Fernando
Macarro Castillo nació en 1920 en la pequeña aldea de Alconada en
la provincia de Salamanca, pasando su infancia en el cercano pueblo
de Ventosa del Rio Almar, para más tarde marchar con sus padres y hermanos
a Madrid huyendo del hambre.
Fue
allí, concretamente en Alcala de Henares donde entró en las
Juventudes Socialistas y allí ir ganando importancia en la
militancia, pese a dedicar su jornada a su trabajo en una tienda para
poder ayudar a su familia, y a sus escasos estudios abandonados ya
hace unos años. Al mismo tiempo dejo de lado la religión, lo que le
provocó no pocos enfrentamientos con sus padres, pero como el mismo
dijo mucho después: “Abandone la religión, gracias a Dios”.
Al
estallar la Guerra Civil, tras el alzamiento fascista, se incorporó
al ejército republicano, bajo el batallón “Libertad”
perteneciente a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) de
talante comunista. Como aún era menor de edad fue expulsado del
batallón pero siguió en la resistencia como Secretario de
organización en la zona de Alcala, ya habiéndose afiliado al
Partido Comunista de España.
En
los primeros días de contienda vivió la muerte de su padre por los
bombardeos de la Lutwaffe y la fuerza áerea fascista de Mussolini,
tras salir esté de casa a buscar carbón para calentar el hogar.
Macarro
fue ganando importancia en el partido dentro del contexto de guerra
convirtiéndose en comisario político y más tarde instructor
político de la juventud en la 8ª División del Ejército del
Centro.
Antes
del cerco a la capital huyo con la cúpula del Frente Popular a
Valencia para más tarde tratar, junto con su hermano de salir de la
España Republicana derrotada por Alicante, bajo el rumor de que allí
partían barcos franceses y británicos que sacaban a los refugiados.
No
fue así por el inhumano bloqueo del puerto realizado por la
capitanía marítima franquista y fue capturado por tropas italianas
que lo llevaron al campo de concentración de Los Almendros.
Pero
la pericia e inteligencia le sirvieron para escapar haciéndose pasar
por un muchacho más joven. Así volvió a Madrid y comenzó a
organizar un conato de resistencia en la capital, que fracaso tras
ser delatado por un confidente de la policía, amigo suyo de juventud
y militancia y que el propio poeta relataba “que cayo bajo la
verdad de la tortura”.
Aquí
empezó el verdadero calvario de un Fernando Macarro, que paso por
las peores cárceles de la dictadura, como la de Porlier, donde
murieron miles de represaliados franquistas, entre ellos Miguel
Hernández con quien coincidió, para luego ser llevado al penal de
Ocaña. Pasó por la Dirección General de Seguridad en la Puerta del
Sol de Madrid donde se llevaba a cabo la limpieza, tortura y
genocidio sobra toda idea libertaria y de izquierdas y sobre las
personas que la llevaban a cabo. Más tarde al penal para presos
políticos de Burgos, donde organizo el estado dentro del estado, la
resistencia ideológica y moral de la libertad en la España
franquista.
En
aquella, como años después, definiría “Universidad de
cuadros”, organizo junto a sus compañeros la acción política
en la clandestinidad, conectando con el estado oficial en Mexico y
sobretodo con el oficialista de París, de clara conciencia comunista
y liderado por Rafael Alberti y María Teresa León.
Así
con las ayudas exteriores fueron entrando los libros prohibidos, las
noticias sobre la victoria de la Unión Soviética sobre el ejército
nazi o del desembarco aliado en la Bretaña, recogido con la
esperanza de que no frenarán tampoco en su impulso por derrotar el
fascismo parando en los Pirineos. Dentro de la prisión de Burgos
organizaron sistemas de apoyo entre presos y familas, conseguían
pasar medicinas y alimentos para compartirlos en el penal;
desarrollaban iniciativas culturales y deportivas. Prepararon una
pequeña escuela para enseñar a leer, escribir, aritmética básica
y filosofía a los presos, así como no, desarrollar una actividad
política sin parangon, creando publicaciones que incluso llegaban a
otros penales del estado e incluso fuera del país.
