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viernes, 27 de junio de 2025

La mano invisible de Isaac Rosa: literatura sobre la clase trabajadora


 

Si, es verdad. Si miras las entradas más recientes de este blog vas a ver, que sí, que estoy escribiendo mucho, últimamente, sobre las condiciones de la clase trabajadora. Y este post que estás leyendo también va en esa línea. Para no perderte te enlazó a continuación los últimos textos que se han centrado en la vida y el trabajo de miles de millones de personas en el mundo:

- Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

- Trabajos de mierda

- Una vuelta utópica a la necesaria reducción de la jornada laboral

- El trabajo doméstico

 

No estamos acostumbrados, o incluso se puede decir que ha existido un interés por “des-acostumbrarnos”, a que desde el arte y la creación, desde la Literatura, el cine o las series, se refleje el mundo laboral más básico. La capa de trabajadores manuales, con o sin formación profesional específica, es decir, con oficio y maestría, y los avatares de su día a día no aparecen en estos productos culturales de consumo masivo. Mucho menos a que se centren en cómo el trabajo afecta a sus vidas. Cómo la profesión elegida o impuesta modifica sus valores, su forma de pensar, su propia identificación y las expectativas de futuro que tienen.

Por esto se me hace muy celebrado el hecho de encontrar una novela que directamente interpela a la clase trabajadora manual, por lo general, precaria y atomizada, y sin obviar, ignorada y silenciada por otras expresiones culturales. Con La mano invisible Isaac Rosa (Sevilla 1974, autor, periodista y columnista habitual de eldiario.es, Público y otros medios) escribe sobre un personaje que hemos conocido siempre aunque ahora podamos sentirnos más o menos cercanos a él: la clase trabajadora.

Con este trabajo de 2011 Rosa conseguía desdeñar el mundo laboral en el entorno urbano de la sociedad capitalista, en un momento en el que se habían hecho ya patentes las desigualdades, abusos y fracasos que las políticas de desregulación económica y social propias del neoliberalismo habían provocado. Al tiempo que se caldeaba y organizaban respuestas emancipadoras, igualitarias y libertarias, La mano invisible podía servir como una guía de como ese pretendido mecanismo automático y espontáneo había legado un mundo deshumanizado, a cambio de hacer avanzar la economía y la sociedad en la senda del crecimiento perpetuo. Cómo se habían creado universos personales llenos de frustración y apatía, al haber hecho el trabajo fin último de la vida humana.

Por lo tanto, la novela presenta una profunda crítica social, además de un análisis acertado de las causas y consecuencias que las políticas económicas de talante neoliberal, con sus burbujas y crisis, habían provocado. Meritorio en esta línea es el trabajo del autor en la investigación y documentación de las propias condiciones laborales de cada trabajador o trabajadora, en los pormenores del oficio y la rutina del puesto, y también de las consecuencias vitales y en el día a día de su existencia, que el trabajo y el capitalismo desregulados han provocado.

Para hacerlo, Isaac Rosa parte de un planteamiento original: el de una nave que contiene un espectáculo teatralizado que presenta a varios trabajadores llevando a cabo sus oficios, ante un “público” que acude a ver cómo trabajan esas personas. Y el experimento, del que se desconocen en todo momento origen y fines del proyecto, se convierte en viral. Los lectores descubrimos con los propios personajes algunas de las condiciones de lo que ocurre detrás del escenario de la nave de un polígono cualquiera de una indefinida ciudad. Los cambios imprevistos y obligatorios en los ritmos de trabajo. Las penalizaciones y la ausencia de recompensas o gratificaciones. En cada página vemos como cada personaje, cada trabajador, es sometido a condiciones laborales precarias y a un mayor grado de explotación. Y vemos con él o ella, cómo el trabajo se convierte en alienante, se deshumaniza y roba dignidad a la persona que lo desarrolla. El hecho de que trabajen desconociendo el objetivo mismo de su trabajo, el valor de su productividad, compone una parte de la crítica al capitalismo, al trabajo especializado y a la globalización y a los valores que apelan al trabajo como fuente de virtud y definición del ser humano.

El propio simbolismo que implica La mano invisible como fuerza que los controla y transforma, les hace sentir impotentes e insignificantes. Incapaces de retomar su propio destino y dignidad, porque han sido despojados del valor de su trabajo, al convertirlos en engranajes intercambiables del sistema de producción capitalista. Isaac Rosa pues nos presenta a trabajadores oprimidos y denigrados, atrapados en un sistema que no pueden cambiar porque apenas lo conocen, y que ha constituido una sociedad contemporánea alienante y centrada en el lucro.

