A continuación voy a publicar unos estractos de un par de obras del filósofo y lingüista norteamericano Noam Chomsky, escritos uno de ellos en 1997 (El Nuevo orden mundial y el viejo) y el otro en 2005 (La propaganda y la Opinión pública). Ensayos y conferencias en las que la voz más vehemente y autorizada de la izquierda en norteamérica repasa los últimos 25 años del siglo XX y las ilusiones, problemas y tragedias que han dejado para este nuevo milenio.
Disfruto muchísimo leyendo ensayo político, y más cuando es gente tan preparada, con una visión a la vez globalizadora y única, intrínseca y extrapolable la que vierte sus opiniones, sus acertados dardos a la realidad de un mundo complejo y perverso en el que el bien final es la riqueza absoluta, y poco valen si en el camino la bajeza moral o el pisoteo al resto de habitantes del planeta no sólo son un resultado, sino que se convierten en armas e instrumentos para conseguir maximizar los beneficios y las cuentas de los ya archi-millonarios. La voz de Chomsky es autorizada y reveladora. Desde su cátedra de lingüistica en el MIT lleva 40 años desmontando las políticas internacionalistas y globalizadoras del imperio y las multinacionales. Temido y marginado en su país, es hasta censurado, y tanto demócratas como republicanos le ven como un bolchevique que no sólo perjudica la visión de los Estados Unidos en el mundo, sino que además hace apología del anarquismo, del comunismo, de la revolución proletaria frente a la burguesia, la gerontocracia, las oligarquías monopolísticas y las instuticiones establecidas. En un país en el que todo a lo que huele a socialismo es tachado de pasado, revolucionario o traidor, las ideas, discursos y opiniones de Chomsky adquieren cada vez más notoriedad y se confirman como letras sagradas y profecías de lo que viene aconteciendo por el despilfarro, la ausencia de moral y el nepotismo de los neo-cons.
Leer y comprender a Chomsky es aprender a conocer la realidad de este mundo cada vez más politizado, mediatizado y permisivo con el fraude. Su conocimiento debe ser un pilar para la izquierda mundial. Aquí dejo algunos extractos de estas dos obras, que me han parecido, personalmente, reveladores: (y para ilustrarlo un video de Audioslave)
La propaganda y la Opinión pública
¿Qué explicación le encuentra usted? A los periodistas les gusta considerarse paladines de los pueblos; a quienes hacen investigación periodística les gusta revelar cómo funcionan en realidad las cosas, sacar los trapos sucios a la luz y demás. Y, sin embargo, no hablan de esas cosas, ¿Por qué? Se debe en parte a la falta de capacidad para asumir determinados valores. Quiero decir que no se tiene en cuenta lo que se les hace a los demás. Y no son sólo los periodistas. Pasa por ejemplo con los eruditos… Con los círculos intelectuales en general.
El conflicto Palestina vs. Israel
Es la primera vez que lo veo en Estos Unidos. Bennet cuenta lo que se sabía muy bien en Israel hace veinte años y lo que ustedes pueden haber leído en la literatura disidente durante los últimos veinte años, basado en fuentes israelíes: que la guerra se libró sólo por razones políticas. Era una guerra por Cisjordania. La idea era eliminar la amenaza de negociaciones que procedía de los palestinos.
Es verdad. Durante veinte años lo ha sabido muy bien todo el mundo excepto la población de Estados Unidos. Ahora aparece un párrafo que cuenta la verdad, de modo que pueden citar al New York Times para refrendarla. Figurar en el New York Times la convierte en versión oficial. La documentación sobre el asunto es abrumadora desde los primeros días de la invasión. De manera que algo llevamos ganado. Con paciencia se gana el cielo.
Terrorismo y América
Current History también habla del año 1985 en Oriente Próximo. Los investigadores lo asocian con el período cumbre del terrorismo. Y dan un par de ejemplos pero, naturalmente, no los que he dado yo. De ésos no se puede hablar. Los ejemplos mencionados para explicar por qué 1985 es la cumbre del terrorismo son dos incidentes, en cada uno de los cuales murió una persona, un estadounidense. Uno es un secuestro en el cual fue muerto un oficial militar de Estados Unidos. Otro es el del Achille Lauro, el incidente más famoso, en el cual fue asesinada otra persona: Leon Klinghoffer, un lisiado.
Los dos hechos son, sin la menor duda, actos de terrorismo. En los dos casos hubo un muerto. No tienen comparación con las acciones que he narrado antes, pero son actos de terrorismo. La muerte de Leon Klinghoffer, que es bien conocida, es comparable por ejemplo con un incidente que acaba de producirse en Jenín, cuando un hombre en silla de ruedas trataba de apartarse del camino de un tanque israelí. El tanque lo aplastó y su cuerpo quedo hecho trizas. Lo mismo ocurrió hace dos días, cuando una mujer joven que intentaba dirigirse al hospital para recibir tratamiento de diálisis quedó bloqueada y no pudo llegar. También iba en silla de ruedas y murió. Hay otros incidentes comparables con éstos. Es fácil seguir dando ejemplos, sólo para demostrar su continuidad. Pero desde luego nada de esto cuenta como terrorismo.
