Playa de las Catedrales, Ribadeo, Lugo
Esta siendo este un verano ardiente, extremadamente caluroso, sofocante, agobiante, en definitiva, para alguien como yo, quien repudia el calor, y más si es excesivo, un infierno. Por eso recoger la idea, hacer la maleta y salir hacia Galicia, fue todo en uno.
Y fue
con la meta de disfrutar de la anhelada compañía, de la benévola y
saludable climatología gallega, la gastronomía variada y exuberante
y el disfrute de paisajes que ya cogían polvo en mi agenda de
pendientes de la geografía hispana y mundial.
Así
salimos de madrugada camino del Norte, por la A-66 cuyo tramo recién
inaugurado entre Zamora y Benavente además de bienvenido era
necesario en aras de la seguridad y la calidad del viaje en las
comunicaciones por la antigua Ruta de la Plata.
De esta
forma llegamos a Ribadeo,
y más concretamente al parking de la Playa
de las Catedrales (nombre
turístico de la Playa de Aguas Santas). Un paraje espectacular y
fantástico el que ha dejado la acción de las olas y el mar sobre
los acantilados de pizarra y esquisto durante miles de años.
Localizada sobre el término de Ribadeo en Lugo (más concretamente
en la parroquia de A Devesa) sobre la misma raya limítrofe de
Galicia con Asturias, siempre me había atraído el paraje y ahora
vivido y recordado al ordenador no puedo más que emplazar mi deseo
de volver y animaros a todos y todas a acercaros allí y disfrutarlo
como lo hice yo.
Los
arcos naturales que recuerdan a los arbotantes de las Catedrales
góticas; las inmensas moles de piedra de hasta 30 metros que se
abren en grutas y pasadizos, como si fueran deambulatorios. El lago
interior y las pequeñas lagunas que se quedan al retirarse el mar.
Los escarpados acantilados y bloques de roca serpenteados por fina
arena, todo ello construido por el viento, las olas y el impacto del
agua marina.
Deciros
que el disfrute del paraje no es libre como tal, puesto que es
necesario inscribirse en la lista diaria para controlar el acceso y
no deteriorar en la medida de lo posible este Monumento Natural,
decretado por la Consejería de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia
y Patrimonio paisajístico de todos y todas. Éste acceso es gratuito
y no supone más que una pequeña cola para confirmar la entrada. Aún
así y con todo, nos pareció excesivo el número de personas que
deambulábamos por aquella, eso sí en agosto.
Para
disfrutar de todas las vertientes del paraje humildemente recomiendo
cerciorarse de las horas y períodos de bajamar y pleamar, para así
en caso de la primera poder disfrutar bajando a la arena del paseo
entre las formaciones rocosas que la Naturaleza ha creado y que en
ese momento el mar deja ver, para luego ya en el momento de marea
alta, realizar el paseo (delimitado por la pasarela de madera
habilitada) por la parte de arriba de la cornisa y poder también
desde ahí ver el empuje de las olas, así como oler la mezcla de
aromas entre el agua marina, y la vegetación de esta parte superior
compuesta por jazmines y otras aromáticas.
Además
indicar que hay bastante zonas de aparcamiento habilitados, y que
también se pueden vislumbrar restos de un asentamiento romano e
incluso una mina romana (existe la teoría de que el paraje no es
obra de la naturaleza indómita, sino fruto de la prospección de una
antigua mina romana).
Y para
comer, ¿qué? Pues os recomiendo el Mario, un bar-restaurante pegado
a la estrecha carretera que te lleva a la Playa
de las Catedrales dirección
a un par de kilómetros. Tiene una carpa como comedor y espacio para
aparcar. Y sobretodo una especialidad: El
pulpo a la gallega que les
queda espectacular. Y eso que no desmerecen las carnes y pescados,
así como la afabilidad de los camareros que por lo menos en nuestro
caso nos sugirieron bien y quedamos más que satisfechos.
El
siguiente destino ya fue ir en busca de nuestro alojamiento. La
finca O Bizarro, a la que
llegamos gracias sin duda al GPS, puesto que conducir y buscar algo
concreto dentro del caos de pedanías, caminos, parroquias y
carreteras de Galicia es imposible a menos que seas oriundo habituado
o dispongas de la asistencia satelital. Pero aún así, pese a las
dificultades en llegar, no puedo más que recomendar esta casa
rural, antigua y típica
casa de labor galega, reformada para ser un orgulloso y coqueto
hotel, así como todo su paraje con ermita y pozo en medio del monte
lucense.
Si a la
espectacularidad del entorno, la calidad de las habitaciones
(espectacular baño y más que confortable cama) y espacios comunes,
le sumas la afabilidad y campechanía de José, el dueño y promotor
de la idea se saca un lugar donde el descanso es parte activa de la
experiencia del viaje haciendo todo ello, sobra decir, parte
indispensable para próximas visitas.
De la
costa lucense tuvimos tiempo para acercarnos a Foz, Viveiro y Burela.
