viernes, 27 de junio de 2025

La mano invisible de Isaac Rosa: literatura sobre la clase trabajadora


 

Si, es verdad. Si miras las entradas más recientes de este blog vas a ver, que sí, que estoy escribiendo mucho, últimamente, sobre las condiciones de la clase trabajadora. Y este post que estás leyendo también va en esa línea. Para no perderte te enlazó a continuación los últimos textos que se han centrado en la vida y el trabajo de miles de millones de personas en el mundo:

- Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

- Trabajos de mierda

- Una vuelta utópica a la necesaria reducción de la jornada laboral

- El trabajo doméstico

 

No estamos acostumbrados, o incluso se puede decir que ha existido un interés por “des-acostumbrarnos”, a que desde el arte y la creación, desde la Literatura, el cine o las series, se refleje el mundo laboral más básico. La capa de trabajadores manuales, con o sin formación profesional específica, es decir, con oficio y maestría, y los avatares de su día a día no aparecen en estos productos culturales de consumo masivo. Mucho menos a que se centren en cómo el trabajo afecta a sus vidas. Cómo la profesión elegida o impuesta modifica sus valores, su forma de pensar, su propia identificación y las expectativas de futuro que tienen.

Por esto se me hace muy celebrado el hecho de encontrar una novela que directamente interpela a la clase trabajadora manual, por lo general, precaria y atomizada, y sin obviar, ignorada y silenciada por otras expresiones culturales. Con La mano invisible Isaac Rosa (Sevilla 1974, autor, periodista y columnista habitual de eldiario.es, Público y otros medios) escribe sobre un personaje que hemos conocido siempre aunque ahora podamos sentirnos más o menos cercanos a él: la clase trabajadora.

Con este trabajo de 2011 Rosa conseguía desdeñar el mundo laboral en el entorno urbano de la sociedad capitalista, en un momento en el que se habían hecho ya patentes las desigualdades, abusos y fracasos que las políticas de desregulación económica y social propias del neoliberalismo habían provocado. Al tiempo que se caldeaba y organizaban respuestas emancipadoras, igualitarias y libertarias, La mano invisible podía servir como una guía de como ese pretendido mecanismo automático y espontáneo había legado un mundo deshumanizado, a cambio de hacer avanzar la economía y la sociedad en la senda del crecimiento perpetuo. Cómo se habían creado universos personales llenos de frustración y apatía, al haber hecho el trabajo fin último de la vida humana.

Por lo tanto, la novela presenta una profunda crítica social, además de un análisis acertado de las causas y consecuencias que las políticas económicas de talante neoliberal, con sus burbujas y crisis, habían provocado. Meritorio en esta línea es el trabajo del autor en la investigación y documentación de las propias condiciones laborales de cada trabajador o trabajadora, en los pormenores del oficio y la rutina del puesto, y también de las consecuencias vitales y en el día a día de su existencia, que el trabajo y el capitalismo desregulados han provocado.

Para hacerlo, Isaac Rosa parte de un planteamiento original: el de una nave que contiene un espectáculo teatralizado que presenta a varios trabajadores llevando a cabo sus oficios, ante un “público” que acude a ver cómo trabajan esas personas. Y el experimento, del que se desconocen en todo momento origen y fines del proyecto, se convierte en viral. Los lectores descubrimos con los propios personajes algunas de las condiciones de lo que ocurre detrás del escenario de la nave de un polígono cualquiera de una indefinida ciudad. Los cambios imprevistos y obligatorios en los ritmos de trabajo. Las penalizaciones y la ausencia de recompensas o gratificaciones. En cada página vemos como cada personaje, cada trabajador, es sometido a condiciones laborales precarias y a un mayor grado de explotación. Y vemos con él o ella, cómo el trabajo se convierte en alienante, se deshumaniza y roba dignidad a la persona que lo desarrolla. El hecho de que trabajen desconociendo el objetivo mismo de su trabajo, el valor de su productividad, compone una parte de la crítica al capitalismo, al trabajo especializado y a la globalización y a los valores que apelan al trabajo como fuente de virtud y definición del ser humano.

El propio simbolismo que implica La mano invisible como fuerza que los controla y transforma, les hace sentir impotentes e insignificantes. Incapaces de retomar su propio destino y dignidad, porque han sido despojados del valor de su trabajo, al convertirlos en engranajes intercambiables del sistema de producción capitalista. Isaac Rosa pues nos presenta a trabajadores oprimidos y denigrados, atrapados en un sistema que no pueden cambiar porque apenas lo conocen, y que ha constituido una sociedad contemporánea alienante y centrada en el lucro.

En La mano invisible no hay nombres propios. O mejor dicho hay un nombre propio que sobresale por encima de todos los demás: la clase trabajadora. Hay personajes pero desconocemos sus nombres propios, y el autor los presenta a través de su oficio. Hay así un albañil, un carnicero, una operaria de línea de producción de fábrica, un mecánico, un mozo de carga, una tele-operadora, una costurera, una limpiadora, un camarero, un informático, un guarda de seguridad. Incluso una prostituta que denigrada, invisible y violentada, si, también es clase trabajadora. Aunque no estemos de acuerdo con el abuso al que ellas son sometidas.

El autor nos los presenta de uno en uno en su capítulo propio, dispuestos en orden cronológico, tejiendo de este modo relaciones que se hacen cada vez más complejas entre compañeros, los intereses que unos y otros pueden llegar a tener, así como las actitudes con las que aparecen y desarrollan, desde la rebeldía y el hartazgo del albañil o la tele-operadora, hasta el matonismo y el lameculos del carnicero, o el interés egoísta del informático.

Si bien la lectura de la novela se vuelve por momentos demasiado monótona, y no acaban de desencadenarse las acciones a las que los distintos personajes son, irremediablemente, llevados a tomar, puedo decir que La mano invisible es una lectura entretenida que tiene como principal valor el poner de nuevo a la clase trabajadora, la clase más común de todas, en el proceso de creación cultural. La ironía es el recurso básico del que Isaac Rosa se vale para presentarnos las profundas contradicciones del sistema capitalista y las brechas sociales que genera y mantiene. De este modo y de manera fundamental, la novela ejerce una crítica total al modelo económico-social imperante, impuesto por las élites, gracias a la publicidad, el consumismo, el individualismo y a una educación teledirigida en la consecución de la satisfacción personal a través del trabajo.

