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viernes, 10 de septiembre de 2021

Día Mundial de Prevención del Suicidio: Acabemos con el tabú y pongamos soluciones


Hoy viernes, 10 de septiembre, es el Día Mundial de Prevención del Suicidio, y para prevenirlo es importante conocer algo que aún es poco tratado y considerado un tema tabú.

En 2016 fallecieron 3.569 personas en España por esta causa (según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística). Es una cifra que casi duplica los muertos en accidente de tráfico, multiplica por 80 las víctimas de violencia de género, es 13 veces más que los homicidios y la principal causa de muerte en jóvenes de 15 a 29 años.

Al día se quitan la vida unas 10 personas, de los cuales siete son hombres y tres son mujeres en España y el INE calcula que, en lo que llevamos de siglo, en España se han producido casi 60.000 suicidios. Por Comunidades Autónomas, Galicia y Asturias poseen las mayores tasas de suicidio por 100.000 habitantes, mientras que la menor la registra la Comunidad de Madrid, situándose la media estatal en 7,5, según un análisis de la Fundación Salud Mental España para la prevención de los trastornos mentales y el suicidio.

La idea de que donde más se producen los suicidios es en zonas de montaña, donde impera la soledad, en España se ve reflejada en Asturias, que lidera la estadística desde 2011 en cuanto al número de personas que se quitan la vida. Aunque también es preciso contar que hablamos de una región que sufrió (y sigue haciéndolo hoy en día) un proceso de cierre y pérdida de puestos de trabajo colosal, en una mal llamada reconversión, que supuso una terciarización de la economía salvaje. Su consecuencia fue potenciar el alcoholismo, la drogadicción y otras patologías propias de la salud mental.

Ante un problema de tal calibre, todavía no existe un plan de prevención del suicidio a nivel estatal. La Sanidad Pública, antes de la pandemía del Covid-19, no pudo desplegar una estrategia de prevención del suicidio que vendría, fundamentalmente, de articular programas de análisis y diagnóstico en la atención primaria sobre la salud psíquica de las personas, entroncándolo con mecanismos de detección precoz en los servicios sociales ante situaciones de carestía, consumo de sustancias estupefacientes o acoso que podrían derivar a las enfermedades mentales, tales como la depresión o la esquizofrenía, pasos previos al intento de suicidio.

Si en nuestro sistema de Sanidad Pública los recortes y la presión de un modelo neoliberal y de quienes lo sustentan ante la opinión pública han provocado carencias y disfunciones colosales en todos los servicios, un tema como la salud mental, ya tratada como tabú no sólo iba a ser menos, sino que además es deteriorada y depauperada a un ritmo mayor.

Antes, en 2018, en la Comunitat Valenciana se articulo un programa para romper el silencio en torno al suicidio y los problemas mentales, que ha traído buenos resultados. Pero sigue siendo una iniciativa puesta en marcha en una Comunidad sin seguir una estrategia nacional que pudiera facilitar a las familias, los médicos de atención primaria, los trabajadores sociales o las propias personas que están cayendo en la vorágine de plantear quitarse la vida, los recursos, protocolos y herramientas para poder evitar la tentativa de suicidio.

Es fundamental tal y como consideran expertos y afectados que estos planes se desarrollen de manera nacional, generando sinergias entre todas las administraciones y colectivos implicados que garanticen un “abordaje transversal del suicidio”, poniendo énfasis, como no, en la prevención, la detección, el diagnóstico, el tratamiento y la continuidad de cuidados mentales, al tiempo que consideran preciso "sensibilizar sobre la trascendencia" del mismo.

Para ello es básico acabar con los mitos e ideas erróneas sobre el suicidio para facilitar la desestigmatización y culpabilización de la conducta suicida y, con ello, facilitar que las personas con ideas suicidas pidan ayuda.

Lejos de conductas pueriles, arcaicas y retrógradas "Informar no provoca efecto dominó", como algunos se atreven a difamar. Sin embargo, poner la problemática en la mente de la sociedad conseguirá eliminar las barreras que la vergüenza o la estigmación social puedan provocar en las víctimas, haciendo que en vez de retrotraerse, esconderse y pasar en silencio el problema y enfermedad hasta el trágico desenlace, puedan salir y respirar, encontrando en una sociedad concienciada las herramientas para poder sobrepasar estos trances tan duros.

Las ONGs, desde la Crisis-Estafa de 2008, ya han venido recibiendo cada vez más llamadas y solicitudes de ayuda. También de familias que han perdido a un ser querido tras un suicidio. La falta de oportunidades, la frustración a la hora de seguir y conseguir los sueños y planteamientos vitales; la depresión por la situación económica o social. Los problemas de acoso, malos tratos, vejaciones o lesiones en distintos ámbitos. Todas estas causas y otras ya venían cultivando los problemas de salud mental que germinaban en tentativas de suicidio. Y ahora tras la pandemia, con lo que ha sobrevenido en inestabilidad laboral, vital, fallecimientos de familiares y seres queridos o aislamientos se han exponenciado aún más.