Sigamos. Los actos de terrorismo que he descrito en América Central, Oriente Próximo, Sudáfrica, etc., no cuentan como terrorismo. No entran en los anales de la literatura erudita sobre terrorismo. Se habla de ellos, pero no como de actos terroristas. Son “contraterrorismo” o “guerras justas”. El principio es que si alguien comete un acto terrorista contra nosotros o nuestros aliados practicamos el terrorismo –y puede ser mucho peor- contra cualquier otro, esto no es terrorismo. Es contraterrorismo o guerra justa.
Estoy apropiándome del término terrorismo de Estado, tomado de distintas fuentes. Una de ellas es la del conocido sociólogo turco Ismail Besikci, que en 1991 escribió un libro titulado Terrorismo de Estado en Oriente Próximo, incluido el terrorismo turco en zonas kurdas. De inmediato fue encarcelado. Hasta donde sé, sigue en prisión. Ya había pasado quince años en la cárcel por informar de hechos de la represión turca contra los kurdos, despiadadamente reprimidos durante décadas.
La U.S. Fund for Freedom Expressión [Fundación Estadounidense por la Libertad de Expresión] otorgó a Besikci un premio de diez mil dólares. Él rechazó el premio como forma de repudiar el decisivo apoyo de Estados Unidos al terrorismo de Estado turco. No podía aceptar una recompensa de Estados Unidos, mientras éste participaba en el terrorismo de estado turco. Escritores, eruditos y parlamentarios británicos protestaron enérgicamente por su segundo encarcelamiento. Pero nadie protestó en Estados Unidos. Y la razón no era el terrorismo en sí, sino que lo estábamos practicando nosotros. Por lo tanto lo que él contaba no podía ser terrorismo y no teníamos motivo para protestar.
Globalización y economía
Pasé un par de horas escuchando testimonios de pobres paisanos y hablaron del terror. El peor de los terrores sufridos –según los testimonios que escuché- fue el que impone directamente Estados Unidos, en concreto, la fumigación. La fumigación destroza por completo sus vidas. Destruye sus cosechas, mata a sus animales. Los niños se están muriendo. Puede vérselos con pústulas por todo el cuerpo y otras plagas semejantes.
La mayoría son cafetaleros pobres. El cultivo del café es complicado, los precios son bajos. Pero habían conseguido abrirse un hueco en los mercados internacionales para producir de forma organizada café de alta calidad, que vendían a Alemania y otros países. Eso se acabó. Una vez que las plantas de café han sido destruidas y la tierra fumigada y envenenada se acabó el cultivo. Las tierras están envenenadas para siempre.
No sólo se han destruido las vidas y las cosechas. También la biodiversidad y, de manera definitiva, la tradición de la agricultura campesina. Es una tradición muy rica en todas partes del mundo. Por eso produce rendimientos tan altos. Exige mucha capacidad de entendimiento y mucha sabiduría popular. Cuando se han perdido no es posible recuperarlas.
La fumigación está oficialmente justificada como guerra contra las drogas. Es un concepto difícil de tomar en serio, excepto como tapadera para el programa de contra-insurgencia y la otra fase de la larga historia de arrancar a los campesinos sus tierras, en beneficio de las élites ricas y de la extracción de recursos por parte de inversores extranjeros.
La consecuencia es que si esa zona volviera alguna vez a la agricultura, lo haría al monocultivo para exportadores agrícolas con semillas producidas en laboratorio, compradas a Monsanto. No hay ninguna otra alternativa. Pero lo más importante es que, una vez que la población haya sido arrastrada por Estados Unidos a la guerra química y a la destrucción de las cosechas, puede ser la oportunidad de que las corporaciones extranjeras se dediquen a la explotación minera a cielo abierto –por lo visto hay campos ricos en carbón en los alrededores-, a las represas, la energía hidroeléctrica y demás. De modo que ese proceso también se considera un éxito.
Neocolonialismo
Eso es parte de lo que Sen escribió. La parte ampliamente divulgada, conocida en todos lados. Pero luego continúa. Aquí está el resto, sacado de los mismos artículos y de los mismos libros; lo que no se conoce. Sen añade: comparemos los índices de mortalidad de China e India desde 1947 hasta la época en que escribí la obra. Los índices de mortalidad eran aproximadamente los mismos alrededor de 1947; los países y circunstancias, similares. El índice de mortalidad en China empezó a bajar bruscamente; en India siguió siendo el mismo. Y también considera que se trata de un crimen ideológico.
