Mostrando entradas con la etiqueta recuperación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta recuperación. Mostrar todas las entradas

lunes, 19 de octubre de 2009

Creerse rico


Érase una vez un país que se creía rico. No tenía petróleo ni gas. Sus reservas minerales eran escasas y estaban casi agotadas. Su industria, mediocre y poco competitiva porque su mano de obra no era barata. Su agricultura dependía de un regadío deficitario de agua y gran consumidor de energía. Apenas tenía tecnología propia ni investigaba lo suficiente para conseguirla. Y sin embargo se creía rico.

También sus habitantes creían poder vivir a todo plan. Veían natural gozar de un alto nivel de vida, tener muchas prestaciones sociales, trabajar lo menos posible, cultivar el ocio como objetivo vital y tener la vida asegurada. Eran gentes que valoraban mucho sus derechos y se sentían poco comprometidas con sus deberes. Jamás se planteaban por qué vivían tan bien cuando la mayor parte del planeta pasaba calamidades.

Y lo curioso es que no siempre había sido así. Hacía cuarenta años era un lugar modesto, de gente con alpargatas, escasas libertades y aislado del mundo. Con un trabajo ímprobo, ilusión colectiva y afán por mejorar, se había convertido en un estado moderno, desarrollado y alto nivel de vida. Pero, sin saber por qué, había olvidado sus orígenes y la razón de su bienestar para pasar a creerse en la opulencia.

El país que se creía rico actuaba como si lo fuera. Se dotó de administraciones numerosas, con coches oficiales y asesores políticos hasta en el último pueblo. La población pedía cada vez más de las arcas públicas, sin considerar que el nivel de vida no es un derecho adquirido sino algo que hay que ganarse día a día. Parecía natural tener una sanidad de vanguardia, educación de títulos fáciles y escaso esfuerzo, mayores pensiones, protección de desempleo compatible con una economía sumergida, y servicios urbanos de primera. Pero ni siquiera los estados más ricos del mundo se permitían tales lujos.

Los países son como las familias: austeros, donde todos trabajan codo con codo, ingresan más que gastan y ahorran para los momentos difíciles; muy ricos, con cuantiosos patrimonios y rentas, que viven muy bien pero evitan el despilfarro para no verse algún día en la ruina; y los que se creen pudientes sin serlo, no tienen patrimonio, pero gastan mientras haya un banco que les preste. Cuando les cortan el crédito, se acabó. Nunca volverán los días dorados donde vivían opulentamente a cambio de nada.

El país que se creía rico había abusado del préstamo. Cualquier ciudadano conseguía un crédito, sin capacidad real de devolución, para adquirir viviendas, coches o bienes a un precio ficticio muy superior al valor real. Sus fabricantes se frotaban las manos por el dineral que ganaban vendiendo caro. Y pagaban bien a sus empleados que se sentían aun más ricos con buenos sueldos y viviendas costosas. El estado ingresaba mucho dinero de impuestos y regalaba más bienestar en prestaciones. Era una pescadilla que se mordía la cola y se cerraba en si misma dejando a todo el mundo satisfecho con su falsa riqueza.

Las grandes empresas también pedían dinero prestado para comprar otras compañías. No importaba un precio desproporcionado, total no había que poner ni un euro cuando todo era a costa del banco. Y así se sentían mucho más ricas. Remuneraban muy bien a sus ejecutivos, emprendían nuevas inversiones y se despreocupaban del riesgo que corrían.
Un día, los financieros de todo el mundo supieron que lo habían hecho muy mal y renunciaron a prestar. Realmente ya no les quedaba nada que dejar.

Y el país, que actuaba con la alegría de una familia modesta que dilapida los préstamos y disfruta como la cigarra, sin pensar que deberá devolverlos, se enteró una mañana del final del crédito. Tocaba apretarse el cinturón y afrontar la triste realidad de sus limitadas posibilidades.
Ya nadie podía comprar casas, apartamentos ni coches. Los fabricantes no vendían y despedían a sus empleados. La gente iba al paro y volvía la cabeza hacia el Estado pidiendo ayuda. Pero como no había ya negocios ni sueldos, tampoco se recaudaban impuestos. Ahora era Hacienda quien debía pedir préstamos.

El país que se creía rico quiere pensar que sufre una crisis pasajera. Una especie de gripe de la que pronto se levantará como si nada. Y la política, que odia disgustar al pueblo, habla de un mal general y transitorio con el que no hay que angustiarse porque, mientras dure, ahí está el Estado para mantener el nivel de vida y bienestar de sus ciudadanos.

Un día, alguien tendrá que decir que nada volverá a ser como antes, cuando todo era un falso espejismo. Que un país no puede vivir en plan rico, si no lo es, ni sus arcas públicas mantener un falso nivel de vida durante mucho tiempo. Y que le espera una larga y dura senda de trabajo, sacrificio y realismo hasta conseguir hacerse rico de verdad. Pero eso será otra historia que, por supuesto, tendrá un final feliz.

lunes, 14 de septiembre de 2009

¿Pasará la crisis como si nada?


Han pasado ya dos años desde que en agosto de 2007 se desatara la crisis financiera en Estados Unidos. Una crisis que de forma inmediata sacó a relucir los graves problemas por los que atravesaba no sólo la economía estadounidense sino también el resto de economías desarrolladas que en muy poco tiempo se vieron igualmente afectadas. Desde entonces, todas las economías industrializadas se han visto sumidas en recesiones más o menos profundas que han provocado importantes incrementos en los niveles de paro y en los déficits públicos, una fuerte caída en las recaudaciones de ingresos y, en algunos casos como el español, el desmoronamiento absoluto de todo un modelo de crecimiento económico.

