sábado, 27 de noviembre de 2021

Por la recuperación de la lucha obrera

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La Bahía de Cádiz es uno de los puntos de nuestro país que más paro padece. Un lugar maravilloso para vivir y trabajar que sin embargo arroja las cifras de desempleo más brutales de toda la UE.

Cuando en los años 80 se procedió al desmantelamiento del sector industrial de Asturias, Galicia, Euskadi o Cádiz para que no trastocará la privilegiada posición industrial de los países centrales de la UE se condenó a toda su población. No se le dio más alternativa que una violencia policial, bien conocida porque era la que 40 años de franquismo había empleado. Y ahora cuando tratan de apretar aún más las clavijas a los trabajadores de la industria del metal para seguir engordando los buches de accionistas y aristócratas metidos a empresarios es necesaria, vital y último recurso una movilización obrera, como las de antes con estopa y barricadas.

Lo han hecho encontrando la solidaridad de toda la población gaditana, del resto de la clase obrera, que ya no sólo es que sepan que el sector del metal es básico para el devenir económico de la provincia. Es que además, comprenden que en su lucha van la de todos y que sólo será con activación y unión como se consiga equilibrar una balanza en la que el peso y el dolor de los desposeídos no alcanza a nivelar la avaricia y fascismo de los privilegiados.

Han ardido contenedores y neumáticos y pareciera como si esas imágenes fueran suficientes para desacreditar la dignidad de la lucha obrera y de quienes están luchando y activando todos los conflictos laborales a lo largo del estado en un momento, en el que el coste de la vida se encarece aún más, los salarios se congelan más rápido que el invierno y en definitiva, el futuro viene atrapado en dolor, precariedad y un sentimiento de absoluta indefensión.

De primero de huelga es decir que cuando las barricadas se ponen dentro de una ciudad, en una avenida o un cruce es para que la policía no tenga tan fácil cargar. Difieren de cuando se levantan en las afueras, en las entradas de las ciudades y polígonos de producción, que ahí si cumplen un cometido de pura lucha laboral: parar la producción y que se note la necesidad de la mano de obra en el ciclo productivo-económico. El hecho de que las barricadas dentro de la ciudad de Cádiz aparecieran cuando llegaron los bastardos y la tanqueta reflejan este punto.

"El gobierno más progresista de la Historia" está pagando en sus carnes una década de crisis económica, recortes y desposesión de las clases trabajadoras. Le está afectando el lamentable estado en el que Rajoy y el austercidio han dejado el país. Y la pandemia ha apretado las clavijas justo donde más recortaron los corruptos: en los servicios sociales, la sanidad, la educación públicas y en las pensiones.

Si a todo esto le sumas una crisis energética que continua porque Occidente ya ha quemado todo el combustible que podía quemar, los ánimos y ganas hierven al contrario que el ambiente al que llega el invierno.

Son los trabajadores los que estamos sufriendo una pérdida terrible del poder adquisitivo, y una precarización de las relaciones laborales que nos pone en puertas de la esclavitud pura y dura.

Y es que cuando se saltan tus derechos de trabajador para obtener más beneficios, se llama "negocio", pero cuando peleas por lo que te pertenece según la Constitución y las normas internacionales, se llama "violencia". Y no hay más violencia que la que se ejerce contra las familias trabajadoras que no llegan a fin de mes, que no pueden calentar su hogar, donde tienen que estudiar a la luz de las velas, donde no pueden alimentar ni vestir a sus hijos.

Porque una consecuencia de la COVID-19, quizás la consecuencia social y política más significativa, es que la pandemia ha demostrado que las clases sociales existen. Siguen existiendo y pertenecer a una u a otra determina las posibilidades de supervivencia de los individuos, lo que es una deflagración en los cimientos de igualdad de la democracia. Y esto que parecía olvidado, otra victoria más de los privilegiados y el neoliberalismo, se ha desmoronado este último año y medio largo. Tras la pandemía, el confinamiento y la desescalada, con todo lo que ha pasado, las clases trabajadoras que indistintamente a su procedencia, sector o edad, vuelven a comprender que es con lucha y resistencia, con lo que prevalece la verdad y se consigue el avance.

Por qué, ¿qué han pedido los trabajadores del sector del metal en Cádiz?

