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viernes, 2 de mayo de 2025

Una consideración filosófica al Gran apagón


 

El lunes 28 de abril de 2025 hubo apagón. Apagón histórico. La península Ibérica y el Sur de Francia se quedaron sin energía eléctrica hacia las 12:36 del mediodía. Fueron recuperando progresivamente la energía. Por ejemplo en la provincia de Alicante no se recupero la luz en su totalidad hasta más de 12 horas después.

Es más que necesario, sino fundamental y hasta estratégico conocer qué sucedió. Por qué se produjo el apagón. Quiénes son los responsables técnicos y también políticos, y no sólo de ahora sino de antes. Tenemos derecho a saber por qué en Occidente, en plena Unión Europea, más de 60 millones de personas quedamos sin energía un lunes.

El periodista y divulgador especializado en temas energéticos Antonio Turiel ha aportado una posible explicación, válida porque ya llevaba varios meses alertando de las posibilidades de producirse un apagón como el acontecido, al desplegar las tecnologías renovables en el mix energético, y en cómo se descompensaba la red al no recibirse aportes similares por parte de las energías no renovables. Estas al ser más caras y depender de fuentes de energía exteriores estaban siendo desechadas por parte de las productoras y comercializadoras (en realidad los mismos perros) para ahorrar en el coste de producción de energía, a cambio de perder estabilidad y tensión en la red eléctrica. Una actitud deplorable que vuelve a poner la codicia de unos pocos por encima del bien común. También ha alertado de las subidas en el precio diario de la energía para los próximos días, mientras se vuelve a equilibrar el sistema.

Mientras se dirimen estas cuestiones y avanzan, o retroceden, los informes y explicaciones oficiales (y junto a ellos el insoportable y perfectamente eludible ruido de la alta política en Españistán) se vuelve otra vez necesario e inaplazable hablar de la total dependencia que tenemos como sociedad, y como individuos, de la tecnología.

Si vivimos en este paradigma de la economía de mercado sometiendo a una tibia democracia de corte liberal, en un ecosistema de relaciones internacionales competitivas tanto entre estados-nación, regiones (extra-nacionales y también intra-nacionales), empresas y compañías, grupos, colectivos e individuos. El capitalismo y la oligarquía que gobierna el mundo necesita de nuestra dócil sumisión para su propia supervivencia. Y esta sumisión se consigue de manera voluntaria gracias a la extensión del consumismo tecnológico, presentado como garantías e incluso como pilares fundamentales en la obtención de libertad, de autonomía y de seguridad que en principio disfrutamos como sociedad y a título individual.

Sin embargo, cuando se fue la luz, y sobretodo, pasadas unas horas, muchos cientos de miles de personas, e incluso millones, se dieron cuenta de que sin tecnología también podían ser libres y autónomos. En tener seguridad. En recuperar cooperación y solidaridad como componentes básicos de la conducta humana. Con el móvil inutilizado y los aparatos tecnológicos muertos por inanición de energía, las personas recuperaron su propia dignidad. Salieron de la pantalla medida en pulgadas para vivir en un mundo medido en escaleras, patios, calles, barrios, pueblos y ciudades. Quizás se haya hecho más país y más comunidad durante unas pocas horas una tarde de apagón que en los últimos 20 años.

Hay quien dirá, y no le falta razón, que la tecnología no es mala. Que los avances científicos y en las técnicas han permitido el progreso del hombre, su dominio de la naturaleza, empezando por la suya propia en cuanto a la enfermedad y el envejecimiento. Ha ampliado nuestros horizontes, y nos han puesto en la mano un utensilio que al igual que el bifaz de hace 250.000 años, o las primitivas herramientas de madera, piedra o metal de 6.000 años para acá, han permitido, progresivamente y gracias a compartir ese conocimiento, una vida mejor. Una transmisión del conocimiento inter-generacional, pero también hacia otros grupos coetáneos. Para nosotros, nuestros congéneres y nuestros descendientes. Es así.

Hoy en día en las sociedades opulentas, en la palma de la mano tenemos un aparato que bien utilizado permite comunicarte con cualquier persona del mundo en cualquier momento. Verla en video como reacciona ante tus gestos y palabras. Sumado a una buena conexión a Internet, tienes una fuente del conocimiento absoluto. Y sin embargo, ante un evento como el apagón del pasado lunes, podemos y debemos cuestionar este desarrollo tecnológico y su lugar preponderante en las relaciones humanas, incluso, en la propia identidad del ser humano.

Porque, si como digo la tecnología no es mala, por qué resulta perversa. Pues porque no es tanto una herramienta para satisfacer las necesidades del hombre, y si un arma para controlarlo. Porque en conjunto las tecnologías, las redes sociales, los avances de la era cibernética componen una amenaza a la dignidad humana. A la paz.

Estas amenazas son las que lanza un sistema totalitario al conjunto de la humanidad valiéndose de una pretendida dependencia tecnológica por parte de los individuos.

Sí, es así. Nos han convertido en esclavos, pero no ya de negreros de traje de lino blanco, sino de emporios tecnológicos y de dispositivos. Mientras nos especializaban en una sola función productiva (Médico, conductor, informático, cajera, comercial o peón de fábrica, etc.) nos han negado el conocimiento y la familiaridad con los procesos productivos del alimento y del agua. De este modo, atomizados, separados cada uno en su piso, en su cápsula estanca, sin conocer a sus vecinos y a sus iguales, nos sentimos solos y tenemos miedo. Y con él reaccionamos consumiendo más y hundiéndonos todavía más en el individualismo.

Mientras el apagón permitía al anochecer volver a ver las estrellas, antes había abierto los ojos y el entendimiento a muchas y muchos a quienes se les revelaba la esencia de la realidad. El mundo virtual había desaparecido. No había pantallas. Había personas, con los mismos problemas, miedos e inquietudes, y por fin, había comunicación. Porque antes de ser, que lo somos, conscientes de nuestra dependencia de la tecnología (no sólo de la informática, sino pensemos en la vitrocerámica, en el calentador de agua, la iluminación de la habitación antes de ir a dormir, de cómo nos informamos, etc., etc.) y de lo débiles que nos convierte, por contra, podemos ir recuperando las redes reales de confianza y comunicación, para perder esa dependencia, ganar independencia tecnológica y dejar de ser tan débiles y sumisos.

