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miércoles, 3 de noviembre de 2021

El recurrente botellón

 


Una de las señas que nos está dejando la “nueva normalidad” es el botellón. Macrofiestas y aglomeraciones tumultuosas de jóvenes -y no tan jóvenes- que organizan quedadas en espacios públicos en los que el alcohol es el aglutinante de un lienzo en el que se plasma diversión, ruido, coqueteos con otras sustancias, molestias, disturbios, violaciones y situaciones de riesgo.

La pandemía no ha terminado pero estamos inmersos en un contexto en el que nos han exigido convivir con el virus para no lastrar más las pérdidas del capital. El riesgo de contagio sigue siendo alto y pese al éxito de la vacunación y el abnegado trabajo de los servicios de salud, una transmisión vírica sin controlar puede ocasionar un tremendo trastorno que se lleve vidas por delante. No lo olvidemos.

Pero la relajación de las restricciones, el verano, las “no” fiestas y fenómenos similares que han venido adheridos a la excepcional situación que llevamos viviendo año y medio no han provocado un fenómeno nuevo y que no conozcamos. No. El botellón lleva mucho tiempo instalado en nuestras sociedades. En las mentes de adolescentes que ven como sus condiciones de vida y futuro se han ido lastrando en lo que va de siglo. Que no tienen alternativas de ocio salvo la de deambular por bares y discotecas abrazados a un vaso de tubo. Que se han acercado a la primera madurez habiendo pasado meses encerrados, perdiendo oportunidades. Y al mismo tiempo, recibiendo muy mala información sobre las consecuencias de la COVID y su supuesta levedad para con ellos.

Pero no quiero descargar de responsabilidad a la juventud. Si con lo que ha sucedido, con decenas de miles de fallecidos -seguro que algunos conocidos- no eres capaz de ver el peligro y muestras esta inmadurez, esta carencia de empatía y solidaridad tienes un problema. Porque si eres mayor para beber también debes de serlo para reconocer en que contexto estás y que tus acciones, aunque no lo parezcan, tienen consecuencias. Y algunas pueden ser irremediables.

Y no me vale eso tan manido, ese buen rollismo mediocre, paternalista y ex culpador, de "¿qué hacías tu de joven? Como si no hubieras bebido y hecho el gamberro". Por supuesto que lo hice, pero lo siento, si fue en una época más amable o mejor. No teníamos como sociedad y como juventud, el marrón que tenemos hoy en día para que el plan de finde sea cogerse una cogorza. De hecho ese nunca fue mi plan y el de mis amigos (no discuto que pudiera ser el de alguien incluso el de una mayoría). Por lo tanto, no comulgo con que esta vaya a ser la actitud y una plaga irremediable contra la que no vale rebelarse o luchar. Porque si algo, lo único, que he aprendido de aquellas noches, es de su inutilidad; de que no merece la pena. Pensaba (quizás el problema este ahí en esa ilusión) que las nuevas generaciones “las más preparadas de la historia” serían capaces de darse cuenta de esto, de huir, de auto-organizarse para no cometer los mismos errores y ser capaces así de dominar su destino y cambiar las cosas.

 

Yo he hecho botellones en mi vida. Al principio, recién inaugurada la mayoría de edad, nos íbamos a un parque aislado. Era el calentamiento a un concierto o a acudir a algún pub chulo de aquella Salamanca. Donde no molestásemos. Sin coche, sin ninguna luz salvo la de una triste farola. Noches de invierno cerca del río. Paseos a la gasolinera de la Avenida de la Paz a comprar el hielo y unas pastillas para la barbacoa para hacer un pequeño fuego en un bidón que encontramos. Un par de botellas para cinco o seis y ya calientes ir a algún bareto de Varillas previo paso de los contenedores de basura. Más tarde, conocimos a unas chicas universitarias que vivían en pisos de estudiantes. Lugar perfecto para hacer botellón calentitos. Bebíamos huyendo de la policía, de los vecinos, de los viandantes, de otros grupos de jóvenes bebiendo, de las aglomeraciones y de los precios abusivos y el garrafón.

