lunes, 24 de noviembre de 2008

Poesía negra


El lento descenso de la luz suprema
dibuja bravas sombras y esquivos sueños.
Los árboles desnudos ante el frío y el viento
alargan sus ramas para capturar el tiempo,
nos roban el alma y la vida que se estrella en el negro asfalto.
Las únicas maderas que se sostienen sin mugre,
son las de los cadalsos;
el infame palo que sujeta la cuerda que abraza el cuello
de continúos difuntos;
o la guillotina siempre hambrienta de sangre real,
y mal nutrida por la indiferencia y el pasotismo.
La luna sonrie maliciosamente,
sabe que con ella comienza el reino de las sombras,
y su luz dibuja en la inerte tierra, monstruos y dioses,
tan sólo diferenciados por quien conserva los oídos.
Tétrico paisaje que rodea oscuras vidas de negros pensamientos,
atados a viles puñales que desangran,
cuerpos ajenos, amarillos por el dolor y el sudor,
escarmentados de la desidia y la violencia,
alientos finales que apagan la llama interna
y con ella borran días de memoria, noches de olvido
y sueños invividos.

El agua fresca y clara ha muerto en nuestro interior.
Agreste es ahora el paisaje que nos rodea y la miseria,
ceba los delgados estómagos y deja maltrechos cuerpos,
que se van a llevar las moscas.
Buitres y cuervos anhelan lancerar las entrañas de la humanidad,
sobre un seco arenal destripando cuerpos sin sangre,
rostros sin humanidad y cerebros olvidados de ideas.
Nada más va a brotar de tan horrible lugar.
La maldad ha vencido. Cantó victoria
el día que la violencia y la cobardia se aliaron para matar todas las energías.
Aquí yace el último cadáver decrépito agajado y violado,
destruido y colmado, de placeres carnales;
de festivales en sodomía y ácidos que abrieron los ojos,
ante la belleza momentánea, las palabras dulces que
tan fácil se lleva el viento.
Y una vez muertos estos ojos, en sus cuencas crecieron las larvas,
que viciaron mi interior, trepanaron mi cerebro y destruyeron el espíritu.

Truenos suenan desde que tengo uso de razón.
El momento se acerca, pero todavía esta muy lejos,
porque los rayos no resplanden en el horizonte.
La lluvia no alimenta la tierra, resbala sobre ella.
Así inicia un viaje de destrucción y horror
que birla más vidas, más oportunidades.
Los árboles inmensos en tamaño y doloridos en sequedad,
se abren con el tan sólo roce de una gota.
El estruendo es inmenso en la llanura salvaje,
donde más almas se flagelan en una suerte de soledad compartida.
Cuerpos de mil géneros y razas se mueven al ritmo de los tambores de la Puerta de Cerberos,
y Castor y Pólux ladran con las encías ensangrentadas, alimentadas por un único corazón.
La última llama de este día innombrable
termina con la esperanza de justicia,
con el hilo de perdón y misericordia,
todos caemos al abismo de las tinieblas,
para morar en la eternidad,
sin recobrar las necesarias fuerzas,
y sin conocer más que la soledad.

Mi cuerpo se desgarra en un último grito salido de las cavernas de mi garganta.
Tus manos enguantadas dibujan sobre la tierra, la primera letra de la revolución,
pero cuán errada estás, bruja del dolor, porque nadie clama venganza y resurrección.
Necesitamos una muerte rapida e indolora,
en vez de esta suerte de dolor continúo,
que me desgarra por dentro, arráncando de mis pulmones el último ansía por respirar,
abriendo mi estómago al frente, y ahogando mi hígado con mis propios intestinos.
La bilis me llega a la boca y rezuma el paladar,
donde una lengua seca y áspera ni siquiera espera la dulzura de un último beso,
por cuál indigno soy por manchar la carnosa boca de la muerte.
La espalda se arquea para exigir un brazo ejecutor
cuando continúos estertores me permiten respirar.
El alma se arrodilla y postrega al cuerpo, apoyado en la tierra
con los nudillos ensangrentados y los dedos rotos.
La ira arranca la utilidad del sexo y me niega el placer de volver a vivir,
lo que ya casi no recuerdo ahogado por el dolor.
El anhelo de un ángel redentor y salvador se evapora,
como el agua del infierno;
y sólo las lágrimas aportan frescor, perdiéndose en vaho con el paso de los segundos.
Aún así limpian las mejillas muertas del terror y el hollín,
y por unos segundos, algo en mi rostro parece humano.
Siento la sangre negra y espesa en cada vena;
el vacío en mi mente incolora el esperma,
mientras los pulmones aceleran la agonía,
y el maltrecho cuerpo bombea adredalina,
para no sucumbir como un triste ecema,
y robar algo de tiempo a la defunción.
El corazón bombea chorros mientras desvaria,
mi mente se evapora en la fundición.
Alboratado y desnudo arranco el primer traje de mi vida
y enseño al mundo mi negro corazón enjaulado como preso,
porque preso estuvo de tu amor.

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