Este aumento bien podría deberse a que el velo de silencio que cubría el suicidio se va disipando. A que la gente va perdiendo el miedo al rechazo y hable más de sus problemas mentales buscando en sus familias, en las asociaciones y en el sistema sanitario oportunidades para remediarlo. Si bien es cierto que se ha avanzado en este sentido, también lo es que los problemas económicos, laborales, sociales y sentimentales han crecido en número y gravedad la última década. Más personas están en el umbral de caer en la depresión y desarrollar tendencias suicidas. Nos puede pasar a cualquiera.

En este punto es importante también citar los recursos que han de ponerse en las familias cuando un ser querido comete una tentativa de suicidio y sobretodo en caso de que desgraciadamente la tentativa haya tenido éxito. Se hace básico la concienciación, sobretodo fuera de sensacionalismos. La normalización de un problema grave que no debe esconderse bajo la alfombra y que tenemos que poner entre todos, como sociedad herramientas y recursos que ayuden a las familias a superar este durísimo trance. A hacer el dolor en algo soportable impidiendo que el suicidio se convierte en una oportunidad recurrente.

Los medios de comunicación tienen, como casi con todo hoy en día, una responsabilidad para paliar este asunto. Informar de manera responsable y adecuada, huyendo del sensacionalismo y del morbo, va a ayudar a prevenirlo. Hacerlo además, sin describir explícitamente métodos, evitando detalles, imágenes o notas suicidas harían poner el énfasis no en el propio suicidio, sino en las causas que han llevado a él, y que son el punto donde se puede trabajar para prevenirlo.

El suicidio está considerado como uno de los mayores problemas de salud pública a nivel mundial desde mediados del siglo XX. La Organización Mundial de Salud, cifró en 2014 en más de 800.000 las personas que mueren cada año por suicidio en el mundo. Esto supone que hay una tasa de mortalidad global de 16 por 100.000, o una muerte cada 40 segundos. Además de que existen indicios de que por cada adulto que se quitó la vida, posiblemente más de otros 20 lo intentaron, según el organismo, que recomienda a las autoridades sanitarias y a los países a dar prioridad alta a la prevención del suicidio, que afecta a países tanto ricos como pobres. Pero la mayoría, el 79%, de todos los suicidios se producen en países de ingresos bajos y medianos.

La organización señala que los factores que más se repiten son: las enfermedades mentales, principalmente la depresión, el abuso de sustancias, en especial el alcohol, la violencia, las sensaciones de pérdida y otros de carácter cultural y social.

Cualquier dificultad o giro drástico de nuestra vida puede ponernos en un camino, que aunque no lo pensemos, puede terminar en un intento de suicidio. La salud mental debe ser la norma y la enfermedad una anomalía a corregir con la ciencia y el progreso. Por eso, la generalización de las patologías mentales evidencia que la sociedad donde vivimos es profundamente inútil y se encuentra en un estado de putrefacción avanzado. El fin de toda sociedad es servir al ser humano, y cuando las miserias de ésta son tan contaminantes que la enfermedad mental se generaliza, resulta palmario hasta qué punto se halla torcida.

Deshumanización, presiones superlativas para que produzcamos más allá de nuestros límites, desigualdad, concepción del individuo como valioso en la medida que pueda producir, negación de las identidades para la convergencia artificial en un modelo único de personalidad impuesto desde arriba, fomento de un modelo vital donde el sujeto está hueco y precisa llenar ese vacío con las miradas de aprobación de los demás o atrofiarse con comida-sexo-drogas (en especial la proliferación de los antidepresivos que ya en Estados Unidos han devenido en una adicción nacional)…

Hace menos de un mes terminaban unos Juegos Olímpicos en los que, gracias a la fortaleza para expresar su debilidad, de mujeres deportistas como Naomi Osaka o Simon Biles, han puesto sobre la mesa el problema de la salud mental, especialmente en el ámbito deportivo. Y aunque pasado este mes pareciera como si los diarios deportivos y los que no lo son, quisieran olvidarse, y que lo hagamos con ellos, de este grave problema, la realidad es que como sociedad tenemos que exigir mecanismos que garanticen una buena salud mental generalizada.