Porque el botellòn no es un fenómeno nuevo. No es una consecuencia de la pandemia, ni siquiera del estado de las cosas en este país de empleo escaso y precario, vivienda inasumible y futuro oscuro. El botellón lleva prohibido por ley desde 2002. Ya entonces era un problema de orden social el que la gente libremente se reuniera en el espacio público y decidiera hacer lo que quisiera hacer sin pasar por los bares.

La ocupación del espacio público por parte de los jóvenes resulta un reto para unas administraciones que siguiendo un mantra liberal quieren comercializar, sacar hasta el último euro, de las calles. Me resulta curioso y escandaloso que mientras se ha deshumanizado la ciudad, llenándose de terrazas, los mismos que han permitido esto (y cobrado por ello), se escandalicen porque un sábado por la noche haya gente que se reúna a empinar el codo. Cuando no sólo no han provisto una alternativa de ocio, sino que además han animado a que la gente consuma.

Ahora se ha puesto en la picota el fenómeno del botellón para explicar puntuales aumento de contagios de la covid, como si sólo fueran los jóvenes que salen de noche los que pudieran transmitirla o como si haber lanzando llamamientos al turismo de borrachera para los extranjeros dejando excluidos a los locales, fuera inocuo.

Los medios y las policías locales han recogido el guante y crispado a la sociedad al tema con sus videos de móvil de disturbios y los recuentos de robos y altercados. Todo ello sin profundizar en las causas y mucho menos en valorar y avanzar posibles soluciones. Porque el objetivo no es ese. El objetivo es caldear un miedo colectivo que lleve a la sociedad a implorar medidas coercitivas, el reforzamiento de las estructuras policiales y la puesta en marcha de legislaciones aún más restrictivas en cuanto a derechos y libertades.

El principal problema es por qué el único catalizador social de la juventud es el alcohol. ¿Por qué los jóvenes no pueden reunirse y generar ocio desde si mismos a través de la cultura, el deporte o la activación política, laboral y estudiantil? ¿Por qué el consumo de alcohol, reglado en una barra de bar o a través de la compra en un 24horas, es la única alternativa que la juventud tiene? ¿Es acaso la válvula de escape a un futuro tenebroso donde la precariedad, la inestabilidad laboral, personal y afectiva y la indefinición continua les espera? ¿Por qué necesitamos el alcohol para relacionarnos?. Para conocer gente, especialmente del sexo opuesto. Lo necesitamos para follar y para tener pareja. Para divertirnos y reír las gracias a los amigos y allegados. Seguro también para olvidar la mierda de mundo que nos han dejado las generaciones previas. ¿Por qué hemos permitido que el alcohol sea la gasolina de todas las fiestas?. Religiosas o paganas. Patronales o universitarias. Personales o multitudinarias.

Lo único bueno que tiene el botellón es que, antes y después, discute el uso capitalista del espacio público. Y pone en la palestra los problemas comunicativos y de expectativa que tiene una juventud que no puede pagarse una entrada en una discoteca “para conocer gente”, y mucho menos la de un piso. Porque no sólo son derechos a una vida digna, un futuro optimista con garantías laborales y de bienestar gracias a unos servicios públicos. Es también el derecho a poder socializar al que se contrapone un miedo histórico a la masa social, heredado desde el siglo XIX cuando las clases altas veían con estrés y pánico la revolución que podía surgir de una confluencia masiva de gentes heterogéneas que comprendían allí que compartían los mismos problemas.

El fantasma de la aglomeración es también el de no pasar por caja. Y en un ciclo que se repite también lo hacen los argumentos en contra (disturbios, molestias, ruidos, basuras) de un botellón que con su simpleza cumple a la perfección en su mensaje de deshumanización. De convertirlo en un problema lo que sobretodo es la respuesta de un colectivo (la juventud) frente a la desposesión del espacio público y del ocio que se han convertido en réditos del capital.

