miércoles, 15 de julio de 2015

Marcos Ana; Memoria, compromiso, libertad y poesía



Fernando Macarro Castillo nació en 1920 en la pequeña aldea de Alconada en la provincia de Salamanca, pasando su infancia en el cercano pueblo de Ventosa del Rio Almar, para más tarde marchar con sus padres y hermanos a Madrid huyendo del hambre.

Fue allí, concretamente en Alcala de Henares donde entró en las Juventudes Socialistas y allí ir ganando importancia en la militancia, pese a dedicar su jornada a su trabajo en una tienda para poder ayudar a su familia, y a sus escasos estudios abandonados ya hace unos años. Al mismo tiempo dejo de lado la religión, lo que le provocó no pocos enfrentamientos con sus padres, pero como el mismo dijo mucho después: “Abandone la religión, gracias a Dios”.

Al estallar la Guerra Civil, tras el alzamiento fascista, se incorporó al ejército republicano, bajo el batallón “Libertad” perteneciente a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) de talante comunista. Como aún era menor de edad fue expulsado del batallón pero siguió en la resistencia como Secretario de organización en la zona de Alcala, ya habiéndose afiliado al Partido Comunista de España.

En los primeros días de contienda vivió la muerte de su padre por los bombardeos de la Lutwaffe y la fuerza áerea fascista de Mussolini, tras salir esté de casa a buscar carbón para calentar el hogar.

Macarro fue ganando importancia en el partido dentro del contexto de guerra convirtiéndose en comisario político y más tarde instructor político de la juventud en la 8ª División del Ejército del Centro.

Antes del cerco a la capital huyo con la cúpula del Frente Popular a Valencia para más tarde tratar, junto con su hermano de salir de la España Republicana derrotada por Alicante, bajo el rumor de que allí partían barcos franceses y británicos que sacaban a los refugiados.

No fue así por el inhumano bloqueo del puerto realizado por la capitanía marítima franquista y fue capturado por tropas italianas que lo llevaron al campo de concentración de Los Almendros.

Pero la pericia e inteligencia le sirvieron para escapar haciéndose pasar por un muchacho más joven. Así volvió a Madrid y comenzó a organizar un conato de resistencia en la capital, que fracaso tras ser delatado por un confidente de la policía, amigo suyo de juventud y militancia y que el propio poeta relataba “que cayo bajo la verdad de la tortura”.

Aquí empezó el verdadero calvario de un Fernando Macarro, que paso por las peores cárceles de la dictadura, como la de Porlier, donde murieron miles de represaliados franquistas, entre ellos Miguel Hernández con quien coincidió, para luego ser llevado al penal de Ocaña. Pasó por la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol de Madrid donde se llevaba a cabo la limpieza, tortura y genocidio sobra toda idea libertaria y de izquierdas y sobre las personas que la llevaban a cabo. Más tarde al penal para presos políticos de Burgos, donde organizo el estado dentro del estado, la resistencia ideológica y moral de la libertad en la España franquista.

En aquella, como años después, definiría “Universidad de cuadros”, organizo junto a sus compañeros la acción política en la clandestinidad, conectando con el estado oficial en Mexico y sobretodo con el oficialista de París, de clara conciencia comunista y liderado por Rafael Alberti y María Teresa León.

Así con las ayudas exteriores fueron entrando los libros prohibidos, las noticias sobre la victoria de la Unión Soviética sobre el ejército nazi o del desembarco aliado en la Bretaña, recogido con la esperanza de que no frenarán tampoco en su impulso por derrotar el fascismo parando en los Pirineos. Dentro de la prisión de Burgos organizaron sistemas de apoyo entre presos y familas, conseguían pasar medicinas y alimentos para compartirlos en el penal; desarrollaban iniciativas culturales y deportivas. Prepararon una pequeña escuela para enseñar a leer, escribir, aritmética básica y filosofía a los presos, así como no, desarrollar una actividad política sin parangon, creando publicaciones que incluso llegaban a otros penales del estado e incluso fuera del país.

Era la década de 1950 y a mediados de la misma, recibió en un tubo dentífrico un mensaje de Alberti y León: “Fernando, cuéntanos como es tu vida. Cómo es la prisión”. Esto cambió la vida de nuestro protagonista.