Para ello resulta acertada el centrarse, una vez presentados los pormenores de cada oficio, en las sensaciones y sentimientos que esta experiencia profesional, comparada con las anteriores del o la trabajadora, tienen. Y en ver cómo estás van cambiando, al tiempo que se modifican las funciones, cargas. Vemos como las frustraciones, las emociones, los deseos y anhelos se transforman en espirales de constante retorno que nos hablan de la insatisfacción profesional, y fundamentalmente de la personal. De cómo el trabajo no nos ha hecho libres bajo la presión capitalista y competitiva. Sino, al contrario, nos ha subyugado, atomizado y dominado hasta perder nuestra dignidad, tanto individual, como colectiva.

Por todo ello, recomiendo la lectura de La mano invisible Isaac Rosa, así como que sigamos profundizando en obras que nos habla en tan acertadamente de nosotros mismos. Que nos planteen espejos sin deformación que saquen nuestras ojeras, nuestros callos en las manos y los cortes y heridas de la piel, hechos en la cotidianidad de la rutina y el trabajo. Puedes si quieres por continuar en este blog en los enlaces del principio.




miércoles, 25 de junio de 2025

Corrupción y bipartidismo. El eterno retorno de la política en España

Momento de la comparecencia de Pedro Sánchez en la sede de Ferraz el martes 17 de junio

 

En junio de 2018 la intrínseca corrupción del Partido Popular (PP) AKA PartidoPutrefacto, liderado por Mariano Rajoy llevó a su sustitución como presidente del gobierno, vía moción de censura, liderada por el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Era la segunda moción de censura en poco más de un año. La primera liderada por Podemos no aunó los apoyos necesarios, y solo la lanzada por la otra pata del bipartidismo salió adelante. Es cierto que entre una y otra, apenas como digo un año, la avalancha de primicias informativas y actuaciones policiales y judiciales hicieron imperecedera la depuración del gobierno del país, pero fundamentalmente se procuraba llevar a cabo una sustitución controlada, prevista en los mecanismos del propio sistema, aunque en aquel momento fuera menos planificada. Más improvisada.

Ese sistema es el Régimen del 78, una suerte de pactismo entre las élites del tardo-franquismo españistaní con una parte de la oposición ilegalizada en la dictadura, con la tutorización de las democracias liberales occidentales de mediados de los 70 (en especial, Estados Unidos, a través de la CIA y el departamento de Estado y con colaboración del SPD alemán de Willy Brandt). Este pacto o "acuerdo" ha delegado una democracia liberal de corte presidencialista, que usurpa la participación política cívica en unas supuestas instituciones anquilosadas en los artesonados propios de la dictadura, que se empeñan, por encima de todas las cosas, de las necesidades y las eventualidades y urgencias, en mantener la estructura de poder económico y político salido del régimen franquista.

Judicatura, empresauriado español y sus emporios mediáticos dueños de los medios de comunicación de masas, partidos políticos mayoritarios, ejército y alta iglesia católica, empeñados y con éxito, en mantener y consolidar el franquismo como fuente de inspiración y fundamentalmente, de su propio poder y riqueza.

La corrupción es una seña de identidad de este ecosistema político, social, económico y cultural que es la España de entre siglos, hija bastarda de la democracia y el autoritarismo dictatorial de inspiración fascista.

Para que la corrupción sea posible se hacen necesarios varios elementos: Imprescindibles, son el corruptor, habitualmente un empresario que paga en negro unos favores para salir beneficiado posteriormente en sus relaciones con las distintas administraciones. También lo es, lógicamente, el corrupto, el político que gestiona esas instituciones como representante de la soberanía popular, y que se aprovecha de esa condición para su enriquecimiento privativo. Y por último, el conseguidor, esto es, el enlace entre corruptores y corruptos que abre las vías para el flujo de intereses y de dinero.

Son también necesarios, aunque ya no necesariamente imprescindibles, un funcionariado que mire convenientemente para otro lado, al igual que unos jueces permisivos y paternales con corruptos y corruptores. Unos medios de comunicación que funcionen como altavoces de su trinchera y no como investigadores por bien del interés general. Unos partidos políticos ideados para facilitar la corrupción, y que bien o se benefician directamente de ella, o funcionan como coartadas y apoyos cuando se descubren las tramas. Y una opinión pública que puede tener una parte harta de tanto latrocinio, pero que mayoritariamente se presenta como insensible o hasta incluso favorable a que le roben. Siempre que sean los suyos, claro.

Pedro Sánchez llegaba al poder con una misión muy clara e inaplazable: la regeneración política y cultural de España. El avance en derechos y en mayor democracia como garantía de una sociedad adulta y plenamente consciente de su papel activo en el sistema político. Y una lucha sin cuartel y activa contra la corrupción y los mecanismos que la permiten y alientan.

La crisis económica de 2008 resuelta en falso con las políticas de ajuste y el austercidio. La laminación absoluta de los derechos humanos y cívicos, entre ellos la sanidad pública, la educación pública y los servicios sociales. La burbuja inmobiliaria que hacía (y hace nuevamente) imposible la vida a millones de personas. El cambio climático y la continua agresión al medio ambiente. La ola feminista por una sociedad igualitaria y respetuosa. La creación de un nuevo clima de convivencia entre identidades dentro del estado español. O la reconversión productiva de un país condenado al turismo de masas y a la construcción sin filtro, ni fin.

Todos ellos problemas graves y que requerían, y sin resolverse todavía hoy lógicamente aún más, una solución urgente y en favor de las clases trabajadoras, poniendo en cuestión la justicia social, la dignidad humana y la inviable deriva ultra liberal que nos había traído hasta aquí. Pero todos ellos por detrás de la regeneración política, tan necesaria como aparcada de forma imperdonable por los políticos “elegidos” para llevarla a cabo.