Era
la década de 1950 y a mediados de la misma, recibió en un tubo
dentífrico un mensaje de Alberti y León: “Fernando, cuéntanos
como es tu vida. Cómo es la prisión”. Esto cambió la vida de nuestro protagonista.
De
esa forma fue como Macarro comenzó a escribir. Tenía que sacarlo
todo y lo hizo a través de la poesía. El día a día, las penurias
del sufrimiento. Las pequeñas ventanas “franjeadas” por
barrotes que dejaban ver escasa realidad. Relataba “las sacas”
que era como los prisioneros llamaban a las rondas de fusilamientos,
detallando su liturgia. Pero también documentó como era la relación
entre compañeros, el trabajo realizado, las pequeñas victorias
sobre el enemigo gris cuando se producían las sonrisas de los
compañeros. Y relato su vida.
Marcos
Ana, tomo el nombre de su padres como seudónimo, mientras su
literatura se publicaba en forma de libro en París, Londres y latino
América y ganaba admiración y respeto, lo que llevo a iniciarse una
campaña internacional masiva para exigir su puesta en libertad.
Libertad
que llego en 1962 bajo la primera Amnistía del gobierno franquista
(amnistía que sólo supuso para él la libertad y la condenación de
penas de muerte de muchos de los presos). A partir de ese momento y
de salir clandestinamente como refugiado y pedir asilo político en
Francia, Marcos Ana inició una activa campaña para denunciar y dar
a conocer la situación en España, especialmente en las cárceles
franquistas, el genocidio producido sobre la población y la
situación de los presos políticos.
En
aquellos años del tardo-franquismo viajo por toda Europa,
especialmente los países nórdicos. Fue recibido por jefes de Estado
y habló ante distintos Parlamentos; fundó en París un Centro de
información y solidaridad con España, y también por África y
Estados Unidos dando conferencias en las Facultades de Humanidades
más importantes del país. Y fue a latino América y allí se
convirtió en un acontecimiento mediático.
Pónganse
en situación: Un continente que por todos sus países y rincones se
alzaba con una voz indígena, de libertad y socialismo frente a la
opresión y agresión del jefe del Norte. Y llega un poeta,
represaliado y torturado por el fascismo en Europa a contar como ha
sido su vida, la de sus compañeros. El sueño de una república
socialista, laica donde la igualdad deseaba ser efectiva y la
libertad una seguridad. México, Cuba, Venezuela, Ecuador, Perú,
Uruguay, Brasil, Argentina y Chile. Especialmente el Chile de
Allende. Y el Chile de su gran amigo Pablo Neruda, con quien tenía
una relación de ferviente amistad cimentada en el respeto y
admiración mutuos.
Su
lucha por las libertades y su compromiso para denunciar las
atrocidades continuas que se sufrían bajo la dictadura franquista
eran parte de su compromiso. Compromiso adquirido el último día en
el penal de Burgos cuando me dijeron entre abrazos: ‘No nos
olvides’. Viví para ellos durante muchos años”.
Tras la
muerte del dictador volvió a España, y denuncio con vehemencia la
farsa que suponía la Transición pactada por el genocida y las
élites
Y
hoy no ha parado su compromiso. Con 95 años, sigue lúcido,
comprometido y vehemente defendiendo un estado más digno. Más
libertad, más solidaridad. Un país y también un mundo con más
poesía, con más asertividad y sobretodo con más memoria: “No
puede quedar bajo siete candados lo que aquello representó”.
Ahora
os dejo con unos extractos de su obra, de sus memorias, "Decidme
como es un árbol", libro que debe ser de obligada lectura,
comprensión y reflexión para cualquier ser humano. Un mandato de
libertad, autonomía y lucha. De solidaridad, compromiso y
coherencia. Y una obra de belleza, pasión y dolor.