Al final, el botellón aparece cíclicamente en nuestras vidas. Mejor dicho. Aparece en los medios cada cierto tiempo con una clara finalidad de instaurar un pánico social que haga aceptar más controles, mordazas y gastos extra en seguridad. Siempre hay quien hace de altavoz a esta patronal chusquera de la noche, lobby cutre y rapaz que se ha erigido en vanguardia de la empresa españistaní. Eso explica muchas cosas. Luego vienen los pobres vecinos que les toca aguantar las noches de insomnio y las mañanas de asombro por ver cómo ha quedado su parque y su barrio. Y por último, los lamentos y bravuconadas de polituchos que no han tenido problemas en echar a la calle a las gentes al grito de consumo y alcohol, y ahora se escandalizan cuando la propuesta les hace boomerang.

Y en lo que tampoco cambia es que el botellón es un coñazo irremediable. Y he vivido y bebido bastantes de ellos para saberlo perfectamente.

 

 

miércoles, 13 de agosto de 2014

La degradación total de la Noche salmantina

Imagen desde google.plus


Váis a pensar que soy un exagerado. O me váis a decir que no esta bien generalizar, que una mala experiencia no puede empañar todo un sector, una ciudad y una vivencia. Qué el árbol no me deja ver el bosque. Pero ya van muchos años de sufrir esta mafia y a sus diversos secuaces y personajillos con su cuota de poder correspondiente dedicados exclusivamente a maximizar sus beneficios, dándose a base de soberbia una importancia desmesurada e irreal y llevando con toda su acción (y toda la inacción de las autoridades turísticas de la ciudad) a una bajada del atractivo turístico-hotelero de la ciudad, la degradación de la profesión (tanto a nivel externo como un posible valor característico de la ciudad, como a nivel interno en llevar unas condiciones laborales y personales mucho más penosas y esclavistas) y al hartazgo cada vez mayor de los vecinos de esta Salamanca que ha perdido en los últimos años y de manera salvaje, una de sus señas de identidad: Un ocio nocturno divertido, original, variado, integrador y de calidad.

Y todo esto no es fruto únicamente de mi ya dilatada experiencia por los garitos nocturnos. Contrastada con amigos, conocidos, en foros y redes sociales e incluso con más personas con las que he coincidido a las que he explicado ya lo sucedido bien porque "surgió" el tema (como en otra barra unas horas después con un par de chicas) o incluso porque "se han metido en la conversación". Lo que voy a relatar a continuación ocurrió el pasado sábado noche.

Habíamos salido todos los amigos a disfrutar de la noche, de unas cervezas, hacer una risas y ponernos al día. Nada extraño. Nada nuevo. Como primera parada decidimos meternos en el St. Patrick Museum (Obispo Jardín 1, junto a la Plaza del Mercado). He de decir que aunque apasionado y valedor de la cerveza, este local no me agradaba en absoluto ya antes de lo acontecido. Fundamentalmente, no me gustaban algunos de los "camareros" que por ahí se mueven porque ya había tenido experiencias malas anteriores, pero supongo que podía más la localización del lugar o el hecho de dar una segunda (o tercera) oportunidad a todo el mundo. Aunque me parecía excesivamente oscuro el local, sucio (con cáscaras de los frutos secos que te ofrecen para picar lo cual está bien, por el suelo lo cual esta mal porque podian o recogerlas de vez en cuando o adjuntar un plato para depositarlas apelando al civismo de la plebe). Las mesas nunca están limpias, no se preocupan de pasarle una bayeta. Además el volumén de la música, siempre enlatada, impedía el poder conversar con tus amigos y demás personas, lo cual es uno de los principales valores del espíritu pub británico, e incluso hace un año, y pese a esa naturaleza british, nos negaron a media tarde poner un partido de rugby, por no quitar los videos musicales pop refritos. Vamos que ya teníamos una mala relación de experiencias. Pero seguimos entrando, con lo cual, aquí entono el "mea culpa".