España y su sociedad son presas del clima político de 1976 tras las muerte del dictador. Las fuerzas vivas del franquismo se vieron obligadas a aceptar una democracia liberal. Para ello fue básica la sumisión del socialismo español, convertido por auto de fe en el partido "centro" del sistema político español. Lo que a su vez, lo posicionaba como el principal sostenedor de la monarquía, de los concordatos franquistas, uno con el Vaticano y otro el acuerdo militarista con Estados Unidos; de la conformación de un estado centralizado en Madrid y de la venta de todos los bienes públicos que pudieran interesar a algún buitre nacional o internacional. Tampoco nos engañemos. Cuando los conservadores han tocado poder, han sido los primeros y más activos en vender la patria, eso si envueltos en la bandera nacional.

El objetivo urgente en 1976 era acallar las reivindicaciones más de izquierdas, más obreristas del grueso de la población. Y aunque se necesitaba un maquillaje aperturista y democrático como fue la legalización del partido Comunista o los sindicatos de clase, se impidieron de facto la construcción de un estado federal, la depuración de los elementos franquistas en la judicatura, el ejército y los cuerpos de (in)seguridad del estado o en las Universidades (por supuesto sin hablar en absoluto de Memoria Histórica y reparación), así como impedir de facto los principios laicistas, igualitarios y republicanos. Gobiernos extranjeros y franquistas coincidieron en que España siguiera siendo un tope al comunismo y las ideas libertarias y edificaron una fachada de democracia de trampantojo y escayola sobre el mismo edificio dictatorial y fascista.

Y 50 años después seguimos en ese ecosistema político y cultural, absolutamente sobrepasado. Una pseudo democracia en apariencia representativa, pero que delega en los partidos cualquier acción o iniciativa. Y esos partidos necesitan dinero. Constituidos como pirámides jerárquicas, los distintos escalafones se consolidan en base a un sistema de favores que sirven para escalar y posteriormente enclaustrarse en el poder. Para eso hace falta mucho dinero. Como para financiar campañas electorales y medios de comunicación afines que manipulen la opinión pública y creen o silencien temas a conveniencia. Y también para que la estructura de partido arraigue en los territorios. Y para esto, hace falta muchísimo dinero y voluntades. Y siempre las encuentran. A veces, de manera legal, y otras ilegalmente.

Vuelvo a julio de 2018 y a la ilusión que a muchos nos invadió tras 7 años de gobierno autoritario del Partido Popular de Mariano Rajoy. 7 años de recortes y laminación del estado social y del estado de derecho. 7 años de ultraliberalismo y caciquismo. 7 años de corrupción, de la heredada desde los tiempos de Aznar, y de la propia de la Gúrtel y de Bárcenas. 7 años que fueron de profunda activación política de la parte más a la izquierda del espectro ideológico español. 7 años de manifestaciones y de la respuesta fascista de leyes represivas y regresivas como la Ley Mordaza. Y también un período de puesta en marcha de un proyecto político, social y cultural revolucionario. Si, luego fue fagocitado por unos listos, y ya sabemos cómo estamos.

Y ahora 7 años después de aquel junio de 2018, Pedro Sánchez está siendo devorado por su propia inacción, cuando menos, en materia de lucha contra la corrupción y regeneración democrática. Si, es verdad, las mayorías obtenidas tras las elecciones no daban mucho margen, pero conviene no olvidar que se desperdició una mayoría absoluta en el Senado y una parcial en el Congreso, por vete tú a saber qué oscuros intereses.

Pedro Sánchez no ha derogado la Ley Mordaza. Y no ha puesto freno, en ningún modo, a la escalada de precios de la vivienda (tanto en propiedad como en alquiler), ni tampoco a la excesiva y hasta humillante turistificación de la economía española y del patrimonio nacional. Tampoco ha luchado abierta y decididamente contra la corrupción, ni siquiera en su propio partido, que como bien sabemos ya viene bien trufado de prácticas corruptas y mafiosas.

Hoy Pedro Sánchez tiene que lidiar con un desgaste absolutamente colosal por la corrupción consecutiva de dos secretarios de organización del partido bajo su mandato, y no parece ser muy digno que se mantenga en el cargo. Desconocemos si ha habido enriquecimiento personal del propio Pedro Sánchez o su entorno, por más que la ultra derecha mediática lleve 5 años haciendo todo lo posible por intoxicar, inventando y difundiendo bulos. Lo único cierto es que si colocó a Ábalos y a Santos Cerdán sabiendo de sus andanzas antes o durante su ejecución del cargo, mal por la confianza depositada y sostenida. Si no se enteró aún peor. En cualquier caso si apelamos a la coherencia las horas de la segunda legislatura del “gobierno más progresista de la historia” (en cursiva, en comillas y con recochineo), estarían a punto de agotarse, bien porque se fuera, porque convocará nuevas elecciones o porque fuera derrotado en una previsible moción de censura. Por contra, ahí lo tenemos hablando compungido a los medios de “manzanas podridas”, de que se ha sentido engañado y defraudado, para correr el velo del tiempo sobre su responsabilidad directa. No se puede olvidar que Sánchez llegó a la Moncloa en un momento crítico que hacía necesaria una acción decidida y valiente para erradicar un problema estructural. Un biotopo que favorece la corrupción, la desfachatez y la sinvergoncería. Un clima propicio para los caraduras y la España rancia y cutre que tan bien retrataba Berlanga y que tanto asco nos da a las buenas personas que sentimos nuestro país. Y en evitarlo, no ha hecho nada. De hecho, cuando la cacería impuesta contra sus compañeros de coalición se inició (Iglesias y Montero, Alberto Rodríguez, Oltra, etc.) apuntaló los discursos más reaccionarios, porque por encima de la misión regeneradora que aceptaba al “jurar” el cargo, estaba su propia supervivencia política. Cuando él era el atacado, a través de su mujer o de su hermano, se cogió 5 días de reflexión.

El hecho es que en estos complicadísimos 7 años, Pedro Sánchez no ha hecho nada, ni dentro de su partido, ni en el estado español, para luchar y acabar con la corrupción. No se han prohibido las puertas giratorias. No se han acabado los aforamientos hasta lo ilimitado. No se ha prohibido por ley la especulación urbanística e intervenido el mercado inmobiliario que es un sector que funciona basado en la corrupción política. No se ha castigado a los corruptores y no se les han nacionalizado sus bienes y empresas. No se ha modificado el código penal y el código civil para desalentar la corrupción. Si, ha tenido que lidiar en este tiempo con una pandemia, un volcán, unas inundaciones terribles en el centro de la cuarta región económica del estado, una guerra en el Oriente europeo, y una guerra en Oriente Próximo. Incluso hasta con un gran apagón. Con la caída de un Imperio y de la ideología que lo definía y con la consiguiente ola derechista en todo el mundo capaces de arrasar con el mejor proyecto multinacional hasta ahora como ha sido la Unión Europea. Y todo ello con un auge de la extrema derecha patria alentada por las élites del poder económico españistaní que cada vez está captando a más y más incautos. Pero la ausencia de políticas activas y decididas para acabar de una vez por todas con la corrupción en España es una tara que no podemos olvidar.

