miércoles, 25 de junio de 2025

Corrupción y bipartidismo. El eterno retorno de la política en España

Momento de la comparecencia de Pedro Sánchez en la sede de Ferraz el martes 17 de junio

 

En junio de 2018 la intrínseca corrupción del Partido Popular (PP) AKA PartidoPutrefacto, liderado por Mariano Rajoy llevó a su sustitución como presidente del gobierno, vía moción de censura, liderada por el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Era la segunda moción de censura en poco más de un año. La primera liderada por Podemos no aunó los apoyos necesarios, y solo la lanzada por la otra pata del bipartidismo salió adelante. Es cierto que entre una y otra, apenas como digo un año, la avalancha de primicias informativas y actuaciones policiales y judiciales hicieron imperecedera la depuración del gobierno del país, pero fundamentalmente se procuraba llevar a cabo una sustitución controlada, prevista en los mecanismos del propio sistema, aunque en aquel momento fuera menos planificada. Más improvisada.

Ese sistema es el Régimen del 78, una suerte de pactismo entre las élites del tardo-franquismo españistaní con una parte de la oposición ilegalizada en la dictadura, con la tutorización de las democracias liberales occidentales de mediados de los 70 (en especial, Estados Unidos, a través de la CIA y el departamento de Estado y con colaboración del SPD alemán de Willy Brandt). Este pacto o "acuerdo" ha delegado una democracia liberal de corte presidencialista, que usurpa la participación política cívica en unas supuestas instituciones anquilosadas en los artesonados propios de la dictadura, que se empeñan, por encima de todas las cosas, de las necesidades y las eventualidades y urgencias, en mantener la estructura de poder económico y político salido del régimen franquista.

Judicatura, empresauriado español y sus emporios mediáticos dueños de los medios de comunicación de masas, partidos políticos mayoritarios, ejército y alta iglesia católica, empeñados y con éxito, en mantener y consolidar el franquismo como fuente de inspiración y fundamentalmente, de su propio poder y riqueza.

La corrupción es una seña de identidad de este ecosistema político, social, económico y cultural que es la España de entre siglos, hija bastarda de la democracia y el autoritarismo dictatorial de inspiración fascista.

Para que la corrupción sea posible se hacen necesarios varios elementos: Imprescindibles, son el corruptor, habitualmente un empresario que paga en negro unos favores para salir beneficiado posteriormente en sus relaciones con las distintas administraciones. También lo es, lógicamente, el corrupto, el político que gestiona esas instituciones como representante de la soberanía popular, y que se aprovecha de esa condición para su enriquecimiento privativo. Y por último, el conseguidor, esto es, el enlace entre corruptores y corruptos que abre las vías para el flujo de intereses y de dinero.

Son también necesarios, aunque ya no necesariamente imprescindibles, un funcionariado que mire convenientemente para otro lado, al igual que unos jueces permisivos y paternales con corruptos y corruptores. Unos medios de comunicación que funcionen como altavoces de su trinchera y no como investigadores por bien del interés general. Unos partidos políticos ideados para facilitar la corrupción, y que bien o se benefician directamente de ella, o funcionan como coartadas y apoyos cuando se descubren las tramas. Y una opinión pública que puede tener una parte harta de tanto latrocinio, pero que mayoritariamente se presenta como insensible o hasta incluso favorable a que le roben. Siempre que sean los suyos, claro.

Pedro Sánchez llegaba al poder con una misión muy clara e inaplazable: la regeneración política y cultural de España. El avance en derechos y en mayor democracia como garantía de una sociedad adulta y plenamente consciente de su papel activo en el sistema político. Y una lucha sin cuartel y activa contra la corrupción y los mecanismos que la permiten y alientan.

La crisis económica de 2008 resuelta en falso con las políticas de ajuste y el austercidio. La laminación absoluta de los derechos humanos y cívicos, entre ellos la sanidad pública, la educación pública y los servicios sociales. La burbuja inmobiliaria que hacía (y hace nuevamente) imposible la vida a millones de personas. El cambio climático y la continua agresión al medio ambiente. La ola feminista por una sociedad igualitaria y respetuosa. La creación de un nuevo clima de convivencia entre identidades dentro del estado español. O la reconversión productiva de un país condenado al turismo de masas y a la construcción sin filtro, ni fin.