Al irse la luz y al pasar las horas sin recuperarla no se estaba acabando el mundo. Se estaba acabando el mundo tecnológico. Se habían terminado por un momento el flujo de datos y metadatos. Pero a cambio, volvíamos a hablar con nuestros vecinos. No funcionaban las transferencias digitales y los datáfonos no valían ni como pisapapeles, pero nos volvían a fiar en la tienda de barrio y apuntaban nuestro nombre y lo que debíamos en una libreta como cuando éramos pequeños. Recuperábamos nuestro tiempo para nuestra vida. Salíamos del trabajo antes (si porque no había energía) pero gastábamos el tiempo en lo que queríamos. En estar con nuestros hijos, padres, pareja,... con desconocidos o solos haciendo algo que nos llenase más. No había repartidores en moto, en patinete, o en furgoneta pero había millones de personas caminando por las aceras, con al cabeza alta, mirando a los ojos a sus congéneres, dirigiéndose a las tiendas pequeñas a comprar lo que necesitaban.

Resultaba entonces, una des-conexión digital, un apagado tecnológico, y a la vez, el encendido del mundo real.

Por ello, quien piense que estos eventos se solucionarán con más tecnología se equivoca. Porque la esencia del ser humano, si es la del progreso y la mejora de las posibilidades de supervivencia y adaptación gracias a la extraordinaria capacidad evolutiva de la raza humana. La inventiva, la imaginación, la construcción y la elaboración de herramientas es parte de la esencia del ser humano, como su posterior progreso y desarrollo. Pero también lo es la comunicación, la cooperación y la solidaridad, aspectos todos ellos, que desaparecen apagados por una cada vez mayor suficiencia tecnológica (si puedes pagarla, claro). Toda la evolución de la humanidad no hubiera sido posible sin una transmisión de conocimiento, sin un interés desinteresado, solidario, propio de la manada, de la tribu porque el de al lado también aprenda, mejore y sobreviva.

Porque en esencia, lo que sucesos como el apagón del lunes 28 de abril pone en cuestión, es aquello a lo que Marx se refería cuando hablaba ya en sus últimos escritos a partir de 1868, de "la despiadada explotación capitalista de la naturaleza que ponía en peligro la supervivencia de la humanidad". Si todo lo que supone el avance científico y tecnológico sólo sirve para aumentar la avaricia en el mundo, para cimentar un mayor consumismo e individualismo que no miden las consecuencias de sus actos lo que se estará haciendo es convertir la vida de millones de personas, hoy y mañana, en vidas precarias, terribles y con dolor y muerte.

Hoy cuando se habla de raermes e inversiones mil millonarias en armamento y ejércitos (curioso pero para la vivienda, para la educación, o la sanidad no hay dinero ni público ni privado y los impuestos son muy altos, pero cuando se habla de comprar pistolitas y balas a todos les salen las cuentas) "nadie" (entíendase de los que aparecen en los grandes medios) cuestiona la sumisión a un imperio. La puesta de la riqueza nacional al servicio de la metrópoli y sus intereses. Sin embargo, nada haría más poderoso, y sobretodo seguro, a un país o estado-nación hoy en día, que volverse independiente y auto-suficiente en materia energética y de proveedores de servicios digitales y de comunicación. Y eso pasa inexorablemente, hoy y más tarde (y más caro) por invertir en energías renovables.

No van a ser más y mejores tecnologías digitales las que ayuden a superar los tremendos retos que tenemos como especie delante. El cambio climático, la paz mundial en un entorno de amenazas de extinción masiva y extrema violencia. Superar las desigualdades y el odio. La pobreza o la corrupción. Todos estos problemas no van a mejorar porque la Inteligencia Artificial venga a descifrarnos soluciones ideales. Ni tampoco cualquier otro tipo de tecnología que depende de la capacidad adquisitiva de cada individuo, y fundamentalmente, de los intereses particulares (y oscuros) de los dueños de las tecnologías.

Al final nos seguirán haciéndonos dependientes. Aislados, temerosos y sumisos porque hemos relegado toda nuestra vida a la cibernética y al mundo digital. Hemos perdido la capacidad de procurarnos nuestro propio sustento y nuestro propio bien, porque hemos cambiado el depender de personas como nosotros y de construir sociedades y sistemas económicos que solventasen estas necesidades de manera solidaria y cooperativa, para entrar en un mundo competitivo, individualizado, y que paradójicamente, resulta más incomunicado aunque te hayas comprado el último modelo de smartphone y pagues un dineral por una conexión de red.

Siempre, y por desgracia llevamos unos años comprobándolo de manera personal y directa, son las personas, y las que más cerca tenemos, las de nuestro entorno, las que nos ayudan, y a las que ayudamos. En la covid, o durante la dana, en el apagón o en el siguiente suceso catastrófico serán las personas las que nos salven. Seremos nosotros, por encima del “yo” y como conciencia colectiva lo que haga que salgamos adelante.



jueves, 5 de septiembre de 2024

El Festival Intercéltico de Lorient

Bandera de la nación celta compuesta por el resto de banderas de las regiones de herencia celta. Foto tomada el 20 de septiembre de 2023 en Landernau, Bretaña.

 

El año pasado empleamos septiembre para ir en coche hasta Normandía y Bretaña y visitar durante todo el mes aquellas bellas y estimulantes tierras. La amalgama de paisajes naturales, urbanos y rurales, la sucesión de monumentos (castillos, catedrales, iglesias, Hotel le ville y maries, museos,…), los paseos por senderos y rutas. La gastronomía y la amabilidad de las gentes y los modos de vida más pausados y que mantienen su esencia haciéndolos a la vez atractivos e irrenunciables … una delicia de viaje, de encadenado de kilómetros y tramos en una ruta en coche de ida y vuelta por el Oeste francés y recorriendo Normandía y Bretaña.

