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viernes, 14 de agosto de 2015

Un verano por Galicia

 Playa de las Catedrales, Ribadeo, Lugo

Esta siendo este un verano ardiente, extremadamente caluroso, sofocante, agobiante, en definitiva, para alguien como yo, quien repudia el calor, y más si es excesivo, un infierno. Por eso recoger la idea, hacer la maleta y salir hacia Galicia, fue todo en uno.

Y fue con la meta de disfrutar de la anhelada compañía, de la benévola y saludable climatología gallega, la gastronomía variada y exuberante y el disfrute de paisajes que ya cogían polvo en mi agenda de pendientes de la geografía hispana y mundial.

Así salimos de madrugada camino del Norte, por la A-66 cuyo tramo recién inaugurado entre Zamora y Benavente además de bienvenido era necesario en aras de la seguridad y la calidad del viaje en las comunicaciones por la antigua Ruta de la Plata.

De esta forma llegamos a Ribadeo, y más concretamente al parking de la Playa de las Catedrales (nombre turístico de la Playa de Aguas Santas). Un paraje espectacular y fantástico el que ha dejado la acción de las olas y el mar sobre los acantilados de pizarra y esquisto durante miles de años. Localizada sobre el término de Ribadeo en Lugo (más concretamente en la parroquia de A Devesa) sobre la misma raya limítrofe de Galicia con Asturias, siempre me había atraído el paraje y ahora vivido y recordado al ordenador no puedo más que emplazar mi deseo de volver y animaros a todos y todas a acercaros allí y disfrutarlo como lo hice yo.

Los arcos naturales que recuerdan a los arbotantes de las Catedrales góticas; las inmensas moles de piedra de hasta 30 metros que se abren en grutas y pasadizos, como si fueran deambulatorios. El lago interior y las pequeñas lagunas que se quedan al retirarse el mar. Los escarpados acantilados y bloques de roca serpenteados por fina arena, todo ello construido por el viento, las olas y el impacto del agua marina.

Deciros que el disfrute del paraje no es libre como tal, puesto que es necesario inscribirse en la lista diaria para controlar el acceso y no deteriorar en la medida de lo posible este Monumento Natural, decretado por la Consejería de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia y Patrimonio paisajístico de todos y todas. Éste acceso es gratuito y no supone más que una pequeña cola para confirmar la entrada. Aún así y con todo, nos pareció excesivo el número de personas que deambulábamos por aquella, eso sí en agosto.

Para disfrutar de todas las vertientes del paraje humildemente recomiendo cerciorarse de las horas y períodos de bajamar y pleamar, para así en caso de la primera poder disfrutar bajando a la arena del paseo entre las formaciones rocosas que la Naturaleza ha creado y que en ese momento el mar deja ver, para luego ya en el momento de marea alta, realizar el paseo (delimitado por la pasarela de madera habilitada) por la parte de arriba de la cornisa y poder también desde ahí ver el empuje de las olas, así como oler la mezcla de aromas entre el agua marina, y la vegetación de esta parte superior compuesta por jazmines y otras aromáticas.

Además indicar que hay bastante zonas de aparcamiento habilitados, y que también se pueden vislumbrar restos de un asentamiento romano e incluso una mina romana (existe la teoría de que el paraje no es obra de la naturaleza indómita, sino fruto de la prospección de una antigua mina romana).

Panorámica de la Playa de las Catedrales

Y para comer, ¿qué? Pues os recomiendo el Mario, un bar-restaurante pegado a la estrecha carretera que te lleva a la Playa de las Catedrales dirección a un par de kilómetros. Tiene una carpa como comedor y espacio para aparcar. Y sobretodo una especialidad: El pulpo a la gallega que les queda espectacular. Y eso que no desmerecen las carnes y pescados, así como la afabilidad de los camareros que por lo menos en nuestro caso nos sugirieron bien y quedamos más que satisfechos.