DECIDME CÓMO ES UN
ÁRBOL
Marcos Ana
Decidme cómo es un
árbol.
Decidme el canto del
río
cuando se cubre de
pájaros.
Habladme del mar,
habladme
del olor ancho del
campo,
de las estrellas, del
aire
(del poema LA VIDA,
prisión de Burgos, 1960)
En todos los países
que después visitaría en mi gira por el mundo, incluso en los más
desarrollados, siempre descubrí el rostro desesperado de la pobreza
más extrema, bolsas inmensas de miseria, el contraste brutal entre
una riqueza insultante y la depauperación y el hambre más
indignantes.
En la prisión sólo
en sueños volvía a la libertad, a los recuerdos perdidos. Tenía
esa facilidad, casi era un profesor de sueños. Pero cuando llevaba
ya veintiuno o veintidós años encarcelado, observé con desaliento
que esos recuerdos se iban desdibujando y poco a poco desaparecían
de mis sueños, hasta que la cárcel se impuso como única
protagonista, en la noche y en el día de mi cautiverio.
LA VIDA
Decidme cómo es un
árbol.
Decidme el canto del
río
cuando se cubre de
pájaros.
Habladme del mar,
habladme
del olor ancho del
campo,
de las estrellas, del
aire.
Recitadme un horizonte
sin cerradura y sin
llaves,
como la choza de un
pobre.
Decidme cómo es el
beso
de una mujer. Dadme el
nombre
del amor, no lo
recuerdo.
¿Aún las noches se
perfuman
de enamorados con
tiemblos
de pasión bajo la
luna?
¿O sólo queda esta
fosa,
la luz de una
cerradura
y la canción de mis
losas?
Veintidós años... Ya
olvido
la dimensión de las
cosas,
su color, su aroma...
Escribo
a tientas: "el
mar", "el campo"...
Digo "bosque"
y he perdido
la geometría del
árbol
Hablo, por hablar, de
asuntos
que los años me
borraron
(no puedo seguir,
escucho
los pasos del
funcionario)
Al descubrir la
maravilla del amor tuve la dolorosa conciencia de todo lo que me
habían arrebatado en esos 23 años de mi juventud.
Mi drama personal y el
drama colectivo de España se produjo como consecuencia de la Guerra
Civil. Una guerra que no queríamos. Que no necesitábamos. El Frente
Popular acababa de ganar las elecciones el 16 de febrero de 1936 y se
abrió una perspectiva de progreso político y social para España.
No, no necesitábamos aquella guerra, nos fue impuesta por los
sectores más reaccionarios del gran capital, por los señores de la
banca y de la tierra que, alarmados por el ascenso de las fuerzas
populares, recurrieron a los cuarteles para cerrar a sangre y fuego
el proceso pacífico y democrático abierto en nuestro país.
Al terminar la guerra,
en marzo de 1939, después de la traición de la Junta de Casado y
antes de que las tropas franquistas entrasen en Madrid, se extendió
la noticia, a través de las respectivas organizaciones, de que los
camaradas con responsabilidades políticas se dirigieran a los
puertos de Valencia y Alicante, a donde llegarían barcos ingleses y
franceses para recogernos.
Salí de Madrid en una
coche con mi hermano y otros tres compañeros, y no con pocas
dificultades en el trayecto, pues ya había falangistas alzados en
algunos pueblos, llegamos a Alicante el 28 de marzo. Nos dirigimos al
puerto donde había un gran griterío. Un barco acababa de zarpar, se
le veía a unos trescientos metros y cientos de personas gritaban
desesperadas en el muelle para que volviera. Algunos se tiraron al
agua para tratar de alcanzarlo sin conseguirlo, más de uno se ahogó
en el intento.
