martes, 14 de junio de 2022

Crítica a la Razón Toledana

 

Visitar una ciudad o un área concreta durante unos pocos días, un fin de semana, únicamente permite vislumbrar su potencial turístico. Paladear unas pocas opciones del patrimonio local en sus distintas acepciones (histórico, gastronómico, cultural, natural, etc.). Si se tiene experiencia viajando, sobretodo en el ámbito propuesto, se puede discernir los recursos, con ventajas e inconvenientes en los aprovechamientos para hacer especial, recomendable o re-visitable esa cierta área, poniéndola en contraste con otros destinos de similares naturalezas y en competencia. El paisaje se impregna, mientras que el paisanaje apenas se otea. Los usos y formas quedan limitados a la mera transacción turística. Es imposible, por lo tanto, captar la esencia de ese lugar, fundamentalmente porque esa esencia se transmite en el día a día, de continuo.

Por eso mismo, lo que las primeras visitas de turismo y estar con mi pareja, me dieron buenas sensaciones en la ciudad de Toledo, ahora, que tras 5 años viviendo allí, hemos marchado, puedo hacer una crítica argumentada a la forma de ser de toledanos y toledanas de pro, que explica en buena medida, muchas de las cosas que allí suceden y cómo nos sentimos muchas veces, los que vamos a trabajar y vivir por aquellos lares.

Quiera el secarral y el menguante Tajo que de esta sarta de generalizaciones y hechos probados no se generalice en su negatividad a todas las gentes que allí cohabitan. Faltaría más, que tras más de un lustro, habitando las tierras del cardenal Cisneros todo contacto humano hubiera sido negativo y censurable. No, ni mucho menos. Guardo recuerdo, cariño y amistad de bastantes buenas personas con las que he compartido compras, servicios, salidas -las menos- y algún trabajo. Con casi todas y todos ellos compartimos un diagnostico en la valoración de la forma de ser y comportarse del toledano medio, más si cabe, porque muchas de estas personas, a pesar de llevar años viviendo en la ciudad, remarcan su origen distinto al de la capital manchega. Vengan de pueblos de la provincia, de la región, de otras ciudades o lugares, todos los que allí pasamos un tiempo acabamos hartos de la forma de ser del toledano de toda la vida -TPV- que orgulloso de ello se regodea en el fango de una manera de comportarse por lo general, maleducada, malencarada, déspota y para nada acogedora.

Probablemente en la virtud este el castigo, y dada la ingente cantidad de turistas y visitantes que recibe Toledo cada día, y en especial de abril a finales de octubre-, los allí residentes están cansados de bregar con los de los palos selfies, las sombrillas de colores, las visitas guiadas y las plazas enguarradas por los envoltorios de comida rápida de estos turistas lowcost. Pero eso no justifica unas formas de comportarse que dan la vergüenza ajena y te hacen sentir forastero en la propia ciudad que has elegido para vivir.

El proceso de disneyficación de la ciudad, por la que esta se esfuerza en atraer y atender visitantes, descuidando a los residentes es un hecho más que probado en Toledo y es algo que cala en el día a día y poco a poco, va quitando las ganas de interactuar por las calles de esta urbe milenaria. Buscar mesa para comer, cenar o alternar por Toledo es un suplicio al que únicamente se puede poner remedio reservando con antelación. Son pocos los ejemplos de establecimientos en los que acogen con gusto a los residentes, y que por lo tanto, te tratan con el ánimo de fidelizarte como cliente y parroquiano. Por lo general, y esto es una experiencia repetida por muchos conocidos, en muchos restaurantes y bares de Toledo la calidad humana en el trato es baja puesto que sabedores de que van a recibir turistas, prefieren el personal de paso y que se va a conformar, por lo general, con cualquier cosa, que en cuidar a personas con las que comparten código postal.

Célebre en el círculo de mis amistades es la anécdota de pedir café a las tres de la tarde un sábado de puente. Hasta 9 bares fuimos visitando sin que a nadie le diera por servirnos unos tristes cafés ante la retahíla de explicaciones estúpidas, balbuceos incoherentes y contestaciones mal educadas. Y narrar tan épica aventura acaba con la sorpresa y la solidaridad de muchas personas, que también residen en Toledo y se han visto en la misma circunstancia.