El siguiente destino ya fue ir en busca de nuestro alojamiento. La finca O Bizarro, a la que llegamos gracias sin duda al GPS, puesto que conducir y buscar algo concreto dentro del caos de pedanías, caminos, parroquias y carreteras de Galicia es imposible a menos que seas oriundo habituado o dispongas de la asistencia satelital. Pero aún así, pese a las dificultades en llegar, no puedo más que recomendar esta casa rural, antigua y típica casa de labor galega, reformada para ser un orgulloso y coqueto hotel, así como todo su paraje con ermita y pozo en medio del monte lucense.

Si a la espectacularidad del entorno, la calidad de las habitaciones (espectacular baño y más que confortable cama) y espacios comunes, le sumas la afabilidad y campechanía de José, el dueño y promotor de la idea se saca un lugar donde el descanso es parte activa de la experiencia del viaje haciendo todo ello, sobra decir, parte indispensable para próximas visitas.

De la costa lucense tuvimos tiempo para acercarnos a Foz, Viveiro y Burela. Todos municipios pesqueros que han virado en mayor o menor grado hacia el turismo, destacando por encima de ellos el centro histórico de Viveiro con más de 300 años de antigüedad y que crea un lugar fantástico para perderse de lo exterior y encontrarse en el interior. Y no haría bien si no os dejo otra recomendación culinaria. Ya de vuelta a Ribadeo para cenar paramos en el Mesón O Pepe, y fue más que genial la idea, todo dicho sea de paso, sugerida por una conocida app de viajes que no me paga para publicitarla. Pero lo cierto es que cenamos fantásticamente bien, destacando un plato de cecina de León maravilloso que sirvió de entrante para un bacalao y un solomillo de ternera respectivamente de impresionante sabor y contundencia necesaria. Si a eso le sumas unos postres deliciosos, un buen café y un surtido de licores por cortesía de la casa. Vamos para volver y no salir del O Pepe en Ribadeo.

Estos fueron los primeros días de nuestra experiencia Galicia agosto 2015, y ya ahí marchamos hacia la segunda parte de esta aproximación a aquellas tierras a las que sin duda volveremos. Volveremos por lo fantástico de lo comprobado, por la parte sur que dejamos para otra ocasión, pero también por la imposibilidad material de llegar a otros puntos que planeábamos visitar como Lugo, la zona de Estaca de Bares, A Coruña, Muxia o Finisterra. Y es que he de decir que para poder visitar y paladear todos estos parajes urbanos y marítimos y sin olvidarnos de la montaña y el interior gallego hay que dejar tiempo para la causa. Atravesar Galicia en coche es tortuoso. Las distancias se hacen más largas de lo que parece porque todo fluye a través de montañas y el camino está salpicado de concelos y pequeños núcleos urbanos y las autovías lógicamente (y en función de preservar la naturaleza de la zona) no llega a todas partes.

 Plaza del Obradoiro, Fachada de la Catedral de Santiago de Compostela

Pero con todo llegamos a Santiago de Compostela, segunda parte, como digo de nuestra incursión, para poder vislumbrar la meta del camino. Y así, con multitud de peregrinos (agosto es el mes más numeroso en cuanto a la llegada de los mismos) disfrutamos del centro histórico y cultural de una ciudad, Santiago, típicamente universitaria al modelo español. Las calles de este centro destilan el ambiente juvenil propio, dentro de un marcado entorno medieval, pero al uso gallego, cuya arquitectura típica se cuida en materiales y técnicas de la humedad incesante de la zona.

Desde que se entra en este centro histórico (nuestro hotel se encontraba en las afueras) vivimos las calles estrechas de paredes graníticas, edificios palaciegos altos y la confluencia multitud de ocasiones en pequeñas plazas, para ir, según nos acercamos al lugar céntrico del municipio, de plazas de mayor tamaño, toda vez que alguno o varios de sus laterales lo componen iglesias y conventos. Destaca en mi opinión por su singular belleza resaltada por las alturas salvadas por escalinatas la Plaza de las Platerías.

El primer paseo como era inevitable y siguiendo los últimos metros de la última etapa del Camino de Santiago acabo en la Plaza del Obradoiro. Decir en primer lugar, que esta plaza rectangular, me sorprendió sobre todo por su tamaño ya que la esperaba de mayor tamaño, al igual que la famosa fachada del Obradoiro, que lastimosamente estaba parcialmente cubierta por andamios y telas ya que está en proceso (y parece que va para largo) de restauración y limpieza.

