Esperar todo un año para disfrutar 15 días no se ajusta a la realidad. Ni tampoco para ver la playa y saborearla. La verdad es que se trabaja, sufre y lucha todos los días para poder sacarles partido, diariamente y también en el nocturno. Vivir, maximizar las experiencias y mejorar los momentos es el reto que se asume al levantarse y trabajar o ahorrar nos lo dan con más felicidad. Y llegar, anhelar el verano, para estas dos semanas de asueto y descanso (y también fiesta) son un premio más.
Han sido unas vacaciones estupendas, geniales y muy recomendables. Por supuesto que Cádiz me ha ganado para la causa y pronto volveré. Espero y quiero hacerlo con mi chica, para buscarla, conocer su tierra, su pueblo y su gente. Pero también lo haré porque sí. Porque soy yo el que decido y después de haber disfrutado como un enano con las playas, los mojitos, la gente, las chicas y la noche no hacerlo sobrepasaría la frontera con la locura.
Lo primero de todo es disculparse. En primer lugar por tardar tanto en relatar esta vivencia, pero es que ando con mil cosas en la cabeza, y una más en el corazón por lo que a mi habitual dispersión, he de añadir lo fulgurante de amar y sentirse amado. En segundo lugar, porque quizás se me pasen detalles, acontecimientos, nombres y lugares, pero a todos ellos pedirles disculpar mi estado, que poco tiene que ver con ese posible olvido, y si más con mi memoria, repleta de momentos inolvidables y siempre recordados, pero que quizás ahora, en este momento en el que me planto para escribir, tenga su ausencia como respuesta.
No fue fácil encontrar acomodo. La primigenia idea de alojarnos en Conil, fue en baldío dadas las condiciones económicas y la ausencia de la anteriormente vital piscina. Y es que nosotros, acostumbrados a los lujos baratos, eramos reacios a no tener la piscina al peldaño de la puerta o la vuelta de la esquina, y sumándose a lo caro del alquiler, emigramos a Chiclana como destino vacacional. Chiclana-Costa para ser más exactos, dónde consiguió Dani un coqueto apartamento, dentro del residencial Al-Andalus. Salón y 2 habitaciones, hasta 5 plazas para dormir sin recurrir al suelo, su terraza adornada con “motivos Haddock”, cocina repleta de utensilios para las labores culinarias y la hospitalidad de nuestro arrendatario, Manuel, y su mujer que nos aconsejaron como movernos por tan meridional provincia.
Y así en la madrugada del viernes 31 al sábado 1, Dani, Miguel y yo viajamos a Chiclana, con unas ganas tremendas de descansar y disfrutar que se han cumplido totalmente. No voy a dedicar más que dos líneas a la putada y el egoísmo de Miguel, porque no merece la pena; y como ya he tomado la decisión de empezar a mirar por mi, por mi hermano y mis padres, mi chica y por las pocas personas escogidas que me están demostrando como es realmente la amistad, con adelgazar la agenda de aprovechaos y tristes me vale. Conmigo ya no pueden contar.
“No me quites la arena de estos zapatos que es de la playa de La Barrosa”, dice El Barrio en una de sus canciones, y nos lo preludió Daniel en una de sus alusiones. Chiclana besa el mar con la fina arena de La Barrosa como labios y los bañistas como testigo de tanta belleza junta. La primera playa vista y ya nos tenía enamorados, perfecta para consumir las primeras horas de auténtico descanso tras el largo viaje. Viaje largo no solo en la distancia, sino también en el tiempo, porque por distintas circunstancias sólo tener una vez al año (o poco más) el privilegio de ver y vivir el mar, la playa y esa refrescante y sana sensación que nos deja a los “chicos” del Norte, que más bien somos del centro no tiene ninguna comparación y es el único motivo para atravesar media España, aguardar el fastidioso y caluroso verano “mesetario” en espera de momentos como estos.
Viajamos más aún los primeros días para vislumbrar en la lejanía el marino castillo de Santi Petri y también disfrutar de su playa extensa, airosa y relajante. Era el empezar a vislumbrar lo que estos 15 días iban a ser: llenar la neverita con cervezas, viajar a una playa paradisíaca, olvidarse de lo mundano y cotidiano y abrazar el descanso a vista de bellezas y salud marítima.
Los kilómetros se iban sumando a nuestra particular resta y el coche consumió varías veces el depósito avisándonos de nuestra imparable marcha. Así de día -de noche es otra cantar- llegamos a Cádiz una mediodía. En la ciudad isleña disfrutamos por este orden, primero de las refrescantes cervecitas y frituras, de la freiduría Las Flores (tremenda, clase del hombre tirando las cañas, y comidos los señores por 30 euros). Después un paseo para relajarnos con la dorada cúpula de la catedral gaditana como fin de nuestros pasos, rebordeando la playa de La Victoria. Y por fin, esta última para limpiarse y refrescarse del paseo, y tomar unos baños en una de estas múltiples costas gaditanas, kilométricas, de blanca arena, fresca mar y durante nuestra visita, insignificante Levante.
