Las Navidades de Vigo, foto de ElfarodeVigo.
España, sus pueblos y ciudades, desde calles comerciales donde el espacio público se ha malvendido a las franquicias y marcas que tributan en paraísos fiscales, hasta calles feas, horrendas donde ese mismo suelo común se ha regalado al coche, se ha llenado de luces de colores. Armazones sobre los que se construye la ilusión de la Navidad en bombillas de bajo consumo (menos mal, aunque eso dicen). Casetas y ferias navideñas de espumillón y nieve de pega que ya no sólo tiene que simularla sobre el puesto, sino además construir esa imagen bucólica en la mente de los adultos. A los niños ya no les pega la Navidad “nevada”, otra de las “bondades” del cambio climático. Se han profanado espacios y atentado al gusto y sensibilidad de muchos de los vecinos y visitantes, tanto por luz y por ruido, en ardid del consumismo más básico, tratando, y consiguiendo sin duda, que todos salgamos de casa, nos demos un paseo y nos gastemos algo de dinero en la “Navidad”.
Tengo que decirlo: No me gusta la Navidad. Nunca me ha gustado especialmente, y eso que mi cumpleaños siempre ha sido la fecha oficial de comienzo de las Navidades en casa. Pero cuando se acabaron las vacaciones escolares y se rompió la inocencia navideña del todo, pasar por estas fechas se convirtió un suplicio, una responsabilidad para con mi madre y un estrés por cómo organizarse. Más aún con pareja con familias a ambos lados del país y tratando de que ni se vuelvan locos ni gasten más de lo necesario.
Pero también he de confesarlo: Desde que vivo en Alcoi, he recuperado un poco de espíritu navideño. Quizás hasta lo he regenerado o, incluso, lo he creado desde cero. Si los Moros y cristianos, me son bastante indiferentes, tengo que asumir que la Navidad alcoyana, me resulta estimulante y hasta pura. Sigue, es más se amplía, el ruido y la suciedad, pero no se puede negar que en esta ciudad trabajan unas navidades que por lo menos mantienen el espíritu familiar y la ilusión de los más pequeños, hasta tal punto, que se desborda en los mayores. Con su propia iconografía en adornos, personajes y tradiciones, que conservan y respetan para eventos como el Tirisiti o la Cabalgata de Reyes. Es de agradecer.
Con lo que no comulgo, y es imposible hacerlo, es con la competición absurda de quién es más navideño. Qué pueblo o ciudad hace más ostentación hortera e irracional para convertirse en capital de la Navidad de este año. Quién destina más recursos públicos (y evidentemente, no los emplea en otras necesidades) a fundírselos en luces y árboles de pega o en erigir el más grande.
Todos “nuestros” alcaldes compiten, valiéndose de su inexistente sentido del ridículo y de los presupuestos municipales, para plantar el abeto más grande. Instalar el mayor número de luces navideñas. Atronar con más watios y decibelios la trillada playlist de villancicos, empezando por el de la Carey. Replicar el más estrafalario e incoherente poblado de Papa Noel. Generar el belén más grande tirando (y pagando) de los constructores de fallas. Establecer el campamento navideño lleno de réplicas de bastones de caramelo, renos, trineos, gnomos, hadas y todo lo que se les ocurra que tuvo a bien disney facturar en su momento con la excusa de la Navidad.
Esta tradición anual de disputa inter-municipal ya existía antes de que el alcalde de Vigo “embellecera” su ciudad proclamándola como la “capital mundial de la Navidad; por encima incluso de Nueva York. Que la tenemos enfrente”. Más allá de las risas, Abel Caballero puso sobre el mapa a su urbe y abrió un nicho de mercado para el negocio hostelero, porque gracias a simultanea llegada del AVE, la ciudad portuaria se llena hasta Balaídos de visitantes atraídos por este candor navideño sin paragón en el mundo entero. Los hoteles y restaurantes hacen negocio mil-millonario, mientras los vecinos año a año ponen contra las cuerdas su propio estoicismo.
Como el resultado económico y electoral ha refrendado, hasta en dos ocasiones ya, y por supuesto, no únicamente, esta oda al pachotismo, el despropósito, el despilfarro y la tontería, se ha erigido en un comportamiento a imitar por todos los alcaldes del bipartidismo español. En 2025 ya no hay municipio que se precie que no haya dedicado un buen pastón del presupuesto anual para “adornar” sus calles y parques, incluso hasta llevándose al absurdo.