En La mano invisible no hay nombres propios. O mejor dicho hay un nombre propio que sobresale por encima de todos los demás: la clase trabajadora. Hay personajes pero desconocemos sus nombres propios, y el autor los presenta a través de su oficio. Hay así un albañil, un carnicero, una operaria de línea de producción de fábrica, un mecánico, un mozo de carga, una tele-operadora, una costurera, una limpiadora, un camarero, un informático, un guarda de seguridad. Incluso una prostituta que denigrada, invisible y violentada, si, también es clase trabajadora. Aunque no estemos de acuerdo con el abuso al que ellas son sometidas.

El autor nos los presenta de uno en uno en su capítulo propio, dispuestos en orden cronológico, tejiendo de este modo relaciones que se hacen cada vez más complejas entre compañeros, los intereses que unos y otros pueden llegar a tener, así como las actitudes con las que aparecen y desarrollan, desde la rebeldía y el hartazgo del albañil o la tele-operadora, hasta el matonismo y el lameculos del carnicero, o el interés egoísta del informático.

Si bien la lectura de la novela se vuelve por momentos demasiado monótona, y no acaban de desencadenarse las acciones a las que los distintos personajes son, irremediablemente, llevados a tomar, puedo decir que La mano invisible es una lectura entretenida que tiene como principal valor el poner de nuevo a la clase trabajadora, la clase más común de todas, en el proceso de creación cultural. La ironía es el recurso básico del que Isaac Rosa se vale para presentarnos las profundas contradicciones del sistema capitalista y las brechas sociales que genera y mantiene. De este modo y de manera fundamental, la novela ejerce una crítica total al modelo económico-social imperante, impuesto por las élites, gracias a la publicidad, el consumismo, el individualismo y a una educación teledirigida en la consecución de la satisfacción personal a través del trabajo.

Para ello resulta acertada el centrarse, una vez presentados los pormenores de cada oficio, en las sensaciones y sentimientos que esta experiencia profesional, comparada con las anteriores del o la trabajadora, tienen. Y en ver cómo estás van cambiando, al tiempo que se modifican las funciones, cargas. Vemos como las frustraciones, las emociones, los deseos y anhelos se transforman en espirales de constante retorno que nos hablan de la insatisfacción profesional, y fundamentalmente de la personal. De cómo el trabajo no nos ha hecho libres bajo la presión capitalista y competitiva. Sino, al contrario, nos ha subyugado, atomizado y dominado hasta perder nuestra dignidad, tanto individual, como colectiva.

Por todo ello, recomiendo la lectura de La mano invisible Isaac Rosa, así como que sigamos profundizando en obras que nos habla en tan acertadamente de nosotros mismos. Que nos planteen espejos sin deformación que saquen nuestras ojeras, nuestros callos en las manos y los cortes y heridas de la piel, hechos en la cotidianidad de la rutina y el trabajo. Puedes si quieres por continuar en este blog en los enlaces del principio.




viernes, 2 de mayo de 2025

Una consideración filosófica al Gran apagón


 

El lunes 28 de abril de 2025 hubo apagón. Apagón histórico. La península Ibérica y el Sur de Francia se quedaron sin energía eléctrica hacia las 12:36 del mediodía. Fueron recuperando progresivamente la energía. Por ejemplo en la provincia de Alicante no se recupero la luz en su totalidad hasta más de 12 horas después.

Es más que necesario, sino fundamental y hasta estratégico conocer qué sucedió. Por qué se produjo el apagón. Quiénes son los responsables técnicos y también políticos, y no sólo de ahora sino de antes. Tenemos derecho a saber por qué en Occidente, en plena Unión Europea, más de 60 millones de personas quedamos sin energía un lunes.

El periodista y divulgador especializado en temas energéticos Antonio Turiel ha aportado una posible explicación, válida porque ya llevaba varios meses alertando de las posibilidades de producirse un apagón como el acontecido, al desplegar las tecnologías renovables en el mix energético, y en cómo se descompensaba la red al no recibirse aportes similares por parte de las energías no renovables. Estas al ser más caras y depender de fuentes de energía exteriores estaban siendo desechadas por parte de las productoras y comercializadoras (en realidad los mismos perros) para ahorrar en el coste de producción de energía, a cambio de perder estabilidad y tensión en la red eléctrica. Una actitud deplorable que vuelve a poner la codicia de unos pocos por encima del bien común. También ha alertado de las subidas en el precio diario de la energía para los próximos días, mientras se vuelve a equilibrar el sistema.