El hecho definitivo, es que el sábado sobre las 12 de la noche entramos. Nos pusimos de acuerdo en que pedir, y me dirigí a la barra mientras mis amigos tomaban asiento. Tras un rato en la barra, los dos camareros que estaban, tenían tarea puesto que atendían a más personas. Yo simplemente esperaba mi turno. En ese momento llega a la barra un personaje que llevo viendo por los bares nocturnos de Salamanca un par de lustros. El típico especimen que fragua aquello "de más vale caer en gracia que ser gracioso", puesto a unas más que nulas capacidades sociales a las que suma cada vez mayor soberbia y chulería, incapaz de mantener la boca cerrada, ya sea porque sólo sabe decir estupideces o porque la morfología de su abultada jeta se lo impide, y que además suma una falta de profesionalidad hostelera salvaje, puesto no vale ni como dj, ni como camarero (ya en otra ocasión le tuve que decir que me sirviera las pintas mejor, porque yo pagaba por una relación espuma-cerveza de 1 a 5, no de 3 a 5), ni mucho menos como portero.

El caso es que este tipejo llega a la barra pregunta quien no está atendido, le interpelo, levantando la mano y le digo que yo no. Soy el único en la barra que lo hace. Me mira. Me ve. Y va a una pareja a mi izquierda a quien atendía uno de sus compañeros. Como le dicen que están atendidos vuelve sobre sus pasos, pasando de mi olímpicamente. Yo ya me voy mosqueando. Coge un par de vasos, una botella los cambia de sitio. Y coge su teléfono movil, para ya directamente ignorarme. Ahí ya me he calentado. Me giro, le digo a uno de mis amigos que me había acompañado hasta la barra, que si nos vamos a otro bar. Dice que sí, puesto que ha visto lo relatado con sus propios ojos. Voy para el resto de mis amigos sentados ya en una mesa y les hago la misma pregunta. No hace falta aclarar nada. Ya se imaginan lo que ha pasado. Se levantan y empezamos a salir en tropel del local.

Yo en ese momento desfilaba hacia la puerta encabezando la procesión y no tenía pensado decir nada. En ese momento al menos, puesto que ya se me había ocurrido pasar por allí una tarde y poner una hoja de reclamaciones para no entrar nunca más. Caminaba hacia el exterior y sentía como este sujeto y otro camarero me miraban con una cara de incredulidad importante. Cuando ya estaba en la puerta, y llegaban mis amigos uno de ellos que si que le había dicho a este personaje "-¡qué no se trata a la gente así!". A lo que este le respondió mandándole a la mierda y llamándolo gilipollas. Y ahí ya se montó. Porque podemos admitir que nos estafen y que jueguen con nuestra salud. Ir a sitios horteras en los que los camareros y camareras o no tienen el certificado de manipulación de alimentos (y que hay que tener, aunque te vayas a dedicar a poner copas en una discoteque) o directamente lo ignoran. Lugares en los que la música es mala y donde no hay música en directo. Podemos aguantar que un portero no te deje entrar en un garito, que ni tiene licencia de discoteca, ni paga la tasa de derecho de admisión (constatado con un par de conocidos que trabajan o han trabajado de portero y no pertecen a la mafia extorsionadora y violenta que en Salamanca domina tal nicho de ocupación). Son muchas cosas las que podemos aguantar en la "noche salmantina", quizás demasiadas y por eso hemos llegado a este momento. Pero tal falta de respeto y educación como la expuesta en el párrafo anterior, no. No, porque el limite para esta situación y perdonar que lo ponga en mayúsculas, PARA CUALQUIER ASPECTO DE LA VIDA, es la dignidad y el respeto a la condición humana, sea cual sea esta.

Por supuesto, después de que nos insultará y nos faltará aún más al respeto, tuvieron que sacarme del local entre mis amigos, porque efectivamente como bien dicen ellos "no merece la pena". Más se pierden ellos. En nuestros encuentros, tumbamos cervezas por no menos de 40€ que seguro que hay "compañeros" suyos de profesión que los aceptarán de buen grado. Evidentemente ya he movilizado en redes sociales, foros de consumidores, buscadores de ocio y viajes mi opinión y consejo contrastado para no acudir a este tugurio. Una vez más y aquí lo dejo bien claro: No vayas al St. Patrick Museum, a menos de que quieras ser tratado como basura.

