Alonso en el último GP, el pasado domingo, en Spa Francorchamps
Hay
una suerte de prejuicio, dicho popular o consigna frente al
“catetismo” que viene a afirmar que para desmitificar ese espacio
geográfico llamado España, con todo lo que supone a nivel social y
cultural, es conveniente comenzar a viajar por el extranjero. Si se
hace además, durante intervalos amplios mejor que mejor. Pues bien,
para el tema que me ocupo en esta ocasión, tampoco está de más leer
prensa extranjera
(que para eso si es útil google
translate)
o ver y escuchar las retransmisiones deportivas de las carreras que
se hacen en otros países.
En
un país sin ningún tipo de tradición en el seguimiento de la
Fórmula
1
surgió una estrella hace 15 años que iluminó con su presencia todo
el panorama deportivo patrio. Un
nuevo Quijote,
un pionero más en eso de traer otras costumbres, otras prácticas y
ampliar los horizontes acostumbrados a ser más bien cortos e
introvertidos.
Aparecía
un joven asturiano sonriente y con aires de seguridad al que le
acompañaban no pocas loas del periodismo especializado por su
desbordante
talento,
su
capacidad de aprendizaje
y su
ambición sin límites.
Ingredientes todos ellos que han cocinado una suerte de deportistas
que han traído éxitos multi disciplinares a nuestro deporte. La
famosa “Edad
de oro del Deporte español”
de cuyo lado más perverso hablaba ayer.
Era
Fernando
Alonso
y en aquel momento iniciaba una carrera deportiva que atraía la
atención de la prensa tanto generalista como deportiva, por lo que
ya se vislumbraba el fenómeno
social.
Aquellos primeros pasos eran pausados y conscientes en quemar etapas
en un mundo, la Fórmula
1,
donde los contactos eran importantes pero el dinero lo es todo.
Así
de la mano de Flavio
Briatore,
Alonso y su equipo personal junto a su familia asaltaba el status
quo
de una competición abocada al aburrimiento por la dictadura férrea
del Ferrari
de Michael Schumacher.
Parecía que nadie podía aplacar la tiranía del Kaiser,
pero un casi imberbe asturiano montado en un coche prometedor, pero
no ganador como era aquel precioso Renault, en tan sólo tres años,
era capaz de primero llegar al podio. Luego ganar una carrera. Y
luego ya en 2005 ganar su primer título de Campeón
del Mundo de Fórmula 1,
logro que replicaría al siguiente año.
Pero
el cuento de hadas torno en pesadilla. En un doloroso penar por las
temporadas, los circuitos y las gorras de los equipos.
Como
doble Campeón del Mundo, Alonso llegaba a McClaren
en 2007. Todo parecía indicar que asomaba la época tiránica de
Alonso, subido a las flechas
plateadas
que eran el equipo con el coche más dominante en aquel momento. Lo
que sucedió después, todos lo sabemos, todos lo recordamos
amargamente. McClaren
y la FIA,
trataban de allanar el camino del compañero de Alonso, un debutante
inglés llamado Lewis
Hamilton.
La relación entre ambos era competitiva y explosiva. El espectáculo
era tremendo y la polémica incendiaria porque el inglés dejaba
notas de su gran calidad y también fallos propios de su edad, y
Alonso se sobreponía a todas las zancadillas con exhibiciones y
genialidades
memorables como el fantástico Gran
Premio de Europa en Nürburgring
(para mi la mejor carrera de todos los tiempos), o en Hungría. Los
lances de carrera hicieron que la superioridad manifiesta de los
McClaren se disipará y los títulos fueran a parar a Ferrari,
tras el famoso affaire del caso
de espionaje,
del que nunca se ha sabido a ciencia cierta el papel que jugó
nuestro protagonista.
Aún
con todo, acabado el año, Alonso tuvo las puertas para continuar en
McClaren en un coche, que insisto era claramente el mejor (de hecho,
al año siguiente Hamilton salió Campeón del Mundo). También fue
tentado por Red
Bull
que trabajaba en un proyecto ganador y que años después amargó la
estantería de trofeos del asturiano.
Y
es que la parrilla, los directores técnicos, ingenieros, los medios
especializados y los grandes aficionados coincidían, sin atender a
banderas, que no había un piloto como Fernando. Por talento,
carisma
y aura
de leyenda del indomable
a imagen y semejanza del gran
Senna
del que se siempre se ha declarado admirador.
Pero
Alonso
a la espera del hueco en Ferrari eligió Renault.
Un equipo ya en franca retirada, y casi sin competitividad pero que
aún así nos dejó, tremendas actuaciones exprimiendo un coche que
sería el quinto o sexto de la parrilla y con el que incluso llegó a
ganar carreras (Singapur,
primer Gran Premio nocturno en la historia
con el “affaire” Nelsinho Piquet; y en Japón).
Aquel
hueco en Ferrari llegó en 2010 cuando ya era evidente la llegada del Red
Bull de Vettel y sobretodo Adrian Newey
para construir uno de los coches más brillantes y competitivos de la
historia. Que Alonso consiguiera llegar durante dos temporadas a la
última carrera con opciones de victoria en el Campeonato
del Mundo
es un hecho que prueba la competitividad y habilidad del asturiano
para sacar todo el jugo a lo que dispone. Mientras los medios
británicos, absolutos expertos en automovilismo, destacaban el
trabajo de Alonso y los tiffossi
italianos disfrutaban con su talento, la relación entre piloto y
directiva de los de Maranello
se deterioraba, volviéndose insostenible en 2014 cuando las apuestas
técnicas en aquel coche se mostraron horrendamente ineficaces, y los
errores en estrategia y planificación de carrera habían dilapidado
varias carreras, algunas decisivas, para nuestro piloto.