Todos ellos problemas graves y que requerían, y sin resolverse todavía hoy lógicamente aún más, una solución urgente y en favor de las clases trabajadoras, poniendo en cuestión la justicia social, la dignidad humana y la inviable deriva ultra liberal que nos había traído hasta aquí. Pero todos ellos por detrás de la regeneración política, tan necesaria como aparcada de forma imperdonable por los políticos “elegidos” para llevarla a cabo.

España y su sociedad son presas del clima político de 1976 tras las muerte del dictador. Las fuerzas vivas del franquismo se vieron obligadas a aceptar una democracia liberal. Para ello fue básica la sumisión del socialismo español, convertido por auto de fe en el partido "centro" del sistema político español. Lo que a su vez, lo posicionaba como el principal sostenedor de la monarquía, de los concordatos franquistas, uno con el Vaticano y otro el acuerdo militarista con Estados Unidos; de la conformación de un estado centralizado en Madrid y de la venta de todos los bienes públicos que pudieran interesar a algún buitre nacional o internacional. Tampoco nos engañemos. Cuando los conservadores han tocado poder, han sido los primeros y más activos en vender la patria, eso si envueltos en la bandera nacional.

El objetivo urgente en 1976 era acallar las reivindicaciones más de izquierdas, más obreristas del grueso de la población. Y aunque se necesitaba un maquillaje aperturista y democrático como fue la legalización del partido Comunista o los sindicatos de clase, se impidieron de facto la construcción de un estado federal, la depuración de los elementos franquistas en la judicatura, el ejército y los cuerpos de (in)seguridad del estado o en las Universidades (por supuesto sin hablar en absoluto de Memoria Histórica y reparación), así como impedir de facto los principios laicistas, igualitarios y republicanos. Gobiernos extranjeros y franquistas coincidieron en que España siguiera siendo un tope al comunismo y las ideas libertarias y edificaron una fachada de democracia de trampantojo y escayola sobre el mismo edificio dictatorial y fascista.

Y 50 años después seguimos en ese ecosistema político y cultural, absolutamente sobrepasado. Una pseudo democracia en apariencia representativa, pero que delega en los partidos cualquier acción o iniciativa. Y esos partidos necesitan dinero. Constituidos como pirámides jerárquicas, los distintos escalafones se consolidan en base a un sistema de favores que sirven para escalar y posteriormente enclaustrarse en el poder. Para eso hace falta mucho dinero. Como para financiar campañas electorales y medios de comunicación afines que manipulen la opinión pública y creen o silencien temas a conveniencia. Y también para que la estructura de partido arraigue en los territorios. Y para esto, hace falta muchísimo dinero y voluntades. Y siempre las encuentran. A veces, de manera legal, y otras ilegalmente.

Vuelvo a julio de 2018 y a la ilusión que a muchos nos invadió tras 7 años de gobierno autoritario del Partido Popular de Mariano Rajoy. 7 años de recortes y laminación del estado social y del estado de derecho. 7 años de ultraliberalismo y caciquismo. 7 años de corrupción, de la heredada desde los tiempos de Aznar, y de la propia de la Gúrtel y de Bárcenas. 7 años que fueron de profunda activación política de la parte más a la izquierda del espectro ideológico español. 7 años de manifestaciones y de la respuesta fascista de leyes represivas y regresivas como la Ley Mordaza. Y también un período de puesta en marcha de un proyecto político, social y cultural revolucionario. Si, luego fue fagocitado por unos listos, y ya sabemos cómo estamos.

Y ahora 7 años después de aquel junio de 2018, Pedro Sánchez está siendo devorado por su propia inacción, cuando menos, en materia de lucha contra la corrupción y regeneración democrática. Si, es verdad, las mayorías obtenidas tras las elecciones no daban mucho margen, pero conviene no olvidar que se desperdició una mayoría absoluta en el Senado y una parcial en el Congreso, por vete tú a saber qué oscuros intereses.