En el turnismo de la democracia liberal, los conservadores o fachas directamente, van a volver a poder hacer lo que han hecho siempre. A recuperar las redes de la Gürtel y de todas las tramas, porque no ha habido una regeneración, no solo política y legislativa, sino también cultural que nos hagan superar estos comportamientos delictivos y faltos de ética, denunciarlos y luchar contra ellos. Van a volver, envalentonados y decididos a de-construir esta pseudo-democracia para profundizar en la usurpación de libertad y riqueza a las clases trabajadoras (o productivas, o pobres, o bajas, o como queráis llamarlas en términos de neo-lengua).


Sin embargo, no hay que olvidar ni perder de perspectiva quién es Pedro Sánchez. Sin duda, un animal político de primera categoría, y pseudo retirado Pablo Iglesias, nadie puede hacerle sombra a nivel nacional. Cualquier debate, cualquier interacción y cualquier comparación con Feijoo, el de los albúmenes de vacaciones con un narco, o con Ayuso, la enterradora de ancianos en Madrid, son ases en la manga para Sánchez, que en carisma, presencia y conocimientos puede arrasarlos cuando quiera. De ideología desconocida, Sánchez ha usado a los miembros de la coalición en el gobierno, la cuestión climática y de protección del medio ambiente o la causa palestina para mostrar una cara progresista, al tiempo que guardaba en Interior y Defensa para mantener contentos a los más reaccionarios en temas como la inmigración, el negocio inmobiliario o el gasto militar. Es su principal valor personal, la resistencia, pero también el de un PSOE carente de ideología socialista y federal que además domina a una izquierda, en general y en grueso, desnortada, desvencijada, dividida, acomplejada, harta y hasta descorazonada que sólo tiene en la capacidad de aguante personal de Sánchez el último agarre al que adherirse antes de ser despezados por las ultras derechas. De hecho, si todavía no se ha producido, el re-cambio, pese a toda las toneladas de inmundicia que las derechas mediática y judicial emplean, es por la propia incapacidad de sus líderes, por el fantochismo de su ineludible aliado y por la presencia de un Pedro Sánchez que maneja como nadie había hecho antes en este país, los tiempos políticos y comunicativos.

Por supuesto, lo he dicho alguna vez, a mi lo que suceda con Sánchez y con su partido, el PSOE, me da igual. Es más, creo firmemente y vistos los últimos 15 años, que lo que tenga que venir bueno en España se hará pasando por encima del PSOE (y del PP y de la ultra derecha), y que sus cuadros y sus bases van a ser más obstáculos que palancas de cambio. Pero en el momento actual, la llegada o no de unos franquistas trasnochados al Consejo de Ministros va a depender, en el corto y en el medio plazo, de la capacidad de Sánchez y del PSOE de promover alianzas fuertes a nivel nacional, pero también regional con las burguesías vascas y catalanas.

A finales del año pasado escribía sobre la posibilidad o no de elecciones generales este año 2025. Barruntaba que si le concedía media iniciativa en una convocatoria adelantada Sánchez podría plantearla y vencer, con relativa facilidad y pasando eso sí, por la negociación y el pacto con la izquierda a la izquierda del PSOE. Ahora mismo, y en un tiempo medio, le ha sido arrebatada esa iniciativa y solo un infame acuerdo entre el PNV y de Puigdemont con los fascistas que lo querían ejecutar en Montjuic, sacaría a Sánchez de la Moncloa o llevaría a elecciones generales.

En este sentido radica la otra fuente de poder de Pedro Sánchez: la imposibilidad de un pacto entre la ultraderecha “castellana” y las derechas vascas o catalanas. Por muy patriotas, que lo son todas ellas del dinero. Sin embargo, mal hacemos si no lamentamos estos años como una pérdida de tiempo y de caudal político inconmensurable en hacer nuestro país un lugar mejor. Más democrático, más social, más justo, más ético y cívico. Y menos fascista, menos cainita y menos corrupto. Cuando acabe el tiempo de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno estaremos de nuevo en el punto de partida tras la crisis de 2008 y el colapso de la economía ultra-liberal. Y ahora parece que será la extrema derecha la que coja las migajas para triturar aún más a las clases trabajadoras.

En cualquier caso, y para terminar, sigue siendo necesaria la revolución política y cultural que acabe por derruir el fascismo y permita construir una democracia sólida y con valores éticos, justos e igualitarios. Habrá que ver si a lo mejor de este país, las clases trabajadoras, y las personas progresistas, nos quedan fuerzas para luchar por ello.

lunes, 23 de junio de 2025

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal



Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas cervecitas. Llegan los turistas a capazos atestando cualquier espacio significativo de nuestra geografía. Ya sean estaciones y aeropuertos, pueblos o ciudades, playas o montañas la avalancha de visitantes arranca la temporada alta de contratación en el sector de la hostelería, y particularmente, en el de la restauración. Bares, tabernas, cafeterías, restaurantes y hoteles incorporan a más personal para atender una mayor demanda, y justo ahora, que tienen que cuadrar turnos y horarios, siempre salen en los medios de comunicación persuasión de masas, como una noticia recurrente más, a decir “que no encuentran camareros”. Que ya nadie quiere trabajar. Que esto es un grave problema. Nadie se molesta en analizar y contar que las plusvalías, ya excesivas durante el año, se potencian en verano, y que quedan lejos de las y los trabajadores que se emplean en este sector.

Por lo tanto, este es el mejor momento para escribir sobre las condiciones laborales y profesionales en el sector de la hostelería. Y además hacerlo porque se trata de una materia que conozco muy bien, pese a que lleve casi 20 años fuera del sector productivo.