Una de las primeras sorpresas vino cuando hacíamos tiempo para salir a cenar en el hotel B&B del día y encendía la televisión un momento. En la televisión pública francesa, la RTF, una vez llegados a Normandía y después por Bretaña, en el tercer canal del grupo, RTF3, destinado como canal regional con programación continua, el programa estrella eran las sesiones del Festival Intercéltico de Loirent, pequeña ciudad bretona.

Hago un inciso para hacer notar la necesidad y oportunidad que supondría que RTVE hiciera lo mismo y se dotará de un tercer canal de producción propia con contenidos regionales. Lo ideal sería que se pudieran ver en el resto de autonomías, y de hecho, en el ejemplo francés, comprobé como muchos programas se compartían entre señales de cada región. Especialmente los de contenido cultural y de viajes que presentaban las regiones al país. Ni que decir tiene que en Bretaña RTF disponía de un canal más en lengua bretona. En el caso españistaní, de ilusiones se vive.


 

El Festival Intercéltico de Lorient en Bretaña, Francia, es un evento cultural de renombre internacional que celebra la rica herencia celta a través de música, danza, gastronomía, arte y tradiciones. Este festival anual, que se lleva a cabo en la ciudad bretona de Lorient, atrae a miles de visitantes cada año y es una oportunidad única para sumergirse en la cultura celta y disfrutar de una experiencia verdaderamente inolvidable.

El origen del Festival Intercéltico se remonta a la década de 1970, cuando un grupo de entusiastas de la cultura celta decidió organizar un evento que reuniera a las diversas ramas celtas de Europa para compartir sus tradiciones y celebrar su patrimonio común. Desde entonces, el festival ha crecido en tamaño y popularidad, convirtiéndose en uno de los festivales celtas más importantes del mundo.


Una de las características más destacadas del Festival Intercéltico de Lorient es su programación musical diversa y emocionante. Durante diez días, artistas de toda la región celta se reúnen para ofrecer conciertos en vivo de música tradicional y contemporánea, fusionando sonidos ancestrales con influencias modernas, pero manteniendo la esencia de la cultura celta en sus actuaciones, logrando de este modo no sólo la supervivencia como tal de este patrimonio etnográfico, sino además, estimulando que más personas se acerquen, investiguen y quieran involucrarse en su legado. Los visitantes tienen la oportunidad de presenciar actuaciones de renombrados grupos musicales, bandas de gaitas, cantantes solistas y bailarines, creando un ambiente vibrante y lleno de energía.

De este modo y a través de la señal de la televisión nacional no sólo se presentaba la herencia cultural celta de Normandía y Bretaña, sino que el viernes y el sábado los eventos de máximo seguimiento, se retransmitían en directo en RTF1 para todo el país. Y no es que sólo hubiera agrupaciones y bandas de música celta de estas dos regiones sino que el Festival Intercéltico de Lorient se nutre de aportaciones de las otras regiones donde el marchamo celta tiene fuerza y su raigambre esta presente. Así pudimos ver a grupos de Irlanda, de Escocia, de Gales, de la Isla de Man, y otras islas del canal. Incluso grupos venidos desde Nueva Inglaterra y la Columbia Británica en América y de Australia y Nueva Zelanda, con representantes que mantienen vivos en sus lugares de origen, el acervo cultural e identitario de sus antepasados quienes tuvieron que emigrar para subsistir.

Pero es que hay más aún. Parte importante, y muy celebrada por el público francés, era la presencia de bandas de gaiterios galegos y astures, quienes con su labor y entrega nos hicieron reflexionar. Y es que tiene bemoles la cosa que para poder disfrutar y conocer esa labor de permanencia de un rito del patrimonio cultural y folclores propios y tan característicos, hayamos tenido que viajar a Francia y podamos verlo por TV en prime time. Y sin embargo, en España todas estas expresiones culturales no tienen espacio ni cuentan con el respaldo, ni el más mínimo apoyo de las élites y las administraciones. De hecho, las puedo ver en la televisión francesa, por su propio valor cultural, mientras que en España solo se pueden ver cuando complementan la presencia real en los Premios Príncipes de Asturias. Una vergüenza.

Eso sí, la cultura urbana y la presencia de modos de expresarse que no tienen nada que ver con lo que somos acaparan todo espacio mediático, imponen su agenda y constriñen la expresión, la socialización y la libertad de las gentes, en un ejercicio de homogenización cultural terrible. Una igualación que procede a la eliminación de las formas de sentirse propias y ancestrales, y se sustituyen por comportamientos y pensamientos consumistas e individualistas, que además, ofrecen una bajeza moral y una falta de ética que es absolutamente contraproducente para la sociedad.

Volviendo al Festival Intercéltico de Lorient, además de la música, el festival también ofrece una amplia variedad de actividades culturales y recreativas para todas las edades. Desde demostraciones de danza celta hasta talleres de artesanía tradicional, con fuerte presencia de los trajes típicos y los trabajos que suponían, pasando por degustaciones de comida típica celta, hay algo para todos los gustos en el Festival Intercéltico. Los visitantes pueden explorar puestos de mercado con productos artesanales, aprender sobre la historia y la mitología celta en conferencias y exposiciones, o simplemente relajarse y disfrutar de la atmósfera festiva.

Otro aspecto destacado del
Festival Intercéltico de Lorient es su desfile anual, donde grupos folclóricos de toda Europa desfilan por las calles de la ciudad con trajes coloridos y música tradicional. Este desfile multicolor es una celebración de la diversidad y la unidad de las culturas celtas, y refleja la importancia de preservar y promover estas tradiciones milenarias para las generaciones futuras.

En conclusión, el F
estival Intercéltico de Lorient en Bretaña, Francia, es mucho más que un simple evento cultural: es una celebración vibrante y emocionante de la herencia celta que une a personas de diferentes países y orígenes en torno a una pasión común. A través de la música, la danza, la comida y las tradiciones, este festival mágico nos invita a sumergirnos en la riqueza y la belleza de la cultura celta, recordándonos la importancia de honrar nuestras raíces y celebrar nuestra diversidad como pueblo.

A mi y a mi mujer nos ha dado ganas ya de ir otro año y disfrutarlo al máximo.