Pero antes incluso de que nos falten al respeto, como ciudadanos y como clientes y simples consumidores, que es lo que se empeñan en que seamos, debemos reaccionar. La cantidad de tropelías, estafas, engaños y fraudes que sufrimos hoy en día se mantienen y amplían por la conveniencia entre patronales y administraciones para soplar la vela de un sistema económico garantista y abusivo en favor de la cúspide de la pirámide y que según se bajan peldaños de la misma resulta más descorazonador y salvaje.

Y ahora me veo en la obligación de generalizar y poner de manifiesto algo que en múltiples conversaciones en los últimos años ha salido a la palestra. Y no sólo eso sino que ha sido punto de unión en la opinión mayoritaria de vecinos de Salamanca y alrededores y visitantes recurrentes que tengo el privilegio de conocer. Y esa opinión es que la calidad en el ocio nocturno salmantino ha caído, y sigue cayendo, de manera estrepitosa desde 2002.

Se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, y en el caso de la "fiesta de Salamanca" no hay ninguna duda en ello. Desde 2002, año de la capitalidad cultural europea, hasta ahora se ha perdido en originalidad, en frescura y en variedad. Si además le sumamos que todos como ciudadanos hemos asumido inconscientemente el mantra capitalista del individualismo y la diversión facilona y barata, lo que nos surje entre manos es un cóctel en el que lo casposo, cutre, zafio y lesivo sale victorioso para animar el espiritú lucrativo de unos pocos, en perjuicio de otros muchos, tanto clientes, como otros trabajadores y empresarios que entendieron su sustento de una manera más responsable y sostenible buscando la rentabilidad en un modelo más pausado y de calidad.

Todos recordamos una Salamanca que configuraba una genuina mezcla entre un turismo familiar y monumental, con gran riqueza gastronómica y de experiencias con otro más festivo, compuesto en su mayoría por los oriundos y estudiantes, a parte, sobretodo los sábados, de las visitas de una noche o fin de semana de personas que venían de las regiones limitrofes.

Pero eso ya termino. De un tiempo a esta parte se ha impuesto un modelo de negocio basado única y exclusivamente en alcoholizar a la gente de la manera más rápida posible. Se impusieron las ofertas del 2x1 (y hasta el 3x1) y las barras libres, que primero consumían los extranjeros (los "guiris" como dicen los empresarios de la noche) que provocaron el efecto llamada para el resto de clientes y habituales de las noches. De esta manera apareció un efecto dominó en el que primero cayeron las antiguas gerencias de los locales que tenían ese target de negocio. Y cayeron en las mismas manos que ahondó en la puesta en práctica del mismo modelo, convirtiendo lo que antes era variedad y originalidad en un compendió homogéneo de garrafa, intoxicaciones etihílicas y locales iguales tanto en decoración, ambiente y oferta musical.

Así tenemos una noche salmantina en la que un sólo empresario, el tal Tinin, con un sólo modelo de negocio (aunque con un par de variantes en la oferta musical para atrapar a más incautos) está imponiendo las mismas condiciones tanto para clientes a los que limita en su capacidad de decisión, como para otros empresarios a los que canibaliza y condena a la extinción, como para trabajadores, empeorando aún más, las ya denostadas condiciones de la hosteleria, un sector que encima suele ser carne de rebaja y precarización en época de crisis y estafas generalizadas.