Como ya he contado por aquí alguna que otra vez, en mi casa no sobraba el dinero. Por otra parte, la adolescencia supuso en mi caso la típica bajada de rendimiento académico ("gracias" logse), añadida a una incipiente falta de expectativas vitales, anticipo de lo que mi generación íbamos a vivir prácticamente de ahí en adelante. Además, la rebeldía se acentuaba y también se convertía en una capa de mi personalidad, lo que requería paciencia para tolerarla y buscar soluciones. Y esas soluciones eran las lógicas y coherentes al mundo en el que habían crecido mis padres y que unos años más tarde iban a cambiar radicalmente. Por todo ello, en el primer verano recién cumplidos los 16 años y entrado en la edad legal para trabajar, mis padres tiraron de contactos y me metieron en una cafetería de la Plaza Mayor de Salamanca a trabajar. A currar.

Corría junio de 1999 cuando llegué a Los Escudos sin saber nada, no sólo del negocio hostelero, sino de la más simple y vital existencia. En principio, mis funciones iban a quedar en las de mozo de carga y descarga para sacar del bar la terraza y montarla (mesas, sillas y camarera de servicio); colocar el almacén tras el paso de los repartidores, dejando listas las cajas y bebidas que debían ir reponiendo lo consumido durante el día hasta la carga de las cámaras a la hora de cierre. Una sub-tarea que me hacía gracia era el trabajo como alquimista con un embudo y una botella de gaseosa para transformar el vinacho rosado de la casa de apenas 90 pesetas, en la botella de Cigales y Peñascal de hasta 1600 pesetas. Haría recados como ir a buscar pan y más bollería, llevar los cuchillos a afilar a los soportales, ir a recoger pedidos al Mercado de Abastos, a la ferretería de Morocho o a la licorería de Correhuela. Si no había salidas me tenía que afanar en recoger todos los servicios del turno de desayunos ya servidos y consumidos para tirar a la basura los desperdicios, cargar el lavaplatos y devolver la vajilla limpia de nuevo a su posición de ataque. Todo eso de 7 a 10 de la mañana, y de ahí hasta la 1 del mediodía que acababa mi turno, aprovechar el intervalo entre la hora de los desayunos y la de los aperitivos para que los camareros profesionales me fueran enseñando los pormenores del oficio cara al público: servir un café, servir una mesa, poner una caña, un vino, etc. Y limpiar. Siempre limpiar. Barrer, incluso fregar el estropicio de la mañana en el salón y las mesas, cargar los servilleteros, vaciar las papeleras, etc., etc.

Un contrato de aprendiz (ya desaparecido) bajo la categoría de “ayudante de camarero de barra/mesa” (acabo de buscarlo en la vida laboral online) por media jornada de 7:00 a 13:00, de lunes a sábado por unas, aproximadas y recordadas, 55.000 pesetas que yo veía como un fortunón. Después de un par de semanas de madrugones y autobuses, esfuerzos y sudores, palizas y quemaduras con la cafetera o el lavaplatos industrial, empecé a verlas tan escasas como en realidad eran, pero la novedad de trabajar, junto a su componente identitario de clase, la posibilidad de relacionarse y de aprender, y el hecho de poder gastar (casi) sin mirar, hizo que el oficio me gustará y según adquiría nuevas habilidades comenzaba a verlo, incauto de mi, como un opción posible. Por lo menos para unos años.

Incluso hasta los manuales de la Academia de formación profesional A__m_, que debía estudiar y preparar tanto los test como las prácticas, como parte del contrato de aprendiz, me parecían estimulantes y necesarios. Particularmente me intrigaba el juego que daba la coctelería, aunque mi mayor destreza adquirida fue el montaje de mesas de comedor.

Aquel verano fue el pistoletazo para entrar a trabajar periódicamente, y hasta que completé mi formación académica y profesional como informático (ya hablé de esto), en el sector de la hostelería. Camarero era la profesión y el trabajo, y ya en el siguiente curso (creo recordar que era el segundo de bachiller y durante los dos años de la primera FP que hice) fui en varias ocasiones de extra a los banquetes del Hotel Regio, al que podía ir y volver andando desde mi casa. Acudía a las 10 para montar el comedor, servir mesas durante bodas, comuniones o reuniones empresariales, recogíamos y fin. Cenábamos lo que hubiera sobrado, y 10.000 pesetas por el servicio. Con la llegada del euro nos deflacionó a 50€.

El siguiente verano fue el primero de vuelta a Los Escudos. Repetí la misma modalidad de contrato que podía hacer porque el anterior no había llegado a los 4 meses y porque habían pasado más de 6 desde que finalizó. La novedad vino en que una semana estaría de mañana con el mismo horario que el año anterior y otra de tarde, desde las 15:00 hasta las 21:00. Este año recuerdo que fui aumentando mis prestaciones como camarero. Añadí a mis habilidades la elaboración del café irlandés (lástima que he perdido una fotografía que me hizo “Gabi” el fotógrafo de LaGaceta un día de esos años mientras preparaba 4 a la vez que iban a salir a la terraza). Añadí la preparación de “copas” y empecé a trabajar el tema de los aperitivos que en ese bar fundamentalmente se centraban en el embutido y el queso (por lo que empecé a manejar la cortadora con algún que otro susto), el cuchillo jamonero para ir haciendo mis pinitos como “violinista” de la sal, y el uso de la puntilla para ir deshuesando y cortando las piezas para usar en la cortadora. Empecé a trabajar la plancha, y sobretodo a limpiarla (menudo asco), y por encima de todo comencé mis primeros paseos con la bandeja, poco a poco, añadiendo más volumen y mesas más grandes.

En mis turnos seguía los del “encargado del bar”, un cabronazo con pintas que de buenas deba miedo, pero que cuando estaba de malas ponía firmes hasta los clientes. Y no bromeo. Por supuesto, siempre obraba a favor de empresa hasta que fue despedido, y ni siquiera los ya más que frecuentes impagos al personal o a los proveedores, los saldaba él bajo su autoridad sin que sonase ni las mínima discrepancia. La mejor manera que tuve de conocer como funciona una dictadura o una autocracia fueron estos dos años de experiencia laboral y personal. Y digo dos porque al verano siguiente, en 2001, como ellos estaban contentos con mi labor, a mi me venían bien las demoradas ya 60.000 pesetas y moviéndome en transporte público también me era cómodo, como digo, tras el primer curso de mi primera FP de informática, repetí experiencia en Los Escudos.

