miércoles, 24 de diciembre de 2008

Cuento de Navidad


Los escaparates de las tiendas estaban repletos de artículos de regalo y llenos de luces de colores, la gente se movía como una gran masa uniforme; todo se veía caótico, todos parecían desplazarse como movidos por la misma fuerza y por el mismo deseo. Pero ella caminaba como perdida, contra corriente. Odiaba estas fechas y lo que significaban y por lo general la nostalgia la invadía tanto que no le apetecía ni salir de casa. La gente parecía feliz, todos parecían felices, contentos, invadidos por un espíritu que a ella no le pertenecía. Cuando consiguió salir de las calles principales atestadas de gente se dirigió hacia la misma cafetería de siempre, un local gris y aburrido donde solía leer el periódico los días que bajaba a la ciudad. Había quedado con Ana, una amiga de siempre a la que, por circunstancias de la vida, sólo podía ver por esas fechas. No intercambiaban regalos, sólo sonrisas y recuerdos que no habían podido compartir. Al entrar la vio al instante, ella aportaba la única nota de color a la habitación, estaba como siempre, con su abrigo negro de ante y una gran bufanda roja anudada alrededor de su cuello, sobre la mesa tenía un paquete de tabaco y una gran taza de café humeante. Sam se acercó hasta la mesa recuperando una expresión cálida que olvidaba el resto del año.

- Feliz Navidad, Ana –dijo mientras se sacaba el abrigo-.

- Sabes que conmigo no hacen falta esas formalidades, nena –sonrió- ¿Cómo estás?

- Bueno, como siempre, tirando. Podría decirse que he pasado por mejores épocas, pero intento disfrutar de lo que tengo –hizo una pausa- ¿Me pones un cortado, por favor? –añadió haciéndole un guiño al camarero- ¿Y tú qué tal? Parece mentira que no quedemos más...

- Yo, bueno, ya sabes... la vida de siempre, mi marido, los hijos, el trabajo. No hay cambios a la vista.

- Mmm... ¿Seguro? Te conozco Ana, te conozco. Hace un año no me decías eso, estabas contenta con tu vida, y no usabas ese tono de resignación que ahora usas ¿Qué ha pasado?

- Pueees... con Nacho las cosas... hace mucho tiempo que no funcionan. Sigo con él por inercia y en parte por mis hijos. Está liado con otra tía desde hace meses, él no me lo ha contado, pero ya sabes que tengo una habilidad especial para intuir esas cosas.

- ¡Oh! Cuánto lo siento... y qué hijo de puta, ya te lo decía yo, una persona que al empezar una relación ya tiene dudas no es de fiar, Ana, no es de fiar.

- No, no es eso... ya sabes, al principio todo parece funcionar hasta que aparecen los primeros problemas, y cuando todo empieza a torcerse la esperanza se encarga de que sigas adelante, y cuando la esperanza se marcha encuentras otros motivos, los hijos, tu familia, el dinero... aunque en el fondo sabes que sólo es porque tienes miedo de quedarte sola –murmuró agachando la cabeza y desviando la mirada hacia la mesa-.

- Tú nunca has sido de esas, de hecho creo que eres la mujer más fuerte y luchadora que conozco... ¿de verdad que no te has planteado dejarlo?

- Yo... con los años empecé a cambiar. Descubrí que tenía otros deseos, otras aspiraciones, que me gustaba llegar a casa, a mí casa, y encontrar lo mismo todos los días. Mi hijo y sus tonterías y lo monotemático de mi relación. Porque hoy por hoy ni tenemos sexo... no recuerdo cuando fue la última vez que nos acostamos, lo prometo. Pero aún así me siento arropada.

- En serio, me estás sorprendiendo... tú... tú no eras así. ¿No te das cuenta de que estás viviendo una mentira construida por ti misma?

- Sam, no me hables de mentiras. Tu vida está muerta desde mucho antes que la mía. ¿No lo ves? Desde hace años todo en ti es gris, tú eres gris. ¿Cuándo fue la última vez que te reíste de verdad?

Esas últimas palabras fueron un duro golpe para ella. Siempre tenía la estúpida manía de ver en la vida de los demás los errores, los problemas... y se olvidaba de la suya, de que probablemente hacía mucho tiempo que no vivía, se limitaba a sobrevivir. Un trabajo cutre, unas amistades mal mantenidas, alguna que otra relación esporádica y nada de luz. Ana tenía toda la razón del mundo: en algún momento de su vida ella se había detenido, había dejado de luchar y se había resignado a llevar una existencia mediocre y llana, convirtiéndose de esa manera en una persona mediocre, plana, de esas que nunca le habían gustado. Y ahora al escuchar las palabras tajantes de su amiga se daba cuenta y deseaba volver a tener veinte años, volver a tener sueños, ese empuje y esa fuerza que la hacía crear proyectos de debajo de las piedras, que le hacía sacar sonrisas sinceras en los momentos de tristeza. Y encajó el duro golpe, recordando que quizás la mayor lección que había aprendido de la vida es que las desgracias y el negativismo atraen desgracias y negativismo y que las sonrisas sólo atraen sonrisas y felicidad... pero entre el trabajo y su vida personal gris se había olvidado de que sabía sonreír.


PD: Y yo, como Sam, odio la Navidad (Encuéntrame el botón de la risa, por favor)

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