lunes, 8 de noviembre de 2010

Laicismo Ya


El embajador Vázquez, que alardea de socialista y católico, hacía lo propio hace poco al referirse a las excelentes relaciones entre el Gobierno de su partido y la Santa Sede. Sin embargo, la opinión del Padre Benedicto es muy otra y parece que hasta tuvo prisa en expresarla nada más aterrizar en Compostela, pues según su santísima mala fe lo que soporta su institución en España es una persecución, similar a la que se dio en los años treinta del pasado siglo.

Alguien del Gobierno que nos representa debería protestar ante la infamia que comportan esas palabras del pontífice de Roma y jefe del Estado del Vaticano, pues aparte de la delirante patraña que significa comparar los privilegios de que disfruta la Iglesia actualmente en España -los máximos en los últimos 35 años- con el deplorable periodo durante la Guerra Civil en que se cometieron asesinatos incontrolados de sacerdotes y religiosos, es ignominioso hacerlo por parte del máximo representante de la institución que hizo de aliada en la represión franquista, a cuyo dictador honró con el título de caudillo por la gracia de Dios, llevó bajo palio en las ceremonias religiosos, dedicó preces y sigue enterrado en una basílica católica.

No es por lo tanto Benedicto XVI el más indicado para hablar de persecuciones, a menos que pida perdón por las que cometió su Iglesia al lado del bando promotor y vencedor de la que El Vaticano consideró como cruzada. Si es inadmisible que un jefe de Estado exponga este tipo de declaraciones al visitar un país cuyo Estado, además, sufraga su estancia, más lo es hacerlo en nombre de una institución que históricamente ha pactado no sólo con la dictadura franquista, sino con la mussoliniana y hitleriana, según los respectivos concordatos firmados con sendos dictadores por Pío XI y Pío XII. Gracias a esos regímenes, que implantaron en Europa la más cruel de las persecuciones y el más cuantioso de los exterminios, Franco y la Iglesia pudieron imponer en España su doble dictadura nacional-católica.

Es de suponer que cualquier otra declaración de cualquier otro jefe de Estado de visita en nuestro país, que vilipendiara de modo tan falaz y fragrante la ejecutoria gubernamental en relación con ese Estado, encontraría la enérgica reacción diplomática que sería menester. No la habrá porque, como dice Vázquez, las relaciones con la Santa Sede son excelentes y siempre lo serán. Las propias entre un Gobierno acosador y una Iglesia perseguida.

El taxi más caro del mundo circulará este fin de semana por Santiago de Compostela y Barcelona. Se llama papamóvil, y cada hora de trayecto con ocupante divino sale por 800.000 euros de nada. O lo que es lo mismo: 13.333 euros por cada minuto que pase Benedicto XVI en España. Aunque el problema no es el precio, sino quién paga la mayor parte de esta abultada factura. Los papamóvil –han traído dos– llegaron la semana pasada a bordo de un avión Hércules del Ejército español. Es decir, fue el dinero de todos los contribuyentes el que también cubrió el traslado del vehículo privado de este señor, don Joseph Ratzinger, cuyas próximas visitas pastorales costarán a las menguadas arcas públicas 29,8 millones de euros.

El gasto en dinero público y la tarifa por horas las ha calculado la organización Europa Laica: tres millones de euros en Santiago, 1,8 millones en Barcelona y 25 millones el año próximo en Madrid. No sabemos si estas cuentas se quedan cortas o se pasan porque, inexplicablemente, no está del todo claro el dinero público empleado. El coste de las visitas no aparece detallado, sino que se reparte en varias partidas para que abulte menos –como el traslado de los papamóvil, que paga Defensa–.

Sabemos que Benedicto XVI viene a predicar su testamento. Sabemos también que la visita es religiosa, y no como jefe del Estado teocrático del Vaticano. Sabemos que esta gira está bendecida por cada ayuntamiento y autonomía implicados, y también por el Gobierno, esos rojazos comecuras que llevan meses pactando cada detalle con Roma y Rouco Varela. Sabemos que incluso hay descuentos fiscales para las empresas que financien estas misas –dinero que dejará de cobrar Hacienda–. Pero es un misterio lo que nos cuestan los viajes del Papa a este estado aconfesional llamado España.

