domingo, 2 de noviembre de 2008
Otoño
Hoy he paseado por un parque y me he dado cuenta que ya es otoño, la estación en que los árboles presentan esa imagen dorada y de embrujo que me inspira a soñar.
Miro caer las hojas y pienso que, ese árbol de hoja caduca, a cumplido su ciclo anual de frondosidad. Ahora ya no es necesaria su sombra y, discreto y silencioso, se desnuda y duerme hasta que de nuevo nos sea necesario; no sé si es un reflejo de mi ser o una divagación espontánea. La naturaleza es tan sumamente bella que en todo momento nos ofrece sus encantos, y sin perder un ápice de su hermosura nos regala aquello que en cada momento necesitamos.
En mi paseo, me he sentado a descansar junto a un tronco de corteza desquebrajada y reseca, pero sé que en la próxima primavera, este tronco aparentemente muerto, volverá a brotar y volveremos a buscar su sombra y admirar la frondosidad de sus ramas, es ese corazón de madre naturaleza que nunca nos abandona, en sus raíces llevará la sabia y otros árboles le tomarán el testigo y nos darán el oxígeno necesario, la sombra, la humedad, y el aliento para vivir, ese aliento que hoy me faltaba. Y digo me faltaba porque en este descanso, en que me detengo para descansar el cuerpo, simultáneamente entro en reflexión y ordeno ideas y situaciones, por tanto, recobro ese ritmo tan necesario en cuerpo y mente. Mientras la música retumba en mis oídos, proviniente de la tecnología de concentración, en llamas, in flames siento el calor de mi pecho resoplar, de mi corazón luchador, para no ahogarme en mi cansancio y olvidar lo pasajero para seguir la marca de batir mis miedos.
En esta reflexión, el corazón se ensancha, la sensibilidad aflora y nos inunda de pasajes de nuestra vida guardados en los pliegues del tiempo, todos hermosos, todos únicos, todos de esa pureza exenta de rencores, para poder formar con todos los retazos de nuestras vivencias, nuestra historia, y como queremos que sea la más humana y la más bella, nos inclina a mejorarnos, a humanizarnos, a sensibilizarnos, en definitiva, a colaborar en un mundo mejor.
Nada es más triste que llegar al último tramo de nuestra existencia y mirar nuestras manos vacías, sin nada que ofrecer y sin nada por recibir a la hora de entregar el testigo. Este es el principal de los miedos que afloran mi alma, y por el que realmente creo, que mis lágrimas tienen la osadía de caer al vacío rajando mi rostro, y llevándose parte de mi agua.
Creo que a la vida llegamos para algo más que para vegetar, creo que estamos obligados a hacer camino, adornarlo y disfrutar en la andadura… El premio es, pasar a nuestra vejez con la tranquilidad del deber cumplido. Nada más hermoso que contarle a nuestros nietos que fuimos jóvenes, que maduramos y envejecimos llenos de vida, que llenamos las páginas de nuestro libro sin dejar espacios en blanco ni borrones para encubrir aquello que queramos ocultar, si tenemos que pedir perdón que sea con humildad, si tenemos que perdonar, que sea desde el corazón.
Recostado en el banco de madera, con mi sudadera gris empapada de mi sudor, los recuerdos me llevan a escenarios dibujados con sonrisas y lágrimas, todo tiene algo de hermoso y de triste, es el Yin Yang de nuestra existencia, pero al llegar al final todo se unifica en ese equilibrio llamémosle, natural de vida, donde, ni todo son flores ni todo son espinas. Lo importante es saber aceptar lo que en cada momento la vida nos ofrece.
Hecho una última mirada a este hermoso parque, hoy, de hojas amarillas y marrones y un suelo poblado con todas ellas. Tal vez no regrese hasta la primavera, en que este será otro escenario, las hojas brillaran los pájaros ocuparan sus copas y sus trinos borraran el silencio.
Con los muertos aún calientes en el recuerdo, las rosas negras robando luz al día y los besos no dados volando olvidados más allá de las montañas. La melancolía, la lenta agonía de morir sin pena ni gloria, con odio hacia un mundo cruel e inhumano, en el que ser bueno es ir en contra en todas las apuestas, ir desarmado a combates plenos de fiereza y nulos de cordialidad. Pero he descubierto un arma, de doble filo, que atañe riesgos y pliega voluntades como es valor, y ante este paisaje tan bello, solo permito que el sudor resbale por mi rostro y mi espalda, cojo el impulso necesario, me incorporo e inició la carrera, una metáfora de lo que necesito en realidad y por lo que no paro de luchar.
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