Aquí una muestra del desfile de gaitas del día previo al comienzo del Festival.

viernes, 28 de julio de 2023

El puto ruido


 

España es insoportable. Alcoy es insufrible. Lo siento. Estoy hasta los cojones del puto ruido. Ni siquiera estar en tu casa evita que el sonido estridente, inoportuno, improcedente, inesperado, intempestivo, chillón, estrepitoso, estruendoso, penetrante e incluso hasta violento te asalte y joda tu paz, tu descanso y tu vida.

Cuando no son las motos, son las obras. Cuando no los camiones, los de reparto, especialmente esas furgonetas que ya tienen el embrague averiado, y que traen las mierdas que compráis por internet. Especialmente molesto es el de la basura. Necesario, si, pero no es normal que para hacer su tarea tarde hasta 10 minutos con el motor encendido. Quizás lo que no es tan necesario es el puto whatsapp que atiende el basurero. De hecho, los móviles son otra fuente de ruido imperecedero y asaltante. Pocos somos los que tenemos el móvil en silencio, y nos enteramos si nos llaman si vibra. Suficiente. Y peor aún son las y los gilipollas que escuchan los podcasts que les mandan como audios a toda potencia como si llevasen un walkie-talkie de 400 euros. Por lo menos. Vaya panda de mataos insufribles.

Luego están las alarmas, siempre alguna intempestiva. Los ladridos de perros (con estos muchas veces se puede hacer poco, salvo procurar no dejarlos solos cabrones, pero si es obligación que limpiéis sus mierdas en la calle). Lo mismo con los niños. Sobretodo cuando son bebes. Porque ya cuando crecen, y confirman que son más subnormales que la generación anterior, porque solo saben hablar y chillar, exigir todo a gritos porque se han criado en ese ambiente de verdulería más propio de telecinco que de una sociedad madura y responsable.

Desde luego, después de haber vivido en varios sitios, estoy viviendo en la calle con más ruido de España (también las más sucia, que seguro tiene algo que ver ambas cosas, pero ya hablaré otro día de eso, de por qué sois tan guarros -no me jodas, yo no me incluyo en vuestra guarrería congénita-). Enhorabuena Alcoy. Es de coña que un pueblo venido a más como es éste tenga el volumen de ruido diario que tiene. En invierno cuando anochece se corta, pero es que en verano es continuo, las 24 horas del día, con picos evidentemente, pero es que puedes estar dormido a las 3 de la mañana y perfectamente, me ha pasado ya varias veces, te despierte algún hijo de la gran puta.

Cuando no es una moto de un niñato (me cago en la puta algún cabronazo se ha forrado desde la pandemia al recuperar las motos de cross que parecían haberse extinguido) es un puto viejo con micro-pene y un mal divorcio que ha acabado en comprarse una harley. Mi teoría es que entre ambas edades mentales están las responsabilidades, la familia, el trabajo y la mujer, el ente racional que hace que todo funcione y que está mierda de sociedad sea tolerable para las personas normales. Constato que el hombre, me refiero al espécimen masculino, es el animal más ruidoso. Cuando no tienen novia o esposa, es decir cuando no tienen la garantía de meterla, tienen que hacerse ver y pagar sus frustraciones a base de meter ruido y molestar al personal. No sé cuál es más insufrible. Ni tampoco más ridículo: el niñato cabeza-nido que no sabe llevarla y que se cree el matón de barrio, o el viejales tripón y calvo que con una motarra propia de mariquitas como los MotleyCrue se piensa que va bajando bragas por la ciudad. Y encima le habrá costado el puto riñón que le va a quedar sano. Miserable.

Y luego están los hijos de la grandísima puta que van con un coche con un tubo de escape petardando, pegando acelerones, sin el silenciador, dando por el culo a todo el vecindario, pasando al lado de hospitales, residencias, guarderías y de mi puta casa. Pero vamos a ver, me cago en vuestra puta fez, me prohibís meterme en las zonas de bajas emisiones con mi coche por diesel, por casi clásico. Y si se me ocurriése ir por ahí sin la ITV en regla me multáis con un buen sablazo. Y me estáis diciendo a la vez que las putas policías, nacionales o locales y guardias civiles no oyen a estos taraos. Que no son capaces de ponerse a multar y a poner cepos en los coches hasta que este puto ruido, totalmente insufrible pero bien fácil de evitar, acabe. Es que estamos rodeados de hijos de puta y de inútiles.

Lo peor de todo es que se lo dices a todo un teniente de alcalde, de la verdadera (h)izquierda que por favor hagan algo y te suelta tan pancho, que es “no pueden pararles y poner multas porque pierden votantes”. Y los que estamos en casa y nos sentimos atacados en la propia intimidad del hogar. ¿Es que no contamos? ¿Es que no votamos? Lo siento pero lo que no soy es gilipollas, y hay cosas que no voy a tolerar. Ni el puto ruido, ni el buen-rollismo cuqui. Mano dura para ambos.

Y luego están las de los repartidores de comida basura. Ellos no tienen la culpa. Demasiado que les ha tocado buscarse la vida de esta manera porque como sociedad hemos sido incapaces de dar buenos puestos de trabajo. Pero es que no me jodas. ¿Es que sois unos putos imbéciles incapaces de haceros una cena decente por vosotros mismos y tenéis que llamar todas las noches a que os traigan una pizza, una hamburguesa, un kebab y una mierda? Que a 10 minutos andando están todos los infra-restaurantes encargados de repartir esa porquería de viandas, ¿es que no podéis ir andando? ¿Es que os pesan tanto los huevos? Hijos de puta. No, mejor llamar y que me la traigan, porque soy clase media. Mejor disponer de un esclavo a tiempo parcial para que satisfaga mis impulsos. Y si de paso, mete ruido, contaminación acústica y de la atmosférica en el ambiente, mejor que mejor.