Mientras se dirimen estas cuestiones y avanzan, o retroceden, los informes y explicaciones oficiales (y junto a ellos el insoportable y perfectamente eludible ruido de la alta política en Españistán) se vuelve otra vez necesario e inaplazable hablar de la total dependencia que tenemos como sociedad, y como individuos, de la tecnología.

Si vivimos en este paradigma de la economía de mercado sometiendo a una tibia democracia de corte liberal, en un ecosistema de relaciones internacionales competitivas tanto entre estados-nación, regiones (extra-nacionales y también intra-nacionales), empresas y compañías, grupos, colectivos e individuos. El capitalismo y la oligarquía que gobierna el mundo necesita de nuestra dócil sumisión para su propia supervivencia. Y esta sumisión se consigue de manera voluntaria gracias a la extensión del consumismo tecnológico, presentado como garantías e incluso como pilares fundamentales en la obtención de libertad, de autonomía y de seguridad que en principio disfrutamos como sociedad y a título individual.

Sin embargo, cuando se fue la luz, y sobretodo, pasadas unas horas, muchos cientos de miles de personas, e incluso millones, se dieron cuenta de que sin tecnología también podían ser libres y autónomos. En tener seguridad. En recuperar cooperación y solidaridad como componentes básicos de la conducta humana. Con el móvil inutilizado y los aparatos tecnológicos muertos por inanición de energía, las personas recuperaron su propia dignidad. Salieron de la pantalla medida en pulgadas para vivir en un mundo medido en escaleras, patios, calles, barrios, pueblos y ciudades. Quizás se haya hecho más país y más comunidad durante unas pocas horas una tarde de apagón que en los últimos 20 años.

Hay quien dirá, y no le falta razón, que la tecnología no es mala. Que los avances científicos y en las técnicas han permitido el progreso del hombre, su dominio de la naturaleza, empezando por la suya propia en cuanto a la enfermedad y el envejecimiento. Ha ampliado nuestros horizontes, y nos han puesto en la mano un utensilio que al igual que el bifaz de hace 250.000 años, o las primitivas herramientas de madera, piedra o metal de 6.000 años para acá, han permitido, progresivamente y gracias a compartir ese conocimiento, una vida mejor. Una transmisión del conocimiento inter-generacional, pero también hacia otros grupos coetáneos. Para nosotros, nuestros congéneres y nuestros descendientes. Es así.

Hoy en día en las sociedades opulentas, en la palma de la mano tenemos un aparato que bien utilizado permite comunicarte con cualquier persona del mundo en cualquier momento. Verla en video como reacciona ante tus gestos y palabras. Sumado a una buena conexión a Internet, tienes una fuente del conocimiento absoluto. Y sin embargo, ante un evento como el apagón del pasado lunes, podemos y debemos cuestionar este desarrollo tecnológico y su lugar preponderante en las relaciones humanas, incluso, en la propia identidad del ser humano.

Porque, si como digo la tecnología no es mala, por qué resulta perversa. Pues porque no es tanto una herramienta para satisfacer las necesidades del hombre, y si un arma para controlarlo. Porque en conjunto las tecnologías, las redes sociales, los avances de la era cibernética componen una amenaza a la dignidad humana. A la paz.

Estas amenazas son las que lanza un sistema totalitario al conjunto de la humanidad valiéndose de una pretendida dependencia tecnológica por parte de los individuos.

Sí, es así. Nos han convertido en esclavos, pero no ya de negreros de traje de lino blanco, sino de emporios tecnológicos y de dispositivos. Mientras nos especializaban en una sola función productiva (Médico, conductor, informático, cajera, comercial o peón de fábrica, etc.) nos han negado el conocimiento y la familiaridad con los procesos productivos del alimento y del agua. De este modo, atomizados, separados cada uno en su piso, en su cápsula estanca, sin conocer a sus vecinos y a sus iguales, nos sentimos solos y tenemos miedo. Y con él reaccionamos consumiendo más y hundiéndonos todavía más en el individualismo.

Mientras el apagón permitía al anochecer volver a ver las estrellas, antes había abierto los ojos y el entendimiento a muchas y muchos a quienes se les revelaba la esencia de la realidad. El mundo virtual había desaparecido. No había pantallas. Había personas, con los mismos problemas, miedos e inquietudes, y por fin, había comunicación. Porque antes de ser, que lo somos, conscientes de nuestra dependencia de la tecnología (no sólo de la informática, sino pensemos en la vitrocerámica, en el calentador de agua, la iluminación de la habitación antes de ir a dormir, de cómo nos informamos, etc., etc.) y de lo débiles que nos convierte, por contra, podemos ir recuperando las redes reales de confianza y comunicación, para perder esa dependencia, ganar independencia tecnológica y dejar de ser tan débiles y sumisos.