Por general, y está mal generalizar porque no es justo con las buenas personas, en Toledo son mal educados. No te saludan, no te dicen un simple "Hola!" aunque estén cansados de verte por las zonas comunes de la “urba”. He tenido experiencias en dos bloques, en sus garajes, portales y piscinas, y como yo, muchos amigos más. Este proceso se hace extensible cuando vas a comprar, subes a un autobús urbano o das con un funcionario concreto en alguna gestión necesaria. Puede parecer que haga un molino gigante de un mísero grano de arena, pero es tan lacerante la falta de educación, de saber estar y te hace sentir tan indigno que es punzante. Más, cuando es una tónica que se repite una y otra vez.

Al final, uno, en su día a día acaba haciéndose con sus lugares refugio para comprar y sentirse humano, con gente que se comporta como es debido y con quien da gusto comprar y consumir. Hacer un listado de estos es un reto y a la vez es injusto, porque se corre el riesgo de dejarse a alguien que ha sido amable y a la vez, también sufre los desmanes de la mayoría toledana. Pero recuerdo el Odelot, la terraza de Recaredo, el café Atenas, los chicos del Pastucci y la otra pizzeria que ahora no me acuerdo; Maxi y Elena, las hermanas pescaderas y su sobrino; Iván, Alberto y el otro charcutero; el gimnasio Roma; algunas buenas y amables bibliotecarias, los chicos de la copisteria Villaber… Con todos cuando he hablado ha coincidido dos cosas: la primera que sentían lo mismo que siento yo y escribo aquí; y lo segundo que veníamos de fuera de Toledo.

Otro aspecto que nos ha desesperado ha sido lo que hemos venido a llamar “ingeniería toledana”. Algo así, como una capacidad milimétrica para hacer las cosas fundamentalmente “al revés” que en el resto del mundo, haciéndote perder a ti dinero y sobretodo tiempo y la salud de tus nervios. Por más que pruebes y les muestres en la cara lo erróneo de sus planteamientos, lo viciado de su concepción, lo infrautilizado de sus formas y el desperdicio de recursos que sus maneras de hacer provocan, al día siguiente seguirán haciendo “lo de toda la vida”. Esto no es casual, cuando uno ha trabajado en varios sitios allí, en varios sectores, y se ha encontrado con gente haciendo las cosas mal directamente, muchas veces de maneras más dificultosas y costosas de lo que debería de ser, por probado y por conocido. Cuando tu chica en el Hospital tiene la misma rutina de necedad cada día. El que se retroalimenten en esa cabezonería, quita toda gana de innovación para mejorar su sistema, sus empresas y a ellas y ellos mismos. Y como uno no viene al mundo a discutir continuamente, al final, acabamos por hacer las cosas a nuestra manera para ganar nosotros nuestros tiempo, y ellos, que allá se las entiendan.

Para ir terminando, sólo decir que pese a que he sido feliz y mi pareja también, no acabamos de sentirnos acogidos y eso ha limitado mucho nuestra estancia, justo en el momento, en el que quizás, debíamos dar un paso adelante y radicarnos allí. Ha sido difícil sentirse cómodo, y sin embargo, fácil hacerlo frustrado por la falta de talante y talento de esta gente que se siguen creyendo la capital del imperio cuando no son más que un apéndice paleto de esnobismo madrileño. Cuando no son más que el decorado de finde de unos madrileños.

Me gusta la ciudad de Toledo y tiene unas posibilidades tremendas. Pero tiene unos déficits personales en educación y saber escuchar que les hacen ser muy poco considerados y tener unas capacidades muy limitadas para mejorar y aprender. Ójala estas cuatro letras se las tomen como propósito de enmienda y sean capaces de mejorar para ganar dignidad y futuro en su ciudad y territorio, manteniendo su buena esencia y su patrimonio, y cambiando estas actitudes que no les hacen ningún bien.

 

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