El tráfico en esta ciudad es absurdo. Pero no es en el único sitio. En Toledo también era ridículo. Y en Salamanca. Y no digamos en Madrid, Valencia, en muchos pueblos durante el fin de semana. Es que alegremente hemos adoptado un modo de vida que va en contra de la lógica y de lo que podríamos hacer con ciudades y pueblos desarrollados al modo mediterráneo. Es que tenemos una vida, en general, prácticamente todo el mundo que vive en las ciudades, para cumplir aquello “de los 10 minutos andando”, y sin embargo, hemos dejado que se conviertan en la media hora en coche (porque hay que aparcarlo JoseLuí) impidiendo que uno se pueda mover por sus propios medios. Pero es que todo esto inunda la ciudad de ruido y hace insoportable la convivencia y la presencia humana.

Ya es suficiente desgracia vivir en jaulas de pladur, en colmenas casi infrahumanas que no disponen la mayoría de condiciones de hábitat dignas, entre ellas el aislamiento del ruido. O te dejas una pasta en ventanas para poder aislarte del ruido exterior, niegas por lo tanto la ventilación del hogar. Pero es que dentro de la propia estructura las paredes de papel fumar van a transmitir todo los ruidos de los vecinos (pasos, golpes, arrastrones, caídas, llantos, risas, televisiones, polvos, alguna hostia, discusiones, conversaciones) en doulby sourround envolvente. Imposible dormir. Imposible descansar, leer un libro o simplemente querer estar tranquilo.

Y qué decir de las fiestas. Patronales, estudiantiles, familiares, religiosas, deportivas,… cualquier excusa es buena para mamarse, primer objetivo, y para hacer ruido, el segundo. Para molestar. Qué hay que pasárselo bien, claro que si, que es necesario y hasta mentalmente sano, pero no puede ser que esto sirva para dar manga ancha para que las comunidades donde residen las personas se conviertan en altavoces constante de ruido. Que no vivís solo vosotros. Que no estamos solos en el mundo. La música, y a mi me encanta como veis en este blog y probablemente me guste la que se emite a más volumen, no puede invadir los hogares y el descanso de las personas. Porque hay quienes tienen que trabajar, pero también hay enfermos y sus familias, que necesitan descansar. Que hay normativas a respetar, y que mientras el derecho al descanso, si que existe y está reconocido por la ONU como un Derecho Humano y por las administraciones españolas (otra cosa es que “pasen” de vigilar que se respeta) no existe ningún derecho ni a la fiesta, ni a la diversión. Que por supuesto se va a facilitar que la gente baile, se toma unas copas y se divierta, pero hasta cierto punto. Hasta el momento en el que también hay que cuidar el derecho al descanso y a conciliar el sueño o a estar tranquilo en su casa a una persona. Que la libertad no es un océano para hacer lo que te de la gana. Que tiene límites y el principal debería ser el del sentido común, pero cuando éste falla hay que aplicar el coercitivo del estado de derecho. Básicamente porque se trata de vivir en comunidad.

Aquí es importante meter a la iglesia y a todos los mea pilas que no tienen otra cosa que hacer que ir a tocar las campanas cuando les salen de las pelotas. No tiene gracia. Nadie va a ir a misa porque te pongas a replicar a las 7 de la mañana un sábado o un domingo en Lliria, o en otros pueblos del Levante, y ni siquiera tiene buen gusto ni sirve como muestra de un supuesto acervo cultural. Es molesto y atenta contra el descanso y también contra el estado aconfesional que somos. Cojones ya.

Y luego quedan los infrahumanos esos que tienen por afición tirar petardos, A muchos, a mi mismo, me encantan los fuegos artificiales y he participado en espectáculos pirotécnicos como espectador y como involucrado. Pero en recintos y momentos anunciados, preparados y diseñados para el disfrute. Es un momento, una hora a lo sumo, y ya está. Lo que no es normal y es hasta ofensivo es que estés en tu casa, y en cualquier momento, a uno de estas mierdas secas se les ocurra tirar un petardo. Es que no se puede ser más triste. Ni más hijo de la gran puta. Ojalá con cada petardo perdierais 3 dedos de cada mano. Que no hay, no existe, ninguna licencia, ni salvo conducto ni excedencia para tirar petardos en vía pública. Sea navidad, fiesta patronal, el cumpleaños de tu niña, o la boda de los catetos de susana y kevin. Ya está bien.

Y que decir del volumen de las conversaciones que cada vez es más alto. Ya no es que “seamos tan alegres, tan vitales y joviales” es que somos unos putos horteras que tenemos, que tenéis que hablar a gritos, para que en toda la maraña de ruido que va in crescendo os podáis oír. Eso o limpiaros las putas orejas de cerumen. Porque es que cada vez es más insoportable ir por la calle y tener que oír lo que hablan en una conversación a 15 o a 20 metros de distancia, sin tener que esforzarse para agudizar el oído. Solo basta con quitarse los cascos. Por cierto, usar putos auriculares para escuchar la mierda del reaguetton (o cómo cojones se escriba) que os vamos a tener que dar de hostias, primero por vuestro mal gusto, vuestra misoginia y segundo por la falta de educación. O al revés.

Dejad de gritar. Hablar con decoro y al volumen suficiente para entenderos y cuidar de hacer tanto ruido innecesario, tan molesto y tan cargante. Porque se supone que vivimos en sociedad y que componemos una comunidad donde existe el respeto, el cuidado y la tolerancia. Porque a mi ya me estáis quitando la tolerancia a base de bocinazos, petardos, bachatas, fiestas, acelerones y silenciadores de moto inexistentes.


Tenemos un puto problema como sociedad y como país con el ruido. En la pandemia, pude salir algunos días a trabajar las primeras semanas, y lo más increíble y lo que más me desubicaba era la total ausencia de ruido. Es que de repente empezamos a oír los pájaros, joder. Misma sensación cuando he ido al extranjero y en ciudades atestadas de gente había ruido, había tráfico y había muchedumbres hablando. Pero no se asemeja ni de coña a lo que sufre en este país. Y no me vale esa mierda de que tanto no será cuando los extranjeros vienen. Pues vienen precisamente a hacer aquí lo que en su puto país no pueden hacer, porque está mal visto, porque es de mala educación o porque está prohibido. Cuñao.

Necesitamos medidas mucho más serias, responsables y duras para con el infractor para acabar con el puto ruido. Y un compromiso fuerte como sociedad para concienciarnos de que esto es un problema y necesita solución urgente.