Dice que la diferencia se debe a que China ha instalado consultas sanitarias rurales, organizando medicina preventiva para los más necesitados, etc. Y que esas medidas han llevado a una notable mejora de la asistencia médica en general, lo cual ha permitido reducir el índice de mortalidad. En India no se ha reducido. Era un país democrático capitalista, donde no se ha hecho nada por los pobres. Y luego insistes en que si se echa una ojeada a la diferencia entre las curvas de esos índices… Permítame citarlo: “India parece arreglárselas para llenar sus alacenas cada ocho años de más esqueletos, de los que China ha acumulado en sus años de ignominia (1958-1961)”.
Terrorismo y contra-terrorrismo
Todo esto revela un hecho notable sobre la ocupación militar. Dura ya treinta y cuatro años. Desde el principio la represión ha sido dura, brutal. Les han robado la tierra y los recursos. Pero no ha habido represalias en los territorios ocupados. Israel era inmune a los ataques dentro de los territorios. Hubo algunos desde fuera, atrocidades incluidas, aunque hayan sido sólo en mínima cantidad comparadas con las atrocidades de Israel. Y cuando me refiero a Israel, quiero decir Estados Unidos e Israel. Porque todo lo que hace Israel llega a los límites de lo que Estados Unidos apoya y autoriza. De manera que son atrocidades cometidas por los dos Estados en conjunto.
Por eso produjeron los acontecimientos del año pasado tan tremenda sorpresa. Estados Unidos e Israel han perdido el monopolio total de la violencia. Todavía tienen una superioridad abrumadora, pero ya no el monopolio. Eso es pavoroso. El 11 de septiembre provocó exactamente el mismo pavor, pero a escala global. El 11 de septiembre fue una atrocidad horrorosa, pero no era nueva. Hay cantidad de atrocidades como ésa. La única diferencia es que ocurren en otras partes del mundo.
Ser estadounidense no sólo no le impide juzgar la política y moral de su país con los mismos ojos con los que Estados Unidos juzga a otras naciones, sino que lo empuja a insistir en la necesidad de atacar las causas y defender soluciones pacíficas. Chomsky analiza lo que ha sido la política exterior de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial –Vietnam, América Central, Oriente Medio…-, habla de los crímenes de guerra, de la impunidad del poder, de la manipulación de la información y nos recuerda que jamás debe ignorarse “el terrorismo de los poderosos contra los débiles”. Un claro discurso por la paz, la justicia social y la democracia.
El Nuevo orden mundial (y el viejo)
El modelo persiste con pocos cambios. Un ejemplo revelador es la actual interpretación estándar de la campaña de asesinatos, tortura y destrucción que los Estados Unidos organizaron y dirigieron en América Central durante los años 80 para aniquilar las organizaciones populares que se estaban formando, en parte, bajo los auspicios de la Iglesia. Estas organizaciones amenazaban con crear una base para una democracia operativa, que quizá hubiera permitido a los pueblos de esa mísera región, tanto tiempo sometida a los Estados Unidos, lograr algún control sobre sus vidas; por tanto, tenían que ser destruidas. Este vergonzoso episodio de violencia imperialista se describe hoy en día como un ejemplo de nuestros altos ideales y de nuestro éxito al llevar la democracia y el respeto a los derechos humanos a esa primitiva región. Y aunque se admitan algunos excesos, éstos se atribuyen a las tensiones de la Guerra Fría en los que la región estaba inmersa. Pese a lo absurdo de tal planteamiento, siempre está sobre el tapete, listo para ser desempolvado cuando sea preciso.Ha sido curioso observar la desesperada búsqueda de algún nuevo enemigo cuando en los años ochenta se desvaneció la amenaza rusa. se ha recurrido al terrorismo internacional, a los narcotraficantes hispanos, al fundamentalismo islámico o a la “inestabilidad” y depravación del tercer mundo. El proyecto se dirigía con la delicadeza acostumbrada: así, la categoría de “terrorismo internacional” no incluye ninguna referencia a las contribuciones de los Estados Unidos y de sus clientes, que aunque baten todos los récords siguen siendo un tema tabú para los medios de comunicación y para los expertos dignos de crédito; el frenesí de la guerra antidroga eludió el papel determinante de la CIA a la hora de crear y mantener el negocio ilegal de los narcóticos posterior a la segunda guerra mundial, así como el papel del estado, que permitía que los bancos y las grandes empresas estadounidenses obtuviesen pingues beneficios procedentes de la venta de drogas letales, y así sucesivamente.
El mundo tras el fin de la URSS
La misión de las democracias neo-liberales tras la caída del muro y el fin de la era soviética: “Ayudar a construir y mantener un orden mundial lo suficientemente estable como para permitir que las economías avanzadas del mundo funcionen sin tener que hacer frente a constantes interrupciones y amenazas procedentes del tercer mundo”; tarea que exigirá “intervenciones instantáneas de las naciones avanzadas y quizás, acciones preventivas”.