Para ello es en la Sanidad Pública y en los servicios sociales en donde vamos a encontrar los mecanismos necesarios para prevenir el suicidio y los problemas que puedan provocar un intento. La defensa de estos sistemas que garantizan la igualdad de derechos y el bienestar colectivo es si cabe, cada vez más importante y necesaria. Nos va la vida en ello.


martes, 17 de agosto de 2021

JJOO Tokyo 2020. Unos juegos de la pandemia

 


 La tenista Naomi Osaka, que curiosamente antes ya había hablado de sus problemas con la presión, enciende el pebetero en el estadio olímpico de Tokyo 2020 durante la Ceremonia de Inauguración

 

Los JJOO Tokyo 2020 terminaron el pasado domingo 8 de agosto de 2021. Lo hicieron un año después de su fecha original prevista motivado por la pandemia de la COVID19 que tan en solfa a puesto nuestras vidas. Se inauguraron dos semanas antes en forma de alivio de las empresas COI “S.A.” y JJOO Tokyo 2020 “S.A.”, toda vez que la rumolorogía estuvo disparada ante una nueva suspensión, cuasi seguro definitiva.

Los Juegos se desarrollaron sin público y gracias a la ingente labor de los voluntarios que entre otras cosas permiten las ingentes ganancias de los organizadores. A ese nutrido volumen de personas que acompañaron y asistieron a los deportistas del mundo durante estas dos semanas hay que añadir a una tropa también inmensa que garantizo los controles sanitarios en la villa olímpica y antes y después de las competiciones. Una vez más, y está vez, más que nunca, sin ellos, sin el voluntariado, los Juegos habrían sido imposibles.

Y es que estos Juegos tan especiales, tan de asterisco, se han desarrollado con la pandemia y sus consecuencias a flor de piel. Más que nunca, y por lo que deberían ser también recordados, la cita olímpica en la capital japonesa ha traído a la palestra la importancia de la salud mental y la gestión de la presión que sufrimos en el día a día. Han sido deportistas de todas las disciplinas las que han relatado su íntima relación con la presión este último año extra de Olimpiada y cómo les ha afectado en su vida deportiva, profesional y también, personal.

Simon Biles fue la primera, que no única, en hablar ante los medios de presión y de miedo. De no tener la certeza de encontrarse en sus mejores condiciones para competir y para gestionar la brutal exposición mediática -que como ya he hablado por aquí es gigantesca para los deportistas olímpicos durante esos quince días- y en cómo esas circunstancias ponían en riesgo ya no tanto su desempeño deportivo como su salud.

Biles fue renunciando a diversas competiciones por no encontrares en sus mejores momentos, agobiada y acuciada, por los medios, los patrocinadores, también la historia, pero sobretodo por una pandemia que nos está dejando al borde o traspasado ya, de la depresión y la locura.

La gimnasta estadounidense recibía a la vez la comprensión y solidaridad de cientos de millones empezando por compañeras y rivales, pero también las criticas y el odio de periodistas y aficionados capaces de opinar de todo sin tener ni puta idea de nada.

Hablamos de salud y de vida. De competir con garantías y también con una alegría consolidada. De poder divertirse ejerciendo su actividad, para la que tanto se han preparado, que tanto han esperado. Y sin embargo, Biles nos puso a todos en el horizonte de las dificultades y problemas mentales, de una presión atroz que llega a bloquear y paralizar y cuyas consecuencias no siempre reciben la misma atención mediática.

Fue la primera pero no la única. Desde el suicidio de una ciclista en pista neozelandesa al no ser seleccionada por su país (Oliva Podmore), a la rajada de Marta Xargay publicada tras la eliminación de la selección femenina de baloncesto, numerosos deportistas, hombres y mujeres, han disertado ante los micrófonos y las redes sociales sobre lo que es su día a día y de la necesidad vital de ser escuchados y comprendidos que tienen.

Pero sobretodo han sido las mujeres las que en el avance de su día a día por la igualdad efectiva de derechos y oportunidades han empleado el escaparate de los Juegos para mostrar su día a día, con sus miedos, ansiedades e incertidumbres.

No todo son victorias, de hecho lo más común es perder, pero si que todas y todos, deportistas y personas en el mundo real, tenemos que lidiar con estas sensaciones que nos atrapan y nos paralizan. A veces, muchas de ellas, conseguimos doblegar los miedos, las pesadillas y los giros desconocidos. Otras, algunas pocas de ellas, nos vencen nos dejan lastrados y nos arrastran en una espiral de dolor, sufrimiento y desesperación.

Si los JJOO Tokyo 2020 han valido para poner la salud mental en el podio de nuestras preocupaciones bien habrán servido. Si por contrario, si dejamos que todo lo relativo a la salud mental vuelva al lado oscuro, a la zona de los tabús y los silencios daremos pasos atrás con dramáticas consecuencias.

Y en ello hubo muchos momentos primorosos, pero sobretodos ellos destacan la competición de salto de altura masculino, donde el italiano Tamberi y el quatarí Barshim, realizaron el mismo concurso, y ante la disyuntiva del desempate, decidieron compartir el oro. Un gesto que los engrandece más que cualquier victoria de sus carreras deportivas. Porque ejecutan un ejemplo olímpico de cooperación y de alegría. Porque sabedores que su participación se iba a emborronar con el desempate decidieron subir juntos a lo más alto del podio.