Al cuarto año la situación cambió. Yo había acabado esa primera FP y pasado por las prácticas en empresa que resultaron un fiasco mayúsculo. Al segundo día tenía claro que no iban a contratarnos a ninguno de los 4 que fuimos a sacarles tarea ordinaria y extraordinaria sin costarles casi ni un duro, y encima subvencionados. Por lo tanto, cuando me llamaron para reincorporarme en esa tradición veraniega, “el niño” como me llamaban el resto de camareros, ya venía con una intención de trabajar más horas, ganar más dinero e incluso alargar los meses de trabajo dadas las escasas perspectivas de futuro.

Era el 10 de junio de 2002, pleno año de la Capitalidad cultural europea de Salamanca y el calor y el volumen de trabajo en el sector turístico era abrumador como tuve ocasión de comprobar ya el mismo día de re-incorporación.

Ese lunes entré a trabajar a las 8 de la mañana y estuve hasta las 3 de la tarde. Volví a las 19 horas y estuve hasta cierre que se dio más allá de la 1 y media de la mañana cuando me esperaban en la puerta dos alemanas en otra historia paralela que quizás algún día cuente. Cuando comiendo casi a las 4 de la tarde en mi casa, comenté la jugada con el horario esclavo a la que yo había llegado a la conclusión (porque nadie me lo había dicho), mi madre casi se echa a llorar. En total trabajé más de 12 horas, más otra hora y media larga de desplazamientos en bus, y al día siguiente “mi obligación” era entrar de nuevo a las 8 de la mañana y repetir esa semana el mismo turno. Sin posibilidad de día de descanso. Y así las siguientes 6 semanas. Y todo era porque en ese momento en la cafetería de la Plaza Mayor éramos sólo 4 trabajadores, los dos profesionales que abrían o cerraban a turno continuo, yo para echar una mano, y una chica en teoría para la limpieza a la que añadieron sin protesta la tarea de “elaborar pintxos”. Un auténtico despropósito que evidenciaba la nula gestión, las prácticas corruptas y caciquiles propias de un empresaurio que ejercía con autoridad su poder en las relaciones laborales y personales hasta llevarlo al terreno de la mansedumbre y la gleba. La práctica totalidad de los trabajadores había marchado de la empresa o se había colocado en otros bares de la misma, menos concurridos y con mejores condiciones, por lo menos de salubridad, harta ya de los impagos y de una jerarquía empresarial de tintes feudales que replicaba el sometimiento hacia arriba, desde la base hasta la cúspide, en proporción numérica. El ambiente de trabajo era tóxico y nocivo. Si no se pagaban a los trabajadores, y tampoco a varios de los proveedores, mucho menos se acometían las reformas integrales que necesitaba el local, infestado ahora ya sí de ratas, algunas de tamaño de gatos, y tampoco bromeo. El falso techo de escayola sobre el salón del bar eran su ecosistema, y daba pavor escucharlas chillar, pelear, follar o lo que hicieran allí arriba. También detrás de los botelleros y la maquinaria del bar se lo pasaban muy bien calentitas, atentas a cualquier desperdicio que cayese para devorarlo, a un lado u otro de la barra. Hasta que en septiembre no se personó Sanidad y los funcionarios del ay-untamiento de Salamanca, previa denuncia anónima de primeros de julio (que fue mía, ya le quito el anonimato), no se llevaron a cabo unos mínimos trabajos que radicaron en masillar los butrones por los que aparecían, retirar algunos cadáveres que atufaban, duplicar la dosis de mata-ratas que aplicábamos los mismos que manejábamos alimentos para el consumo humano (“tranquilos” que lo hacíamos con unos guantes de fregar dedicados en exclusividad para esta tarea, todo sea por la seguridad), y hacer algo de limpieza general básica del local. Incomprensiblemente recibieron la aprobación de las autoridades y al día siguiente abrieron como si tal cosa. Sigo sin bromear. Para que luego digan estos “empresarios” que no se sienten respaldados por las administraciones. Si tienen contacto directo con ellos y no les aplican las leyes y normativas como a los demás, no me jodas.

Durante las seis o siete primeras semanas de trabajo de aquel verano no descansé ni un día. Ni yo, ni mis dos compañeros. Y las palizas de trabajo eran morrocotudas. Las cajas diarias estaban en torno a los 4.000 recién estrenados euros, subían a 7.000 en fin de semana. Y seguíamos siendo 3 todos los días. Empezaba el día montando la terraza -recuerdo un día que fue tal la paliza que nos dieron en desayunos que la empecé a montar a las 1 del mediodía-, y acababa la jornada recogiéndola y barriendo, como era y es lógico, la parcela. En medio quizás ponía 200 cafés, más o menos 200 cañas y 100 copas de vino. Con su tapa obligatoria con lo que iba a la cortadora de fiambre unas 300 veces y al microondas unas 100. Barría el salón 3 o 4 veces el mismo día, limpiaba la barra y las mesas una docena de veces. Subía al almacén de arriba (donde el falso techo) para cargar cajas y llenar dos o tres veces los botelleros y subía a pulso desde el almacén en el piso inferior 3 o 4 barriles de cerveza de 50 litros cada día. Perfectamente podía subir y bajar 20 o 25 pisos todos los días y bien cargado, y si hubiéramos podido añadir un cuenta pasos me habría ido a más de 15 kilómetros diarios de media. Estoy seguro. Eso sí que eran entrenamientos duros y no la mariconada esa de los marines americanos que llaman crossfit y por la que te cobran una pasta JoséLui.