Pedro Sánchez no ha derogado la Ley Mordaza. Y no ha puesto freno, en ningún modo, a la escalada de precios de la vivienda (tanto en propiedad como en alquiler), ni tampoco a la excesiva y hasta humillante turistificación de la economía española y del patrimonio nacional. Tampoco ha luchado abierta y decididamente contra la corrupción, ni siquiera en su propio partido, que como bien sabemos ya viene bien trufado de prácticas corruptas y mafiosas.

Hoy Pedro Sánchez tiene que lidiar con un desgaste absolutamente colosal por la corrupción consecutiva de dos secretarios de organización del partido bajo su mandato, y no parece ser muy digno que se mantenga en el cargo. Desconocemos si ha habido enriquecimiento personal del propio Pedro Sánchez o su entorno, por más que la ultra derecha mediática lleve 5 años haciendo todo lo posible por intoxicar, inventando y difundiendo bulos. Lo único cierto es que si colocó a Ábalos y a Santos Cerdán sabiendo de sus andanzas antes o durante su ejecución del cargo, mal por la confianza depositada y sostenida. Si no se enteró aún peor. En cualquier caso si apelamos a la coherencia las horas de la segunda legislatura del “gobierno más progresista de la historia” (en cursiva, en comillas y con recochineo), estarían a punto de agotarse, bien porque se fuera, porque convocará nuevas elecciones o porque fuera derrotado en una previsible moción de censura. Por contra, ahí lo tenemos hablando compungido a los medios de “manzanas podridas”, de que se ha sentido engañado y defraudado, para correr el velo del tiempo sobre su responsabilidad directa. No se puede olvidar que Sánchez llegó a la Moncloa en un momento crítico que hacía necesaria una acción decidida y valiente para erradicar un problema estructural. Un biotopo que favorece la corrupción, la desfachatez y la sinvergoncería. Un clima propicio para los caraduras y la España rancia y cutre que tan bien retrataba Berlanga y que tanto asco nos da a las buenas personas que sentimos nuestro país. Y en evitarlo, no ha hecho nada. De hecho, cuando la cacería impuesta contra sus compañeros de coalición se inició (Iglesias y Montero, Alberto Rodríguez, Oltra, etc.) apuntaló los discursos más reaccionarios, porque por encima de la misión regeneradora que aceptaba al “jurar” el cargo, estaba su propia supervivencia política. Cuando él era el atacado, a través de su mujer o de su hermano, se cogió 5 días de reflexión.

El hecho es que en estos complicadísimos 7 años, Pedro Sánchez no ha hecho nada, ni dentro de su partido, ni en el estado español, para luchar y acabar con la corrupción. No se han prohibido las puertas giratorias. No se han acabado los aforamientos hasta lo ilimitado. No se ha prohibido por ley la especulación urbanística e intervenido el mercado inmobiliario que es un sector que funciona basado en la corrupción política. No se ha castigado a los corruptores y no se les han nacionalizado sus bienes y empresas. No se ha modificado el código penal y el código civil para desalentar la corrupción. Si, ha tenido que lidiar en este tiempo con una pandemia, un volcán, unas inundaciones terribles en el centro de la cuarta región económica del estado, una guerra en el Oriente europeo, y una guerra en Oriente Próximo. Incluso hasta con un gran apagón. Con la caída de un Imperio y de la ideología que lo definía y con la consiguiente ola derechista en todo el mundo capaces de arrasar con el mejor proyecto multinacional hasta ahora como ha sido la Unión Europea. Y todo ello con un auge de la extrema derecha patria alentada por las élites del poder económico españistaní que cada vez está captando a más y más incautos. Pero la ausencia de políticas activas y decididas para acabar de una vez por todas con la corrupción en España es una tara que no podemos olvidar.

En el turnismo de la democracia liberal, los conservadores o fachas directamente, van a volver a poder hacer lo que han hecho siempre. A recuperar las redes de la Gürtel y de todas las tramas, porque no ha habido una regeneración, no solo política y legislativa, sino también cultural que nos hagan superar estos comportamientos delictivos y faltos de ética, denunciarlos y luchar contra ellos. Van a volver, envalentonados y decididos a de-construir esta pseudo-democracia para profundizar en la usurpación de libertad y riqueza a las clases trabajadoras (o productivas, o pobres, o bajas, o como queráis llamarlas en términos de neo-lengua).