Podemos apreciar la naturaleza de esos “tremendos infortunios” contemplando a una de sus primeras víctimas, Haití y Bengala, que los conquistadores europeos describieron como zonas prósperas, con grandes recursos naturales y gran densidad de población, que posteriormente se convirtieron en una enorme fuente de riqueza para los expoliadores franceses y británicos, y que en la actualidad son auténticos símbolos de la miseria y la desesperación. La realidad histórica queda confirmada si echamos un vistazo al único país del Sur que fue capaz de resistir la colonización. Japón, el único representante del Sur en el club de los ricos, con algunas de sus antiguas colonias a remolque, todas las cuales rechazaron tajantemente las prescripciones para el “desarrollo” dictadas por el poder occidental. Y aún aprenderemos más si consideramos el caso de “la primera colonia del mundo moderno”, Irlanda, des-industrializada (como otras muchas colonias, especialmente la India) y radicalmente despoblada, en parte gracias a la rígida aplicación de las sagradas “leyes de la economía política”, que vetaron toda ayuda significativa e incuso el fin de las exportaciones de alimentos de Irlanda durante la devastadora hambruna de la década de 1840, cuyos efectos aún hoy se dejan sentir en el país, cuya “actividad económica ha sido la menos destacada de la Europa Occidental, o incluso de toda Europa, a lo largo del siglo XX”. Las lecciones que ya estaban claras para Adam Smith en la actualidad resultan mucho más obvias para todos aquellos que las quieran ver.
La situación de Irak tras la primera guerra del Golfo
Tam Dalyell, parlamentario británico perteneciente al Partido Laborista, y Tim Llewellyn, corresponsal en Oriente Medio, informaron a su regreso de Irak en mayo de 1993, de que la cifra de muertes infantiles “superaba las 100.000”, según datos proporcionados por el ministro de Sanidad iraquí (de etnia kurda). UNICEF confirmó las cifras y los análisis proporcionados por el ministro, destacando hechos como los siguientes: el acusado aumento de la desnutrición, unos índices de natalidad peligrosamente bajos y una mortalidad infantil provocada por enfermedades que se podían evitar con vacunas y el consumo de agua potable; el aumento de los casos de paludismo y de otras enfermedades erradicadas desde hacía tiempo; el colapso de los hospitales que sufrían la prohibición de importar camas pediátricas o sustancias vitales para la cirugía porque tales elementos podían emplearse para la construcción de armamento. En los hospitales pediátricos, Dalyell y Llewellyn pudieron contemplar cómo las criaturas morían a causa de la desnutrición y la carencia de medicamentos y, como otros, constataron que el apoyo a Saddam aumentaba entre una población que empezaba a percibir que los gobernantes del mundo estaban intentando castigarles a ellos, no a su criminal dirigente. La veracidad de esta percepción queda confirmada por las políticas aplicadas por los Estados Unidos a todos aquellos que han intentado enfrentárseles, como pueden atestiguar las víctimas de tales políticas en todas las partes del mundo.
Según informo Nora Boustany desde Bagdad, hubo ocho muertos y decenas de heridos. Entre los muertos se encontraban la conocida artista Layla al-Attar y un hombre con su hijo en brazos. Ya se sabe que un ataque con misiles inevitablemente tendrá fallos técnicos, pero su principal “ventaja”, según explicó el secretario de Defensa Les Aspin, es que “los pilotos estadounidenses no corren ningún riesgo”, como sería el caso de un bombardeo más preciso. Sólo corren riesgo los civiles iraquíes, de los que se pueden prescindir.
Los especialistas en relaciones públicas de Clinton tomaban el pulso a la nación. Sabían que la gente se sentía enormemente desilusionada, escéptica y preocupada por la situación de sus vidas su aparente pérdida de poder y el declive de las instituciones democráticas; sentimientos intensificados por una década de reaganismo. Por tanto, no resulta sorprendente que Reagan figure, junto a Nixon, como el ex presidente vivo más impopular, especialmente rechazado por los trabajadores y los “demócratas de Reagan”. Los asesores de imagen sabían también que la administración Clinton no afrontaría los problemas de la gente corriente; cualquier medida significativa en ese sentido infringiría las prerrogativas de su electorado básico y, por tanto, no se tomó ninguna. Para lo ejecutivos de laguna multinacional, para los profesionales vinculados con la estructura de poder y otros sectores privilegiados es importante que el mundo siga una disciplina adecuada, a fin de que la industria avanzada vea garantizados sus enormes subsidios y para que los poderosos tengan garantizada su seguridad. No importa demasiado que la educación y la sanidad pública se deterioren, que la población inadapta se pudra en suburbios y prisiones, y que las bases para una sociedad aceptable se desmoronen para la mayor parte de la población. Al adoptar estas directrices a la hora de elaborar su política, la administración actual sigue los pasos de sus predecesores.