Pues salarios dignos con subidas sólidas para sobrevivir al aumento del coste de la vida. Negociación de un convenio justo y respetuoso. Contratos estables. Que se acabe la precariedad. Que acaben ya con las infinitas subcontratas. Futuro para su empleo, sus trabajos y para su tierra.

¿Y qué han recibido?

Pues de entrada la solidaridad de toda la clase obrera, en especial del personal sanitario, pensionistas y estudiantes. Y palos. Muchos palos. Hostias de quienes detentan la violencia institucional. Una tanqueta para reprimir que puso en peligro a toda la población que se cruzo con ella. Un atropello más de ese bulldozer en el seno del gobierno que es Marlaska que hace ya mucho, desde el primer segundo, que esta okupando un ministerio para el que no tiene ninguna autoridad moral. Encima y para kolmo el personaje es el cunero, diputado por Cádiz.

Por supuesto, y en algo a lo que ya estamos acostumbrados, también recibieron el desprecio y manipulación de los medios de comunicación manipulación de masas, en manos de las oligarquías patrias. Pero podemos decir que por una vez, y que sea la primera del resto de todas ellas, la solidaridad y comprensión de la ciudadanía se ha hecho notar

Y por último, recibieron la preocupación del gobierno para empleando la punta de lanza de la desposesión laboral, los sindicatos oficiales, conseguir un tibio acuerdo que pusiera fin a la huelga y que está siendo sistemáticamente rechazado en las asambleas de los trabajadores. Incluidas aquellas desarrolladas en centros de trabajo donde se ha asegurado (en teoría) el empleo, pero donde rechazan la continua precarización y ejercitan la solidaridad para con sus compañeros de subcontratas y otros centros.

Se aplique o no el acuerdo y se vuelva o no en un tiempo medio a las protestas y paros, recordad que como veis, las huelgas funcionan. Su éxito es tan seguro como también lo es el silencio de los que mandan y no quieren que nada cambie.

La violencia policial no es nueva en este país. Y no va a acabar tras esta semana en Cádiz. Todos nos hemos llevado palos, yo mismo, por defender los derechos de todos, la dignidad de la clase trabajadora y un futuro para este país.

Hoy se manifiestan esos cuerpos de inseguridad del estado, ACAB, arropados por la extrema derecha y la derecha extrema en su estrategia de crispación total para defender la pervivencia de ese atentado a la democracia que es la Ley Mordaza. Que no puede ser que grabemos a los policías, no vaya a verse que son unos violentos homicidas; un perro rabioso y sarnoso al servicio de los poderosos; hogar del machismo, el racismo, la xenofobia y el odio de clase que este país destila y no es poco. Sus arrebatos y la escasez y la imbecilidad de sus argumentos más que justificarse y convencer en la conveniencia de la Ley Mordaza, hacen más fundamental aún la necesidad de derogarla y cubrir de mierda a los fascistas que la pusieron en marcha. No buscan garantizar la seguridad de la ciudadanía, sino más bien la impunidad de los perros rabiosos.

Qué hay más dignidad en cualquier acto en la que los trabajadores luchan por tener mejores condiciones, que en cualquiera de las fuerzas de opresión del estado es una verdad irrefutable.

La inestabilidad social es un hecho ya. Eso no quiere decir que se avecine un cambio de color en el gobierno porque realmente -quizás peque de optimista- se me hace muy difícil que la extrema derecha sea capaz de conseguir una mayoría parlamentaria suficiente con esta deriva al fascismo y el retroceso que llevan. Necesitarán pactos y nadie puede pactar con ellos.

Por ello me parece lamentable que el gobierno de izquierdas aplique la brocha gorda contra los trabajadores de Cádiz que no dejan de ser sus bases electorales (tanto para el PSOE como para Unidas Podemos). Las calles se tienen que caldear y ocupar para recuperarlas primero y después para poner sobre la palestra los verdaderos problemas que tiene este país, la imperiosa necesidad de solucionarlos y que se haga a través del respeto y la dignidad a la clase trabajadora.