De esa forma fue como Macarro comenzó a escribir. Tenía que sacarlo todo y lo hizo a través de la poesía. El día a día, las penurias del sufrimiento. Las pequeñas ventanas “franjeadas” por barrotes que dejaban ver escasa realidad. Relataba “las sacas” que era como los prisioneros llamaban a las rondas de fusilamientos, detallando su liturgia. Pero también documentó como era la relación entre compañeros, el trabajo realizado, las pequeñas victorias sobre el enemigo gris cuando se producían las sonrisas de los compañeros. Y relato su vida.

Marcos Ana, tomo el nombre de su padres como seudónimo, mientras su literatura se publicaba en forma de libro en París, Londres y latino América y ganaba admiración y respeto, lo que llevo a iniciarse una campaña internacional masiva para exigir su puesta en libertad.

Libertad que llego en 1962 bajo la primera Amnistía del gobierno franquista (amnistía que sólo supuso para él la libertad y la condenación de penas de muerte de muchos de los presos). A partir de ese momento y de salir clandestinamente como refugiado y pedir asilo político en Francia, Marcos Ana inició una activa campaña para denunciar y dar a conocer la situación en España, especialmente en las cárceles franquistas, el genocidio producido sobre la población y la situación de los presos políticos.

En aquellos años del tardo-franquismo viajo por toda Europa, especialmente los países nórdicos. Fue recibido por jefes de Estado y habló ante distintos Parlamentos; fundó en París un Centro de información y solidaridad con España, y también por África y Estados Unidos dando conferencias en las Facultades de Humanidades más importantes del país. Y fue a latino América y allí se convirtió en un acontecimiento mediático.

Pónganse en situación: Un continente que por todos sus países y rincones se alzaba con una voz indígena, de libertad y socialismo frente a la opresión y agresión del jefe del Norte. Y llega un poeta, represaliado y torturado por el fascismo en Europa a contar como ha sido su vida, la de sus compañeros. El sueño de una república socialista, laica donde la igualdad deseaba ser efectiva y la libertad una seguridad. México, Cuba, Venezuela, Ecuador, Perú, Uruguay, Brasil, Argentina y Chile. Especialmente el Chile de Allende. Y el Chile de su gran amigo Pablo Neruda, con quien tenía una relación de ferviente amistad cimentada en el respeto y admiración mutuos.

Su lucha por las libertades y su compromiso para denunciar las atrocidades continuas que se sufrían bajo la dictadura franquista eran parte de su compromiso. Compromiso adquirido el último día en el penal de Burgos cuando me dijeron entre abrazos: ‘No nos olvides’. Viví para ellos durante muchos años”.

Tras la muerte del dictador volvió a España, y denuncio con vehemencia la farsa que suponía la Transición pactada por el genocida y las élites

Y hoy no ha parado su compromiso. Con 95 años, sigue lúcido, comprometido y vehemente defendiendo un estado más digno. Más libertad, más solidaridad. Un país y también un mundo con más poesía, con más asertividad y sobretodo con más memoria: “No puede quedar bajo siete candados lo que aquello representó”.



Ahora os dejo con unos extractos de su obra, de sus memorias, "Decidme como es un árbol", libro que debe ser de obligada lectura, comprensión y reflexión para cualquier ser humano. Un mandato de libertad, autonomía y lucha. De solidaridad, compromiso y coherencia. Y una obra de belleza, pasión y dolor.


DECIDME CÓMO ES UN ÁRBOL
Marcos Ana
Decidme cómo es un árbol.
Decidme el canto del río
cuando se cubre de pájaros.
Habladme del mar, habladme
del olor ancho del campo,
de las estrellas, del aire
(del poema LA VIDA, prisión de Burgos, 1960)


En todos los países que después visitaría en mi gira por el mundo, incluso en los más desarrollados, siempre descubrí el rostro desesperado de la pobreza más extrema, bolsas inmensas de miseria, el contraste brutal entre una riqueza insultante y la depauperación y el hambre más indignantes.


En la prisión sólo en sueños volvía a la libertad, a los recuerdos perdidos. Tenía esa facilidad, casi era un profesor de sueños. Pero cuando llevaba ya veintiuno o veintidós años encarcelado, observé con desaliento que esos recuerdos se iban desdibujando y poco a poco desaparecían de mis sueños, hasta que la cárcel se impuso como única protagonista, en la noche y en el día de mi cautiverio.