Pero no se deja de estar en un lugar especial por su simbolismo cultural y por su historia relatada en la belleza de las 4 fachadas de los edificios que la circundan, cada uno de un estilo arquitectónico diferente pero que guardan la armonía suficiente para dotar al espacio de una atmósfera única, atemporal y que como pudimos comprobar en la última de nuestras visitas recurrentes durante estos dos días y ya de noche, te lleva a la reflexión, todo ello en un marco declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Al este, la fachada barroca de la Catedral flanqueada por el Museo a su derecha y el Palacio de Gelmírez a su izquierda. Al oeste de la plaza, se encuentra el Palacio de Rajoy, levantado por el arzobispo Bartolomé de Rajoy para dar cabida al ayuntamiento. Al norte, el Hostal de los Reyes Católicos, obra cumbre del estilo plateresco que servía antiguamente de cobijo a los peregrinos. Al sur, el colegio de San Jerónimo, que pasó de ser un hospital de peregrinos a una residencia de jóvenes estudiantes sin recursos. Actualmente alberga el Rectorado de la Universidad de Santiago de Compostela.

Punto de unión y llegada, de marcha y espera, de partida y despedida la Plaza del Obradoiro es el centro de la vida de Santiago. Y en torno a ella de noche y de día se desarrolla una ciudad, y una región, que se muestran acogedoras y estimulantes. No en vano, durante los dos días que estuvimos allí, fueron constantes las actuaciones musicales en las plazas adyacentes, tanto de jazz, rock o música folk celta, y los establecimientos de venta al por menor, se muestran afables y agradecidos de acogerte y aconsejarte cual puede ser tu próxima parada.

Santiago de Compostela, Ribadeo y Galicia, toda Galicia componen un paisaje entre lo real y lo imaginario, lo tangible y lo místico, donde la naturaleza es parte importante. La supremacía de los bosques y montes gallegos frente a la bravura del mar disputan por mostrarse a través del carácter de los oriundos.

Como aviso final, diré que volveré; Y como consejo a seguir por yo mismo en primer lugar, es preparar exhaustivamente el recorrido por Galicia, porque lo merece y es necesario.

martes, 13 de marzo de 2012

Santander. Estimulante y relajante


Hacía mucho que no salía de la provincia de Salamanca. Mucho que no veía el mar. Muchísimo que no cogía el "saxito" y hacía un viaje, de mucha carretera, de estepa castellana y noche estrellada por faros de coches... Recordad aquellos días, volver a pensar, todas y cada una de las cosas que me suceden; esa reflexión pausada de pos y contras mientras conduces a 120 km/h como velocidad de crucero. Un modesto viaje que a la vez es grande e intenso; puro conocimiento de uno mismo en la soledad del vehículo, con la música, mi música, como acompañante y estimulante. Sordos dejaríamos juntos con tanto himno, tanta vehemencia.

Y el destino era Santander. La capital cantabra que albergaba desde hacía una semana a mi hermanito en un curso intensivo de inglés en la Universidad Menéndez Pelayo y en el que se alojaba en el albergue junto al Palacio de Magdalena, conjunto histórico, palaciego y residencia veraniega de AlfonsoXIII, y que enclavado en una península da abrigo a la bahía de Santander y a toda la ciudad.

Desde las 7 de la mañana que inicie viaje rumbo Norte atravesando Valladolid y Palencia, para ya en Cantabria, nada más cruzar un incipiente Ebro, mientras, casualidades de la vida, los hijos pródigos La Fuga resonaban en el interior de mi coche, parar en Reinosa, bello pueblo de montaña cantabra, cuya salida daba comienzo a un itinerario espectacular y asombroso de verdes valles, escarpadas cimas y continuidad de pueblos y localidades de puro estilo montañero.

Y así llegar hasta Santander, primero a recoger a mi hermano en el Palacio de Magdalena, para luego llegar al hotel San Glorio, ya en el centro de la ciudad, que nos ha acogido estos dos días, dado de desayunar y hotel que recomiendo vivamente, tanto por su situación, instalaciones, como también por el trato personal, especialmente de el recepcionista que nos dió validez a la reserva y registró, y que no sólo nos dió consejos sobre como aparcar por la zona y que salía más o menos económico sino que se ofreció a dejarnos su plaza una vez acabará su turno. Un crack.