Al irse la luz y al pasar las horas sin recuperarla no se estaba acabando el mundo. Se estaba acabando el mundo tecnológico. Se habían terminado por un momento el flujo de datos y metadatos. Pero a cambio, volvíamos a hablar con nuestros vecinos. No funcionaban las transferencias digitales y los datáfonos no valían ni como pisapapeles, pero nos volvían a fiar en la tienda de barrio y apuntaban nuestro nombre y lo que debíamos en una libreta como cuando éramos pequeños. Recuperábamos nuestro tiempo para nuestra vida. Salíamos del trabajo antes (si porque no había energía) pero gastábamos el tiempo en lo que queríamos. En estar con nuestros hijos, padres, pareja,... con desconocidos o solos haciendo algo que nos llenase más. No había repartidores en moto, en patinete, o en furgoneta pero había millones de personas caminando por las aceras, con al cabeza alta, mirando a los ojos a sus congéneres, dirigiéndose a las tiendas pequeñas a comprar lo que necesitaban.

Resultaba entonces, una des-conexión digital, un apagado tecnológico, y a la vez, el encendido del mundo real.

Por ello, quien piense que estos eventos se solucionarán con más tecnología se equivoca. Porque la esencia del ser humano, si es la del progreso y la mejora de las posibilidades de supervivencia y adaptación gracias a la extraordinaria capacidad evolutiva de la raza humana. La inventiva, la imaginación, la construcción y la elaboración de herramientas es parte de la esencia del ser humano, como su posterior progreso y desarrollo. Pero también lo es la comunicación, la cooperación y la solidaridad, aspectos todos ellos, que desaparecen apagados por una cada vez mayor suficiencia tecnológica (si puedes pagarla, claro). Toda la evolución de la humanidad no hubiera sido posible sin una transmisión de conocimiento, sin un interés desinteresado, solidario, propio de la manada, de la tribu porque el de al lado también aprenda, mejore y sobreviva.

Porque en esencia, lo que sucesos como el apagón del lunes 28 de abril pone en cuestión, es aquello a lo que Marx se refería cuando hablaba ya en sus últimos escritos a partir de 1868, de "la despiadada explotación capitalista de la naturaleza que ponía en peligro la supervivencia de la humanidad". Si todo lo que supone el avance científico y tecnológico sólo sirve para aumentar la avaricia en el mundo, para cimentar un mayor consumismo e individualismo que no miden las consecuencias de sus actos lo que se estará haciendo es convertir la vida de millones de personas, hoy y mañana, en vidas precarias, terribles y con dolor y muerte.

Hoy cuando se habla de raermes e inversiones mil millonarias en armamento y ejércitos (curioso pero para la vivienda, para la educación, o la sanidad no hay dinero ni público ni privado y los impuestos son muy altos, pero cuando se habla de comprar pistolitas y balas a todos les salen las cuentas) "nadie" (entíendase de los que aparecen en los grandes medios) cuestiona la sumisión a un imperio. La puesta de la riqueza nacional al servicio de la metrópoli y sus intereses. Sin embargo, nada haría más poderoso, y sobretodo seguro, a un país o estado-nación hoy en día, que volverse independiente y auto-suficiente en materia energética y de proveedores de servicios digitales y de comunicación. Y eso pasa inexorablemente, hoy y más tarde (y más caro) por invertir en energías renovables.

No van a ser más y mejores tecnologías digitales las que ayuden a superar los tremendos retos que tenemos como especie delante. El cambio climático, la paz mundial en un entorno de amenazas de extinción masiva y extrema violencia. Superar las desigualdades y el odio. La pobreza o la corrupción. Todos estos problemas no van a mejorar porque la Inteligencia Artificial venga a descifrarnos soluciones ideales. Ni tampoco cualquier otro tipo de tecnología que depende de la capacidad adquisitiva de cada individuo, y fundamentalmente, de los intereses particulares (y oscuros) de los dueños de las tecnologías.

Al final nos seguirán haciéndonos dependientes. Aislados, temerosos y sumisos porque hemos relegado toda nuestra vida a la cibernética y al mundo digital. Hemos perdido la capacidad de procurarnos nuestro propio sustento y nuestro propio bien, porque hemos cambiado el depender de personas como nosotros y de construir sociedades y sistemas económicos que solventasen estas necesidades de manera solidaria y cooperativa, para entrar en un mundo competitivo, individualizado, y que paradójicamente, resulta más incomunicado aunque te hayas comprado el último modelo de smartphone y pagues un dineral por una conexión de red.