Todo esto todos lo días y como digo, casi el primer mes y medio sin un día de descanso. Incluyo aquí el célebre viernes de julio en el que tras haber currado por la mañana a mi entrada a partir de las 7 de la tarde, sólo yo sirviendo la terraza, es decir, cogiendo comandas, preparándomelas yo mismo tras la barra, llevándomelas, sirviéndolas, cobrando y recogiéndolas, recaudé más de 3.000 euros, viendo y tocando el primer binladen de los dos que han pasado en todos estos años cerca de mi. Pero es que Javi, sólo en la barra en su turno facturó casi 2.000 euros. Y ahí ya llevábamos 10 días sin cobrar la nómina de junio, por lo que a las bravas, unilateralmente, cogimos la recaudación del día e hicimos 4 sobres con los salarios, la legal de 48 horas semanales más nocturnos de los tres camareros, y la chica que limpiaba y cocinaba, y las de horas extras que eran en negro unos 300 euros por cabeza (una miseria). Firmamos unos pagares a espera de recibir la nómina física. Antes llegó la ira del dueño y su subalterno, aplacada con la pertinente amenaza de denuncia a la Inspección de trabajo.

Las 12 horas de tajo al día no me las quitaba nadie, pero además tenía que añadir hora y media de trayectos en el siempre deficiente bus interurbano de Salamanca a Santa Marta. Cuando salía de cierre si estaba con Javi me acercaba a mi casa en su coche. Si cerraba con José el Cepa me tenía que buscar la vida y alguna vez me fui andando hasta mi casa.

Y aún con todo ser camarero, el oficio, me gustaba. Desde luego reconocía la paliza física y mental. Lo peor sin duda, el aguantar al personal que implicaba ser psicólogo, terapeuta y confesor de los parroquianos y a veces de los que llegaban por accidente a aquella barra o a aquella terraza. El esfuerzo físico era de aúpa, tanto que había días que sudaba dos camisas blancas, una en cada parcial de turno. No digo que lo hiciera con una sonrisa, pero la juventud, divino tesoro, me permitía exprimir el cuerpo al máximo, empezar a tornearlo antes de pisar cualquier gimnasio, sin acumular aparentemente el cansancio. Dormía como un bendito y a la vez, era capaz de empalmar una o dos jornadas enteras de trabajo con sesiones de fiesta en la noche salmantina del 2002. Eso sí, cuando a finales de julio entró más personal y pudieron devolverse los días de descanso me dieron una semana entera libre y el primer día y medio, me lo pase dormido sin levantarme ni a mear. Me mantengo alejado de la broma.

Como digo a mediados de julio incorporaron más personal. Concretamente dos chicas a las que ya sabíamos les pagaban menos fruto del patriarcado, si es que eso era posible. Además, llegaron un par de camareros de los otros bares de la empresa con la intención cada uno de hacerse encargados y dueños y amos del cotarro. Si bien la colaboración de Soraya y Maura fue bienvenida para los sentidos y para aliviar el trabajo, la de los otros dos mendas fue más un incordio que otra cosa, por lo que aunque se ganó en más tranquilidad con más reparto del esfuerzo y se acabó en cierto grado el trabajo a destajo, tampoco la situación fue boyante. De hecho, los impagos de nóminas y sobre en negro se fueron alargando, y con el año nuevo de 2003, al tiempo en el que me convertía en el delegado sindical más joven de la provincia, me cambiaba al restaurante de la marca, en la Plaza la Libertad para trabajar más tranquilo.

Desde entonces y hasta finales de julio de 2003 seguí trabajando de continuo en la hostelería. Después al comenzar la segunda FP de informática aproveche los módulos convalidados de la primera para trabajar en el bar de mi calle los fines de semana, con los que reuní otra buena retahíla de grandes momentos en torno al sector hostelero y el oficio de camarero. Y por supuesto, toda experiencia vital, laboral y personal, constituyó mi propio ser e ideología, cimentando mi conciencia como clase trabajadora, con la necesidad y obligación de luchar, y el reconocimiento de quiénes eran y son nuestros enemigos.

Hoy en día, cuando me sirven una consumición y el camarero o camarera me entrega el vaso o la copa donde voy a beber sujeto por arriba; o cuando en un restaurante me llega el plato con el pulgar del camarero marcándose en el borde (tampoco ayuda la vajilla moderna cool imposible de manejar con decencia). O cuando el trabajador o trabajadora huele a sudor porque lleva horas con la misma ropa y añadiendo esfuerzos físicos continuados en un ambiente extenuante y caluroso, pienso en lo dura que es esta profesión. Lo mal pagada que está, lo absolutamente precarizada, con muchísimas trabajadoras, mujeres y también racializado, con personas inmigrantes empleadas con las condiciones leoninas que los nativos quizás ya no estamos dispuestos a soportar, impuestas por empresarios explotadores con la conveniencia de unas autoridades míopes y clasistas.

Estoy harto de escuchar que ya nadie quiere trabajar en la hostelería, que hay muchas paguitas, y que la gente joven ya no quiere esforzarse. Pero lo cierto es que hoy un camarero o camarera difícilmente llegará a las 170.000 pesetas y luego 1.000 o 1.200 euros (más unos 120 en propinas) que cobraba yo en 2002. De hecho, si añadimos la inflación de 20 años de estafa y crisis, evidentemente salen a perder. Desde luego me lo sacaban del cuerpo a hostias, a jornadas durísimas de esfuerzo continuado durante horas en condiciones penosas. La más desagradable de todas aguantar al género humano que como dice Fito con Platero "siempre el cliente no tiene la razón". Si piensas que un trabajador en un restaurante del Pirineo francés o en una taberna en Dublín y te cuentan que ganan entre 3000 y 4000 euros por 5 días de trabajo semanal, -lo sé porque he hablado con ellos en los últimos años-, encuentras normal y hasta lógico que los profesionales españoles emigren al Norte para mejorar sus condiciones vitales y poder ahorrar con este oficio tan antiguo y tan ligado a la prostitución.

Los empresaurios se aprovechan de la situación de vulnerabilidad de todas estas personas para tirar al suelo las condiciones laborales y profesionales del sector, al que se presenta como fundamental en la economía y la productividad nacional. La falta de formación del personal, sobretodo si es eventual y focalizado en la temporada alta, es paralela a la ausencia de consideración y respeto hacia la persona que trabaja y nos sirve en una mesa o en una barra.

Dicen que ya no encuentran camareros como los de antes. Profesionales del boli click que te cantaban la carta acompasada y con tono. Barmans que con solo verte aparecer ya sabían cómo prepararte el carajillo y cómo te gustaba de cargada la copa de sol y sombra. Que ahora es imposible contarle a un chaval de barba hipster, con pendientes (yo ya los llevaba en la oreja izquierda con 18 años), pircings, tatuajes y cresta multicolor lo buena que está la alemana de la terraza, y muchos menos, decirle sandeces a la mujer que está sirviendo o limpiando. Trabajando.