En este proceso ha soplado a favor con algunas medidas (promoción y extensión en este formato de negocio a la nochevieja universitaria), tanto la Asociación de Empresarios de la hosteleria de Salamanca (buena banda de tragones, en la que el profesionalismo es la nota discordante), las cámaras de comercio (encantadas de haberse conocido), la inoperante Universidad de Salamanca (sumergida en rectorados cada cual a peor que no sólo se encarga de empeorar las condiciones de los alumnos y la comunidad universitaria en las clases, sino que sigue sin preocuparse en el bienestar de todos ellos en temas tan importantes como vivienda, ocio o transportes). Y por supuesto, no podía faltar, el Ayuntamiento de Salamanca que por oscuros intereses ha permanecido callado y del lado del empresariado sin entrar a poner orden y concierto en sus tareas y competencias tales como higiene y salubridad (en concordancia con la Junta de Castilla y León, deberían de preocuparse de que se sirven en las barras salmantinas), en seguridad y convivencia, donde las actitudes incivicas y de falta de respeto entre todos los actores, están a la orden del día, y en la promoción de un modelo alternativo que no caiga en un turismo de borrachera, donde proliferán los "botellodromos" y "las huelgas de bolis caídos" para los visitantes y la máxima dureza para los vecinos por parte de la policía local; ni tampoco "un turismo de despedidas" que expolea esas actitudes incívicas, saltándose ordenanzas que todos los salmantinos debemos de cumplir, sopena de multa administrativa, aparte de generar conductas de índole sexista, preferentemente machista, sin distinción de si la despedida es de chicas o de chicos.

Pero fue con la ley antibotellón con la que fomentaron esta realidad que hoy tenemos. Se demostró como el gran rival para este tipo de negocio la libertad que como ciudadanos disponíamos para beber en la calle, en cualquier momento y lugar, sin depender de hacerlo cuando nos lo digan y cuando quieran. Entonces, aunque había excesos con el alcohol, obviamente, no eran tan salvajes y continuos como los que ahora se vomitan tras la ingesta en una barra libre. El hecho de la prohibición vía multa, sin ningún tipo de promoción de las alternativas, que la administración ha de desarrollar (y que nadie diga que los programas del tipo "Salamanca a tope" están bien programados y promocionados, porque yo que he participado y colaborado con ellos ya te digo que no es así) y por supuesto, el nulo trabajo en materia de educación y prevención (de un tiempo a esta parte han aumentado los altercados nocturnos y las peleas frutos de borracheras y el sobre consumo de otras sustancias. También logicamente, han aumentado los accidentes e infracciones de tráfico), nos han dejado unas generaciones que no entienden los peligros del alcohol, y no sólo tanto para ponerse al volante, sino en el mensaje que las administraciones dan de que diversión y alcohol van de la mano; algo que es muy beneficioso para los empresaurios del negocio de los bares de copas, pero que tiene un coste terrible para la sociedad.

Yo no quiero una ciudad en la que el turismo sea de despedidas. O de eventos en los que beber sea la única vía para la diversión. Echo de menos cuando cualquier día de la semana y con progresividad de horarios en distintos bares y zonas se ofrecían todo tipo de actividades. Concursos, juegos, monólogos, actuaciones... todavía ahora, hay quienes las mantienen o tratan de volver a ponerlas al orden del día, añadiendo los valores de originalidad y diversidad a esta depauperada noche salmantina. Sin embargo, tenemos despedidas de soltero/a con valores incívicos (gente en ropa interior por las calles, disfraces soeces, actitudes sexistas y sexuales a plena luz del día, ingestas masivas de alcohol y otras sustancias) que alejan el turismo de calidad (gastronómico, cultural y familiar) de más valor añadido y que en conjunto dejan mucho más dinero que al anterior descrito. Se promocionan la nochevieja universitaria y la feria de dia con las casetas de los asociados a la Asociación de Hosteleria, en un mensaje claro de que os váis a divertir cuando queramos nosotros, y siempre pagando por ello.

Como ves, empece hablando de algo que me ha ocurrido y lo he relacionado con algo que nos ha pasado a todos, y de lo que ya tenía ganas de escribir. Todos somos responsables por haber entrado en su juego por el que mutamos de ciudadanos a simples consumidores. Hemos perdido la capacidad y actitud crítica y proactiva para favorecer el enriquecimiento de sujetos sin ningún talento especial salvo el que desarrollan para lucrarse lo máximo posible con el mínimo esfuerzo. Sin embargo, si acudes al St. Patrick Museum y te ocurre algo parecido a lo que yo viví el pasado sábado, la culpa será tuya puesto que ya has quedado avisado. Yo me cuidaré de no volverlo a hacer.

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...