“Los Estados Unidos siguen siendo un estado violento y sin ley”
Durante la guerra fría, se tejieron todos los hilos necesarios para exigir la supremacía, nuestro derecho y nuestra necesidad: nuestro derecho en virtud de la nobleza que nos es propia por definición; nuestra necesidad, habida cuenta de la inminente amenaza de destrucción a manos del diabólico enemigo. El término convencional que se emplea como pantalla o pretexto es “seguridad”.
La hipocresía yanki
Como parte de su política de contención de la amenaza soviética, los Estados Unidos prestaron un vigoroso apoyo a Mussolini desde su marcha sobre Roma en 1922, una “buena y oven revolución”, según describió el embajador estadounidense la imposición del fascismo. Una década más tarde, el presidente Roosvelt alabó al “admirable gentleman italiano” que había abolido el sistema parlamentario y que con mano dura mantenía a raya al movimiento obrero, los socialistas moderados y los comunistas. El Departamento de Estado explicó que las atrocidades fascistas eran legítimas porque bloqueaban la amenaza de una segunda Rusia. Por las mismas premisas de moderación también se apoyó a Hitler. En 1937 el Departamento de Estado consideró que el fascismo era la reacción natural de las “clases altas y medias en defensa propia”, cuando las “masas insatisfechas, con el ejemplo de la revolución rusa ante sí, se escoraban hacía la izquierda”. Por tanto, el nazismo y el fascismo “debían vencer en todas partes, o las masas, esta vez reforzadas por las desilusionadas clases medias, se decantarían otra vez hacía la izquierda”. Al mismo tiempo, lord Halifax, enviado especial británico a Alemania, alabó a Hitler por impedir la difusión del comunismo, logro que hizo que Inglaterra “entendiera mucho mejor que antes lo que estaban haciendo”. Tales fueron las palabras de Halifax al canciller alemán mientras éste desencadenaba su reino del terror. El mundo financiero estadounidense estuvo de acuerdo. La Italia fascista era una de las grandes favoritas de los inversores, y las grandes empresas estadounidenses pronto tuvieron gran vinculación con la industria de guerra nazi, enriqueciéndose muchas veces con el saqueo de los bienes de los judíos del programa de “arianización” de Hitler. Según un estudio reciente de Christopher Simpson, “las inversiones estadounidenses en Alemania incrementaron rápidamente tras la llegada de Hitler al poder”, aumentando en “un 458.5 por 100 entre 1929 y 1940, mientras experimentaban un fuerte descenso en el resto de la Europa Continental y apenas se mantenían estables en el Reino Unido”.
El mundo en conflicto
En primer lugar, el nacionalismo independentista (“ultranacionalismo”, “nacionalismo económico”, “nacionalismo radical”), es inaceptable, sea cual sea su color político. La “función” del tercer mundo es proporcionar servicios a los ricos, ofreciendo salarios bajos, recursos, mercados, oportunidades para la inversión, y (posteriormente) exportar la contaminación, así como otros atractivos (paraísos para el blanqueo de dinero procedente de las drogas y otras operaciones financieras des-reguladas, turismo, y así sucesivamente).
Oeste-Este vs. Norte-Sur
La visión es totalitaria: nada puede escapar a nuestro control. Asimismo, la doctrina ha logrado una casi total aquiescencia. En el extremo menos intervencionista, Robert Pastor, asesor de Carter en temas latinoamericanos y reputado experto, escribió que “los Estados Unidos no desean controlar Nicaragua u otras naciones de la región, pero tampoco quieren permitir avances incontrolados. Desean que los nicaragüenses actúen con independencia, excepto cuando ello tenga un efecto pernicioso para los intereses estadounidenses” (la cursiva es suya). Queremos que todo el mundo sea libre; libre para actuar según nuestros designios. Estos sentimientos no provocan comentario alguno, ya que la opinión ilustrada no los considera dignos de mención. Y también, con la mayor naturalidad, encuentran su lugar en el nuevo consenso entre los historiadores de la guerra fría de los que ya hemos hablado.
En no pequeña medida, la propia guerra fría puede entenderse en similares términos: como una fase de la confrontación Norte-Sur, cuya escala alcanzó unas dimensiones tan inusuales que llegó a cobrar vida propia, aunque estuviera arraigada en la lógica habitual.
Europa del Este fue el “tercer mundo” primigenio, distinto de Occidente ya en la época pre-colombina, que se extendía, a grandes rasgos, a lo largo de una línea que atravesaba Alemania: Occidente empezaba su desarrollo; el Este empezaba a ser su área de servicios. A principios del siglo XX, gran parte de la región era prácticamente una posesión casi colonial de Occidente. A la toma del poder por parte de los bolcheviques se la calificó rápidamente de “ultra nacionalista” y por tanto inaceptable. Además, era un “virus”, que ejercía una considerable atractivo en el tercer mundo. La invasión occidental de la Unión Soviética en respuesta “al reto que planteaba la revolución… a la supervivencia del orden capitalista” (Gaddis) quedó así inmersa en un contexto mucho más amplio, como lo hicieron las consiguientes políticas de “contención” y de roll back después de que la invasión no lograse restablecer el viejo orden.
