Hoy,
lunes santo, España
ya está sumergida en Semana Santa.
Las procesiones ya se suceden, sean en las calles en las que no entra
en la memoria histórica, o en las autovías, andenes o terminales
aeroportuarias.
No
dudo de que haya personas, católicas, cristianas, que lleguen a esta
semana con ganas de vivir el fervor religioso, en proceso de
recogimiento, introspección y propósito de enmienda en su vida
diaria. Vamos, ser mejor persona, con los otros y con el mundo.
Acaso, ¿no era ese el sentido del sacrificio de Jesucristo en la
cruz?
Otros
incluso puede que disfruten, les interese y guste el acto cultural de
la Semana
Santa en España,
con sus diferencias en sentimiento, escenografía y carácter
dependiendo de las zonas de esta vejada piel de toro. Mantillas,
capirotes, cirios, incienso, pero también alcohol y droga correrán
estos días por nuestras nunca laicas calles, y las fotos de
procesiones se compartirán sin filtro por redes sociales y sistemas
de mensajería instantánea.
Por
ahí también vendrán las imágenes de quienes marcan la fecha de
hoy en el calendario como lanzamiento a unas vacaciones primaverales.
Una huida de la gran ciudad y la pesada rutina, hacia playas y
montañas que se convierten en esa gran ciudad y esa misma pesada
rutina, atestadas de un turismo
sin control,
ni ordenación que supone otra grave tara del capitalismo
ultraliberal que vivimos. También
los pueblos recibirán gente por unos días. Bien descendientes de
antiguos moradores, bien amantes del turismo rural, será un poco de
vida durante unos pocos días para millones de hectáreas físicas y
millones de vetas de patrimonio que languidecen el resto de días en
el más despreciable olvido de urbanitas,
políticos y medios
del capital.
Los
turistas podrán llevarse
a los niños desde el primer momento, puesto que el sistema educativo
prima sobrecargar horas lectivas en un mismo día (de hasta cinco o
seis dependiendo de la edad, más dos o tres de actividades
extraescolares) y quitar jornadas lectivas, llevando las vacaciones
de semana santa, que en mi época eran de nueve o diez días, a más
de dieciocho en esta ocasión, sin
contar
con el festivo de turno que otorgue la liberal autonomía de cada
uno. Todo sea por facilitar la conciliación familiar, sin trastocar
las reducciones de jornada laboral, es decir, sin trastocar las
ganancias del empresauriado.
Por
último, otros millones (es
más la mayoría de la población)
sufrirán las consecuencias de esta semana de excelencia y la
sobrellevarán con mejor o peor ánimo, tratando de convivir con la
campaña
electoral.
Ver
telediarios, escuchar radios, leer periódicos en papel o por
internet, o tratar de interactuar
por redes sociales está resultando ser una verdadera penitencia.
Mira que tiene problemas #Españistan
para plantear debates serios con propuestas -de distinto signo
político- y tratar de convencer al votante de la idoneidad de la
candidatura para articular un proyecto que mejore la vida de la
gente. Sin embargo, y no es la primera vez, la campaña electoral
duplica la dosis de fango e insidias de la política convencional y
convertido todo en marketing
resulta bochornoso y nauseabundo hasta donde han llevado los
políticos profesionales, lo que antiguamente era el arte de la
oratoria y la noble motivación política de participación.
Gracias
a la moción de censura no habrá banderas a media asta por la muerte
de Cristo, como el corrupto e inmoral gobierno del PP nos imponía.
El mismo partido
que lidero
la Europa de los recortes y la injusticia social, el empobrecimiento
de niños y ancianos. Católicas
políticas
basada en oprimir a los ya oprimidos para goce de los opresores.
Las
conexiones en directo con procesiones o playas apestadas de gente
servirán de perfecta tapadera a las cloacas
del estado
que están supurando hedor como nunca hubiéramos imaginado.
Un
guión que en House
of Cards,
nos hubiera parecido fantasioso y espeluznante se ha deslizado con
puntual precisión
todos estos años para atacar, para dañar
a un rival político,
que con fuerza irrumpía en el escenario parlamentario.
Que
esas fuerzas armadas y judiciales que jamás hicieron una transición
desde la dictadura fascista a la democracia, más medios de
comunicación, partidos, nobleza, clero y alta burguesía urdieran
una trama para lanzar
bulos y noticias falsas contra un partido como Podemos
-que nunca ha discutido el sistema capitalismo, sino si unos pocos
privilegios de las élites- es aterrador. Da que pensar que harían
si resultará que un partido -o sindicato- de base, asambleario y que
planteará la propiedad de los medios de producción o una mayor
justicia social, adquiriera con fuerza el impulso revolucionario para
llevarlo a cabo. Es
evidente que el
fantasma del golpismo y la guerra civil no se ha apagado.