Porque siguen anclados en el pasado y en el rancio derechismo, violento y subersivo contra todo aquello que hace la vida humana digna, feliz y productiva.

Porque no se puede permitir el ataque desmesurado contra una democracia de un señor que se asemeja en la historia a Pio XII que acuso y al final festejo la victoria de los alzados hace 70 años.

Porque el ataque es la recalcitrante y continua tendencia a cuestionar las leyes dictaminadas por parlamentos democráticos en aras de los privilegios y el oscurantismo de siempre, con una bula insoportable para inmiscuirse en los asuntos de una nación.

Este Gobierno laicista radical ha subido un 34% la asignación de la casilla católica del IRPF, ha renunciado a la reforma de la ley de libertad religiosa y se ha gastado varios millones de euros públicos en pagar el reciente viaje del Papa.

Este Gobierno ateazo y secular también financia la enseñanza de religión católica en las escuelas públicas, ha recortado todas las partidas presupuestarias, salvo los más de 6.000 millones anuales que recibe la Iglesia, y mantiene un Concordato preconstitucional, donde el único precepto que aún no se cumple es esa promesa que hizo el Vaticano de autofinanciarse.

Este Gobierno de rojazos comecuras, que incluso nombró al frente del Tribunal Supremo a un magistrado que considera que la verdadera justicia emana del amor a Cristo, es, en palabras de Benedicto XVI, el representante de una España donde “ha nacido una laicidad, un anticlericalismo fuerte y agresivo como se vio en la década de los años treinta”. Rouco Varela, siempre a la ultraderecha del padre, completó la extemporánea comparación con una entrevista, ayer en El Mundo, en la que aseguró que el Gobierno es “hostil contra la familia” y nos ha colocado “en el ranking de primera línea en el laicismo europeo y mundial”.

Las respuestas que da la jerarquía católica ante la generosidad del Gobierno demuestran dos cosas. La primera: que la Iglesia es insaciable, y sólo una teocracia como la iraní, donde la sociedad se somete a sus criterios morales, parece capaz de satisfacerla. La segunda: que no ha servido de mucho la estrategia del apaciguamiento que ha seguido Zapatero.

Si reconocer los derechos de algunos colectivos históricamente oprimidos por la Iglesia –como son los homosexuales o las mujeres– es una hostil muestra de agresivo anticlericalismo, ¿qué dirá la jerarquía católica cuando, en vez de ampliar los derechos de terceros, sean sus privilegios los que al fin se recorten? Me temo que tardaremos muchos años en saberlo.

Por eso yo ni he esperado ni esperare al Papa ni a nadie, ni a ningun credo que venga a imponerme sus creencias, sus razones o sus inmoralidades porque estoy cansado de la censura y la inquisición. Cansado de pagar siempre los mismos las excentrecidades de unos pocos, las fiestas de una parte de la población que ya no tiene ninguna capacidad de representación, porque los que asisten a misa, los que siguen los dictados rancios y trasnochados del pasado que denigra las libertades en ambos hemisferios y la vida de millones de personas en el Sur, no me convencen y jamás lo harán. Porque cada vez son menos, como en los toros, y porque acabaran muriendo les asista su dios o no. El siglo XXI es el siglo de las personas de todas aquellas y aquellos grupos sociales que han permanecidos en la sombra frente al miedo y la intransigencia. Y de la ciencia y tecnología para que por fin los que han estado y están bajo el yugo de coranes, biblias y dictaduras eclesiásticas, puedan por fin levantar el vuelo, y vivir con una igualdad plena de derechos y libertades. Nadie puede permitirse mantenerse asociado y vinculado a esta organización, esta secta, y hablar de futuro, progreso o igualdad. Basta ya de aconfesionalidad, de 35 años de un "concordato" pre-constitucional, heredero de la visión de los que mataron en nombre de Dios, masacraron al pueblo al que supuestamente iban a defender y debían lealtad. Por eso, ahora mas que nunca, es la hora del laicismo.

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