Si. Voy a continuar escribiendo sobre las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora. Y también del asqueroso verano y las cada vez más recurrentes, agresivas e insoportables olas de calor que provoca el cambio climático de origen antropocéntrico. O como me gusta señalar como hacen muchas científicas, provocado por el capitalismo: el capitaloceno.
Junio ha terminado como el mes récord de temperatura media superando los 24 grados, incluyendo máximas y mínimas. La práctica totalidad de las estaciones meteorológicas de la Península han sobrepasado marcas de temperaturas máximas, tanto de día y de noche, y los fenómenos de noches tropicales, calimas y polvo africano en suspensión han sido habituales de Sur a Norte. Esto también ha provocado tormentas de extrema violencia, con lluvias torrenciales y granizo, que han sido reiterativas en el interior del Este peninsular, sobretodo en la franja entre Teruel y la cuenca del Segura.
En general, día a día la temperatura y la sensación agobiante de bochorno y calor asfixiante ha ido creciendo, hasta una última semana (y comienzos de julio) con una ola de calor declarada. Aprovecho para indicar que como ola de calor se entiende el período de tiempo en el que la previsión de temperaturas máximas, de al menos 3 días consecutivos en un 75% de las estaciones de una región o espacio determinado, supera el percentil del 95% de la temperatura media.
¿Y cómo sobrevivimos a esto?
En mi caso, y en mi casa, viviendo en la penumbra. Por la mañana marchamos de casa dejándola ya con las persianas bajadas, las ventanas cerradas. En oscuridad intentando controlar la temperatura del interior, aislándola y cerrándola a la entrada del calor extremo del exterior. Antes, desde que nos levantamos y hasta que nos vamos mantenemos abierta la vivienda para tratar de que se siga aireando aprovechando el frescor de las horas del amanecer que son las más frescas del día. Desde la noche, con ventanas abiertas, persianas levantadas y puertas libres tratando de que corra el aire y se recambie, con la intención de poder conciliar el sueño. Que ese es el principal damnificado que tenemos en esta situación: el descanso.
Y por supuesto, con el aire acondicionado, portátil, a pleno funcionamiento desde que llegamos hasta que nos acostamos. En fin de semana, todo el día. Una inversión necesaria y puede que hasta contraproducente en eso de generar más cambio climático, más consumo energético y provocar el fenómeno de las islas de calor. Pero también un privilegio que nos permite sobrellevar una vida normal durante los meses de verano. Y casi todas las noches, con el ventilador echándonos aire, removiéndolo. Una práctica desde luego y acertadamente no recomendada por las molestias musculares que puede llegar a causar. Pero que es imprescindible si queremos dormir “algo”.
Y no somos en esto unos bichos raros. Con quien hables es la rutina diaria durante todo el verano (y buena parte de la primavera) por millones de personas, que aunque les guste “el veranito” tienen que rendirse a la evidencia de que en invierno se vive mucho mejor, porque se puede hacer vida. Qué llegado el estío, este verano tórrido y saharauí la única opción es refugiarse en la vivienda (quien la tiene, claro), y si se puede, tratar de refrescarse cuando ya anochece. E incluso esta rutina es muy difícil en las ciudades españolas, cementadas, alicatadas y asfaltadas hasta el absurdo. Con plazas y calles hostiles, sin sombras naturales, sin parques donde la tierra respire porque está tapiada por el cemento que ahoga los pocos árboles que malviven en los entornos urbanos españistaníes.
El clima ha cambiado. Es un hecho. Tenemos una temperatura media superior a los registros que tenemos de los lustros y décadas anteriores. Y con este clima los ecosistemas y biotipos también están cambiando. Se agotan los humedales, mueren los bosques y se extienden las zonas desérticas. Especies, sobretodo y en primer lugar, de insectos se hacen habituales en estas latitudes provocando las molestias e incidencias que son la antesala de las emergencias sanitarias.
“¡Qué bonito es el verano!”, “¡Qué alegría ya el calorcito!”, “¡Por fin llegan las terracitas!” Y qué bien que funciona el turismo. Llegan los visitantes, sobretodo bienvenidos son los extranjeros que llenan los hoteles y hacen que el paro baje estacionalmente. Se vienen a divertir, a ponerse morenos. A emborracharse, a ensuciar nuestro entorno y a comportarse como animales aquí, porque en sus países y sociedades, durante el resto del año no pueden hacerlo. Aquí los aceptamos y les damos cálida, tórrida, acogida, porque claro, “es una bendición vivir en un país con tanto y tan bueno sol”.
El domingo fallecía una mujer trabajadora del servicio de limpieza viaria de Barcelona. Y esto no es mala suerte, o que sus condiciones de salud se agravaron por un episodio de calor extremo. No. Esto no se puede tolerar sin más. Es una muerte absolutamente evitable, pero eso si, cuestionando el modelo económico que exige que la ciudad este limpia y sea un decorado para los turistas.
Habrá que ver cuánto van a aguantar los turistas europeos viniendo a España, si sigue esta alza de temperaturas que impide dormir y que imposibilita la vida normal durante el día. Mientras nosotros somos incapaces de replantearnos el urbanismo, los horarios de trabajo y el calendario y las jornadas en los colegios o institutos, ya hay güiris que marchan de Españistan, vendiendo sus propiedades y buscando acomodo más al Norte. Galicia, Asturias, pero también la Costa Azul francesa, las Landas, o incluso el Sur de Inglaterra.