Es
asqueroso como los partidos, medios y élites que si se han
beneficiado del Watergate
español, callan, miran para otro lado y pasan de puntillas entre
mítines en pabellones semi vacíos. El olor a mierda espanta incluso
a los pocos correligionarios que van quedando, y los que quedan y
aparecen, me parecen de poco fiar porque no tienen ni siquiera la
vergüenza torera de esconderse.
Hoy
seguimos sufriendo lanceados y flagelados por eléctricas y bancos.
Alquilar, o comprar, una casa es un disparate, con unos precios
inflados hasta lo absurdo. Los suministros -electricidad, agua, gas y
telecomunicaciones- siguen con los precios más altos de Europa,
mientras unas míseras subidas en salario mínimo o pensiones se
ponen en discusión por una derecha fascista y elitista que se
muestra sin vergüenza.
Mientras
las calles se llenarán de -supuesto- fervor religioso, millones de
conciudadanos, vecinos, hombres
y mujeres sufren en situaciones delicadísimas de pobreza,
con un paro endémico, a punto de ser desahuciados, al borde de la
exclusión
social,
de la depresión, incluso del suicidio. Quizás deberíamos también
pensar en ellos, en esas situaciones, que no son fruto del azar o de
no haberse esforzado tanto como el neoliberalismo quiere hacernos
creer. La
desigualdad social no es fruto exclusivo del esfuerzo y el trabajo,
ni mucho menos.
Al contrario son yugos y cadenas puestos por quienes detentan el
poder por los siglos de los siglos frente a los que han formado las
levas desde el principio de los tiempos. Es por eso, que en cuanto
llegan al poder, la ultra derecha y la derecha liberal que te dice
que eres libre para esforzarte al máximo, emprender y conseguir tu
mejora social, lo
primero que hacen, es eliminar el impuesto de sucesiones y el
impuesto de patrimonio.
Son así de hipócritas. Y con esa falsa y cínica sonrisa los ves al
frente de pasos y comitivas en procesión.
La
Iglesia católica española es punta de lanza en defensa permanencia
del dictador fascista Franco en su mausoleo construido por el trabajo
esclavo de decenas de miles de represaliados y presos de guerra. A su
vez, mira para otro lado, cuando no dificulta sin disimulo, los
procesos de exhumación e identificación
de las fosas comunes que no sólo se encuentran en cunetas de
carreteras comarcales, sino en muchos cementerios cuya titularidad (o
cuando menos gestión)
les pertenece. Saben que más allá de dar sepultura a los muertos y
descanso a sus familiares, se trata en esencia de judicializar
el franquismo,
saber qué paso, por qué, dónde, cuándo, cómo y quién. De
poner negro sobre blanco para que todos lo sepan y poder crecer como
país, que la iglesia y muchas familias se beneficiaron, se lucraron
con la masacre de otros españoles. Robaron sus pertenencias, su
trabajo, su vida y todavía hoy 80
años terminada la Guerra Civil
disfrutan de su poder e influencia conseguida con la usurpación de
la dignidad de las clases trabajadoras y de la revolución que éste
país todavía tiene pendiente.
A mi, como ateo, tengo que decir que siempre me gustó desde que me la
explicaron la parábola en que Jesús, lleno del muy pecado capital
de la ira, vacío
el templo de fariseos y mercaderes.
Me parece la enseñanza que recoge la Biblia más decisiva y útil en
los tiempos que corren. Sacar de nuestras vidas a los mentirosos, a
los vividores, a los corruptos y a quienes han demostrado por actos u
omisión su hipocresía, su falta de valentía. Echar de nuestras
instituciones, incluso de los propios partidos o de los medios, a los
profesionales que rinden pleitesía y servicio al diabólico poder
por el vil dinero. Limpiar nuestras casas, desde el palacio real,
hasta el último ay-untamiento, para que así podamos creer en
nuestro país y en nosotros mismos.
Construir
una convivencia en la que el respeto, la mesura, el
bien común
y la
dignidad de la gente
sean las columnas que levanten la casa hacia el cielo debe de ser
nuestro propósito de enmienda como país y sociedad, y como ya he
dicho, tenemos la oportunidad de hacerlo. Aprovechemos este tiempo
entre pasos y saetas, paellas y mojitos, torrijas y buñuelos, para
reflexionar
sobre cómo podemos transformar #Españistan, en España.
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