Uno de los cambios cruciales se produjo con la Segunda Guerra Mundial: por primera vez un único estado tenía una riqueza y un poder tan abrumadores que sus planificadores podían diseñar y ejecutar, de manera realista, una visión global. Al final de la guerra, los Estados Unidos poseían casi la mitad de la riqueza del mundo y eran la mayor potencia militar, disfrutando de una seguridad sin precedentes; no tenían ningún enemigo cerca, dominaban los océanos y las regiones más ricas y desarrolladas allende los mares, y controlaban las principales reservas mundiales de energía y otros recursos cruciales. Durante mucho tiempo los Estados Unidos han sido la potencial industrial más importante del mundo.
Publicidad y comunicación
Harold Lasswelln: “La propaganda es más importante en las sociedades libres y democráticas en las que al público no se le puede mantener a raya a base de latigazos.”
Las bases del capitalismo
Es “antiliberal e inmoral” enseñar a los niños a trabajar “no de una manera libre e inteligente, sino en virtud del trabajo ganado”, en cuyo caso su actividad “no es libre porque no participa libremente en él”. Por tanto, la industria debe cambiar “de un orden feudal a un orden social democrático”, basado en el control de los trabajadores y en organizaciones federales al estilo del socialismo guildista de G.D.H. Cole y de gran parte del pensamiento anarquista y marxista de izquierdas. Por lo que se refiere a la producción, su “fin último” no es producir bienes, sino “la producción de seres humanos libres asociados unos con otros en términos de igualdad”, concepción inconsistente con el industrialismo moderno en sus variedades de capitalismo de estado o de socialismo de estado, y también enraizada en los ideales liberales clásicos.
Asimismo el público tiene que cargar con los costes de las deudas incobrables en las que incurrieron los bancos comerciales en el tercer mundo. Susan George, que ha intentado calcular estos costes públicos, concluye que Japón “parece ser el único país verdaderamente capitalista en el grupo de la OCDE”, ya que mantiene el principio capitalista de que el contribuyente no tiene la responsabilidad de pagar los errores de los bancos comerciales. Sin embargo, quienes con mayor entusiasmo proclaman las maravillas del “capitalismo libre de mercado” consideran que, en la medida de lo posible, los que no deben correr riesgos son quienes tienen más poder.
“La venga de pegamento para zapatos se ha convertido en un lucrativo negocio”, y las importaciones procedentes de proveedores multinacionales han experimentando un notable aumento, dado que “los tenderos de las comunidades deprimidas hacen un próspero negocio rellenando semanalmente los botes de los niños” que inhalan el pegamento “para ahuyentar el hambre”. El milagro del mercado ya está otra vez en marcha.
En su discurso como presidente saliente del Grupo de los 77 (que representa a más de 100 de los países menos desarrollados), el colombiano Luis Fernando Jaramillo condenó duramente las prácticas occidentales, señalando especialmente que los países del Sur “no llegan a entender por qué la comunidad internacional no toma las medidas ni asigna los recursos necesarios para ayudar a los países africanos a afrontar la grave crisis que están padeciendo”, crisis de la que Occidente “es en gran parte responsable” en África, donde el “sufrimiento humano ha alcanzado unas dimensiones nunca vistas en otras partes del mundo”. La cuestión tiene la misma respuesta sencilla de siempre. La condonación de la deuda a Polonia ayuda a los ricos en Occidente; la condonación de la deuda en África, no. Y la ayuda se rige según los mismos principios. Los fondos de los contribuyentes se dirigen fundamentalmente a las necesidades de los ricos empresarios, inversores y profesionales de los donantes occidentales; las necesidades de los niños que mueren de hambre son evidentemente secundarias. Este es el “espíritu de la libre empresa” que los funcionarios del gobierno estadounidense ofrecen a los “entusiastas contratistas” a quienes, por otra parte, poco les pueden enseñar.
Los trabajadores estadounidenses deben aprender las mismas lecciones: El Wall Street Journal se apresuró a calificar su progresivo avance hacia una situación tercermundista como “un esperado progreso de trascendental importancia”, como ya hemos visto. Esta situación deja a los estados del sureste de los Estados Unidos con unos sindicatos débiles como los del caso polaco. Daimler-Benz tiene prevista la creación de una fabrica de automóviles en Alabama, con un coste de 300 millones de dólares, para producir vehículos de lujo para el mercado estadounidense, pero sólo después de que el gobierno del estado accediese a proporcionarle enormes subvenciones y exenciones fiscales, por las cuales “Alabama pagará un alto precio”, según una información del Wall Street Journal en la que se comentaban las declaraciones del jefe de un grupo de desarrollo económico de Carolina del norte, que describió la victoria de Alabama en su competencia con otros estados como “una victoria pírrica”: “con un planteamiento de este tipo no se puede levantar una economía prácticamente moribunda. Ese estado tiene una economía tercermundista. Están perdiendo un dinero que deberían invertir en la gente, en las carreteras, en el estado en general. Este es un problema para Alabama, que necesita dinero para la educación”. Para su gente, efectivamente, pero a los inversores internacionales las políticas que implantan un modelo tercermundista en las propias sociedades ricas les trae sin cuidado.