Estamos ante un cambio de época y quizás al igual que con el gobierno de Zapatero, sea con otro gobierno de "izquierdas", esas bases de izquierdas, esa clase trabajadora, sin artificios, subdivisiones ni maniqueísmos, vuelvan a tomar las calles y reivindicar sus derechos, empezando por el más elemental: el derecho a un futuro. Y este se conseguirá en base a resistencia y lucha; no a batucadas, ni concentraciones molonas posmodernas que sólo sirven para quedar a tomar unas cañas. Quizás hayamos ya aprendido la lección de que las herramientas las tenemos desde hace mucho tiempo, y más que inventar nuevas (partidos, discursos o ideologías) de lo que se trata es de coger y apoderarse de las que ya teníamos y emplearlas en mejorar las condiciones de vida y futuro de la gente.

Un futuro que empieza por la reivindicación de un trabajo digno y seguro y que tiene que abrir la puerta a todas las mejoras que necesitamos como sociedad.

En frente ya sabemos quienes están. Que no encuentren ni la más mínima colaboración de las bases obreras.


miércoles, 3 de noviembre de 2021

El recurrente botellón

 


Una de las señas que nos está dejando la “nueva normalidad” es el botellón. Macrofiestas y aglomeraciones tumultuosas de jóvenes -y no tan jóvenes- que organizan quedadas en espacios públicos en los que el alcohol es el aglutinante de un lienzo en el que se plasma diversión, ruido, coqueteos con otras sustancias, molestias, disturbios, violaciones y situaciones de riesgo.

La pandemía no ha terminado pero estamos inmersos en un contexto en el que nos han exigido convivir con el virus para no lastrar más las pérdidas del capital. El riesgo de contagio sigue siendo alto y pese al éxito de la vacunación y el abnegado trabajo de los servicios de salud, una transmisión vírica sin controlar puede ocasionar un tremendo trastorno que se lleve vidas por delante. No lo olvidemos.

Pero la relajación de las restricciones, el verano, las “no” fiestas y fenómenos similares que han venido adheridos a la excepcional situación que llevamos viviendo año y medio no han provocado un fenómeno nuevo y que no conozcamos. No. El botellón lleva mucho tiempo instalado en nuestras sociedades. En las mentes de adolescentes que ven como sus condiciones de vida y futuro se han ido lastrando en lo que va de siglo. Que no tienen alternativas de ocio salvo la de deambular por bares y discotecas abrazados a un vaso de tubo. Que se han acercado a la primera madurez habiendo pasado meses encerrados, perdiendo oportunidades. Y al mismo tiempo, recibiendo muy mala información sobre las consecuencias de la COVID y su supuesta levedad para con ellos.

Pero no quiero descargar de responsabilidad a la juventud. Si con lo que ha sucedido, con decenas de miles de fallecidos -seguro que algunos conocidos- no eres capaz de ver el peligro y muestras esta inmadurez, esta carencia de empatía y solidaridad tienes un problema. Porque si eres mayor para beber también debes de serlo para reconocer en que contexto estás y que tus acciones, aunque no lo parezcan, tienen consecuencias. Y algunas pueden ser irremediables.

Y no me vale eso tan manido, ese buen rollismo mediocre, paternalista y ex culpador, de "¿qué hacías tu de joven? Como si no hubieras bebido y hecho el gamberro". Por supuesto que lo hice, pero lo siento, si fue en una época más amable o mejor. No teníamos como sociedad y como juventud, el marrón que tenemos hoy en día para que el plan de finde sea cogerse una cogorza. De hecho ese nunca fue mi plan y el de mis amigos (no discuto que pudiera ser el de alguien incluso el de una mayoría). Por lo tanto, no comulgo con que esta vaya a ser la actitud y una plaga irremediable contra la que no vale rebelarse o luchar. Porque si algo, lo único, que he aprendido de aquellas noches, es de su inutilidad; de que no merece la pena. Pensaba (quizás el problema este ahí en esa ilusión) que las nuevas generaciones “las más preparadas de la historia” serían capaces de darse cuenta de esto, de huir, de auto-organizarse para no cometer los mismos errores y ser capaces así de dominar su destino y cambiar las cosas.