Se trataba del
Stanbroock, un viejo barco carbonero inglés, comandado por el
intrépido capitán Dickson, que se atrevió a burlar el bloqueo de
la escuadra franquista para acudir en auxilio de los demócratas
españoles. Una decisión de valerosa dignidad que debiera ser más
reconocida. Fue el último barco que salió de España, hundida su
línea de flotación, con 2.638 pasajeros a bordo. Pocas horas antes
había zarpado el Marítima con un pasaje previamente
convenido de no más de treinta personas.
El campo era largo y
estrecho y se extendía al costado de una carretera. Allí nos fueron
hacinando, aunque era muy espacioso en relación con lo que nos iba a
tocar vivir poco después. Por lo menos el hambre lo aplacamos con el
fruto de los almendros. Primero nos comimos la almendra, al día
siguiente, buscábamos las cáscaras ásperas y verdes que habíamos
tirado el día anterior y, por último, nos engullimos lo que
restaba: las pequeñas flores blancas, las hojas y los tallos más
tiernos de los árboles, que quedaron con sus ramas desnudas, como si
una plaga hubiese desvastado el campo. Ya no había nada que llevarse
a la boca, hasta la hierba había desaparecido. En el campo había
dos o tres pozos y, después de horas de espera en colas que se
formaban, conseguías un poco de agua, turbia, como caldo de barro.
El hambre ya estaba haciendo estragos. Esperábamos con ansia unas
anunciadas raciones de comida que no acababan de llegar. Cada vez que
oíamos ruidos de camiones, nuestros jugos gástricos empezaban a
funcionar. Pero en vano.
Llevábamos varios
días sin comer y, lo que es peor, sin beber una gota de agua. Cuando
organizaron el avituallamiento, éste consistía en una lata de
sardinas para dos personas y un chusco de pan para cinco. Descubrimos
un campo de alfalfa al otro lado de las alambradas y comenzamos a
negociar con los soldados que nos vigilaban un trueno tentador para
ambos: cambiar valiosos relojes, anillos o prendas de cuero por un
puñado de alfalfa que devorábamos llenos de amargor y amargura.
Recordar hoy este
insólito episodio me lleva a una reflexión sobre la conducta del
ser humano. Que este hombre fuera a la comisaría dos o tres veces
por semana, fríamente, a enseñarse con un detenido, que ni siquiera
conocía, como el que va al gimnasio o a jugar al golf, es de un
sadismo enfermizo y degradante. Yo creo que desde tu propio dolor es
más fácil comprender el dolor de los otros. Todo en la vida es una
enseñanza. Yo conocí, como tantos compañeros, la pérdida de la
libertad, sufrí la tortura, viví al borde la muerte, cometieron
conmigo las más humillantes vejaciones. Podía haberme convertido en
una bestia llena de odio. Pero, al contrario, mi experiencia personal
me llevo a la conclusión de que nunca sería capaz de ejercer la
violencia contra nadie. Precisamente porque la he sufrido.
Pese a mi largo
cautiverio, no salí marcado por el resentimiento y en todas mis
actuaciones públicas y políticas, en mis poemas, en mi vida, el
amor a la libertad aparece siempre ligado al amor a España y la
reconciliación de sus hijos, a la necesidad de acabar con las
consecuencias extenuadoras de la Guerra Civil:
Hay que frenar la
noria trágica de España, aunque tengamos que poner de calzo el
corazón para lograrlo.
La venganza no es
un ideal político ni un fin revolucionario. Yo quiero el triunfo de
la democracia para acabar con el odio y el fratricidio, para que
todos los españoles podamos vivir pacíficamente, coincidir o
discrepar en la defensa de nuestras ideas sin tener que degollarnos
los unos a los otros. Ya se ha derramado bastante sangre en España.