LA VIDA
Decidme cómo es un árbol.
Decidme el canto del río
cuando se cubre de pájaros.
Habladme del mar, habladme
del olor ancho del campo,
de las estrellas, del aire.
Recitadme un horizonte
sin cerradura y sin llaves,
como la choza de un pobre.

Decidme cómo es el beso
de una mujer. Dadme el nombre
del amor, no lo recuerdo.

¿Aún las noches se perfuman
de enamorados con tiemblos
de pasión bajo la luna?

¿O sólo queda esta fosa,
la luz de una cerradura
y la canción de mis losas?

Veintidós años... Ya olvido
la dimensión de las cosas,
su color, su aroma... Escribo

a tientas: "el mar", "el campo"...
Digo "bosque" y he perdido
la geometría del árbol

Hablo, por hablar, de asuntos
que los años me borraron

(no puedo seguir, escucho
los pasos del funcionario)


Al descubrir la maravilla del amor tuve la dolorosa conciencia de todo lo que me habían arrebatado en esos 23 años de mi juventud.
Mi drama personal y el drama colectivo de España se produjo como consecuencia de la Guerra Civil. Una guerra que no queríamos. Que no necesitábamos. El Frente Popular acababa de ganar las elecciones el 16 de febrero de 1936 y se abrió una perspectiva de progreso político y social para España. No, no necesitábamos aquella guerra, nos fue impuesta por los sectores más reaccionarios del gran capital, por los señores de la banca y de la tierra que, alarmados por el ascenso de las fuerzas populares, recurrieron a los cuarteles para cerrar a sangre y fuego el proceso pacífico y democrático abierto en nuestro país.


Al terminar la guerra, en marzo de 1939, después de la traición de la Junta de Casado y antes de que las tropas franquistas entrasen en Madrid, se extendió la noticia, a través de las respectivas organizaciones, de que los camaradas con responsabilidades políticas se dirigieran a los puertos de Valencia y Alicante, a donde llegarían barcos ingleses y franceses para recogernos.
Salí de Madrid en una coche con mi hermano y otros tres compañeros, y no con pocas dificultades en el trayecto, pues ya había falangistas alzados en algunos pueblos, llegamos a Alicante el 28 de marzo. Nos dirigimos al puerto donde había un gran griterío. Un barco acababa de zarpar, se le veía a unos trescientos metros y cientos de personas gritaban desesperadas en el muelle para que volviera. Algunos se tiraron al agua para tratar de alcanzarlo sin conseguirlo, más de uno se ahogó en el intento.
Se trataba del Stanbroock, un viejo barco carbonero inglés, comandado por el intrépido capitán Dickson, que se atrevió a burlar el bloqueo de la escuadra franquista para acudir en auxilio de los demócratas españoles. Una decisión de valerosa dignidad que debiera ser más reconocida. Fue el último barco que salió de España, hundida su línea de flotación, con 2.638 pasajeros a bordo. Pocas horas antes había zarpado el Marítima con un pasaje previamente convenido de no más de treinta personas.


El campo era largo y estrecho y se extendía al costado de una carretera. Allí nos fueron hacinando, aunque era muy espacioso en relación con lo que nos iba a tocar vivir poco después. Por lo menos el hambre lo aplacamos con el fruto de los almendros. Primero nos comimos la almendra, al día siguiente, buscábamos las cáscaras ásperas y verdes que habíamos tirado el día anterior y, por último, nos engullimos lo que restaba: las pequeñas flores blancas, las hojas y los tallos más tiernos de los árboles, que quedaron con sus ramas desnudas, como si una plaga hubiese desvastado el campo. Ya no había nada que llevarse a la boca, hasta la hierba había desaparecido. En el campo había dos o tres pozos y, después de horas de espera en colas que se formaban, conseguías un poco de agua, turbia, como caldo de barro. El hambre ya estaba haciendo estragos. Esperábamos con ansia unas anunciadas raciones de comida que no acababan de llegar. Cada vez que oíamos ruidos de camiones, nuestros jugos gástricos empezaban a funcionar. Pero en vano.