Siempre, y por desgracia llevamos unos años comprobándolo de manera personal y directa, son las personas, y las que más cerca tenemos, las de nuestro entorno, las que nos ayudan, y a las que ayudamos. En la covid, o durante la dana, en el apagón o en el siguiente suceso catastrófico serán las personas las que nos salven. Seremos nosotros, por encima del “yo” y como conciencia colectiva lo que haga que salgamos adelante.



lunes, 14 de abril de 2025

Trabajos de Mierda

 


"Si alguien hubiera deseado proyectar el régimen laboral más adecuado para conservar el poder del capital financiero, resulta difícil imaginar cómo podría haberlo hecho mejor. Los trabajadores productivos que sobreviven son presionados y explotados de forma implacable, mientras que el resto se divide entre el aterrorizado estrato de los universalmente denigrados desempleados y un estrato social algo mayor formado por los que, en esencia, reciben un sueldo por no hacer nada, en puestos concebidos para inducirles a identificarse con las perspectivas y las sensibilidades de la clase dirigente (gestores, administradores, etc.) —y en especial con sus avatares financieros-, y por otro lado para incentivar, al mismo tiempo, un resentimiento larvado contra todo aquel cuyo trabajo tenga un valor social claro e innegable. Por supuesto, tal sistema nunca fue diseñado de manera consciente y surgió como resultado de cerca de un siglo de prueba y error, pero es la única explicación de por qué, pese a los enormes avances tecnológicos, no tenemos todos jornadas laborales de tres o cuatro horas."

Último párrafo del artículo original de David Graeber que dio pie a este libro. El artículo es brillante (Graeber, David (2018). Trabajos de mierda. Ed. Ariel. Barcelona. página: 11).


David Graeber (1961-2020) fue un antropólogo estadounidense de tendencias anarquistas. Célebre por sus estudios sobre las implicaciones antropológicas y sociales que tienen las relaciones económicas entre individuos y grupos. Su tesis doctoral, centrada en la Historia Social de Madagascar demostró cómo y por qué las diferencias de clase sustentadas en los sistemas coloniales y esclavistas, todavía hoy seguían rigiendo las estructuras políticas, económicas y de poder en la nación isla del índico africano. Desde posiciones antifascistas e izquierdistas estudió los orígenes de los conceptos de dinero, propiedad y deuda, logrando desmentir los tópicos de la ciencia económica actual, así como también demostrar que tal posición hegemónica tiene su base en una autoridad basada en la violencia y la guerra. Además, su labor de profesor siempre estuvo implicada en la integración y el activismo para con sus alumnos y las causas justas, como el genocidio palestino o la Guerra de Irak que le valieron un polémico despido de su plaza como profesor en la Universidad de Yale. También se implicó de manera personal y activa en el movimiento Occupy Wall Street, y al mismo tiempo, desarrollando un manual teórico de la indignación y la rebeldía que tituló Somos el 99%. Una historia, una crisis, un movimiento. Por desgracia, falleció en Venecia en septiembre de 2020, víctima de un accidente de tráfico (algún día, alguien debe de investigar las extrañas muertes en accidentes de tráfico de personas brillantes cuando menos, incómodas al sistema).

En 2013, David Graeber publicaba un artículo en la revista Strike, sobre el fenómeno de los trabajos de mierda. Originalmente titulado On the Phenomenon of Bullshit Jobs, el ensayo adquirió una trascendencia inusitada por su brillantez y por acertar de pleno en el espíritu y las opiniones sobre la propia autorrealización personal (y profesional, y laboral) de millones de personas en todo el mundo, pero en especial, y en primer término en Estados Unidos y Reino Unido. Desde las cunas del liberalismo y el neoliberalismo, el texto fue traducido en 12 idiomas, y su premisa principal se lanzó en una encuesta mundial bajo la plataforma Yougov.