Todos municipios pesqueros que han virado en mayor o menor grado
hacia el turismo,
destacando por encima de ellos el centro histórico de Viveiro
con más de 300 años de antigüedad y que crea un lugar fantástico
para perderse de lo exterior y encontrarse en el interior. Y no haría
bien si no os dejo otra recomendación culinaria. Ya de vuelta a
Ribadeo para cenar paramos en el Mesón O Pepe, y fue más que genial
la idea, todo dicho sea de paso, sugerida por una conocida app de
viajes que no me paga para publicitarla. Pero lo cierto es que
cenamos fantásticamente bien, destacando un plato de cecina de León
maravilloso que sirvió de entrante para un bacalao y un solomillo de
ternera respectivamente de impresionante sabor y contundencia
necesaria. Si a eso le sumas unos postres deliciosos, un buen café y
un surtido de licores por cortesía de la casa. Vamos para volver y
no salir del O Pepe
en Ribadeo.
Estos
fueron los primeros días de nuestra experiencia Galicia
agosto 2015, y ya ahí
marchamos hacia la segunda parte de esta aproximación a aquellas
tierras a las que sin duda volveremos. Volveremos por lo fantástico
de lo comprobado, por la parte sur que dejamos para otra ocasión,
pero también por la imposibilidad material de llegar a otros puntos
que planeábamos visitar como Lugo, la zona de Estaca de Bares, A
Coruña, Muxia o Finisterra. Y es que he de decir que para poder
visitar y paladear todos estos parajes urbanos y marítimos y sin
olvidarnos de la montaña y el interior gallego hay que dejar tiempo
para la causa. Atravesar Galicia en coche es tortuoso. Las distancias
se hacen más largas de lo que parece porque todo fluye a través de
montañas y el camino está salpicado de concelos y pequeños núcleos
urbanos y las autovías lógicamente (y en función de preservar la
naturaleza de la zona) no llega a todas partes.
Plaza del Obradoiro, Fachada de la Catedral de Santiago de Compostela
Pero con
todo llegamos a Santiago de
Compostela, segunda parte,
como digo de nuestra incursión, para poder vislumbrar la meta del
camino. Y así, con multitud de peregrinos (agosto es el mes más
numeroso en cuanto a la llegada de los mismos) disfrutamos del centro
histórico y cultural de una ciudad, Santiago, típicamente
universitaria al modelo español. Las calles de este centro destilan
el ambiente juvenil propio, dentro de un marcado entorno medieval,
pero al uso gallego, cuya arquitectura típica se cuida en materiales
y técnicas de la humedad incesante de la zona.
Desde
que se entra en este centro histórico (nuestro hotel se encontraba
en las afueras) vivimos las calles estrechas de paredes graníticas,
edificios palaciegos altos y la confluencia multitud de ocasiones en
pequeñas plazas, para ir, según nos acercamos al lugar céntrico
del municipio, de plazas de mayor tamaño, toda vez que alguno o
varios de sus laterales lo componen iglesias y conventos. Destaca en
mi opinión por su singular belleza resaltada por las alturas
salvadas por escalinatas la Plaza
de las Platerías.
El
primer paseo como era inevitable y siguiendo los últimos metros de
la última etapa del Camino
de Santiago acabo en la
Plaza del Obradoiro.
Decir en primer lugar, que esta plaza rectangular, me sorprendió
sobre todo por su tamaño ya que la esperaba de mayor tamaño, al
igual que la famosa fachada del Obradoiro, que lastimosamente estaba
parcialmente cubierta por andamios y telas ya que está en proceso (y
parece que va para largo) de restauración y limpieza.
Pero no
se deja de estar en un lugar especial por su simbolismo cultural y
por su historia relatada en la belleza de las 4 fachadas de los
edificios que la circundan, cada uno de un estilo arquitectónico
diferente pero que guardan la armonía suficiente para dotar al
espacio de una atmósfera única, atemporal y que como pudimos
comprobar en la última de nuestras visitas recurrentes durante estos
dos días y ya de noche, te lleva a la reflexión, todo ello en un
marco declarado Patrimonio
de la Humanidad por la UNESCO.
Al este, la fachada barroca de la Catedral flanqueada por el Museo a
su derecha y el Palacio de Gelmírez a su izquierda. Al oeste de la
plaza, se encuentra el Palacio de Rajoy, levantado por el arzobispo
Bartolomé de Rajoy para dar cabida al ayuntamiento. Al norte, el
Hostal de los Reyes Católicos, obra cumbre del estilo plateresco que
servía antiguamente de cobijo a los peregrinos. Al sur, el colegio
de San Jerónimo, que pasó de ser un hospital de peregrinos a una
residencia de jóvenes estudiantes sin recursos. Actualmente alberga
el Rectorado de la Universidad de Santiago
de Compostela.
Punto de
unión y llegada, de marcha y espera, de partida y despedida la Plaza
del Obradoiro es el centro de la vida de Santiago. Y en torno
a ella de noche y de día se desarrolla una ciudad, y una región,
que se muestran acogedoras y estimulantes. No en vano, durante los
dos días que estuvimos allí, fueron constantes las actuaciones
musicales en las plazas adyacentes, tanto de jazz, rock o música
folk celta, y los establecimientos de venta al por menor, se muestran
afables y agradecidos de acogerte y aconsejarte cual puede ser tu
próxima parada.
Santiago
de Compostela, Ribadeo y Galicia, toda Galicia
componen un paisaje entre lo real y lo imaginario, lo tangible y lo
místico, donde la naturaleza es parte importante. La supremacía de
los bosques y montes gallegos frente a la bravura del mar disputan
por mostrarse a través del carácter de los oriundos.
Como
aviso final, diré que volveré; Y como consejo a seguir por yo mismo
en primer lugar, es preparar exhaustivamente el recorrido por
Galicia, porque lo merece y es necesario.
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