Llevábamos varios días sin comer y, lo que es peor, sin beber una gota de agua. Cuando organizaron el avituallamiento, éste consistía en una lata de sardinas para dos personas y un chusco de pan para cinco. Descubrimos un campo de alfalfa al otro lado de las alambradas y comenzamos a negociar con los soldados que nos vigilaban un trueno tentador para ambos: cambiar valiosos relojes, anillos o prendas de cuero por un puñado de alfalfa que devorábamos llenos de amargor y amargura.


Recordar hoy este insólito episodio me lleva a una reflexión sobre la conducta del ser humano. Que este hombre fuera a la comisaría dos o tres veces por semana, fríamente, a enseñarse con un detenido, que ni siquiera conocía, como el que va al gimnasio o a jugar al golf, es de un sadismo enfermizo y degradante. Yo creo que desde tu propio dolor es más fácil comprender el dolor de los otros. Todo en la vida es una enseñanza. Yo conocí, como tantos compañeros, la pérdida de la libertad, sufrí la tortura, viví al borde la muerte, cometieron conmigo las más humillantes vejaciones. Podía haberme convertido en una bestia llena de odio. Pero, al contrario, mi experiencia personal me llevo a la conclusión de que nunca sería capaz de ejercer la violencia contra nadie. Precisamente porque la he sufrido.
Pese a mi largo cautiverio, no salí marcado por el resentimiento y en todas mis actuaciones públicas y políticas, en mis poemas, en mi vida, el amor a la libertad aparece siempre ligado al amor a España y la reconciliación de sus hijos, a la necesidad de acabar con las consecuencias extenuadoras de la Guerra Civil:
Hay que frenar la noria trágica de España, aunque tengamos que poner de calzo el corazón para lograrlo.
La venganza no es un ideal político ni un fin revolucionario. Yo quiero el triunfo de la democracia para acabar con el odio y el fratricidio, para que todos los españoles podamos vivir pacíficamente, coincidir o discrepar en la defensa de nuestras ideas sin tener que degollarnos los unos a los otros. Ya se ha derramado bastante sangre en España.
"La democracia debe traernos la libertad y la seguridad a todos los españoles"
"La única venganza a la que yo aspiro es a ver triunfantes un día los nombres ideales por los que he luchado y por lo que miles de demócratas y antifranquistas perdieron su vida o su libertad"
La recuperación de la memoria histórica, no es para pedir cuentas a nadie por las responsabilidades personales contraídas en el pasado, sino para situar la Historia en su lugar, arrancar del olvido a nuestras víctimas y cancelar de una vez los procesos y condenados incoados por un régimen ilegal, impuesto por las armas frente a la legalidad republicana. Es decir, que se nos devuelva a los demócratas que luchamos por la libertad, y se haga de manera pública e institucional, el respeto y el reconocimiento que merecemos por nuestra lucha y sacrifico.


Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a este hombre, no le ataras el alma.
Miguel Hernández


Es cierto y lamentable que en aquellos primeros días de la sublevación también se cometieron en la zona republicana actos incontrolados y delictivos, pero que no respondían a la política del Gobierno de la República ni a los Partidos del Frente Popular que los denunciaron con fuerza y se opusieron a ellos. En las altas temperaturas de una Guerra Civil, cuando las pasiones están desatadas, no se puede justificar, pero sí entender que se pudieran producir actos, que repudiamos, en medio del descontrol y la indignación que dató el alzamiento militar.
En la llamada "zona nacional" se llevó a cabo, desde el primer día, una masiva y despiadada represión, con la diferencia de que ésta fue impulsada y dirigida por las Autoridades sublevadas. Una represión fría y sistemática que no sólo se sostuvo durante la guerra, sino que continuó con ensañamiento hasta el fin de la Dictadura, durante casi cuarenta años, porque respondía al ideario oficial de los vencedores: arrancar hasta la raíz el sentimiento democrático y revolucionario del pueblo y quitar de en medio a sus representantes.
También quisieron arrasar la Cultura, porque ésta formaba parte de sus enemigos. Conocida es la anécdota de Salamanca, el enfrentamiento entre Unamuno y el general Millán Astray, cuando éste gritó: ¡Abajo la Cultura! ¡Viva la Muerte!
La Cultura es una eterna alborada siempre renaciente e invencible. Pero tiene poderosos enemigos, que van con la muerte a cuestas descargando su oscuridad sobre toda luz que nace o permanece. Muchas veces en la Historia la Cultura ha sido secuestrada y quemada viva. En la España de Franco triunfó el oscurantismo más total. Se quemaron cuadros, esculturas, se censuraban libros y películas, se fusiló a millares de maestros de escuela, a artistas e intelectuales, una lista interminable que podemos resumir en el poeta Federico García Lorca. La Cultura es ante todo una vocación de libertad, un alucha que viene de siglos, derribando sombras, inquisiciones y patíbulos, para abrir nuevos caminos al pensamiento y a los sueños de la Humanidad: por eso la condenaron a muerte. Afortunadamente muchos de nuestros mejores artistas, escritores, poetas, hombres y mujeres del pensamiento y la ciencia, lograron huir de España y enriquecieron la cultura de los países que les acogieron.