La tesis del ensayo es que una gran mayoría de los trabajos actuales, y especialmente, los generados a partir de los años 80 del siglo XX, no tienen una incidencia positiva en la sociedad. No generan riqueza, ni de manera directa, ni indirecta, en el campo de la economía real. En cambio, solo sirven para generar frustración e insatisfacción, tanto en los trabajadores que los llevan a cabo, como en las personas que tienen algún tipo de relación con estos trabajos. Los cambios y avances tecnológicos, la informatización de las tareas y de la propia economía y especialmente los procesos de terciarización de la actividad productiva, habían generado un altísimo desempleo, y en vez de repartir el trabajo entre todos, con menores jornadas laborales, el sistema “se ha inventadomiles de profesiones y puestos que no sirven más que para tener ocupados y subyugados a todos estos trabajadores. Con lo cual, la mejora tecnológica y científica de la economía productiva no ha servido para que la sociedad y los individuos, en general, ganasen o “comprasen” tiempo libre para dedicarlo a actividades creativas y más satisfactorias a nivel personal. Al contrario, las plusvalías extraídas por la élite de estos avances se han re-invertido en la industria y fundamentalmente en el consumo para seguir manteniendo, o quizás hasta devolviendo, a las masas obreras en esclavos pegados al trabajo. Para ello ha resultado fundamental la creación del sector productivo de la publicidad, el mayor ejemplo de trabajos absurdos, nocivos e innecesarios que una sociedad puede tener. Incluso, Graeber se muestra especialmente crítico con la burocracia añadida a trabajos realmente importantes y trascendentes en los ámbitos de la sanidad o la educación, y que solo sirven para deslegitimarlos como valores de igualdad y riqueza y derechos humanos a conservar. Como resultado de la encuesta de Yougov, hasta un 37% de los consultados en Reino Unido estimaba su trabajo como inútil y que “no contribuía en nada a la sociedad”.

Ante el éxito y revuelo provocado por tan brillante texto, David Graeber pasó a profundizar en su tesis. En primer lugar, recabó más testimonios y documentación de varios lugares de Occidente, para ampliar las propias experiencias que se habían plasmado como respuestas directas a la propia publicación del ensayo en 2013. Su bandeja de correo electrónico se llenó con las vivencias de miles de trabajadores, fundamentalmente estadounidenses y británicos, pero no unicamente, que se sentían frustrados y se identificaban con las situaciones y patologías que Graeber exponía. De este modo, ejercitando con maestría la Historia Social David Graeber construía su libro, recopilaba los testimonios y extraía las consecuencias sociales de tal situación.

Para el autor, la mejora de los medios de producción a través de nuevas técnicas y avances tecnológicos no habían satisfecho la profecía de Keynes sobre “las semanas laborales de 15 horas”, y sin embargo, las masas trabajadoras seguían ancladas en largas jornadas a través de trabajos inútiles, innecesarios o incluso perniciosos. Clasificaba a los distintos tipos de trabajadores sin sentido en lacayos, matones, arregla-todo-s, burócratas o capataces, dependiendo del tipo de actividades que se viesen obligados a desempeñar. Estos tipos de trabajadores aparecían fundamentalmente en la empresa privada, pero también cada vez más en la pública, inmersas en el capitalismo competitivo. Esto genera un “feudalismo empresarial” por el que las empresas procuran mantener una distribución jerárquica basada en la autoridad y el estatus más que en el rendimiento productivo. Básicamente, los empleadores necesitan demostrar su poder a través de tener subordinados, que por regla general se encuentran precarizados.

También califica algunos de los sectores productivos modernos como absolutamente innecesarios o incluso ilógicos dentro del propio sistema capitalista, como la publicidad y el marketing, pero también los “innecesarios” sectores de seguros, abogados, o de dirección y que solo tienen función debido a la cada vez más amplia maraña burocrática que las actividades económicas desreguladas precisan. Esta paradoja permite la creación de miles de puestos de trabajo bien remunerados pero absolutamente improductivos, mientras todavía hoy se mantienen puestos fundamentales en la producción de riqueza mal pagados y con condiciones lamentables. Ejercidos especialmente por mujeres y personas racializadas.

Con Trabajos de mierda, David Graeber ataca el individualismo y el puritanismo anglosajón, así como los convencionalismos aceptados sobre el trabajo como valor virtuoso. Pone en cuestión con éxito la autorrealización individual en torno al trabajo, al que presenta como herramienta de desposesión colectiva de las clases trabajadoras. El capitalismo moderno ha atribuido al trabajo, y especialmente a los trabajadores manuales, es decir, a los que no poseen ni medios de producción, ni medios de intervención en la economía (llanamente los que no tienen capital), un deber cuasi religioso. El trabajo se convierte en necesidad y en obligación, y también, en elemento identificativo dentro de la sociedad. De este modo, desautoriza las ideas de John Locke quien en el siglo XVII presentaba de manera radical el trabajo como “deber y virtud” frente a los convencionalismos que lo despreciaban. Así, hoy en día los trabajos han adquirido un estatus de autorrealización que solo sirven para justificar el modo de vida actual. Sin embargo, lo que en realidad estaban provocando en millones de personas era frustración, desmotivación y problemas de salud, tanto de la psíquica y emocional como en la física, debido al estrés, el cansancio, la competitividad y la agresividad. Con esta crítica argumentada no sólo se discute el valor del trabajo y el capitalismo, sino que además se pone en cuestión la construcción de la sociedad actual, ligada al individualismo, el crecimiento económico como paradigma de éxito y a la autoridad del liberalismo clásico.