 

miércoles, 3 de noviembre de 2021

El recurrente botellón

 


Una de las señas que nos está dejando la “nueva normalidad” es el botellón. Macrofiestas y aglomeraciones tumultuosas de jóvenes -y no tan jóvenes- que organizan quedadas en espacios públicos en los que el alcohol es el aglutinante de un lienzo en el que se plasma diversión, ruido, coqueteos con otras sustancias, molestias, disturbios, violaciones y situaciones de riesgo.

La pandemía no ha terminado pero estamos inmersos en un contexto en el que nos han exigido convivir con el virus para no lastrar más las pérdidas del capital. El riesgo de contagio sigue siendo alto y pese al éxito de la vacunación y el abnegado trabajo de los servicios de salud, una transmisión vírica sin controlar puede ocasionar un tremendo trastorno que se lleve vidas por delante. No lo olvidemos.

Pero la relajación de las restricciones, el verano, las “no” fiestas y fenómenos similares que han venido adheridos a la excepcional situación que llevamos viviendo año y medio no han provocado un fenómeno nuevo y que no conozcamos. No. El botellón lleva mucho tiempo instalado en nuestras sociedades. En las mentes de adolescentes que ven como sus condiciones de vida y futuro se han ido lastrando en lo que va de siglo. Que no tienen alternativas de ocio salvo la de deambular por bares y discotecas abrazados a un vaso de tubo. Que se han acercado a la primera madurez habiendo pasado meses encerrados, perdiendo oportunidades. Y al mismo tiempo, recibiendo muy mala información sobre las consecuencias de la COVID y su supuesta levedad para con ellos.

Pero no quiero descargar de responsabilidad a la juventud. Si con lo que ha sucedido, con decenas de miles de fallecidos -seguro que algunos conocidos- no eres capaz de ver el peligro y muestras esta inmadurez, esta carencia de empatía y solidaridad tienes un problema. Porque si eres mayor para beber también debes de serlo para reconocer en que contexto estás y que tus acciones, aunque no lo parezcan, tienen consecuencias. Y algunas pueden ser irremediables.

Y no me vale eso tan manido, ese buen rollismo mediocre, paternalista y ex culpador, de "¿qué hacías tu de joven? Como si no hubieras bebido y hecho el gamberro". Por supuesto que lo hice, pero lo siento, si fue en una época más amable o mejor. No teníamos como sociedad y como juventud, el marrón que tenemos hoy en día para que el plan de finde sea cogerse una cogorza. De hecho ese nunca fue mi plan y el de mis amigos (no discuto que pudiera ser el de alguien incluso el de una mayoría). Por lo tanto, no comulgo con que esta vaya a ser la actitud y una plaga irremediable contra la que no vale rebelarse o luchar. Porque si algo, lo único, que he aprendido de aquellas noches, es de su inutilidad; de que no merece la pena. Pensaba (quizás el problema este ahí en esa ilusión) que las nuevas generaciones “las más preparadas de la historia” serían capaces de darse cuenta de esto, de huir, de auto-organizarse para no cometer los mismos errores y ser capaces así de dominar su destino y cambiar las cosas.

 

Yo he hecho botellones en mi vida. Al principio, recién inaugurada la mayoría de edad, nos íbamos a un parque aislado. Era el calentamiento a un concierto o a acudir a algún pub chulo de aquella Salamanca. Donde no molestásemos. Sin coche, sin ninguna luz salvo la de una triste farola. Noches de invierno cerca del río. Paseos a la gasolinera de la Avenida de la Paz a comprar el hielo y unas pastillas para la barbacoa para hacer un pequeño fuego en un bidón que encontramos. Un par de botellas para cinco o seis y ya calientes ir a algún bareto de Varillas previo paso de los contenedores de basura. Más tarde, conocimos a unas chicas universitarias que vivían en pisos de estudiantes. Lugar perfecto para hacer botellón calentitos. Bebíamos huyendo de la policía, de los vecinos, de los viandantes, de otros grupos de jóvenes bebiendo, de las aglomeraciones y de los precios abusivos y el garrafón.

Porque el botellòn no es un fenómeno nuevo. No es una consecuencia de la pandemia, ni siquiera del estado de las cosas en este país de empleo escaso y precario, vivienda inasumible y futuro oscuro. El botellón lleva prohibido por ley desde 2002. Ya entonces era un problema de orden social el que la gente libremente se reuniera en el espacio público y decidiera hacer lo que quisiera hacer sin pasar por los bares.

La ocupación del espacio público por parte de los jóvenes resulta un reto para unas administraciones que siguiendo un mantra liberal quieren comercializar, sacar hasta el último euro, de las calles. Me resulta curioso y escandaloso que mientras se ha deshumanizado la ciudad, llenándose de terrazas, los mismos que han permitido esto (y cobrado por ello), se escandalicen porque un sábado por la noche haya gente que se reúna a empinar el codo. Cuando no sólo no han provisto una alternativa de ocio, sino que además han animado a que la gente consuma.

Ahora se ha puesto en la picota el fenómeno del botellón para explicar puntuales aumento de contagios de la covid, como si sólo fueran los jóvenes que salen de noche los que pudieran transmitirla o como si haber lanzando llamamientos al turismo de borrachera para los extranjeros dejando excluidos a los locales, fuera inocuo.

Los medios y las policías locales han recogido el guante y crispado a la sociedad al tema con sus videos de móvil de disturbios y los recuentos de robos y altercados. Todo ello sin profundizar en las causas y mucho menos en valorar y avanzar posibles soluciones. Porque el objetivo no es ese. El objetivo es caldear un miedo colectivo que lleve a la sociedad a implorar medidas coercitivas, el reforzamiento de las estructuras policiales y la puesta en marcha de legislaciones aún más restrictivas en cuanto a derechos y libertades.