Pero, ¿y nosotros?. ¿Y los trabajadores?. Las muertes y enfermedades en el trabajo debidas a jornadas laborales bajo esta ola de calor, por qué no se tratan como homicidios. No son accidentes laborales sin más. No son episodios de mala suerte. Son genocidios sobre la clase trabajadora perpetrados por la avaricia empresarial y la desconsideración de las instituciones para con su propio pueblo. Nos han dejado cautivos e indefensos ante una adversidad climática cada vez más insoportable, que nos atenta, que nos limita. Que impide el desarrollo de la vida. No proponen nada, no luchan contra el cambio climático y contra las condiciones, la avaricia del capitalismo, que nos ha llevado a esta situación ya (casi) irremediable mientras nos morimos de calor. A veces literalmente.
El cambio climático se ha convertido en uno de los desafíos más apremiantes del siglo XXI, impactando de diversas formas en amplios sectores de la sociedad. En el contexto español, este fenómeno no solo repercute en el medio ambiente, sino que también tiene efectos significativos en las condiciones de trabajo, especialmente en lo que respecta a la seguridad laboral, la prevención de riesgos y las condiciones de vida de las clases trabajadoras.
España es uno de los países más vulnerables al cambio climático en Europa debido a su geografía, su clima y, especialmente, a las actividades económicas que componen su productividad. Las proyecciones climáticas sugieren un aumento de las temperaturas medias, con un incremento notable en la frecuencia e intensidad de las olas de calor. Estos cambios no solo afectan a los ecosistemas, sino que también alteran las dinámicas laborales, especialmente en sectores como la agricultura, la construcción y el turismo, donde los trabajadores están expuestos a condiciones climáticas extremas.
Las olas de calor son periodos de temperaturas anómalamente altas que pueden tener consecuencias severas para la salud de los trabajadores. En España, el verano de 2022 registró temperaturas récord, superando los 45 grados centígrados en algunas regiones. Estas condiciones pueden provocar deshidratación, agotamiento por calor e incluso golpes de calor, que pueden ser mortales si no se toman las precauciones adecuadas.
Sin duda, los trabajadores al aire libre son los más afectados, enfrentándose a un mayor riesgo de enfermedades relacionadas con el calor. Además, llevan a cabo las tareas más penosas en sectores como la limpieza viaria, la construcción, el transporte, pero también la agricultura o el turismo. La falta de medidas adecuadas de prevención puede resultar en un aumento de la morbilidad y mortalidad laboral, lo que pone de manifiesto la necesidad de una regulación más estricta en materia de salud y seguridad ocupacional.
La seguridad laboral es un aspecto crítico que debe ser reevaluado en el contexto del cambio climático. Las normativas actuales a menudo no contemplan específicamente las condiciones extremas provocadas por fenómenos climáticos como las olas de calor. Es imperativo que las empresas implementen políticas de prevención de riesgos que aborden de manera efectiva estas nuevas realidades climáticas.
Esto
incluye la planificación de horarios de trabajo que eviten las horas
pico de calor, la provisión de acceso a agua potable y sombra, así
como la formación y concienciación de los trabajadores sobre los
riesgos asociados al calor extremo. Además, es fundamental realizar
evaluaciones de riesgo que consideren el impacto del cambio climático
en el entorno laboral. Pero también en el tiempo libre de las clases trabajadoras, con especial énfasis en las viviendas y el urbanismo.
Las administraciones deben tomar cartas ya en el asunto y ser intensas y proactivas en vigilar los entornos de trabajo y de vida. Inspecciones y castigos, vigilancia y cambios legislativos que nos ayuden a poder vivir con dignidad y seguridad en este nuevo clima que el orgasmo capitalista ha provocado.
Y es que el cambio climático no solo afecta las condiciones de trabajo, sino que también repercute directamente en las condiciones de vida de las clases trabajadoras. Los trabajadores que laboran en condiciones de calor extremo suelen tener salarios bajos, lo que limita su capacidad para acceder a recursos que les permitan mitigar los efectos del calor, como el aire acondicionado o una vivienda adecuada.
Asimismo, las familias trabajadoras que habitan en zonas vulnerables a olas de calor pueden enfrentarse a estrés adicional debido a la inseguridad energética y la necesidad de adaptarse a viviendas que no están diseñadas para soportar temperaturas extremas. Esta situación puede generar un ciclo de pobreza y desigualdad que se ve exacerbado por el cambio climático.
Las políticas públicas deben ser reforzadas para proteger la salud y el bienestar de los trabajadores en el contexto del cambio climático. Esto incluye la creación de estándares específicos para la protección contra el calor, la promoción de tecnologías sostenibles en el lugar de trabajo y el fomento de la investigación sobre los efectos del cambio climático en la salud laboral.
Son vitales ya los cambios en nuestro modo de vida, y deberían de ser las administraciones las que tanto en el entorno del trabajo, como en el de la vivienda y en el urbanismo promover alternativas que impidan que lo que ya es un problema, no se convierta en un drama. Deshacer los discursos ignorantes y falsos que promueven los fascistas y sus lacayos mediáticos. Está en juego la salud de millones de personas, como también con el tema de las vacunas, y si no se garantiza la igualdad y equidad de acceso a recursos, la inestabilidad social será el siguiente paso.
Y mientras tanto en mi casa. Otra botella de agua fría. Bebiendo una pareja entre 5 y 6 litros diarios. Más helados y otras formas de refrescarse. Con el pingüino echando horas extra (ya verás la factura). No quiero ni pensar cómo sobrevivir si ahora viniera el apagón. Y esta noche, “¿podremos dormir?”.