Por ejemplo, en Alicante ciudad han plantado un belén gigante, con un San José de 18 metros y un niño Jesús de hasta 3. En Badalona entre cacerías de inmigrantes legitimadas por su alcalde fascista llevan dos años replantando pinos de más de 40 metros. Le supera un pueblo de Cantabria que llega hasta los 45. Comparten mismas tradiciones por Murcia donde también plantan abetos, nacimientos y lo que se precie.
Por supuesto Madrid no podía quedarse atrás en esta carrera al absurdo y se tiran a plantar hileras de luces sin ningún tipo de control. En este caso, por supuesto, apropiándose de la bandera de todos para replicarla en destelleantes bombillas que engalanan las avenidas comerciales de la capital. No está de más recordar que a solo 3 kilómetros del centro en el poblado de La cañada, malviven 2000 personas sin luz eléctrica.
He recorrido algunos pueblos de la región valenciana estas últimas semanas y ahí los ves, con calles hasta de polígonos, llenas de guirnaldas y luces, encendidas cuando no pasa absolutamente nadie. El cartel-estatatua con el nombre del pueblo, bien iluminado en tonos estridentes, que sepamos a quién debemos tal despropósito.
Abro capítulo a parte con mi pueblo, Santa Marta de Tormes, que ha “redecorado” la Isla del Soto, paraje natural que es un regalo para toda Salamanca, llenándola de luces y cumpliendo aquello que denunciaba en los plenos y medios hace 10 años: Que querían convertir un espacio natural en un parque urbano. Enhorabuena, trastormesinos, ya lo han conseguido. Se suma a los “campamentos de la Navidad”, ostentación hortera que no debería ni hacer gracia a los niños y niñas, menos a los adultos, pagadores de tal despilfarro. Pero oye, sin oposición, seguro que tiran a otra absolutísima.
Con toda España encendida desde las 6 de la tarde hasta la 1 de la mañana por cientos de millones de bombillas, miles de altavoces y centenares de instalaciones eléctricas estaría genial revivir el acontecimiento del año, el apagón que vivimos en abril. Nadie se acuerda de él, como tampoco de los miles de hogares, con mayores y pequeños incluidos, que este invierno (ni los anteriores y probablemente tampoco los futuros) no pueden encender la calefacción (o tener una refrigeración adecuada en los cada vez más extensos y duraderos veranos).
Tampoco vamos a pensar en el gasto de recursos para alimentar estas instalaciones horteras. En las millones de familias, de todo tipo, que pasan un calvario cada vez que abren la nevera y la despensa. En la contaminación y la proliferación de gases de efecto invernadero (añadimos los coches escupiendo humo en millones de desplazamientos a los centros comerciales este mes y medio) que alientan un cambio climático, que más allá de negacionistas y soberbios, está castigando ya a todo el mundo. Incluida y severamente España.
Quizás es que falten motivos para celebrar la Navidad aunque quieras regalárselas a los más pequeños de la casa. Porque si de eso se tratará, antes que apuntalar discursos de despilfarro y consumismo irracional, sería mejor lanzar mensajes y campañas de ahorro y austeridad. Recobrar el mensaje cristiano de la solidaridad. Abandonando el consumismo y recuperando, como patrimonio innato de la humanidad, el corporativismo. Re-colocando a la familia, esa que el resto del año “preocupa” tanto a la derecha, pero que ahora olvidan porque hay que gastar. La cooperación y la generosidad para construir un entorno mejor, más social e igualitario, donde no haya discriminaciones, y se aliente un espíritu de hermanamiento.
Esta época del año es perfecta para lanzar una campaña que facilite el dejar el coche en casa. El comprar en las tiendas de barrio. En avanzar en la autogestión de las personas y los colectivos. En trabajar en el medio natural para dejarlo como es o era, devolviéndoselo a la Naturaleza. Plantando árboles, no talándolos. Sería el mejor momento para realizar eventos de hermanamiento, no odas al consumismo. Pero claro, las Navidades no se pagan así. El despropósito es una campaña publicitaria de los grandes mangantes del mundo, y los políticos pro-sistema, entran al trapo con las poblaciones y sus recursos como rehenes y víctimas. La hipocresía es tan lacerante como inevitable.
En fin. Qué no me gusta esta Navidad hiper-consumista y alejada de los valores de hermandad y de la familia. Qué me choca y expulsa esta oda al despilfarro y la horterada. Pero aún así, os deseo unas felices fiestas y que lo paséis muy bien con vuestros seres queridos.