Esos camareros, y si hombres camareros, no mujeres, ya no existen. Son una especie extinguida que no tenía precio. Y como no tenía precio entonces les pagaban una miseria que han heredado los que hoy en día por necesidad o por gusto, caen en este sector productivo y nicho de ocupación. Quizás también se extinguen porque entrar en este sector es sinónimo de adquirir los peores vicios que el cuerpo puede aguantar. Trabajar hasta la extenuación por supuesto, pero sobretodo el tabaco, alcohol, moverse en el mundo nocturno de la fiesta que son gradientes y grilletes para lacerar la vida del camarero y atarlo a su puesto en la galera. Se lamentan porque ya nadie quiere levantarse temprano antes que nadie para servir churros y porras y acostarse tarde, más tarde que todo el mundo, después de servir copas y limpiar las mierdas que dejamos en barras, salones y baños de los bares. Que nadie quiere ya aguantar los humores del personal y su falta acuciante de educación. Y que la gente está harta de limpiar y limpiar que es lo que se hace la mitad del tiempo que se trabaja en la hostelería, porque hay que aguantar mientras este el dueño tomando copazos con los amigotes, o el jefe, o el encargado como doberman o Inspekteur der Konzentrationslager (IKL) -inspectores del campo de concentración de la Alemania nazi-, para que nos vea haciendo algo medianamente productivo, aunque no haya nada que hacer. Y toda esta acumulación de horas legales, a-legales e ilegales pagadas con la voluntad de escamotear a las autoridades laborales se pagan por salarios de miseria, que a duras penas satisfacen esos caprichos comunistas de comer caliente y dormir bajo techo.

Por todo esto, y seguro más cosas que me dejo en el tintero, cada vez les cuesta más encontrar personal. Porque la gente cuando puede elegir huye de este sector precario y esclavizado al que la tecnología no le ha quitado ni penosidad ni esfuerzo, sino que encima le han añadido mucho más trabajo al tener que disponer de más productos, más preparaciones y mayor disponibilidad al pisoteo ajeno no vaya a ser que el cliente se enfade, no vuelva y encima te ponga de vuelta y media en una reseña online. Pues que no vuelva una idiota congénita que va a un mesón maragato a pedir un bloodymary o que no vuelva un muerto de hambre que se cree con derecho de pernada sobre el personal de la cafetería.

Cuando trabajar de noche o en fin de semana o en festivo se paga por poco más que una palmadita en el hombro. Cuando no se legislan ni vigilan las horas extra que se hacen en este sector y estas acaban siendo colosales. Cuando las condiciones laborales se saltan como listones de salto con pértiga que batir por parte de empresaurios (todavía me indigna y a la vez me hace reír los panegíricos que la muerte de “José Manuel” provocó en los medios de comunicación charros, con todos sus pufos, impagos, deudas con Hacienda y la Seguridad Social y sentencias judiciales en contra obviadas) y sus organizaciones (la infausta asociación de la hostelería salmantina enemiga de Salamanca y de los trabajadores). Cuando las facultades profesionales se obvian por parte de todos, incluidas las autoridades, sin tener en cuenta la condición clave que el turismo tiene en la economía española. Cuando trabajas como una mula deslomada por la mitad de horas cotizadas y por un salario que no te garantiza ni un sitio digno donde dormir y descansar. Cuando te roban la dignidad (afortunadamente existen notables excepciones) y así te convierten en una cosa que “les sirve” sin poder siquiera soñar con acceder a ser tú algún día “el servido”. Cuando te quitan todo, incluso hasta el miedo, no tienes nada que perder y el siguiente paso es concienciarse, y aunque sea tarde, luchar.

Retomando el hilo auto biográfico de más de media entrada recuerdo que a finales de mi presencia en Los Escudos me ofrecieron la posibilidad de coger uno de los bares a tiempo completo. Concretamente querían que llevará el de Cuesta Santi Spiritus, o que me pusieran de subalterno de Javi en el de la plaza. También me hicieron una oferta, informal, en el Novelty, cuando Paco Novelty entró en Los Escudos sin equivocarse de local a semanas de acabar el verano de ese 2003 para hablar conmigo. Les gustaba mi forma de trabajar y querían que entrará con ellos a trabajar la terraza. Igual que unos años antes rechacé una oferta del Albense de fútbol sala, ligado al Caja Segovia, para jugar con ellos, también decliné la oferta para seguir estudiando y dedicarme al mundo de la informática. E igual que en la anterior ocasión no se sabe qué hubiera pasado, aunque apuesto a que mi vida habría sido muy diferente.



Editando: Viendo la fotografía de mis andanzas con pelazo y pajarita me vienen más recuerdos y atentados a la dignidad trabajadora. La camarita enfocada a la caja registradora, no fuera que nos diera por "robar". La mini cafetera que tuve que ir a buscar en un renault clio, mi primera conducción tras sacarme el carnet 7 meses atrás, a Ovejero en Garrido para sustituirla por la de 4 puertos que se había chamuscado. Los malabares que había que hacer durante 4 meses para poder servir correctamente con ella y con el volumen de cafés que se pedían ahí. La tenían parada en la reparación por falta de pago del caradura de mi jefe. De hecho limpiar la cafetera era otra de las tareas diarias bien jodidas y penosas que había que hacer, por lo menos un par de veces al día. La pila de bricks de leche para tapar los agujeros en la decoración. La propia decoración viejuna que se caía a cachos. Las noches en que nos quedábamos Javi y yo cazando ratas como si fuera un safarí. Los zapatos que acaban cada verano destrozados. El palo que pegó uno que entró a trabajar y huyo a la carrera al quinto día a mitad de turno con la caja y la recaudación de un número de lotería de Navidad bajo el brazo. Lo bien que me lo pase en las despedidas (y eso que las detesto) sobretodo con las chicas de Medina del Campo. Los chinos desvalijando a turnos las tragaperras para disgusto de mi jefe que tenía esa otra línea de negocio. El queso de oveja macerado en aceite de oliva, joder qué bueno estaba.

y más y más cosas ...


Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...