Al tiempo, que millones de personas se ven obligadas a desempeñar funciones nada productivas en el conjunto de la sociedad y la economía estandarizada, se les roba tiempo que podían dedicar a actividades más satisfactorias a nivel personal, y más productivas y beneficiosas para el conjunto de la sociedad, tanto en círculos cortos (su propio barrio, pueblo) a rangos de mayor amplitud. Con ello se logra la principal motivación política: la desmovilización social. Las masas trabajadoras ocupadas en estos puestos de trabajo, subyugados por un consumismo exacerbado, se sienten individualizados, compiten entre ellos y tienen cada vez menos tiempo para poner en común sus problemas y poder rebelarse. En suma, una explicación detallada y coherente de los profundos problemas de la sociedad actual.

La misma obra no se queda sólo en el análisis del ecosistema productivo y económico moderno, sino que va más allá y plantea soluciones. Por ello, el trabajo de Graeber ha adquirido tanta trascendencia y es tan de vital consulta y ejemplo. Lo hace además construyendo una filosofía propia y muy sólida, con análisis de causas y efectos, y por qué son más que recomendables hasta necesarias políticas y cambios directos en la sociedad. Por todo ello Trabajos de mierda compone un argumentario básico e incuestionable en materias como la dignidad humana, el sentimiento de pertenencia a la clase trabajadora, la necesidad de buscar nuevos o recuperar viejos mecanismos de asociación colectiva y ciudadana en defensa de la igualdad y la justicia social, o en propuestas como la reducción de las jornadas laborales, los sistemas de Renta básica o universal, o las teorías de Decrecimiento que critican los paradigmas del crecimiento como medida de la riqueza de las sociedades y que contemplan expresamente la eliminación de puestos de trabajo improductivos para la economía real o abiertamente nocivos para la sociedad.

Por todo esto, no se puede más que recomendar la lectura y la revisitación constante a Trabajos de mierda, de David Graeber. Una obra básica para entender este tiempo que nos ha tocado vivir, y un ejemplo fundamental para comprender la necesidad de activación social que necesitamos.

 

 

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Barro y trabajadores

No es que falten ganas por ponerme a escribir, y ni mucho menos temas que trabajar y tratar, para dejar aquí unas reflexiones, que pese a algunos incondicionales que me leen (y me lo advierten), tienen más funcionamiento como ordenamiento de mis ideas y opiniones, y registro físico, virtual mejor dicho, de mi coherencia. Si en los últimos meses apenas escribo y público, esta vez si es así, es más por lo apretado de los días entre trabajo y estudios y vida de pareja y familiar. Si ahora pongo negro sobre blanco es por la absoluta desolación por lo acontecido la semana pasada.

El martes 29 de octubre de 2024 es ya un día funesto en la historia de España y de Valencia. Una DANA, conocida también como gota fría, provocó un tren de gigantescas tormentas que sacudieron el centro de la región de Valencia, desde la desembocadura del Júcar hacia el interior, en un movimiento, desde el Mediterráneo hacia el Levante, de catastrófica virulencia.

En poco más de 8 horas, en algunas zonas se descargó el agua de un año, y los barrancos, rieras y cauces, naturales o artificiales, apenas pudieron contener el volumen de agua caída y comenzaron a desbordarse y arrasar todo lo que aparecía a su paso. Las imágenes y testimonios del cataclismo acontecido son devastadoras. Capaces de atacar la piel y la sensibilidad de cualquier ser humano, mínimamente empático y, en definitiva, que conserve esas gotas de humanismo. Más si cabe, cuando tierras y gentes son para mi más que bien conocidas, y de hecho, desde hace un par de años vivo, vivimos, a poco más de una hora de la zona cero de la catástrofe.

La rabia, el dolor y la indignación por la devastación material y humana, más de 200 fallecidos, y en este momento 90 desaparecidos confirmados por el gobierno central, ya tendrían suficiente caldera por el hecho mismo. Por lo injusto que es la naturaleza que siempre castiga a los más pobres y desamparados.

Pero en este caso, y por desgracia siempre en Españistan, el tardo-franquismo hace de las suyas y lo que hubiera sido un evento natural extraordinario, extremo y muy peligroso, se convirtió en una trampa mortal para las clases trabajadoras.

