domingo, 18 de marzo de 2012

Nos hemos vueltos locos ya


Existe un episodio de Los Simpsons que resulta en estos momentos, como siempre con todas sus reposiciones, especialmente recurrente. Perdida toda la familia en el desierto, Homer advierte que lo más seguro es que terminen todos locos e inician un viaje sin rumbo en el que los niños no hacen otra cosa que preguntar “¿nos hemos vuelto locos ya?, ¿nos hemos vuelto locos ya?, ¿nos hemos vuelto locos ya?", a semejanza del repetido “¿Hemos llegado ya?” que suele ser frecuente en todos los viajes con niños. Pues bien, ese “¿nos hemos vuelto locos ya?” me asalta reiteradamente en estos ya largos meses con cada medida que se anuncia o cada vuelta de tuerca que nos aprietan. Porque ninguna de las medidas anunciadas tiene como resultado el objetivo que pretenden o anuncian, incluso no tienen reparo en decirlo, y como en una mala película “¿nos hemos vuelto locos ya?” resulta ser un mantra que expresa mi (y no sé si debo decir nuestra) sorpresa creciente ante el despropósito y a la vez nuestra esperanza de que alguien de puro repetida y de puro desatino se dé cuenta y rectifique.

Resulta sorprendente que ya todos hayamos asumido que el sistema público de pensiones es insostenible, que es necesario aumentar la edad de jubilación y que la enorme riqueza acumulada no pueda traducirse ya en un retiro merecido, deseado y digno. Y en cambio siguen aumentando las aportaciones a planes privados de pensiones con desgravación fiscal.

Produce no menos asombro que se implante el “céntimo sanitario” que no pretende en modo alguno mejorar el sistema público de salud, que también resulta insostenible, porque ya sabemos que están aplazados hasta el día del juicio las obras del hospital y los nuevos centros de salud aquí en Salamanca, y se anuncian recortes severos en atención y recursos, que “obliguen” a poner sobre la mesa eso que llaman “copago”, mientras se recomienda y, a veces, se obliga a contratar servicios privados o se derivan a centros privados pruebas o servicios rentables.

Lo mismo ocurre con la educación, objetivo prioritario para todos los políticos en campaña, pero que ahora los recortes dificultan atender al abastecimiento de luz, calefacción, etc. por no hablar de las necesidades educativas, mientras se siguen concertando centros privados.

Así que, en esta nueva locura, se admite como necesario una reforma laboral que debilita los derechos (que no privilegios) de los trabajadores (que no de los sindicalistas, sobretodo de su cúspide), precariza el empleo, abarata el despido, desactiva la negociación colectiva y deja inermes a los trabajadores ante las decisiones de los empresarios (empleadores, emprendedores como quiera llamárseles ahora) y que ya han advertido que no va a crear empleo hasta que la economía no se recupere, y no se recuperará porque entrará en recesión como consecuencia de los recortes necesarios para reducir el sacrosanto déficit. Así que, ¡ya me dirán si eso es un horizonte esperanzador para los 5 millones de parados y los que aun conservan su empleo!

Y el problema de todo esto no es que rompa el equilibrio de fuerzas, ni modifique el marco de las relaciones laborales. Entendida en su contexto, esta reforma laboral es otro de los recortes salariales y de derechos, que rebasa la línea roja de la concertación y abre a un horizonte de conflictividad laboral.

Tomados de uno en uno estos recortes constituyen un retroceso peligroso, pero en su conjunto, representan la ruptura no sólo del consenso democrático y constitucional, sino del previo y preliminar consenso político y social. Si resulta que el estado no garantiza ni las pensiones, ni la sanidad, ni la educación, ni los servicios sociales, ni el trabajo, y no lo garantiza para todos, porque una minoría quiere preservarlo para ellos y negarle los derechos a la mayoría, los principios de la convivencia social están rotos y hay que revisarlos empezando desde el principio.

Cuando no confiamos en que quienes supuestamente nos representan en las instituciones defiendan los derechos de la mayoría, la solución no está sólo en el parlamento. La reforma laboral es la gota que colma el vaso de unas políticas de recorte insolidarias e injustas. De nosotros depende el 29 de marzo cambiar el rumbo de la política económica y llevarla a la senda del consenso, la democracia y la justicia. La respuesta está en la calle.

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