En aquellos primeros años cada noche "sacaban" (Llamábamos "saca" al grupo de compañeros que "sacaban" a fusilar) a un grupo de condenados para ser fusilados en el cementerio del Este. Un día y otro, menos el domingo. Los domingos los verdugos se iban a rezar.


ROMANCE DE LA AMNISTÍA
¡Qué duro es morir clavado
en el muro de agonía,
ir quemándose las plantas
sobre losas de cal fría,
sentir granada la sangre
-trigo rojo sin espigas-
y un portazo de recintos
siempre contra las pupilas

Que salga el preso, que beba
la luz y el aire su herida,
que sus pies toquen el campo
donde los pinos respiran,
que recorra las veredas
-río abajo, monte arriba-
que sus manos sientan hombros
clamorosos de alegrías
y sus labios, fresca hierba
de caballeras floridas;
que al salir lea en las torres
la palabra siempre viva
de su libertad grabada
y en los árboles escrita;
que los montes, que los ríos,
que toda esta geografía
de tierra indomable sea
una pancarta extendida,
una sola voz gritando
sobre la mar: ¡amnistía!
¡Las puertas de par en par!
¡Los presos fuera: a la vida!
¡Que les devuelvan sus alas
que las sombras asesinan!
¡Basta de cadenas, basta!
¡Que España entera lo diga!
¡Contra los muros los "vientos
del pueblo" por la amnistía!


La lucha por la amnistía era una plataforma de amplio contenido humano en la que podían coincidir las gentes más diversas. En la primavera del 60 se celebraron, en Sao Paulo y Montevideo, conferencias por la amnistía y una gran significación en Francia convocada por la Conferencia de Europa Occidental por España. A parte del saludo colectivo de los presos a esos acontecimientos, yo envié poemas y cartas personales solicitando la adhesión a la Conferencia de París, entre otros al poeta Louis Aragón, a Althuser, al padre de Ana Frank, a la reina madre Elisabeth de Bélgica...
Se me ocurrió también un breve poema, en el que pedía al Arlanzón, pequeño río que discurre cerca del penal de Burgos, que se dirigiera al Sena, el gran río que cruza la ciudad de París. Fue traducido al francés, publicado y difundido en un díptico en los dos idiomas y distribuido en la Conferencia.
DE RÍO A RÍO
Arlanzón, díselo al Sena.
Dile que en la Noche escuchas
mi soledad, mis cadenas.
Háblale de mis hermanos,
vivos en tumbas de piedra.
Dile que escriba en los puentes
de su libertad mi pena.
Que su corazón me lleve.
Que su corriente me extienda.
Que en cada hoja del agua
el pueblo francés me lea.
Arlanzón, díselo al Sena.


ROMANCE PARA LAS DOCE MENOS CUARTO
(Noche vieja en la prisión de Burgos)
Camaradas, a las doce,
todos los pulsos en hora;

que suenen como campanas
en una campana sola;
que fundan los corazones
en un Corazón y todas
las ramas del pulso sean
árbol de luz en las sombras.

Amigos, todos en pie;
sobre las montañas rojas
de nuestra sangre sin yugos,
la voz erguida en la boca.
Si alguno siente que tiene
las alas del pulso rotas
¡que las componga!, a las doce
todos los pulsos en hora.

