viernes, 8 de enero de 2010
Perder la calle, ganar el discurso
Impuestos sobre las primas a los banqueros, erradicación de los paraísos fiscales, tasas a las transacciones financieras. Estas bofetadas a la ortodoxia del sistema no son propuestas de un grupúsculo de radicales, sino de algunos de los dirigentes de los países más ricos del planeta. La crisis económica ha puesto en boca de todos debates que colocó sobre la mesa el movimiento antiglobalización hace años. No es que Gordon Brown, Angela Merkel o Nicolas Sarkozy se hayan afiliado a ATTAC. Los Gobiernos no arden en deseos de dar un vuelco al sistema, sólo pretenden estabilizarlo. Calmar a la opinión pública y mitigar las consecuencias más negativas de la crisis. Pero, ¿dónde están los llamados antiglobalización, o cómo prefieren ser denominados ahora los altermundistas? El movimiento parecía haberse retirado a las trincheras, al menos hasta que volvió a hacerse visible en la cumbre del clima de Copenhague, donde miles de activistas participaron en las protestas callejeras. La bandera verde se ha convertido en la nueva enseña de este conglomerado que en la década anterior enarbolaba la de la lucha contra la pobreza.
Sin embargo, hace ya 10 años, este marasmo de activistas radicales de izquierda, ecologistas, feministas, anticapitalistas, y un largo etcétera, sorprendió al mundo con una revuelta masiva en Seattle que hizo fracasar la Ronda del Milenio de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Una convocatoria masiva por Internet reunió a unos 50.000 manifestantes. Al éxito repentino se fueron sumando organizaciones de todo el mundo. Siguió la creación de un Foro Social Mundial, en Porto Alegre, como contrapeso a los encuentros del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial o las cumbres de los países más ricos del mundo (G-8).
La capacidad de convocatoria era cada vez mayor. La Ronda de Seattle fue un fracaso. La presión popular consiguió incluso que el Banco Mundial anulase su reunión en Barcelona, en 2001, por miedo al boicoteo de los activistas. Mantuvo el encuentro, pero por teleconferencia. Aun así, entre victoriosos, desconcertados e impotentes, más de 300.000 manifestantes inundaron las calles de la capital catalana esos días. Entre ellos, desde la izquierda parlamentaria hasta Batasuna.
Y luego llego Génova. La cumbre del G-8 marcó el punto de inflexión del movimiento. 150.000 activistas se dieron de bruces con una represión policial sin parangón en anteriores convocatorias. El italiano Carlo Giuliani se convirtió en la primera víctima mortal de la rebelión, un mártir que murió tiroteado por un carabiniere.
Susan George, vicepresidenta de ATTAC Francia, cabeza visible del movimiento y autora del Informe Lugano (la biblia de los antiglobalización) sostiene que la estrategia de ir de cumbre en cumbre era un "modelo insostenible", sobre todo después de la muerte de Giuliani y la violencia de la policía en Gotemburgo (Suecia) en una reunión de líderes europeos en 2001. "No parecía que esta fuera la forma de avanzar en el futuro", explica. "Nos pasábamos meses negociando con la policía y luego incumplían las promesas. Decidimos que no queríamos darles la oportunidad de presentar las manifestaciones como demostraciones de violencia".
Los críticos, sin embargo, argumentan que el movimiento estaba falto de coherencia desde el principio y que en su interior convivían facciones que, en algún caso, llegaban a defender posturas opuestas. "Una floja confederación de muchas visiones e ideologías políticas, muchas, demasiado alejadas como para permitir una postura común". Así caracteriza al movimiento Fredrik Erixon, director del Centro Europeo de Política Económica Internacional, con sede en Bruselas. "Sus líderes eran, en esencia, no sólo antiglobalización, sino anti-capitalistas, con una agenda muy radical. No se entendían con los grupos ecologistas o los centrados en la pobreza", explica Erixon, quien cree que el desengaño inicial con ciertas posturas ejemplifica los problemas posteriores del movimiento. "Un hombre como José Bové, primera cabeza visible, animó al principio a los grupos antipobreza a unirse al vagón antiglobalización. Pero éstos se dieron cuenta pronto de que lo que decía Bové, en realidad, contradecía los intereses de los países pobres". Bové, un sindicalista agrícola francés que destacó por sus posiciones antiliberales, ganó notoriedad por atacar un McDonald's y hoy ocupa una silla en el Parlamento Europeo.
En el seno del movimiento, explica Iolanda Fresnillo, del Observatorio de la Deuda en la Globalización, se extendió la sensación de que "otros marcaban la agenda" y de que las organizaciones debían tratar de imponer la suya propia y no sólo reaccionar a citas fijadas por el Banco Mundial, el FMI o la UE. Pero el principal motivo del debilitamiento de la protesta callejera se cuajaba desde Seattle. "Pese a lograr que se cancelara alguna que otra cita, no se veían decisiones a largo plazo. La gente se dio cuenta de su poca capacidad de influencia. La voluntad disminuyó", dice Eric Toussaint, miembro del comité internacional del Foro Social Mundial.
