los tipos en Medio Oriente se masturban distinto a como lo hacemos nosotros. Su hermano estaba estacionado en un país de camellos donde los mercados públicos venden lo que podrían ser elegantes cortapapeles. Cada herramienta es una delgada vara de plata lustrada o latón, quizá tan larga como una mano, con una gran punta, a veces una gran bola de metal o el tipo de mango refinado que se puede encontrar en una espada. Este hermano en la Marina decía que los árabes se ponen al palo y después se insertan esta vara de metal dentro de todo el largo de su erección. Y se masturban con la vara adentro, y eso hace que masturbarse sea mucho mejor. Más intenso.

Es el tipo de hermano mayor que viaja por el mundo y manda a casa dichos franceses, dichos rusos, útiles sugerencias para masturbarse. Después de esto, un día el hermano menor falta a la escuela. Esa noche llama para pedirme que le lleve los deberes de las próximas semanas. Porque está en el hospital.

Tiene que compartir la habitación con viejos que se atienden por sus tripas. Dice que todos tienen que compartir la misma televisión. Su única privacidad es una cortina. Sus padres no lo visitan. Por teléfono, dice que sus padres ahora mismo podrían matar al hermano mayor que está en la Marina.

También dice que el día anterior estaba un poco drogado. En casa, en su habitación, estaba tirado en la cama, con una vela encendida y hojeando revistas porno, preparado para masturbarse. Todo esto después de escuchar la historia del hermano en la Marina. Esa referencia útil acerca de cómo se masturban los árabes. El chico mira alrededor para encontrar algo que podría ayudarlo. Un bolígrafo es demasiado grande. Un lápiz, demasiado grande y duro. Pero cuando la punta de la vela gotea, se logra una delgada y suave arista de cera. La frota y la moldea entre las palmas de sus manos. Larga y suave y delgada.

Drogado y caliente, se la introduce dentro, más y más profundo en la uretra. Con un gran resto de cera todavía asomándose, se pone a trabajar.

Aun ahora, dice que los árabes son muy astutos. Que reinventaron por completo la masturbación. Acostado en la cama, la cosa se pone tan buena que el chico no puede controlar el camino de la cera. Está a punto de lograrlo cuando la cera ya no se asoma fuera de su erección.

La delgada vara de cera se ha quedado dentro. Por completo. Tan adentro que no puede sentir su presencia en la uretra.

Desde abajo, su madre grita que es hora de la cena. Dice que tiene que bajar de inmediato. El chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero tienen vidas muy parecidas.

Después de la cena, al chico le empiezan a doler las tripas. Es cera, así que se imagina que se derretirá adentro y la meará. Ahora le duele la espalda. Los riñones. No puede pararse derecho.

El chico está hablando por teléfono desde su cama de hospital, y de fondo se pueden escuchar campanadas y gente gritando. Programas de juegos en televisión.

Las radiografías muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro suyo está almacenando todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y dura, cubierta con cristales de calcio, golpea y desgarra las suaves paredes de su vejiga, obturando la salida de su orina. Sus riñones están trabados. Lo poco que gotea de su pene está rojo de sangre.

El chico y sus padres, toda la familia mirando las radiografías con el médico y las enfermeras parados allí, la gran V de cera brillando para que todos la vean: tiene que decir la verdad. La forma en que se masturban los árabes. Lo que le escribió su hermano en la Marina. En el teléfono, ahora, se pone a llorar.

Pagaron la operación de vejiga con el dinero ahorrado para la universidad. Un error estúpido, y ahora jamás será abogado. Meterse cosas adentro. Meterse dentro de cosas. Una vela en la pija o la cabeza en una horca, sabíamos que serían problemas grandes.

A lo que me metió en problemas a mí lo llamo “Bucear por perlas”. Esto significaba masturbarse bajo el agua, sentado en el fondo de la profunda piscina de mis padres. Respiraba hondo, con una patada me iba al fondo y me deshacía de mis shorts. Me quedaba sentado en el fondo dos, tres, cuatro minutos.

Sólo por masturbarme tenía una gran capacidad pulmonar. Si hubiera tenido una casa para mí solo, lo habría hecho durante tardes enteras.

Cuando finalmente terminaba de bombear, el esperma colgaba sobre mí en grandes gordos globos lechosos.

Después había más buceo, para recolectarla y limpiar cada resto con una toalla. Por eso se llamaba “bucear por perlas”. Aun con el cloro, me preocupaba mi hermana. O, por Dios, mi madre.

Ese solía ser mi mayor miedo en el mundo: que mi hermana adolescente virgen pensara que estaba engordando y diera a luz a un bebé de dos cabezas retardado. Las dos cabezas me mirarían a mí. A mí, el padre y el tío. Pero al final, lo que te preocupa nunca es lo que te atrapa.

La mejor parte de bucear por perlas era el tubo para el filtro de la pileta y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse allí.