¡Oíd, yunteros del alba!
¡Oíd, pastores de auroras!
para conducir el día
hacen falta caracolas
con dura canción de ríos;
que en las manos creadoras
vayan firmes las cayadas;
ir apartando las horas
y derribando la esfera
donde el tiempo nos destroza.
Hay que hacer nudos al alma,
dejar huellas en las rocas,
esconder la espuma, el junco,
la breve luz de las hojas
donde la luna se duerme...

¡Ser ascua vertiginosa,
piedra viva, monte y río,
corazón de cada cosa!
Camaradas, a las doce
todos los pulsos en hora.
Si arena tienen los tuyos;
si grietas tu voz, ya ronca
de golpear contra el muro;
amigo, si te desplomas
como una hierba apagada,
bebe en la arteria sonora
de tu bandera, en la herida
de tu pueblo, en cada gota
de su sangre fusilada.
Despierta el rayo dormido
que en tu corazón reposa.

Camaradas a las doce
todos los pulsos en hora.

Almas de acero encendido
que al mismo viento tremolan,
forjan el día en un yunque
de dolor, con recio aroma
de amaneceres que nadie
podrá arrancarnos. No hay tromba
de paredones, ni balas,
ni rejones, no habrá sogas
capaces de hacernos bueyes:
¡nuestro cuello no se dobla!

Miradnos aquí, miradnos,
mientras los muros sollozan,
cruzar el año, cantando,
rompiendo noche española,
acariciando los hombros
de un crepúsculo sin costa.
Miradnos aquí, miradnos,
mientras los muros sollozan,
siempre de pie, sin rodillas,
como encinares de gloria.

¡Camaradas, a las doce,
todos los pulsos en hora!


No me gusta olvidar, cada olvido es una pequeña muerte y cuando olvidamos algo, algo a la vez se muere en nosotros mismos. Me gustaría recordar a todos, pero en 23 años de prisión y en cinco cárceles diferentes, he conocido a miles de camaradas y amigos; por mi cabeza desfilan sus nombres y sus rostros, pero sería imposible, necesitaría una guía telefónica para dedicarles a cada uno mi recuerdo y mi cariño. Y como no quiero olvidar a ninguno y menos a los camaradas más sencillos, me quedo con el rostro colectivo, que forman todos aquellos hermanos ejemplares que fueron capaces de mantenerse en pie en medio de los mayores naufragios.


Me alojaron en el Hotel Ucrania con otras delegaciones. Como teníamos un día libre, antes de que comenzara el Congreso, la mayoría acudimos a ver la Plaza Roja, con la Catedral de San Basilio al fondo, el Kremlin y el Mausoleo de Lenin. Estaba impresionado, me parecía vivir un sueño. Cuando regresé al hotel subí a mi habitación y escribí en una cuartilla unos versos sencillos que expresaban mi estado de ánimo:
Ayer, mi corazón
era el patio cuadrado y gris
de una prisión.
Hoy, mi corazón,
es una Plaza Roja
donde cantan
el martillo y la hoz.
Pero ayer y hoy,
mi corazón,
en Burgos o en Moscú,
no cambia su canción.
Como en mi celda oscura,
hoy, junto al mar y el sol,
no se altera ni se vende
la luz de mi corazón.

La tortura y la cárcel
no rompieron mi voz.
No la cambiara el aire:
la aventará mejor.


Dolores, mujer universal, nadie como ella fue conocida y venerada, en cualquier parte del mundo. Yo me la imaginaba siempre como una Pietat sosteniendo en sus brazos, sobre sus rodillas, el cuerpo crucificado de España.
Cuando éramos torturados, en las horas malditas, y los verdugos estaban cansados de golpearnos sin agrietar nuestra resistencia, nos escupían con rabia e impotencia.
-"¡Hijos de la Pasionaria!"...
Creían insultarnos y no lograban más que enfurecernos y recordarnos quiénes éramos, de dónde veníamos y hacernos más fuertes que sus crueles sevicias. Porque el oír el nombre de Pasionaria llegaba a nuestra voluntad su dilema esencial frente a los momentos cruciales y definitivos: "Más vale morir de pie que vivir de rodillas".
Años después, regresados a España y legalizando el Partido, su despacho en la sede del Comité Central en la calle Santísima Trinidad de Madrid, estaba al lado del mío, en la sexta planta, y muchas veces Irene, su secretaria, me pedía: "Marcos, ven a estar un rato con Dolores". Y ella agradecía la conversación. Su memoria se marchitaba poco a poco, pero la nobleza y la pasión de su rostro y la bella inquietud de sus manos conservaban una entrañable ternura. Algunas mañanas la sorprendía con un ramo de rosas rojas, que ella acercaba a su rostro y exhalaba su aroma con gratitud y cariño.