Aunque era evidente que en tan sólo un par de días conocer la ciudad, con toda su oferta (cultural, monumental, gastronómica, paisajística y turística y de descanso) que ofrecía era imposible cada paseo, cada mirada ha confirmado mis prevías sensaciones de tierra bella, acogedora y especial.

Con un centro histórico de edificios limpios, que respiran en torno al puerto y paseo marítimo que limita toda la bahía hasta la península de la Magdalena, donde ya comienzan arenosas y luminosas playas, las calles (y cuestas) se van sucediendo, con detalles que no deben de escapar en cada fachada, ácera y jardín.

Pero sin duda si algo tiene Santander y Cantabria que ofrecer y es ya conocido es su gastronomía. Dejo para la siguiente ocasión una sentada en torno a un buen Rioja y un gran cocido montañés. Pero nuestras rutinas culinarias que han sido seguir la filosfía del tapeo y el ir de pintxos han dado excelentes resultados, desde unos pimientos rellenos hechos al instante de pedirlos, recientes, jugosos y sabrosos, caldos, croquetas caseras, pintxos elaborados con el mar como protagonista y la anchoa como estrella (vestida de quesos) o tabla de quesucos de Liébana, .... todo regado con buenas cervezas y profesional simpatía que hacen muy recomendable estos paseos (siempre con la guía de turno, y en eso mi hermano es un hacha) aunque a priori un vistazo a las pizarras y cartas, pueda parecer algo caro. Pero la manida relación calidad-precio es más que justificable y las sensaciones vividas en un bar de pintxos y una buena conversación no tienen desperdicio. Dentro de los cinco o seis tascas que visitamos, altamente recomendables el Fuentedé (C/ Peña Herbosa; donde degustamos los pimientos rellenos y en un local con mucha solera y apuntado que ha quedado para degustar el cocido montañés...) y también el Rampalay (c/ Daóz y Velarde) con una exquisita, ingente, variada y sugerente barra de pinchos. Ha habido más y todos ellos, tanto bares, restaurantes, como locales de copas, pubs y cervecerías tienen su encanto y no desentonan en absoluto con la ciudad.




Y si había algo que me alimentaba y esperaba era volver a ver al mar, bañarse, o simplemente caminar por la orilla de una playa como la de El Sardinero; cuidada, brillante y magnífica a la que sólo le falto un punto menos de viento y oleaje. Y es que es díficil encontrar algo en este mundo que a la vez pueda resultar tan estimulante y relajante, en el mismo momento y tiempo, como una playa; el crepitar del mar, la salinidad que cubre la respiración, las diferentes sensaciones, texturas que cubren la piel; esa paz interior y exterior que reina cuando fijas la mirada al horizonte, cuando se es consciente de que en ese traje de arena y mar de vivir un momento inigualable. Y cuando todo eso lo vives en un lugar como Santander la sensación se incrementa y dispara; la insignificancia que sientes no importa ante lo imponente del paisaje; playa y bahía rodeada de monte. Paseos marítimos de blancas balaustradas que fronterizan con casas y edificios señoriales, y todo ello abrazando el dorado de playas de marea intensa o escarpados acantilados y que al final se funden en el verde de la tierra y el azul del mar.


Especial mención, por supuesto, a mi hermanito, gran cicerone, acompañante, soldadito marinero y persona vital y tipo genial que es. Y a sus "canarios" amigos, Jenifer y David. Otros dos grandes a los que también se les va a deber una visita y que esperamos también quieran cobrársela con un poco de piedra de Villamayor.

Conocer, en estos dos días, toda la ciudad era tarea complicada (contra más los alrededores y provincia) y dado lo satisfecho que ha quedado uno, lo accesible del destino y lo realmente bueno que queda por conocer, no cabe duda de que volveré y pronto a poner rumbo a Cantabria para pasar unos buenos días de desconexión de la rutina mesetaria salmantina.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...