Se podría aducir que la preocupación por los derechos humanos es injustamente selectiva, ya que el esquema es el acostumbrado en los milagros del libre mercado. Examinemos el caso de Tailandia uno de los más alabados, donde unos 240 trabajadores jóvenes, encerrados por los guardias de seguridad, murieron abrasados y 500 más resultaron heridos en un incendio de la fábrica de juguetes Kader el 10 de mayo de 1993, del que se dijo que fue el peor incendio sufrido por una fábrica en todo el mundo. La empresa, con sede en Hong Kong y con poderosos inversores tailandeses y taiwaneses, daba empleo básicamente a mujeres jóvenes de las zonas rurales, que preferían esta opción a la floreciente industria del sexo, uno de los principales triunfos del libre mercado. La fabrica era una “trampa mortal” que ya anteriormente había sufrido tres incendios de los que no se dio noticia alguna, según declaró Lena Kirkland, presidente de la AFL-CIO, en un comunicado de prensa para los editores financieros, extranjeros y laborales. Esta fábrica en concreto suministraba a más de diez de las principales empresas estadounidenses, entre las que se contaban Tyco, Fisher Price, J.C. Penney y Hasbro; a su vez, otras más de 20 empresas estadounidenses –incluyendo Toys “R” Us y Wal-Mart- compraban artículos fabricados en las factorías Kader en Tailandia, donde las condiciones eran similares. Kirkland señaló que “estas empresas no podían alegar desconocimiento ni negar su responsabilidad por las infrahumanas condiciones de trabajo existentes en las fábricas donde se producen sus artículos”. “De hecho, estas condiciones son la razón fundamental por la cual han situado su producción en Tailandia. Literalmente, hacen que la gente se mate trabajando” para lo que los ejecutivos estadounidenses denominan… “mantener la competitividad en la economía mundial”. Tampoco la prensa ni el gobierno pueden alegar desconocimiento. Pero parece ser que los principales periódicos estadounidenses no publicaron ninguna información al respecto.
Cabe subrayar un elemento básico: las normas permiten que los Estados Unidos exporten los productos elaborados en las cárceles, aunque les esté vedada la entrada en el mercado estadounidense. Las cárceles de California y Oregón exportan a Asia ropas confeccionadas en sus talleres, especialmente tejanos, camisetas y una línea de pantalones cortos sagazmente denominada “Prison Blues”. El sueldo de los prisioneros es muy inferior al salario mínimo, y según afirman los activistas a favor de los derechos de los prisioneros, se trabaja en unas condiciones de esclavitud. Pero sus productos no interfieren con los derechos que verdaderamente cuentan; por tanto, no hay ningún problema.
Friedman informó que la administración Clinton, con el propósito de que los chinos modificasen su actitud, “comunicó discretamente a Pekín que si cumplía las exigencias mínimas de Washington en materia de derechos humanos, los Estados Unidos podrían considerar poner fin a la amenaza anual de sanciones comerciales”. La razón es que la antigua política de derechos humanos impuesta por las presiones del Congreso (fundamentalmente como respuesta a las presiones populares) “está pasada de moda y debe ser sustituida”. Este es un “gran cambio político que refleja la creciente importancia del comercio para la economía estadounidense”. La política de derechos humanos “según otros funcionarios, también está anticuada, porque en la actualidad el comercio es un instrumento de gran importancia para la apertura de la sociedad china, para promover el imperio de la ley y la libertad de movimientos en el país y para estimular” la propiedad privada. El mecanismo que finalmente se aplicó fue “una retirada selectiva del actual status comercial a las empresas estatales chinas, en lugar de una penalización generalizada si Pekín no hace suficientes progresos en la cuestión de los derechos humanos”. Según una información recogida por Steven Greenhouse, el subsecretario de Estado Winston Lord explicó en la Cámara de Comercio estadounidense que 2esta es una buena idea, porque ayudará a mantener la empresa privada en China y protegerá las inversiones estadounidenses en ese país”. Incluso podría 2servir de estímulo para que las empresas estatales se convirtieran en privadas”, con mayores beneficios para los inversores occidentales.