Su gesto ha recibido comentarios de todo el mundo. Muchísimos a favor pero también enconados en contra. Vivimos en un mundo ultraliberal, individualizado hasta la nausea, en el que nos dicen que tenemos que competir unos contra otros porque ese es el secreto del avance social. Esa mentira se tambalea cuando dos atletas deciden compartir un oro. Frente a esos ejemplos deportivos en los que se emplea hasta lo pornográfico vocabulario militar (vencer, humillar, verdugos, masacre, dominar) se trata de pasar por “normal” y “común” lo que es una lógica neoliberal de menos de 50 años de historia, absurda y que nos está condenando a la indignidad y viendo el cambio climático a la extinción, contraria al devenir colectivo que se ha convertido en una utopía. Y esa utopía está más cerca de cumplirse y recuperarse con el gesto de Tamberi y Barshim en el podio de Tokyo.

Si nos centramos en materia deportiva hay que destacar sobretodo al atletismo donde el nivel está más alto que nunca como demuestran unas marcas de “meeting” en practicamente todas las pruebas y con tres records del mundo (triple salto femenino con Yulimar Rojas con Ana Peleteiro bronce, 400 metros vallas masculino, con el noruego Warhol y también en femenino con la americana McLaughlin).

Pero no podemos olvidar la primera medalla de un atleta hindú, Chopra, oro en jabalina masculina; la primera vez que una mujer logra tres oros olímpicos, la polaca Wlodarcyzk en martillo; una pértiga rendida al fenómeno Duplantis; una velocidad donde sigue el dominio jamaicano; la holandesa de ascendencia somalí Hassan ganando el oro en 10.000 y 5.000 (y un bronce en 1.500); el tremendo nivel del atletismo italiano (y en muchos otros deportes más) con un oro en 100 metros y otro en 20km marcha femenino…

Djokovic no podía emular a Steffi Graff y se quedaba sin su “Golden Grand Slam” al perder en semifinales (luego perdió el bronce con Carreño) tras ningunear la situación de Biles el día anterior. Francia se mostraba preparada los JJOO Paris 2024 al sumar muchas medallas, especialmente plata y bronce en baloncesto masculino y femenino y dos oros en balonmano. Una nueva generación americana se veía superada en la piscina por Australia con Emma Mckeown a la cabeza. En gimnasia Rusia recuperaba el cetro por equipos tanto en masculino como femenino. La USA Basketball mantenía el oro olímpico y el ecuatoriano Carapaz ganaba el oro en ciclismo en ruta, mientras el esloveno Roglic ganaba el de Contrarreloj. Y muchos más resultados que podéis consultar aquí.

¿La participación española? Pues lo de siempre, lejos de lo que por potencial debería de ser pero aún así, meritorio y digno de mención por las dificultades que en este país se tienen. Se mantuvieron las 17 medallas de Rio 2016, pero en esta ocasión sólo 3 oros (dos de ellos en deportes “nuevos” como escalada deportiva y kárate). La veterana selección de balonmano masculino consiguió un bronce y la de baloncesto cayó en cuartos. El fútbol arrancó una plata con más pena que gloria. En la natación el oasis de Mireia Belmonte no ha podido brillar esta vez acuciada con muchas lesiones este último año. En natación sincronizada presentamos un equipo nuevo con la necesidad de aprender. Muchas decepciones, alguna sorpresa y el remo y la vela consolidados como los deportes que más éxito olímpico han traído al deporte español.

Ya lo he dicho antes. Falta, como el comer, una política poli-deportiva en este país que nos ponga en camino del éxito y poder competir (o por lo menos quedarnos cerca) con países de nuestro entorno. Invertir en educación y deporte. Y otorgar las mismas posibilidades de practica para toda la población, sin que dependan de su lugar de procedencia, su sexo o la cuenta bancaria de su familia. Sólo así se conseguiría cantidad para extraer calidad, y lo seguro sería acercar a muchas mas personas a estilos de vida saludables que traerían nuevas oportunidades y bajarían los gastos sanitarios.

Quedan ya menos de tres años para los JJOO de Paris 2024 y allí habrá que ver con qué competimos. También cuantos grandes deportistas internacionales llegan. Y quiénes van a ser las nuevas y nuevos campeones emergentes. Empieza una olimpiada extremadamente corta que sigue a una dolorosamente larga. Y mientras tanto cada día nos toca intentar disfrutar con el deporte, para seguir adelante, sobrepasar esta pandemia y este mundo caótico, deshumanizado y en claro peligro que estamos dejando.

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