Como dicen los franceses, ¿a quién no le gusta que le chupen el culo? De todos modos, en un minuto se pasa de ser un chico masturbándose a un chico que nunca será abogado.

En un minuto estoy acomodado en el fondo de la piscina, y el cielo ondula, celeste, através de un metro y medio de agua sobre mi cabeza. El mundo está silencioso salvo por el latido del corazón en mis oídos. Los shorts amarillos están alrededor de mi cuello por seguridad, por si aparece un amigo, un vecino o cualquiera preguntando por qué falté al entrenamiento de fútbol. Siento la continua chupada del tubo de la pileta, y estoy meneando mi culo blanco y flaco sobre esa sensación. Tengo aire suficiente y la pija en la mano. Mis padres se fueron a trabajar y mi hermana tiene clase de ballet. Se supone que no habrá nadie en casa durante horas.

Mi mano me lleva casi al punto de acabar, y paro. Nado hacia la superficie para tomar aire. Vuelvo a bajar y me siento en el fondo. Hago esto una y otra vez.

Debe ser por esto que las chicas quieren sentarse sobre tu cara. La succión es como una descarga que nunca se detiene. Con la pija dura, mientras me chupan el culo, no necesito aire. El corazón late en los oídos, me quedo abajo hasta que brillantes estrellas de luz se deslizan alrededor de mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de las rodillas rozando fuerte el fondo de concreto. Los dedos de los pies se vuelven azules, los dedos de los pies y las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.

Y después dejo que suceda. Los grandes globos blancos se sueltan. Las perlas. Entonces necesito aire. Pero cuando intento dar una patada para elevarme, no puedo. No puedo sacar los pies. Mi culo está atrapado.

Los paramédicos de emergencias dirán que cada año cerca de 150 personas se quedan atascadas de este modo, chupadas por la bomba de circulación. Queda atrapado el pelo largo, o el culo, y se ahoga. Cada año, cantidad de gente se ahoga. La mayoría en Florida.

Sólo que la gente no habla del tema. Ni siquiera los franceses hablan acerca de todo. Con una rodilla arriba y un pie debajo de mi cuerpo, logro medio incorporarme cuando siento el tirón en mi culo. Con el pie pateo el fondo. Me estoy liberando pero al no tocar el concreto tampoco llego al aire. Todavía pateando bajo el agua, revoleando los brazos, estoy a medio camino de la superficie pero no llego más arriba. Los latidos en mi cabeza son fuertes y rápidos.

Con chispas de luz brillante cruzando ante mis ojos me doy vuelta para mirar… pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, una especie de serpiente azul blancuzca trenzada con venas, ha salido del desagüe y está agarrada a mi culo. Algunas de las venas gotean rojo, sangre roja que parece negra bajo el agua y se desprende de pequeños rasguños en la pálida piel de la serpiente. La sangre se disemina, desaparece en el agua, y bajo la piel delgada azul blancuzca de la serpiente se pueden ver restos de una comida a medio digerir.

Esa es la única forma en que tiene sentido. Algún horrible monstruo marino, una serpiente del mar, algo que nunca vio la luz del día, se ha estado escondido en el oscuro fondo del desagüe de la pileta, y quiere comerme.

Así que la pateo, pateo su piel resbalosa y gomosa y llena de venas, pero cada vez sale más del desagüe. Ahora quizá sea tan larga como mi pierna, pero aún me retiene el culo. Con otra patada estoy a unos dos centímetros de lograr tomar aire. Todavía sintiendo que la serpiente tira de mi culo, estoy a un centímetro de escapar.

Dentro de la serpiente se pueden ver granos de maíz y maníes. Se puede ver una brillante bola anaranjada. Es la vitamina para caballos que mi padre me hace tomar para que gane peso. Para que consiga una beca gracias al fútbol. Con hierro extra y ácidos grasos omega tres. Ver esa pastilla me salva la vida.

No es una serpiente. Es mi largo intestino, mi colon, arrancado de mi cuerpo. Lo que los doctores llaman prolapso. Mis tripas chupadas por el desagüe.

Los paramédicos dirán que una bomba de agua de piscina larga 360 litros de agua por minuto. Eso son unos 200 kilos de presión. El gran problema es que por dentro estamos interconectados. Nuestro culo es sólo la parte final de nuestra boca. Si me suelto, la bomba sigue trabajando, desenredando mis entrañas hasta llegar a mi boca. Imaginen cagar 200 kilos de mierda y podrán apreciar cómo eso puede destrozarte.

Lo que puedo decir es que las entrañas no sienten mucho dolor. No de la misma manera que duele la piel. Los doctores llaman materia fecal a lo que uno digiere. Más arriba es chyme, bolsones de una mugre delgada y corrediza decorada con maíz, maníes y arvejas.

Eso es la sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y maníes que flota a mi alrededor. Aún con mis tripas saliendo del culo, conmigo sosteniendo lo que queda, aún entonces mi prioridad era volver a ponerme el short. Dios no permita que mis padres me vean la pija.