Así,
Alonso, se volvía a ver en la tesitura de elegir una vez más un
volante para competir, ya con clara intención de estar en la disputa
del Mundial
de Pilotos.
Y que apareciera McClaren
con Honda
como motorista, rememorando la relación que ambos llevaron junto a
Senna para ser dominadores del Mundial hace 25 años era un caramelo
demasiado tentador.
Pero
aquel caramelo ha sido un amargo veneno que ha matado las
expectativas de Alonso, pero sobretodo de un público que se ha
cansado o se toma a guasa esas “pretemporadas
ilusionantes”
o “ese
coche tan competitivo en octubre”
o “esas
mejoras que vienen”.
Honda no ha sabido propulsar el buen coche de McClaren y Alonso, no
ha podido competir en ninguna carrera con la parte alta pese a dejar
exhibiciones de pilotaje que le han hecho merecedor el apelativo del
Mejor
piloto con el peor coche de la historia.
Con un coche que es claramente el peor de toda la
parrilla, sin velocidad, y lo peor de todo sin fiabilidad, tras tres
años de fallos y pruebas erradas.
Y
aquí vuelvo al principio donde digo que leo y escucho alguna
retransmisión en inglés, donde los locutores y los comentaristas
como Brandle, Eddie Jordan, Coulthard o Hill coinciden en aplaudir el
tesón y talento de Alonso que consigue llegar a los puntos cuando
acaba la carrera con un coche lamentable que además duele en el
corazón británico por todo lo que McClaren representa para ellos.
Pasado
el ecuador de la presente temporada el
trío amoroso entre McClaren, Honda y Alonso está roto.
O bien el proveedor de motores, o bien el piloto, saldrán de la relación. En
ambos casos el futuro inmediato no parece halagüeño para el
asturiano, puesto que en caso de continuar en Woking se empezará de
0 con un nuevo motor, ya sea Renault o una versión siempre anticuada
de Mercedes, que exigirá un replanteamiento del coche. Y saltar otra
vez de escudería para llevar otra gorra, se antoja también difícil
para conseguir pelear por el Mundial en un plazo corto, ya que los
principales equipos están cerrados.
La
realidad se torna dura y no sé si Fernando
Alonso
acabará ganando su
tercer mundial
algún día y poder retirarse alcanzando a su
gran ídolo Ayrton Senna.
Desde luego nada me gustaría más. Sería una vuelta a Itaca
en la que nuestro Ulises
en monoplaza volvería a la senda del éxito, ya remoto, alejado,
casi olvidado y cuya trascendencia ya hemos visto esta en entredicho.
Un final magnífico para un viaje épico cargado de tragedia, también
de comedia y por supuesto de diversión.
Que
Fernando
Alonso es el mejor piloto, por talento, de la parrilla actual es
indiscutible.
Que es capaz de exprimir sus coches y sacarles hasta la última gota
de rendimiento, nadie lo duda. Uno de los mejores de la historia, sin
lugar a dudas. Pero que en ocasiones ha tomado decisiones deportivas
que con el paso del tiempo se han demostrado como erróneas, bien por la
explosión de otros competidores, bien por boicoteos propios o ajenos, o bien porque desprende un gafe,
también parece evidente.
Pero
lo más certero de todo es que tras inocular el veneno de la
pasión por la Fórmula 1 en España,
personaje y persona, son carne del tradicional maniqueísmo
patrio.
Las
dos Españas,
vuelven a aparecer como Anti-Alonsistas o Alonsistas, como quien
menosprecia y minusvalora el legado e influencia del piloto
asturiano, y quienes lo exacerbamos y quizás también disculpamos
sin critica algunas de las cosas que le suceden, que además tratamos
como afrenta nacional.
Es
difícil que este país que con la misma facilidad sube al pedestal a
alguien, para luego derribarlo en medio de un tumultuoso
apedreamiento podamos sacar una imagen razonada y sosegada de Alonso,
que no generé un debate visceral. Parece complicado que muchos
aficionados, afincados en una u otra vertiente sentimental con
respecto a su trabajo, talento y legado, consideremos a Alonso como
lo que es, un
excelente piloto de Formula 1,
y que nos ha hecho disfrutar, y también cabrearnos, durante un buen
número de años. Un mismo disfrute que parece es la última causa de
la supervivencia de Alonso en el "Circo
de la Fórmula 1".
Si
sigue, es para divertirse, pasárselo bien, competir, intentar luchar
por ese tercer título mundial... y los aficionados, al deporte, a la
Fórmula 1 o a Fernando
Alonso,
en exclusiva, deberíamos acompañarle, también disfrutando y
saboreando lo que van a ser los últimos años en la élite de un
piloto que trasciende
por talento e incidencia,
habiendo otorgado al sentir polideportivo y cultural de este país,
una pasión, a veces desmedida, por el automovilismo.
Épica imagen tras el abandono del año pasado en Brasil
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