"La piel es a veces, lo más profundo del amor"


Y precisamente por esa abierta actitud de valorar la historia de los demás, creo que los comunistas también merecemos un respeto. Cometimos errores, pero los cometimos luchando, quizás bastantes porque luchamos mucho y ni un solo día nos sentamos a la puerta de nuestra tienda para ver pasar el cadáver de nuestros enemigos. Nadie puede olvidar, sin olvidar tampoco y respetar la lucha y el sacrifico de los demás, los miles de años que los comunistas dejamos en las cárceles y los cientos y cientos de camaradas fusilados en la lucha por la libertad. Es una realidad histórica incuestionable. Merecemos ese reconocimiento y debieran tener cierto rubor los que se apuntan a un anticomunismo oportunista y comercial, que parece estar de moda. Se puede discrepar de nuestras ideas, o cambiarlas por otras, es un derecho legítimo y democrático que yo también aplico para reconocer y superar mis errores. Pero una cosa es no estar de acuerdo con los comunistas y otra bien distinta es la cultura o la enfermedad del anticomunismo.
Además, las ideas del comunismo, tan malversadas hoy, siguen siendo esencialmente justas y permanecen porque su notable utopía está por encima de las equivocaciones de los hombres, de los partidos y sus errores y de los Estados que las desnaturalizaron y ensombrecieron la esperanza de una gran parte de la Humanidad.
El anticomunismo, y todo lo que se hizo y se hace en nombre de él, sirvió y sirve para justificar los golpes de Estado, las dictaduras y la represión de los demócratas. Es el gran comodín de las fuerzas más reaccionarias. Ellas es natural que agiten el fantasma del comunismo y traten de amedrentar a los pueblos incluso hoy, aunque no seamos una posible amenaza. Lo que duele y a veces indigna es que sectores o personas de la izquierda contraigan esa enfermedad que sólo sirve para dividirnos y justificar la violencia y la opresión de nuestros enemigos.
En mis largos años de prisión he vivido muchas historias, y algunas bastante aleccionadoras.
Una noche, en el penal de Ocaña, un preso que tenía bastante ascendiente entre los suyos, muy conocido por sus posiciones anti unitarias y enemigo visceral de los comunistas, fue señalado para morir aquella madrugada.
Cuando al día siguiente fuimos a limpiar la celda de la capilla, quedamos sorprendidos porque sobre la pared, a grandes y hondos trazos, estaba escrito su último grito: "¡Unidad, compañeros!". Aquel hombre, cuando se vio solo y desnudo ante sí mismo, frente a la muerte, cuando ya no servían los cálculos personales, quizás pensó que la unidad podía habernos salvado del naufragio en el mar de sangre que nos ahogábamos y se pasó las últimas horas de su vida grabando con un calvo, o con las uñas, aquel grito postrero. Mandaron pintar la pared, nos lo hicieron repetir varias veces, pero los surcos eran tan profundos que bajo la cal seguía clamando aquel angustioso llamamiento que no pudieron apagar y que seguramente sigue vivo todavía.


Lo más indignante, lo que sigue doliéndonos de aquella atroz injusticia, repudiada por el mundo entero, es que todavía, más de cuarenta años después de aquel crimen de Estado (y de un Estado ilegítimo) seguimos con la asignatura pendiente de rehabilitar oficial y públicamente a Julián Grimau y a tantos hombres y mujeres condenados ilegalmente por la Dictadura.


Hoy nadie puede sentirse seguro en su pequeña libertad si considera ajena la esclavitud de los otros. Aunque sea por instinto de conservación, en el mundo de hoy, el ser humano debe ser solidario, tiene que implicarse para defender la paz, la libertad y la seguridad de los suyos. Una guerra en cualquier rincón del planeta puede terminar incendiando nuestra casa. Pero una voz no basta, hay que unirla a la voz de los demás y globalizar la acción para defender nuestras vidas.

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