Sin embargo, no hay que olvidar ni perder de perspectiva quién es Pedro Sánchez. Sin duda, un animal político de primera categoría, y pseudo retirado Pablo Iglesias, nadie puede hacerle sombra a nivel nacional. Cualquier debate, cualquier interacción y cualquier comparación con Feijoo, el de los albúmenes de vacaciones con un narco, o con Ayuso, la enterradora de ancianos en Madrid, son ases en la manga para Sánchez, que en carisma, presencia y conocimientos puede arrasarlos cuando quiera. De ideología desconocida, Sánchez ha usado a los miembros de la coalición en el gobierno, la cuestión climática y de protección del medio ambiente o la causa palestina para mostrar una cara progresista, al tiempo que guardaba en Interior y Defensa para mantener contentos a los más reaccionarios en temas como la inmigración, el negocio inmobiliario o el gasto militar. Es su principal valor personal, la resistencia, pero también el de un PSOE carente de ideología socialista y federal que además domina a una izquierda, en general y en grueso, desnortada, desvencijada, dividida, acomplejada, harta y hasta descorazonada que sólo tiene en la capacidad de aguante personal de Sánchez el último agarre al que adherirse antes de ser despezados por las ultras derechas. De hecho, si todavía no se ha producido, el re-cambio, pese a toda las toneladas de inmundicia que las derechas mediática y judicial emplean, es por la propia incapacidad de sus líderes, por el fantochismo de su ineludible aliado y por la presencia de un Pedro Sánchez que maneja como nadie había hecho antes en este país, los tiempos políticos y comunicativos.

Por supuesto, lo he dicho alguna vez, a mi lo que suceda con Sánchez y con su partido, el PSOE, me da igual. Es más, creo firmemente y vistos los últimos 15 años, que lo que tenga que venir bueno en España se hará pasando por encima del PSOE (y del PP y de la ultra derecha), y que sus cuadros y sus bases van a ser más obstáculos que palancas de cambio. Pero en el momento actual, la llegada o no de unos franquistas trasnochados al Consejo de Ministros va a depender, en el corto y en el medio plazo, de la capacidad de Sánchez y del PSOE de promover alianzas fuertes a nivel nacional, pero también regional con las burguesías vascas y catalanas.

A finales del año pasado escribía sobre la posibilidad o no de elecciones generales este año 2025. Barruntaba que si le concedía media iniciativa en una convocatoria adelantada Sánchez podría plantearla y vencer, con relativa facilidad y pasando eso sí, por la negociación y el pacto con la izquierda a la izquierda del PSOE. Ahora mismo, y en un tiempo medio, le ha sido arrebatada esa iniciativa y solo un infame acuerdo entre el PNV y de Puigdemont con los fascistas que lo querían ejecutar en Montjuic, sacaría a Sánchez de la Moncloa o llevaría a elecciones generales.

En este sentido radica la otra fuente de poder de Pedro Sánchez: la imposibilidad de un pacto entre la ultraderecha “castellana” y las derechas vascas o catalanas. Por muy patriotas, que lo son todas ellas del dinero. Sin embargo, mal hacemos si no lamentamos estos años como una pérdida de tiempo y de caudal político inconmensurable en hacer nuestro país un lugar mejor. Más democrático, más social, más justo, más ético y cívico. Y menos fascista, menos cainita y menos corrupto. Cuando acabe el tiempo de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno estaremos de nuevo en el punto de partida tras la crisis de 2008 y el colapso de la economía ultra-liberal. Y ahora parece que será la extrema derecha la que coja las migajas para triturar aún más a las clases trabajadoras.

En cualquier caso, y para terminar, sigue siendo necesaria la revolución política y cultural que acabe por derruir el fascismo y permita construir una democracia sólida y con valores éticos, justos e igualitarios. Habrá que ver si a lo mejor de este país, las clases trabajadoras, y las personas progresistas, nos quedan fuerzas para luchar por ello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tadej Pogačar: Un ciclista de leyenda

  Tadej Poga č ar ha ganado el Tour de France 2024 . Es su tercer mallot amarillo final en la ronda gala tr as los dos primeros ...