La hipocresía es asombrosa, aunque no mucho más que la política de “derechos humanos” ya “pasada de moda”, que siempre ha sido cuidadosamente pensada para evitar poner en peligro los beneficios y para “no ver” las tremendas atrocidades cometidas por los clientes de los Estados Unidos con el patrocinio de Washington. Sin embargo, la preocupación por los derechos humanos llegó a convertirse en pasión en el caso de Nicaragua y Cuba, sometidas a un embargo y a un terror estremecedores. Los criminales tienen que volver a su papel de servicios, si la postura cínica sobre los derechos humanos contribuye a este fin, tanto mejor. Naturalmente, las atrocidades bastante peores que los Estados Unidos organizaron y apoyaron en países vecinos nunca fueron candidatas a sanción algunas. Lo mismo puede decirse del imperio soviético. Hasta que fue devuelto a su tradicional papel tercermundista el comercio no fue “un instrumento” que ayudase a abrir las cadenas. Igual pasó con China, hasta que empezó a abrir sus puertas al control y a las investigaciones extranjeras, ofreciendo prodigiosas oportunidades para obtener beneficios.
Los perfiles del nuevo orden mundial
Las estructuras de gobierno tienden a fundirse en torno a las estructuras de poder internas que, en los últimos siglos, representan el poder económico. El proceso continúa. En el Financial Times, el corresponsal en temas económicos de la BBC, James Morgan, describe “el gobierno mundial de facto” que está tomando carta de naturaleza: el FMI, el Banco Mundial, el G7, el GATT y otras estructuras diseñadas para servir a los intereses de las empresas transnacionales, los bancos y las empresas inversoras en una “nueva era imperial”. En el reverso de la moneda, la Comisión Sur señaló que “los países más poderosos del Norte se han convertido, de facto, en una junta de gobierno de la economía mundial, protegiendo sus intereses e imponiendo su voluntad en el Sur”, donde los gobiernos “tienen que afrontar la cólera, e incluso la violencia, de su propio pueblo, cuyos niveles de vida se ven deteriorados por tener que mantener los parámetros con los que opera la economía mundial”; es decir, la actual estructura de riqueza y poder. Una característica especialmente valiosa de las emergentes instituciones de gobierno de facto es su inmunidad ante la influencia popular que, muchas veces, ni siquiera es consciente de su existencia. Actúan en secreto, creando un mundo subordinado a los intereses de los inversores y, con el público “puesto en su lugar”, la amenaza a la democracia es menor. Este retroceso de la expansión de la democracia durante los siglos pasados es asunto de no poca importancia, al igual que las nuevas formas de perversión de la doctrina liberal clásica en la economía internacional.
La naturaleza de este experimento queda ilustrada gráficamente en un informe de la Organización Internacional del Trabajo, que estima que enero de 1994 el 30 por 100 de la mano de obra estaba sin trabajo, sin posibilidad de ganar lo necesario para mantener un mínimo nivel de vida. Según la OIT, este “desempleo persistente a largo plazo” es una crisis de una magnitud semejante a la Gran Depresión. Este vasto desempleo coexiste con las enormes demandas de trabajo. En cualquier lugar que miremos hay trabajo por hacer de gran valor social y humano y hay multitud de gente dispuesta a hacerlo. Pero el sistema económico no puede reconciliar el trabajo necesario y las manos ociosas de las gentes que lo sufren. Su concepto de “salud económica” está vinculado a las exigencias del beneficio, no a las necesidades del pueblo. En resumen, el sistema económico es un fracaso catastrófico. Naturalmente, ha sido alabado como un gran éxito y, de hecho, lo es para un pequeño sector de gentes privilegiadas, entre las que se cuentan quienes alaban sus virtudes y triunfos.
En cuanto al nuevo orden mundial, se parece demasiado al viejo, aunque con un nuevo disfraz. Se producen fenómenos importantes, especialmente la creciente internacionalización de la economía con todas su consecuencias, incluyendo el agudizamiento de las diferencias de clase a escala global y a la extensión de este sistema a los antiguos dominios soviéticos. Pero no hay cambios sustanciales, ni se necesitan “nuevos paradigmas” para entender lo que está sucediendo. Las reglas básicas del orden mundial son como han sido siempre: el imperio de la ley para el débil, el de la fuerza para el fuerte; los principios de “racionalidad económica” para los débiles, el poder y la intervención del estado para los fuertes. Al igual que en el pasado, el privilegio y el poder no se someten voluntariamente al control popular o a la disciplina del mercado y, por tanto, procuran debilitar la verdadera democracia y ajustar los principios del mercado a sus necesidades específicas. La cultura de la respetabilidad sigue desempeñando su papel tradicional: rehacer la historia pasada y presente según los intereses del poder, exaltar los altos principios que nos impulsan, a nosotros y a nuestros dirigentes, y disimular los desperfectos de la historia calificándolos de buenas intenciones equivocadas, de cureles disyuntivas ante las que nos coloca algún enemiogo perverso o cualquier otra de las categorías que tan bien conocen las personas convenientemente educadas. Quienes no estén dispuestos a aceptar este papel, también tienen un papel tradicional a desempeñar: desafiar y desenmascarar la autoridad ilegítima y trabajar codo con codo para debilitarla
No hay comentarios:
Publicar un comentario