Una de mis manos está apretada en un puño alrededor de mi culo, la otra arranca el short amarillo del cuello. Pero ponérmelos es imposible.

Si quieren saber cómo se sienten los intestinos, compren uno de esos condones de piel de cabra. Saquen y desenrrollen uno. Llénenlo con mantequilla de maní, cúbranlo con lubricante y sosténganlo bajo el agua. Después traten de rasgarlo. Traten de abrirlo en dos. Es demasiado duro y gomoso. Es tan resbaladizo que no se puede sostener. Un condón de piel de cabra, eso es un intestino común.

Ven contra lo que estoy luchando.

Si me dejo ir por un segundo, me destripo.

Si nado hacia la superficie para buscar una bocanada de aire, me destripo.

Si no nado, me ahogo.

Es una decisión entre morir ya mismo o dentro de un minuto. Lo que mis padres encontrarán cuando vuelvan del trabajo es un gran feto desnudo, acurrucado sobre sí mismo. Flotando en el agua sucia de la piscina del patio. Sostenido por atrás por una gruesa cuerda de venas y tripas retorcidas. El opuesto de un adolescente que se ahorca cuando se masturba. Este es el bebé que trajeron del hospital trece años atrás. Este es el chico para el que deseaban una beca deportiva y un título universitario. El que los cuidaría cuando fueran viejos. Aquí está el que encarnaba todas sus esperanzas y sueños. Flotando, desnudo y muerto. Todo alrededor, grandes lechosas perlas de esperma desperdiciada.

Eso, o mis padres me encontrarán envuelto en una toalla ensangrentada, desmayado a medio camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, mis desgarradas entrañas todavía colgando de la pierna de mis shorts amarillos. Algo de lo que ni los franceses hablarían.

Ese hermano mayor en la Marina nos enseñó otra buena frase. Rusa. Cuando nosotros decimos: “Necesito eso como necesito un agujero en la cabeza”, los rusos dicen: “Necesito eso como necesito un diente en el culo”. Mne eto nado kak zuby v zadnitse. Esas historias sobre cómo los animales capturados por una trampa se mastican su propia pierna; cualquier coyote puede decir que un par de mordiscos son mucho mejores que morir.

Mierda… aunque seas ruso, algún día podrías querer esos dientes. De otra manera, lo que tenés que hacer es retorcerte, dar vueltas. Enganchar un codo detrás de la rodilla y tirar de esa pierna hasta la cara. Morder tu propio culo. Uno se queda sin aire y mordería cualquier cosa con tal de volver a respirar.

No es algo que te gustaría contarle a una chica en la primera cita. No si querés besarla antes de ir a dormir. Si les cuento qué gusto tenía, nunca nunca volverían a comer calamares.

Es difícil decir qué les disgustó más a mis padres: cómo me metí en el problema o cómo me salvé. Después del hospital, mi madre dijo: “No sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock”. Y aprendió a cocinar huevos pasados por agua.

Toda esa gente asqueada o que me tiene lástima… la necesito como necesito dientes en el culo.

Hoy en día, la gente me dice que soy demasiado delgado. En las cenas, la gente se queda silenciosa o se enoja cuando no como la carne asada que prepararon. La carne asada me mata. El jamón cocido. Todo lo que se queda en mis entrañas durante más de un par de horas sale siendo todavía comida. Chauchas o atún en lata, me levanto y me los encuentro allí en el inodoro.

Después de sufrir una disección radical de los intestinos, la carne no se digiere muy bien. La mayoría de la gente tiene un metro y medio de intestino grueso. Yo tengo la suerte de conservar mis quince centímetros. Así que nunca obtuve una beca deportiva, ni un título. Mis dos amigos, el chico de la cera y el de la zanahoria, crecieron, se pusieron grandotes, pero yo nunca llegué a pesar un kilo más de lo que pesaba cuando tenía trece años. Otro gran problema es que mis padres pagaron un montón de dinero por esa piscina. Al final mi padre le dijo al tipo de la piscina que fue el perro. El perro de la familia se cayó al agua y se ahogó. El cuerpo muerto quedó atrapado en el desagüe. Aun cuando el tipo que vino a arreglar la piscina abrío el filtro y sacó un tubo gomoso, un aguachento resto de intestino con una gran píldora naranja de vitaminas aún dentro, mi padre sólo dijo: “Ese maldito perro estaba loco”. Desde la ventana de mi pieza en el primer piso podía escuchar a mi papá decir: “No se podía confiar un segundo en ese perro…”.

Después mi hermana tuvo un atraso en su período menstrual.

Aun cuando cambiaron el agua de la pileta, aun después de que vendieron la casa y nos mudamos a otro estado, aun después del aborto de mi hermana, ni siquiera entonces mis padres volvieron a mencionarlo.

Esa es nuestra zanahoria invisible.

Ustedes, tomen aire ahora.

Yo todavía no lo hice."

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...