Desde el primer día en el que emergiera esta crisis, los gobernantes y altos mandatarios de la economía mundial han dedicado sus esfuerzos a combatir las consecuencias y no las causas de la misma. Las muy mediatizadas reuniones de urgencia a las que asistieron una y otra vez, siempre con el objetivo declarado de reformar el sistema o de realizar los cambios oportunos para que otra crisis igual no volviese a tener lugar, no sirvieron sino para confirmar y consolidar las políticas que ya habían llevado a cabo desde el primer momento. Políticas que han tenido como objetivo mantener el sistema funcionando bajo las mismas reglas, y con independencia del coste social y económico asumido.

Así, en la lucha contra las consecuencias de la crisis ya en agosto de 2007 comenzaron las millonarias inyecciones de dólares y euros al sistema financiero. Se trataba de salvar de la quiebra a innumerables entidades financieras, a las que además se dio otro tipo de facilidades económicas para que, en definitiva, pudieran mantener sus negocios a salvo. En otros casos incluso los gobiernos se hicieron cargo de la totalidad de las pérdidas mediante la nacionalización de las entidades.

Sin embargo, ¿dónde están los cambios anunciados para combatir las causas de la crisis? En ninguna parte. La reforma del capitalismo, tal y como lo anunció en su día el presidente francés N. Sarkozy, ha terminado por no llegar, y las condiciones de base no han sido modificadas un ápice. El sistema económico sigue padeciendo hoy los mismos problemas que le llevaron a la crisis: desregulación financiera, descontrol absoluto de la ingeniería financiera y predominancia de la actividad financiera sobre la actividad productiva, creación ingente y desproporcionada de dinero bancario, altos niveles de desigualdad, etc.

De momento parece que los gobernantes mundiales han conseguido taponar la herida, y algunas de las economías desarrolladas están recientemente comenzando a recuperar la actividad económica. Sin embargo, la hemorragia continua y no se está haciendo nada por evitar que en algún momento la situación económica vuelva a empeorar y con mucha mayor gravedad.

En las actuales circunstancias no es la crisis lo que habrá sido temporal, sino precisamente su presunta recuperación. De hecho, la situación ahora mismo es realmente precaria e inestable. Los balances de las entidades financieras no están mostrando el verdadero estado de las mismas, y muchas están sobreviviendo gracias a las ayudas económicas que les ofrecen los gobiernos o incluso a mentiras y ocultaciones contables. A su vez, los gobiernos han incurrido en millonarios gastos que merman el estado de las arcas públicas y que tendrán que ser compensados de alguna forma. La subida de impuestos generalizada es inminente, pero mientras no se modifique la regulación actual este coste recaerá una vez más en las clases más desfavorecidas. Además, el paro y el deterioro de las condiciones laborales continua haciendo estragos en una sociedad cada vez más desigual.

Si no se toman decisiones de raiz e inmediatas, lo que equivales a decir, justas y capaces de frenar el inmenso poder y la avaricia de las clases oligárquicas, la crisis volverá con mucha mayor fuerza. Que a nadie le quepa la más pequeña duda sobre eso.

Hay que esclavizar al sistema bancario financiero para que la economía pueda estar al servicio de los seres humanos para lo cual es requisito imprescindible modificar toda la reglamentación actual. Es necesario abolir los paraísos fiscales, pero también es urgente introducir nuevas y duras normas sobre las operaciones especulativas realizadas mediante la ingeniería financiera, así como imponer también nuevos e importantes límites al privilegio de creación de dinero que tienen los bancos. De la misma forma, es necesario reformular el modelo de desarrollo económico, haciéndolo compatible con las exigencias cada vez más evidentes del medio ambiente y promoviendo una pauta de reparto mucho más equilibrada y justa para que todas las clases sociales sean igualmente beneficiarias del crecimiento económico logrado.

¿Es posible esperar estos cambios que aquí formulamos someramente? Probablemente no, y es que somos conscientes de que ningún gobernante se ha atrevido aún a denunciar claramente a los verdaderos responsables de esta situación actual. Los gobiernos quieren hacer creer que la crisis ha sido un evento accidental y que no ha tenido relación alguna con la configuración actual del sistema económico, y es por eso por lo que no han tenido la valentía de señalar a los verdaderos responsables y a sus cómplices. Estos no han sido ni los Madoff y compañía, los sujetos e instituciones que aprovechan cualquier marco legal para enriquecerse haciendo trampas, sino las entidades financieras, los bancos centrales y los gobiernos que han configurado la economía mundial como un gran escenario donde hacer trampa está permitido y premiado.

Por lo tanto, es ahora más urgente que nunca que la izquierda y los movimientos populares se reorganicen y preparen para enfrentar tiempos mucho más difíciles. Son los desfavorecidos quienes tienen la capacidad de cambiar el rumbo de esta sociedad, que si no cambia de rumbo irá directamente el desastre, y sólo pueden hacerlo sabiendo responder con contundencia y firmeza a los atrevimientos y ataques de los poderosos y sus representantes en las altas esferas políticas y económicas. De lo contrario estaremos abocados a una situación mucho más dramática para millones de personas, aquellas que nunca son tenidas en cuenta por quienes manejan el mundo económico y político.

Vale la pena intentarlo. Es más, es un imperativo moral irrenunciable para cualquier ser humano honesto y responsable.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...