El principal problema es por qué el único catalizador social de la juventud es el alcohol. ¿Por qué los jóvenes no pueden reunirse y generar ocio desde si mismos a través de la cultura, el deporte o la activación política, laboral y estudiantil? ¿Por qué el consumo de alcohol, reglado en una barra de bar o a través de la compra en un 24horas, es la única alternativa que la juventud tiene? ¿Es acaso la válvula de escape a un futuro tenebroso donde la precariedad, la inestabilidad laboral, personal y afectiva y la indefinición continua les espera? ¿Por qué necesitamos el alcohol para relacionarnos?. Para conocer gente, especialmente del sexo opuesto. Lo necesitamos para follar y para tener pareja. Para divertirnos y reír las gracias a los amigos y allegados. Seguro también para olvidar la mierda de mundo que nos han dejado las generaciones previas. ¿Por qué hemos permitido que el alcohol sea la gasolina de todas las fiestas?. Religiosas o paganas. Patronales o universitarias. Personales o multitudinarias.

Lo único bueno que tiene el botellón es que, antes y después, discute el uso capitalista del espacio público. Y pone en la palestra los problemas comunicativos y de expectativa que tiene una juventud que no puede pagarse una entrada en una discoteca “para conocer gente”, y mucho menos la de un piso. Porque no sólo son derechos a una vida digna, un futuro optimista con garantías laborales y de bienestar gracias a unos servicios públicos. Es también el derecho a poder socializar al que se contrapone un miedo histórico a la masa social, heredado desde el siglo XIX cuando las clases altas veían con estrés y pánico la revolución que podía surgir de una confluencia masiva de gentes heterogéneas que comprendían allí que compartían los mismos problemas.

El fantasma de la aglomeración es también el de no pasar por caja. Y en un ciclo que se repite también lo hacen los argumentos en contra (disturbios, molestias, ruidos, basuras) de un botellón que con su simpleza cumple a la perfección en su mensaje de deshumanización. De convertirlo en un problema lo que sobretodo es la respuesta de un colectivo (la juventud) frente a la desposesión del espacio público y del ocio que se han convertido en réditos del capital.

Al final, el botellón aparece cíclicamente en nuestras vidas. Mejor dicho. Aparece en los medios cada cierto tiempo con una clara finalidad de instaurar un pánico social que haga aceptar más controles, mordazas y gastos extra en seguridad. Siempre hay quien hace de altavoz a esta patronal chusquera de la noche, lobby cutre y rapaz que se ha erigido en vanguardia de la empresa españistaní. Eso explica muchas cosas. Luego vienen los pobres vecinos que les toca aguantar las noches de insomnio y las mañanas de asombro por ver cómo ha quedado su parque y su barrio. Y por último, los lamentos y bravuconadas de polituchos que no han tenido problemas en echar a la calle a las gentes al grito de consumo y alcohol, y ahora se escandalizan cuando la propuesta les hace boomerang.

Y en lo que tampoco cambia es que el botellón es un coñazo irremediable. Y he vivido y bebido bastantes de ellos para saberlo perfectamente.

 

 

viernes, 10 de septiembre de 2021

Día Mundial de Prevención del Suicidio: Acabemos con el tabú y pongamos soluciones


Hoy viernes, 10 de septiembre, es el Día Mundial de Prevención del Suicidio, y para prevenirlo es importante conocer algo que aún es poco tratado y considerado un tema tabú.

En 2016 fallecieron 3.569 personas en España por esta causa (según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística). Es una cifra que casi duplica los muertos en accidente de tráfico, multiplica por 80 las víctimas de violencia de género, es 13 veces más que los homicidios y la principal causa de muerte en jóvenes de 15 a 29 años.

Al día se quitan la vida unas 10 personas, de los cuales siete son hombres y tres son mujeres en España y el INE calcula que, en lo que llevamos de siglo, en España se han producido casi 60.000 suicidios. Por Comunidades Autónomas, Galicia y Asturias poseen las mayores tasas de suicidio por 100.000 habitantes, mientras que la menor la registra la Comunidad de Madrid, situándose la media estatal en 7,5, según un análisis de la Fundación Salud Mental España para la prevención de los trastornos mentales y el suicidio.

La idea de que donde más se producen los suicidios es en zonas de montaña, donde impera la soledad, en España se ve reflejada en Asturias, que lidera la estadística desde 2011 en cuanto al número de personas que se quitan la vida. Aunque también es preciso contar que hablamos de una región que sufrió (y sigue haciéndolo hoy en día) un proceso de cierre y pérdida de puestos de trabajo colosal, en una mal llamada reconversión, que supuso una terciarización de la economía salvaje. Su consecuencia fue potenciar el alcoholismo, la drogadicción y otras patologías propias de la salud mental.

Ante un problema de tal calibre, todavía no existe un plan de prevención del suicidio a nivel estatal. La Sanidad Pública, antes de la pandemía del Covid-19, no pudo desplegar una estrategia de prevención del suicidio que vendría, fundamentalmente, de articular programas de análisis y diagnóstico en la atención primaria sobre la salud psíquica de las personas, entroncándolo con mecanismos de detección precoz en los servicios sociales ante situaciones de carestía, consumo de sustancias estupefacientes o acoso que podrían derivar a las enfermedades mentales, tales como la depresión o la esquizofrenía, pasos previos al intento de suicidio.

Si en nuestro sistema de Sanidad Pública los recortes y la presión de un modelo neoliberal y de quienes lo sustentan ante la opinión pública han provocado carencias y disfunciones colosales en todos los servicios, un tema como la salud mental, ya tratada como tabú no sólo iba a ser menos, sino que además es deteriorada y depauperada a un ritmo mayor.

Antes, en 2018, en la Comunitat Valenciana se articulo un programa para romper el silencio en torno al suicidio y los problemas mentales, que ha traído buenos resultados. Pero sigue siendo una iniciativa puesta en marcha en una Comunidad sin seguir una estrategia nacional que pudiera facilitar a las familias, los médicos de atención primaria, los trabajadores sociales o las propias personas que están cayendo en la vorágine de plantear quitarse la vida, los recursos, protocolos y herramientas para poder evitar la tentativa de suicidio.

Es fundamental tal y como consideran expertos y afectados que estos planes se desarrollen de manera nacional, generando sinergias entre todas las administraciones y colectivos implicados que garanticen un “abordaje transversal del suicidio”, poniendo énfasis, como no, en la prevención, la detección, el diagnóstico, el tratamiento y la continuidad de cuidados mentales, al tiempo que consideran preciso "sensibilizar sobre la trascendencia" del mismo.