Otro de esos destinos era la playa de El Palmar, entre Conil y Vejer de la Frontera. Ni conocía su existencia, pero ahora ya no conozco el descanso sin poder ir de vez en cuando a ella. Desconocida, un tanto inaccesible y en muchos aspectos casi virginal. También larga y ancha, de arena fina si es bañada por el Atlántico y dura y espesa si no lo es, debido a la mucha concha con la que fue “replantada” no hace demasiado tiempo. Pasarela de madera mediante, sin paseo, sin agua corriente, ni duchas ni chiringuitos en la propia costa, sólo arena, mar y Sol. Por un lado Conil pueblo es el punto de inicio, el final quizás el Cabo de Trafalgar. Siempre con ambiente, nunca llena. Adornada con los chalets y exclusivas casas de estilo Mediterráneo, una de ellas donde trabaja Ricardo, ya amigo e inseparable en las corredurías y nocturnidades varias; tio de Daniel, no sólo nos dio agua, cerveza, un café genial o nos prestó sombrilla, tumbonas y sillas... Nos animó, nos hizo reír, y juntos disfrutamos de ello, de todas sus ocurrencias y de las continúas cacerías empezadas y nunca acabadas. Su humor y amistad fue un regalo más en estas vacaciones y un aspecto a no desestimar y jamás olvidar.
El Sol, la brisa y el mar y tampoco la compañía de Ricardo eran los únicos alicientes de esta recóndita playa. Poseía un chiringuito/bar especializado en mojitos, cócteles y puestas de Sol para quitar el sentido. La decoración feng-shui invitaba al misticismo del ambiente, y la amalgama de sabores y olores a disfrutar de tantos brebajes y pociones para enervar los sentidos. La simpatía de camareros y camareras (sumemos también su belleza) fue otro gran descubrimiento, así como la sucesión de espectáculos, ya fueran traga-fuegos, malabaristas de estrellas, batutas y capoehiras mediante. Mojitos, daikiris, soberbios cafés o ya las más mundanas copas regaron las bocas secas e intentaron turbar sin piedad nuestros sentidos, pero ante tanta belleza, espiritualidad y trascendencia, quedaron en infructuosos intentos y jocosos comentarios.
Con olfato y gusto ocupados el vislumbrar el atardecer bajo en la playa era un regalo más imposible de cegarse en mi memoria. Sentarme en la arena y rodearte con mis brazos, para ver como moría un día, es algo que ya deseo hacer toda mi vida, de continúo, a la carrera. Estemos donde estemos, aunque con menos belleza paisajística, apoyaré mi cabeza sobre tu hombre, y mi rostro en el tuyo, para sin palabras decir que te amo, siendo el Sol el que escriba mis poemas, con fuego y azufre sobre el tapiz del horizonte.
Más playas albergaron nuestros días como Punta Paloma en Tarifa, donde a la ya cotidiana belleza gaditana del paisaje nos sumo la novedad de embadurnarse en barro, volviendo a aquellas funestas tardes de otoño y juegos infantiles. Conil también nos regalo momentos plenos de descanso y pasión por el día, igual que nos sumo fiesta y cansancio en la noche, dentro de un pequeño pueblo costero y pesquero en sus orígenes, pero ahora mudado al turismo cuidado y respetable con entorno, tradiciones, descansos y residentes. La fiesta, la noche, el ambiente es genial, y se podía vivir desde los botellones a ras de playa, hasta los tugurios de pachangueo del centro, enclavados en casas tradicionales, que con su patio interior daban ese toque pintoresco y a la vez “cool”, para ir terminando en las discotecas más puras donde re-escuchar una y otra vez, cada noche, los mismos temas musicales aburridos y convencionales. Por todas ellas viajamos, sólos o en compañía, puesto que por nuestra “morada” llegaron la amiga de Dani, que con su atropellada marcha nos asustó, para luego tranquilizarnos y por último maldecir el que no pudiera disfrutar más días. También pasaron la sofi y su prima, como tiene que ser, y también llego mi vida, mi amor, Mo cuishle…
Y Cádiz me enamoro. Lo hizo lentamente pero seguro. Aplicó sus armas más contundentes. Su playa, su clima, el calor de sus gentes, su ambiente, y utilizó la bala más preciada de su bello arsenal. Volveré, no una ni dos, muchísimas veces. Sueño hacerlo contigo Ana, pero si tengo que hacerlo solo me conformaré con acompañarme de tu recuerdo. Hasta pronto, Cái!!!
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