"La democracia
debe traernos la libertad y la seguridad a todos los españoles"
"La única
venganza a la que yo aspiro es a ver triunfantes un día los nombres
ideales por los que he luchado y por lo que miles de demócratas y
antifranquistas perdieron su vida o su libertad"
La recuperación de
la memoria histórica, no es para pedir cuentas a nadie por las
responsabilidades personales contraídas en el pasado, sino para
situar la Historia en su lugar, arrancar del olvido a nuestras
víctimas y cancelar de una vez los procesos y condenados incoados
por un régimen ilegal, impuesto por las armas frente a la legalidad
republicana. Es decir, que se nos devuelva a los demócratas que
luchamos por la libertad, y se haga de manera pública e
institucional, el respeto y el reconocimiento que merecemos por
nuestra lucha y sacrifico.
Cierra las puertas,
echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a este
hombre, no le ataras el alma.
Miguel Hernández
Es cierto y lamentable
que en aquellos primeros días de la sublevación también se
cometieron en la zona republicana actos incontrolados y delictivos,
pero que no respondían a la política del Gobierno de la República
ni a los Partidos del Frente Popular que los denunciaron con fuerza y
se opusieron a ellos. En las altas temperaturas de una Guerra Civil,
cuando las pasiones están desatadas, no se puede justificar, pero sí
entender que se pudieran producir actos, que repudiamos, en medio del
descontrol y la indignación que dató el alzamiento militar.
En la llamada "zona
nacional" se llevó a cabo, desde el primer día, una masiva y
despiadada represión, con la diferencia de que ésta fue impulsada y
dirigida por las Autoridades sublevadas. Una represión fría y
sistemática que no sólo se sostuvo durante la guerra, sino que
continuó con ensañamiento hasta el fin de la Dictadura, durante
casi cuarenta años, porque respondía al ideario oficial de los
vencedores: arrancar hasta la raíz el sentimiento democrático y
revolucionario del pueblo y quitar de en medio a sus representantes.
También quisieron
arrasar la Cultura, porque ésta formaba parte de sus enemigos.
Conocida es la anécdota de Salamanca, el enfrentamiento entre
Unamuno y el general Millán Astray, cuando éste gritó: ¡Abajo la
Cultura! ¡Viva la Muerte!
La Cultura es una
eterna alborada siempre renaciente e invencible. Pero tiene poderosos
enemigos, que van con la muerte a cuestas descargando su oscuridad
sobre toda luz que nace o permanece. Muchas veces en la Historia la
Cultura ha sido secuestrada y quemada viva. En la España de Franco
triunfó el oscurantismo más total. Se quemaron cuadros, esculturas,
se censuraban libros y películas, se fusiló a millares de maestros
de escuela, a artistas e intelectuales, una lista interminable que
podemos resumir en el poeta Federico García Lorca. La Cultura es
ante todo una vocación de libertad, un alucha que viene de siglos,
derribando sombras, inquisiciones y patíbulos, para abrir nuevos
caminos al pensamiento y a los sueños de la Humanidad: por eso la
condenaron a muerte. Afortunadamente muchos de nuestros mejores
artistas, escritores, poetas, hombres y mujeres del pensamiento y la
ciencia, lograron huir de España y enriquecieron la cultura de los
países que les acogieron.
En aquellos primeros
años cada noche "sacaban" (Llamábamos "saca" al
grupo de compañeros que "sacaban" a fusilar) a un grupo de
condenados para ser fusilados en el cementerio del Este. Un día y
otro, menos el domingo. Los domingos los verdugos se iban a rezar.
ROMANCE DE LA AMNISTÍA
¡Qué duro es morir
clavado
en el muro de agonía,
ir quemándose las
plantas
sobre losas de cal
fría,
sentir granada la
sangre
-trigo rojo sin
espigas-
y un portazo de
recintos
siempre contra las
pupilas
Que salga el preso,
que beba
la luz y el aire su
herida,
que sus pies toquen el
campo
donde los pinos
respiran,
que recorra las
veredas
-río abajo, monte
arriba-
que sus manos sientan
hombros
clamorosos de alegrías
y sus labios, fresca
hierba
de caballeras
floridas;
que al salir lea en
las torres
la palabra siempre
viva
de su libertad grabada
y en los árboles
escrita;
que los montes, que
los ríos,
que toda esta
geografía
de tierra indomable
sea
una pancarta
extendida,
una sola voz gritando
sobre la mar:
¡amnistía!