Para ello es básico acabar con los mitos e ideas erróneas sobre el suicidio para facilitar la desestigmatización y culpabilización de la conducta suicida y, con ello, facilitar que las personas con ideas suicidas pidan ayuda.

Lejos de conductas pueriles, arcaicas y retrógradas "Informar no provoca efecto dominó", como algunos se atreven a difamar. Sin embargo, poner la problemática en la mente de la sociedad conseguirá eliminar las barreras que la vergüenza o la estigmación social puedan provocar en las víctimas, haciendo que en vez de retrotraerse, esconderse y pasar en silencio el problema y enfermedad hasta el trágico desenlace, puedan salir y respirar, encontrando en una sociedad concienciada las herramientas para poder sobrepasar estos trances tan duros.

Las ONGs, desde la Crisis-Estafa de 2008, ya han venido recibiendo cada vez más llamadas y solicitudes de ayuda. También de familias que han perdido a un ser querido tras un suicidio. La falta de oportunidades, la frustración a la hora de seguir y conseguir los sueños y planteamientos vitales; la depresión por la situación económica o social. Los problemas de acoso, malos tratos, vejaciones o lesiones en distintos ámbitos. Todas estas causas y otras ya venían cultivando los problemas de salud mental que germinaban en tentativas de suicidio. Y ahora tras la pandemia, con lo que ha sobrevenido en inestabilidad laboral, vital, fallecimientos de familiares y seres queridos o aislamientos se han exponenciado aún más.

Este aumento bien podría deberse a que el velo de silencio que cubría el suicidio se va disipando. A que la gente va perdiendo el miedo al rechazo y hable más de sus problemas mentales buscando en sus familias, en las asociaciones y en el sistema sanitario oportunidades para remediarlo. Si bien es cierto que se ha avanzado en este sentido, también lo es que los problemas económicos, laborales, sociales y sentimentales han crecido en número y gravedad la última década. Más personas están en el umbral de caer en la depresión y desarrollar tendencias suicidas. Nos puede pasar a cualquiera.

En este punto es importante también citar los recursos que han de ponerse en las familias cuando un ser querido comete una tentativa de suicidio y sobretodo en caso de que desgraciadamente la tentativa haya tenido éxito. Se hace básico la concienciación, sobretodo fuera de sensacionalismos. La normalización de un problema grave que no debe esconderse bajo la alfombra y que tenemos que poner entre todos, como sociedad herramientas y recursos que ayuden a las familias a superar este durísimo trance. A hacer el dolor en algo soportable impidiendo que el suicidio se convierte en una oportunidad recurrente.

Los medios de comunicación tienen, como casi con todo hoy en día, una responsabilidad para paliar este asunto. Informar de manera responsable y adecuada, huyendo del sensacionalismo y del morbo, va a ayudar a prevenirlo. Hacerlo además, sin describir explícitamente métodos, evitando detalles, imágenes o notas suicidas harían poner el énfasis no en el propio suicidio, sino en las causas que han llevado a él, y que son el punto donde se puede trabajar para prevenirlo.

El suicidio está considerado como uno de los mayores problemas de salud pública a nivel mundial desde mediados del siglo XX. La Organización Mundial de Salud, cifró en 2014 en más de 800.000 las personas que mueren cada año por suicidio en el mundo. Esto supone que hay una tasa de mortalidad global de 16 por 100.000, o una muerte cada 40 segundos. Además de que existen indicios de que por cada adulto que se quitó la vida, posiblemente más de otros 20 lo intentaron, según el organismo, que recomienda a las autoridades sanitarias y a los países a dar prioridad alta a la prevención del suicidio, que afecta a países tanto ricos como pobres. Pero la mayoría, el 79%, de todos los suicidios se producen en países de ingresos bajos y medianos.

La organización señala que los factores que más se repiten son: las enfermedades mentales, principalmente la depresión, el abuso de sustancias, en especial el alcohol, la violencia, las sensaciones de pérdida y otros de carácter cultural y social.

Cualquier dificultad o giro drástico de nuestra vida puede ponernos en un camino, que aunque no lo pensemos, puede terminar en un intento de suicidio. La salud mental debe ser la norma y la enfermedad una anomalía a corregir con la ciencia y el progreso. Por eso, la generalización de las patologías mentales evidencia que la sociedad donde vivimos es profundamente inútil y se encuentra en un estado de putrefacción avanzado. El fin de toda sociedad es servir al ser humano, y cuando las miserias de ésta son tan contaminantes que la enfermedad mental se generaliza, resulta palmario hasta qué punto se halla torcida.

Deshumanización, presiones superlativas para que produzcamos más allá de nuestros límites, desigualdad, concepción del individuo como valioso en la medida que pueda producir, negación de las identidades para la convergencia artificial en un modelo único de personalidad impuesto desde arriba, fomento de un modelo vital donde el sujeto está hueco y precisa llenar ese vacío con las miradas de aprobación de los demás o atrofiarse con comida-sexo-drogas (en especial la proliferación de los antidepresivos que ya en Estados Unidos han devenido en una adicción nacional)…

Hace menos de un mes terminaban unos Juegos Olímpicos en los que, gracias a la fortaleza para expresar su debilidad, de mujeres deportistas como Naomi Osaka o Simon Biles, han puesto sobre la mesa el problema de la salud mental, especialmente en el ámbito deportivo. Y aunque pasado este mes pareciera como si los diarios deportivos y los que no lo son, quisieran olvidarse, y que lo hagamos con ellos, de este grave problema, la realidad es que como sociedad tenemos que exigir mecanismos que garanticen una buena salud mental generalizada.

Para ello es en la Sanidad Pública y en los servicios sociales en donde vamos a encontrar los mecanismos necesarios para prevenir el suicidio y los problemas que puedan provocar un intento. La defensa de estos sistemas que garantizan la igualdad de derechos y el bienestar colectivo es si cabe, cada vez más importante y necesaria. Nos va la vida en ello.


Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...