 

Yo he hecho botellones en mi vida. Al principio, recién inaugurada la mayoría de edad, nos íbamos a un parque aislado. Era el calentamiento a un concierto o a acudir a algún pub chulo de aquella Salamanca. Donde no molestásemos. Sin coche, sin ninguna luz salvo la de una triste farola. Noches de invierno cerca del río. Paseos a la gasolinera de la Avenida de la Paz a comprar el hielo y unas pastillas para la barbacoa para hacer un pequeño fuego en un bidón que encontramos. Un par de botellas para cinco o seis y ya calientes ir a algún bareto de Varillas previo paso de los contenedores de basura. Más tarde, conocimos a unas chicas universitarias que vivían en pisos de estudiantes. Lugar perfecto para hacer botellón calentitos. Bebíamos huyendo de la policía, de los vecinos, de los viandantes, de otros grupos de jóvenes bebiendo, de las aglomeraciones y de los precios abusivos y el garrafón.

Porque el botellòn no es un fenómeno nuevo. No es una consecuencia de la pandemia, ni siquiera del estado de las cosas en este país de empleo escaso y precario, vivienda inasumible y futuro oscuro. El botellón lleva prohibido por ley desde 2002. Ya entonces era un problema de orden social el que la gente libremente se reuniera en el espacio público y decidiera hacer lo que quisiera hacer sin pasar por los bares.

La ocupación del espacio público por parte de los jóvenes resulta un reto para unas administraciones que siguiendo un mantra liberal quieren comercializar, sacar hasta el último euro, de las calles. Me resulta curioso y escandaloso que mientras se ha deshumanizado la ciudad, llenándose de terrazas, los mismos que han permitido esto (y cobrado por ello), se escandalicen porque un sábado por la noche haya gente que se reúna a empinar el codo. Cuando no sólo no han provisto una alternativa de ocio, sino que además han animado a que la gente consuma.

Ahora se ha puesto en la picota el fenómeno del botellón para explicar puntuales aumento de contagios de la covid, como si sólo fueran los jóvenes que salen de noche los que pudieran transmitirla o como si haber lanzando llamamientos al turismo de borrachera para los extranjeros dejando excluidos a los locales, fuera inocuo.

Los medios y las policías locales han recogido el guante y crispado a la sociedad al tema con sus videos de móvil de disturbios y los recuentos de robos y altercados. Todo ello sin profundizar en las causas y mucho menos en valorar y avanzar posibles soluciones. Porque el objetivo no es ese. El objetivo es caldear un miedo colectivo que lleve a la sociedad a implorar medidas coercitivas, el reforzamiento de las estructuras policiales y la puesta en marcha de legislaciones aún más restrictivas en cuanto a derechos y libertades.

El principal problema es por qué el único catalizador social de la juventud es el alcohol. ¿Por qué los jóvenes no pueden reunirse y generar ocio desde si mismos a través de la cultura, el deporte o la activación política, laboral y estudiantil? ¿Por qué el consumo de alcohol, reglado en una barra de bar o a través de la compra en un 24horas, es la única alternativa que la juventud tiene? ¿Es acaso la válvula de escape a un futuro tenebroso donde la precariedad, la inestabilidad laboral, personal y afectiva y la indefinición continua les espera? ¿Por qué necesitamos el alcohol para relacionarnos?. Para conocer gente, especialmente del sexo opuesto. Lo necesitamos para follar y para tener pareja. Para divertirnos y reír las gracias a los amigos y allegados. Seguro también para olvidar la mierda de mundo que nos han dejado las generaciones previas. ¿Por qué hemos permitido que el alcohol sea la gasolina de todas las fiestas?. Religiosas o paganas. Patronales o universitarias. Personales o multitudinarias.

Lo único bueno que tiene el botellón es que, antes y después, discute el uso capitalista del espacio público. Y pone en la palestra los problemas comunicativos y de expectativa que tiene una juventud que no puede pagarse una entrada en una discoteca “para conocer gente”, y mucho menos la de un piso. Porque no sólo son derechos a una vida digna, un futuro optimista con garantías laborales y de bienestar gracias a unos servicios públicos. Es también el derecho a poder socializar al que se contrapone un miedo histórico a la masa social, heredado desde el siglo XIX cuando las clases altas veían con estrés y pánico la revolución que podía surgir de una confluencia masiva de gentes heterogéneas que comprendían allí que compartían los mismos problemas.