¡Las puertas de par
en par!
¡Los presos fuera: a
la vida!
¡Que les devuelvan
sus alas
que las sombras
asesinan!
¡Basta de cadenas,
basta!
¡Que España entera
lo diga!
¡Contra los muros los
"vientos
del pueblo" por
la amnistía!
La lucha por la
amnistía era una plataforma de amplio contenido humano en la que
podían coincidir las gentes más diversas. En la primavera del 60 se
celebraron, en Sao Paulo y Montevideo, conferencias por la amnistía
y una gran significación en Francia convocada por la Conferencia de
Europa Occidental por España. A parte del saludo colectivo de los
presos a esos acontecimientos, yo envié poemas y cartas personales
solicitando la adhesión a la Conferencia de París, entre otros al
poeta Louis Aragón, a Althuser, al padre de Ana Frank, a la reina
madre Elisabeth de Bélgica...
Se me ocurrió también
un breve poema, en el que pedía al Arlanzón, pequeño río que
discurre cerca del penal de Burgos, que se dirigiera al Sena, el gran
río que cruza la ciudad de París. Fue traducido al francés,
publicado y difundido en un díptico en los dos idiomas y distribuido
en la Conferencia.
DE RÍO A RÍO
Arlanzón, díselo al
Sena.
Dile que en la Noche
escuchas
mi soledad, mis
cadenas.
Háblale de mis
hermanos,
vivos en tumbas de
piedra.
Dile que escriba en
los puentes
de su libertad mi
pena.
Que su corazón me
lleve.
Que su corriente me
extienda.
Que en cada hoja del
agua
el pueblo francés me
lea.
Arlanzón, díselo al
Sena.
ROMANCE PARA LAS DOCE
MENOS CUARTO
(Noche vieja en la
prisión de Burgos)
Camaradas, a las doce,
todos los pulsos en
hora;
que suenen como
campanas
en una campana sola;
que fundan los
corazones
en un Corazón y todas
las ramas del pulso
sean
árbol de luz en las
sombras.
Amigos, todos en pie;
sobre las montañas
rojas
de nuestra sangre sin
yugos,
la voz erguida en la
boca.
Si alguno siente que
tiene
las alas del pulso
rotas
¡que las componga!, a
las doce
todos los pulsos en
hora.
¡Oíd, yunteros del
alba!
¡Oíd, pastores de
auroras!
para conducir el día
hacen falta caracolas
con dura canción de
ríos;
que en las manos
creadoras
vayan firmes las
cayadas;
ir apartando las horas
y derribando la esfera
donde el tiempo nos
destroza.
Hay que hacer nudos al
alma,
dejar huellas en las
rocas,
esconder la espuma, el
junco,
la breve luz de las
hojas
donde la luna se
duerme...
¡Ser ascua
vertiginosa,
piedra viva, monte y
río,
corazón de cada cosa!
Camaradas, a las doce
todos los pulsos en
hora.
Si arena tienen los
tuyos;
si grietas tu voz, ya
ronca
de golpear contra el
muro;
amigo, si te desplomas
como una hierba
apagada,
bebe en la arteria
sonora
de tu bandera, en la
herida
de tu pueblo, en cada
gota
de su sangre fusilada.
Despierta el rayo
dormido
que en tu corazón
reposa.
Camaradas a las doce
todos los pulsos en
hora.
Almas de acero
encendido
que al mismo viento
tremolan,
forjan el día en un
yunque
de dolor, con recio
aroma
de amaneceres que
nadie
podrá arrancarnos. No
hay tromba
de paredones, ni
balas,
ni rejones, no habrá
sogas
capaces de hacernos
bueyes:
¡nuestro cuello no se
dobla!
