martes, 5 de enero de 2010

Y qué es Sagrado



Irlanda ha comenzado el año 2010 volviendo a la Edad Media, y por eso desde el 1 de enero en esta república europea blasfemar es un delito, como en Irán. La ocurrente reforma ha dado argumentos a varios países islamistas, liderados por Pakistán, para pedir a la ONU una legislación universal que persiga a los que maldicen a dios. La norma irlandesa define blasfemia como una expresión “tremendamente abusiva o insultante en relación a una materia tenida como sagrada por cualquier religión”, y por suerte se conforman con una multa de 25.000 euros, en lugar de los típicos latigazos. La ley no sólo es arcaica, también es injusta, pues deja a la subjetividad del ofendido la gravedad de la ofensa. ¿Qué es insultante? ¿Qué es sagrado?

Una vez más el sentimiento progresista, de evolución del ser humano y la sociedad se frenan o paran por no “agredir” a los ultras, los conservadores y extremistas. Vence una vez más el miedo. Las amenazas de la intransigencia y el arcaísmo musulmán que planea un mundo medieval, con sus fronteras, su involución y sus dogmas sangrantes, recalcitrantes y vejatorios. Dónde no residía la igualdad, la libertad, la ilustración, la razón, ni tampoco la imaginación. Cuándo cuatro marajás dictaban palabras del profeta para denigrar a toda su población, y ellos vivir en palacios, palacetes u sobre manjares y harenes (bueno en esto tampoco ha cambiado tanto el cuento).

Y justo ahora, cuando también la jerarquía heterodoxa, fascista y purgatoria de la iglesia católica española nos ha brindado su tradicional misa de navidad-mitín político en favor de la subversión más excesiva, aprovechando cada evento para seguir instaurando el terror, el miedo y la desigualdad, como germén en el que aferrarse al poder no ya del púlpito, sino al económico, político e ideológico. Del apoyo a las clases más pudientes, al control totalitario de todas nuestras actividades, de dictarnos qué hacer, qué decir, qué pensar... Aprovechan cada acto para imponernos sus consignas, sus prelados. Tan vociferados y exaltados que no encuentran sentido a palabras vacías. Vacías en la sociedad igualitaria, democrática y de la información. Nulas porque son respaldadas por la hipocresía de clase, de un clero retrógrado y franquista, que vive muy por encima de sus posibilidades y sin ningún tipo de rubor frente a sus vendidos dogmas.

Cada día me considero más ateo y más alejado de las lecturas de escrituras seculares que nos invitan a vivir como se sufría y moría hace 2 milenios. No quiero saber nada de la derecha, ni tampoco, ni mucho menos, de la iglesia, de ninguna confesión. Deseo, y no soy el único, un estado laico, una sociedad totalmente laica y una unión de las civilizaciones también sin rastros ni imposiciones de un credo u de otro. Ninguna iglesia me va a imponer sus chantajes y pretensiones, y sólo aspiro a ser feliz, a que mi gente lo sea y a que todo el planeta lo consiga. Porque la Religión tiene la mayor cuenta de muertes a sus espaldas y porque a día de hoy, da igual Occidente que Oriente, católicos, judíos o musulmanes, pero ninguna de sus doctrinas o palabras supuestamente sagradas no me van a decir a mi como tengo que vivir. Y no deberían de imponer sus trasnochadas beatificaciones y escrituras por el simple hecho de considerarse interlocutores de dios en la tierra. Se creen con derecho de decirme como vivir mi sexualidad, en qué ocupar mi tiempo libre, qué ideología tener, a quién votar... Me dictan lo sagrado, lo que tengo respetar.

Pues yo pienso que sagrada es la ciencia, sagrada es la razón. Sagrada es la libertad de expresión, el humor, la risa, que está por encima de cualquier profeta. Sagrada es la educación pública, y sus aulas son el templo del conocimiento de todos, un lugar donde no caben los símbolos de la superstición de algunos. Sagrado es el horario lectivo, tan valioso y tan escaso que no hay tiempo para el adoctrinamiento religioso. Sagrada es la infancia; sagrada es la sexualidad de un niño, y si una organización encubre de forma sistemática a los pederastas, que comparta pena con ellos. Sagrado es el dinero público; sagrados son los impuestos, y que la financiación de la fe de algunos no corra del bolsillo de todos. Sagrado es el respeto a la mujer, la igualdad de sexos. Sagrado es el derecho a una sexualidad libre. Sagrada es la familia, todas las familias y no sólo las que bendice Roma.

Sagrado eres tú, querido ser humano, que, aunque la Tierra nunca haya sido el centro del Universo, siempre importarás más que cualquier imaginario dios.

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