El fantasma de la aglomeración es también el de no pasar por caja. Y en un ciclo que se repite también lo hacen los argumentos en contra (disturbios, molestias, ruidos, basuras) de un botellón que con su simpleza cumple a la perfección en su mensaje de deshumanización. De convertirlo en un problema lo que sobretodo es la respuesta de un colectivo (la juventud) frente a la desposesión del espacio público y del ocio que se han convertido en réditos del capital.

Al final, el botellón aparece cíclicamente en nuestras vidas. Mejor dicho. Aparece en los medios cada cierto tiempo con una clara finalidad de instaurar un pánico social que haga aceptar más controles, mordazas y gastos extra en seguridad. Siempre hay quien hace de altavoz a esta patronal chusquera de la noche, lobby cutre y rapaz que se ha erigido en vanguardia de la empresa españistaní. Eso explica muchas cosas. Luego vienen los pobres vecinos que les toca aguantar las noches de insomnio y las mañanas de asombro por ver cómo ha quedado su parque y su barrio. Y por último, los lamentos y bravuconadas de polituchos que no han tenido problemas en echar a la calle a las gentes al grito de consumo y alcohol, y ahora se escandalizan cuando la propuesta les hace boomerang.

Y en lo que tampoco cambia es que el botellón es un coñazo irremediable. Y he vivido y bebido bastantes de ellos para saberlo perfectamente.

 

 

Tras 10 años del final de ETA

 

Momento de la "Declaración del 18 de octubre", que leyóo en euskera Arkaitz Rodríguez y en castellano Arnaldo Otegi

En estos días se cumplen 10 años del anuncio del cese de la lucha armada por parte de la banda terrorista ETA. Aunque no lo parezca, aunque hayan pasado estos años sin avances, ni acercamientos públicos que garantizaran un estadio donde la paz y el progreso de la sociedad vasca y española fuera conseguida, como paso previo a unas relaciones normales en las que los objetivos políticos se consiguieran, el tiempo ha pasado y la sociedad vasca ha cambiado.

El pasado lunes 18 de octubre Arnaldo Otegui daba un paso más en la normalización y pacificación en Euskadi con una declaración en la que en nombre de la izquierda abertzale declaraba la sinrazón de tanta violencia y pedía perdón por los cientos de atentados, muertos y miles de heridos. Sin negar las resistencias internas, que seguro las hay, el paso dado por Bildu es decisivo. Es honestidad brutal y altura de miras en el contexto político y social actual. Y sin duda, la Historia juzgará a quienes han puesto escaleras y ascensores para alcanzar la paz y a quienes se han dedicado a echarlos abajo o no hacer nada, por cálculos partidistas y ambiciones personales.

El tiempo transcurrido desde el anuncio del cese de la actividad armada de ETA y el perdón y arrepentimiento expresado por Otegui no es casual. Es con distancia temporal, alejados de la inmediatez de un dolor, del cortoplacismo de batallas electorales y recostada sobre el día a día de la sociedad vasca como se puede elaborar un camino que cicatrice heridas que siempre sangrarán. Ha sido la única manera, no ya de construir el relato histórico fidedigno, veraz y académico que cuente para no olvidar lo que sucedió durante los últimos 60 años en Euskadi y en España (y en Francia). Sino de avanzar en el entendimiento entre distintos y el tejido de una sociedad y una política en la que quepan todos los que quieren el bienestar de las gentes vascas.

Eso sí, esperen sentados a escuchar el perdón y arrepentimiento de quienes utilizan el terrorismo como arma política para derrotar electoralmente al adversario despreciando la altura de miras política y el sentido de estado. Esperen sentados a escuchar el perdón y el arrepentimiento de quienes usaron todos los recursos del estado, incluso los ilegales e inmorales, para derrotar a los terroristas en su territorio, tirando por la borda toda la legitimidad democrática y del estado de derecho.