Miradnos aquí,
miradnos,
mientras los muros
sollozan,
cruzar el año,
cantando,
rompiendo noche
española,
acariciando los
hombros
de un crepúsculo sin
costa.
Miradnos aquí,
miradnos,
mientras los muros
sollozan,
siempre de pie, sin
rodillas,
como encinares de
gloria.
¡Camaradas, a las
doce,
todos los pulsos en
hora!
No
me gusta olvidar, cada olvido es una pequeña muerte y cuando
olvidamos algo, algo a la vez se muere en nosotros mismos. Me
gustaría recordar a todos, pero en 23 años de prisión y en cinco
cárceles diferentes, he conocido a miles de camaradas y amigos; por
mi cabeza desfilan sus nombres y sus rostros, pero sería imposible,
necesitaría una guía telefónica para dedicarles a cada uno mi
recuerdo y mi cariño. Y como no quiero olvidar a ninguno y menos a
los camaradas más sencillos, me quedo con el rostro colectivo, que
forman todos aquellos hermanos ejemplares que fueron capaces de
mantenerse en pie en medio de los mayores naufragios.
Me alojaron en el
Hotel Ucrania con otras delegaciones. Como teníamos un día libre,
antes de que comenzara el Congreso, la mayoría acudimos a ver la
Plaza Roja, con la Catedral de San Basilio al fondo, el Kremlin y el
Mausoleo de Lenin. Estaba impresionado, me parecía vivir un sueño.
Cuando regresé al hotel subí a mi habitación y escribí en una
cuartilla unos versos sencillos que expresaban mi estado de ánimo:
Ayer, mi corazón
era el patio cuadrado
y gris
de una prisión.
Hoy, mi corazón,
es una Plaza Roja
donde cantan
el martillo y la hoz.
Pero ayer y hoy,
mi corazón,
en Burgos o en Moscú,
no cambia su canción.
Como en mi celda
oscura,
hoy, junto al mar y el
sol,
no se altera ni se
vende
la luz de mi corazón.
La tortura y la cárcel
no rompieron mi voz.
No la cambiara el
aire:
la aventará mejor.
Dolores, mujer
universal, nadie como ella fue conocida y venerada, en cualquier
parte del mundo. Yo me la imaginaba siempre como una Pietat
sosteniendo en sus brazos, sobre sus rodillas, el cuerpo crucificado
de España.
Cuando éramos
torturados, en las horas malditas, y los verdugos estaban cansados de
golpearnos sin agrietar nuestra resistencia, nos escupían con rabia
e impotencia.
-"¡Hijos de
la Pasionaria!"...
Creían insultarnos
y no lograban más que enfurecernos y recordarnos quiénes éramos,
de dónde veníamos y hacernos más fuertes que sus crueles sevicias.
Porque el oír el nombre de Pasionaria llegaba a nuestra voluntad su
dilema esencial frente a los momentos cruciales y definitivos: "Más
vale morir de pie que vivir de rodillas".
Años después,
regresados a España y legalizando el Partido, su despacho en la sede
del Comité Central en la calle Santísima Trinidad de Madrid, estaba
al lado del mío, en la sexta planta, y muchas veces Irene, su
secretaria, me pedía: "Marcos, ven a estar un rato con
Dolores". Y ella agradecía la conversación. Su memoria se
marchitaba poco a poco, pero la nobleza y la pasión de su rostro y
la bella inquietud de sus manos conservaban una entrañable ternura.
Algunas mañanas la sorprendía con un ramo de rosas rojas, que ella
acercaba a su rostro y exhalaba su aroma con gratitud y cariño.