Los acontecimientos en los albores de la guerra de Irak fueron el paradigma de esta decepción, según Toussaint. "Nunca habíamos conseguido sacar tanta gente a la calle", recuerda. Millones de personas se rebelaron contra la administración de Bush y sus aliados el 15 de febrero de 2003 en decenas de capitales europeas. "Y EE UU invadió Irak tan sólo un mes después". A partir de entonces, el silencio. A pesar de las grandes movilizaciones, no se vieron respuestas. "La gente acudía con la expectativa de cambiar el curso de la reunión. En Seattle lo conseguimos porque ellos no lograron tomar decisiones, por las contradicciones y la presión de los antiglobalización. Pero luego, la gente se dio cuenta de que no lograba incidir sobre estas cumbres", concluye.
Josep Maria Antentas, activista y coautor del libro Resistencias Globales junto a Esther Vivas, opina que el movimiento vive ahora "una etapa de fragmentación". Aumentan las luchas locales y la rebelión se especializa. La misma Vivas decidió presentarse a las elecciones europeas a la cabeza de Izquierda Anticapitalista. Ella lo justifica así: "La resistencia en el terreno social no basta; es fundamental, pero no podemos quedarnos sólo ahí. Hay que luchar en todos los terrenos y no dejar el terreno político y electoral en manos de los partidos que hoy monopolizan este ámbito".
El Foro Social Mundial, que nació en 2001 con apenas 12.000 participantes, cuenta hoy con 140.000 delegados. Salvatore Cannavo, miembro del Foro Social de Génova, es crítico con el proceso de Porto Alegre. "Está muy vinculado a grandes organizaciones. El Foro no ha sido capaz de absorber las protestas masivas de los estudiantes europeos por los planes de la reforma educativa de Bolonia en España, Italia, Francia o Alemania". Diez años después la pregunta es evidente: ¿Cuáles han sido los logros reales del movimiento antiglobalización? Aunque los más optimistas consideran que sus presiones han conseguido frenar la ferocidad del sistema capitalista, Cannavo es tajante: "Poco o nada, la verdad". "Es cierto que muchos países recogen ahora algunas de nuestras reivindicaciones, pero son anuncios, intenciones, y pocos hechos", explica Toussaint.
"No han tenido ninguna influencia en la agenda política", abunda Erixon. "La crisis ha sido tan profunda y peligrosa que no ha dejado espacio para baratos puntos de vista ideológicos. Si quieres que te escuchen tienes que tener algo serio que decir", argumenta. Cree que ni siquiera el debate sobre la tasa Tobin o los bonus de los banqueros es mérito de los antiglobalización, sino la consecuencia de una crisis que a punto estuvo de llevarse por delante el sistema financiero. "El tema de los sistemas de primas está relacionado con el riesgo que suponen para la estabilidad financiera, y no con la mera explotación de personas inocentes, que era el argumento de los grupos antiglobalización hace 10 años".
Aun así, con el reciente protagonismo del G-20, muchos piensan que sus nuevos integrantes, países en vías de desarrollo como India, China o Brasil, que habían hecho suyas algunas de las reivindicaciones -como la necesidad de abrir los órganos de decisión de los organismos internacionales a nuevos países-, tienen ahora poder para poner en práctica recetas más sociales e igualitarias. "Eso es cierto en el caso de Brasil, pero no se da con China o India. El Gobierno brasileño integró parte de las demandas, pero a su presidente le interesa todavía más buscar el reconocimiento de Washington", opina Toussaint.
Josep Maria Antentas ve a América Latina como el gran vivero del altermundismo. Una influencia evidente, aunque controvertida, es la llamada revolución bolivariana, con Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador. La nacionalización de recursos naturales, el discurso antiimperialista, el desprecio al libre comercio o el rechazo de la presencia militar de EE UU en el continente reflejan algunos principios del primer gran hito de esta revuelta: el levantamiento zapatista en México contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, en siglas en inglés), que entró en vigor en enero de 1994.
A principios del siglo XXI, el clima se perfila como el punto de encuentro de todas las organizaciones que apuestan por un modelo económico alternativo. "Es el eje que va a aglutinar las redes en el futuro", analiza Paul Nicholson, dirigente de Vía Campesina. En el cambio climático confluyen muchas cuestiones. Una de ellas, el desequilibrio en la relación entre los países pobres y ricos, está en el centro del movimiento antiglobalización desde sus inicios. Si primero pedían la abolición de la deuda de los países más pobres, ahora exigen que no sean éstos los más perjudicados por el cambio climático, ya que son los que menos han contribuido al mismo. Según Nicholson, el clima ayudará a articular nuevas redes sociales en el futuro próximo.
La crisis económica, al contrario de lo que se podía esperar, no ha azuzado la rebeldía social. Hasta ahora, los Gobiernos han hecho esfuerzos para mitigar las consecuencias de la crisis con sus paquetes económicos para estimular la economía y aliviar la situación de los desprotegidos, como en España, donde se han ampliado las ayudas al desempleo.
Pero esto tiene un fin. La imperante necesidad de recortar déficit llevará a los Gobiernos a cebarse con las clases populares. "La ofensiva contra estos sectores va a reforzarse", explica Toussaint. ¿Será entonces cuando las masas salgan a la calle en contra de los banqueros, organismos internacionales o Gobiernos liberales con la misma fuerza que irrumpió en Seattle o Génova? Habrá que esperar para verlo. De todas formas, según Susan George, aún es pronto para juzgar. "La historia del movimiento apenas tiene una década. Y 10 años, en términos históricos, no son nada".
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