Solo en un estado con unas taras democráticas tan severas como el español es posible que la efeméride haya pasado sin trascendencia. Solo unos tibios programas en la televisión pública donde no se dio voz a la izquierda abertzale ni al nacionalismo vasco. Pocos artículos en prensa escrita, bastante más en la digital de izquierdas, y un silencio colosal para hablar sobre el dolor que causa hoy en día acciones como la negativa a acercar los presos etarras (una práctica abominable ahora que ya no existe la amenaza terrorista), la doctrina Parot (revertida en dos ocasiones por los tribunales europeos), la violencia institucional hacia lo abertzale que sigue vigente en Euskadi (pregúntese por Alsasua), sobre qué pasó en la lucha contraterrorista y paramilitar orquestada por el PSOE del señor X y por qué no hubo un diálogo en tiempos del inane de Rajoy para construir una relación sana.

La honestidad de Otegui y la izquierda abertzale contrasta con el silencio del PP. Por supuesto que a ETA se la ha derrotado con acción judicial, política y resistencia de la sociedad vasca, en especial del colectivo de víctimas. Pero sólo con eso sería imposible construir un futuro para Euskadi porque dejaría fuera a buena parte de la sociedad. Del mismo modo que los objetivos políticos de la acción terrorista hubiera derrotado el estado de derecho. No hay futuro, ni convivencia si no se respeta y escucha a las partes. Por eso es necesario, vital, plantear escenarios que teatralicen la paz y la hagan tangible para las sociedades vasca y española. Es lo mínimo a pedir a alguien que estaba o aspira a estar en gobiernos. A la extremísima derecha, nada se le puede pedir.

El diálogo y la intermediación han sido y son fundamentales. Seducir a la izquierda abertzale para que reniengue de la violencia y participe activamente en la política vasca -y nacional- fue la clave de bóveda para ir desmontando el convencimiento de la acción terrorista. Por eso, tener a Bildu haciendo política en ayuntamientos, en el parlamento vasco, en el Congreso o en los medios, escuece tanto a las cutres derechas patrias de rancio y atrasado centralismo. No sólo es la voz de los vascos. Es la voz de las clases trabajadoras.

El ruido y la furia de una extrema derecha exacerbada, anacrónica, ruin, miserable y antipatriótica denota, no sólo las severas minusvalías mentales de estos mequetrefes, sino que muestra cuán importante ha sido para sustentar el relato del tardo franquismo españistaní, la actividad de una banda terrorista que mataba y extorsionaba para conseguir sus objetivos; por el simple hecho de pensar distinto.

Queda un largo camino para cicatrizar a la sociedad vasca, y en buena parte, aún queda trabajo por la desidia de años de una derecha nacional que no sabe vivir sin, no tiene argumentario político, sino es agitando el miedo al distinto, aunque ese otro sea un compatriota. Sin terrorismo y sin manosear a las víctimas poco queda en el código del “extremo centro. Y eso explica una inacción política que ha supuesto incertidumbre, más dolor y el anquilosamiento de ciertas tendencias, a un lado y a otro, que abogan por no cerrar el conflicto.

Poner sobre la mesa cómo se pasó de una legítima disidencia antifranquista en Euskadi a la brutalidad del terrorismo, cómo se desarrolló el despliegue de la respuesta ilegal del Estado desde el Batallón Vasco-Español franquista a los GAL en los gobiernos de Felipe González o quiénes son los culpables desconocidos y cuáles los errores en las investigaciones policiales y judiciales de los atentados, que los hubo, es el camino que nos queda. Todo es memoria y toda memoria es positiva para conocernos, madurar como sociedad y no repetir un pasado tan cruel, superado, no obstante, por el de la represión franquista, que también espera su lo siento.

La izquierda abertzale ha asumido la inutilidad del terrorismo. Es una victoria de la democracia y también, claro está, de PP y sobretodo de un PSOE que en tiempos de Zapatero, pagó un alto precio por avanzar en la senda de la paz. El arrepentimiento expresado en las palabras de Otegui deja sin argumentos y quien solo sabe atizar el odio para vivir de la política. Sólo estos cafres malvados y sanguijuelas del dolor ajeno pueden tratar de pisotear estos avances para seguir enquistando las heridas. Como sociedad que apuesta por el futuro, la paz y la convivencia, pensemos o no en la autodeterminación de los pueblos, nos tienen que tener en frente. A toda la sociedad.

 

El Manifiesto Comunista. Comentario

  Introducción En 1848 se publicaba el documento político-ideológico y filosófico más trascendental de la Historia de la Human...