"La piel es a
veces, lo más profundo del amor"
Y precisamente por esa
abierta actitud de valorar la historia de los demás, creo que los
comunistas también merecemos un respeto. Cometimos errores, pero los
cometimos luchando, quizás bastantes porque luchamos mucho y ni un
solo día nos sentamos a la puerta de nuestra tienda para ver pasar
el cadáver de nuestros enemigos. Nadie puede olvidar, sin olvidar
tampoco y respetar la lucha y el sacrifico de los demás, los miles
de años que los comunistas dejamos en las cárceles y los cientos y
cientos de camaradas fusilados en la lucha por la libertad. Es una
realidad histórica incuestionable. Merecemos ese reconocimiento y
debieran tener cierto rubor los que se apuntan a un anticomunismo
oportunista y comercial, que parece estar de moda. Se puede discrepar
de nuestras ideas, o cambiarlas por otras, es un derecho legítimo y
democrático que yo también aplico para reconocer y superar mis
errores. Pero una cosa es no estar de acuerdo con los comunistas y
otra bien distinta es la cultura o la enfermedad del anticomunismo.
Además, las ideas del
comunismo, tan malversadas hoy, siguen siendo esencialmente justas y
permanecen porque su notable utopía está por encima de las
equivocaciones de los hombres, de los partidos y sus errores y de los
Estados que las desnaturalizaron y ensombrecieron la esperanza de una
gran parte de la Humanidad.
El anticomunismo, y
todo lo que se hizo y se hace en nombre de él, sirvió y sirve para
justificar los golpes de Estado, las dictaduras y la represión de
los demócratas. Es el gran comodín de las fuerzas más
reaccionarias. Ellas es natural que agiten el fantasma del comunismo
y traten de amedrentar a los pueblos incluso hoy, aunque no seamos
una posible amenaza. Lo que duele y a veces indigna es que sectores o
personas de la izquierda contraigan esa enfermedad que sólo sirve
para dividirnos y justificar la violencia y la opresión de nuestros
enemigos.
En mis largos años de
prisión he vivido muchas historias, y algunas bastante
aleccionadoras.
Una noche, en el penal
de Ocaña, un preso que tenía bastante ascendiente entre los suyos,
muy conocido por sus posiciones anti unitarias y enemigo visceral de
los comunistas, fue señalado para morir aquella madrugada.
Cuando al día
siguiente fuimos a limpiar la celda de la capilla, quedamos
sorprendidos porque sobre la pared, a grandes y hondos trazos, estaba
escrito su último grito: "¡Unidad, compañeros!". Aquel
hombre, cuando se vio solo y desnudo ante sí mismo, frente a la
muerte, cuando ya no servían los cálculos personales, quizás pensó
que la unidad podía habernos salvado del naufragio en el mar de
sangre que nos ahogábamos y se pasó las últimas horas de su vida
grabando con un calvo, o con las uñas, aquel grito postrero.
Mandaron pintar la pared, nos lo hicieron repetir varias veces, pero
los surcos eran tan profundos que bajo la cal seguía clamando aquel
angustioso llamamiento que no pudieron apagar y que seguramente sigue
vivo todavía.
Lo más indignante, lo
que sigue doliéndonos de aquella atroz injusticia, repudiada por el
mundo entero, es que todavía, más de cuarenta años después de
aquel crimen de Estado (y de un Estado ilegítimo) seguimos con la
asignatura pendiente de rehabilitar oficial y públicamente a Julián
Grimau y a tantos hombres y mujeres condenados ilegalmente por la
Dictadura.
Hoy nadie puede
sentirse seguro en su pequeña libertad si considera ajena la
esclavitud de los otros. Aunque sea por instinto de conservación, en
el mundo de hoy, el ser humano debe ser solidario, tiene que
implicarse para defender la paz, la libertad y la seguridad de los
suyos. Una guerra en cualquier rincón del planeta puede terminar
incendiando nuestra casa. Pero una voz no basta, hay que unirla a la
voz de los demás y globalizar la acción para defender nuestras
vidas.
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