Lleva la AEMET y muchos científicos (ambientólogos, físicos, geógrafos, sociológos, etc.) muchísimos especialistas avisando que se estaban poniendo los ingredientes para un drama terrible. Un mar Mediterráneo (en realidad todos los mares y océanos mundiales) con unas temperaturas máximas del agua récord, auténtica gasolina para las tormentas y fenómenos como la gota fría en el Mediterráneo o los huracanes en el Caribe. Cientos de asociaciones, instituciones y organismos avisando de la situación de la Comunidad Valenciana, con un urbanismo que ha edificado sin más planeamiento que el enriquecimiento rápido, abusivo y personal. De cada tres metros cuadrados que hoy están urbanizados (viviendas, equipamientos, transportes, industrias, naves, almacenes, centros comerciales, etc.), que están cementados y hormigonados en la Comunidad Valenciana, uno lo está en zona inundable. Un tercio del desarrollo urbanístico y empresarial construido por donde el agua ha pasado siempre. Y por donde volverá a pasar siempre que vuelva, siempre que lo necesite.

Y se sigue construyendo. Y se siguen aprobando planes y promociones robando el espacio que necesita la naturaleza para preservar sus propios ciclos. Si hay dinero de por medio nada más interesa, ni prevalece. Ni siquiera la vida, aunque se envuelvan en la bandera.

Desde el viernes 25 ya estaban activadas las alertas por posibles lluvias torrenciales y avisos de “especial significación y virulencia”. Se fueron recordando durante todo el fin de semana. Actualizándose y advirtiéndonos a todos de que tomaros las precauciones necesarias. Y algunos hicimos caso, y por ejemplo, nosotros adelantamos nuestra vuelta de Valencia un día. Otros muchos no. Otros muchos, cada día más y sobretodo, cada vez más ruidosos, enfangan los debates y las propuestas, son la DANA que embarra la ciencia en los medios de comunicación y las redes sociales. Insultan la inteligencia, y la labor y dedicación de los científicos de este país. Una vez más la estupidez marca el camino en España y arrastra al lodo a la ciencia.

El propio martes la situación no estaba para bromas. Por la madrugada, aquí en Alcoy cayó una tormenta tremenda con mucha fuerza durante una hora, y que siguió dejando agua hasta las 10 de la mañana. La cabeza del frente fue hacia el Norte, donde empezó a descargar en la zona del interior de Valencia, la comarca de Utiel-Requena. Mientras otra rama de la misma tormenta hacía saltar las alarmas al Sur, en la provincia de Albacete, en el bonito pueblo de Létur, en la Sierra del Segura, que era literalmente arrasado por la fuerza salvaje del agua que desbocada inundaba y arrancaba el casco histórico del pueblo. El balance se mide en millones de euros de daños y hasta 6 fallecidos.

A mediodía la situación en Utiel era dramática. El rio Magro, sobre el que cruce hacía apenas un mes y estaba totalmente seco, se había desbordado, con un caudal incontrolable que trasladaba las orillas a 200 metros a cada lado. Su paso por el territorio era virulento e imparable y hacia las 2 de la tarde, ya habría desaparecidos y fallecidos, y una situación caótica en toda la Hoya de Buñol.

Sin embargo, en ese momento está el punto dramático de ese día. Porque en ese momento, aunque no se habrían podido parar las aguas que ya bajaban desbordando torrentes y barrancos, ni el ciclo de tormentas que ahora estaba en frente de la ciudad de Valencia y la desembocadura del Turia, recargándose mar adentro. Pero lo que si se podría haber hecho es minimizar el impacto es las zonas más afectadas en la Horta Sur y la ciudad de Valencia, al Sur del cauce nuevo del Turia.

El presidente de la Comunitat de Valencia, Carlos Mazón, del PP, pero aupado con los votos de la extrema derecha, a las 2 de la tarde se planta ante los medios. Lo hace para anunciar que la Generalitat va a apoyar a la ciutat de Valencia (también de vuelta a manos del PP) en su candidatura para alojar la intrascendente y carísima Copa América de Vela. Un evento que no despierta ningún interés, y que en Barcelona acaba de ser claramente un fiasco, como lo fue en su día en la Valencia de Rita Barbera, pero que eso si, deja jugosas comisiones y dinero a repartir entre la oligarquía de la ciudad, región y país. En esa misma comparecencia Carlos Mazón anuncia que la tormenta va a remitir y que no es necesario parar la actividad. No fuera a ser que empezarán a anularse reservas de lo que se presumía un histórico puente "de_todos_los_santos" a nivel de ocupación hotelera y negocio turístico. Apenas una hora después las tormentas empezaban con especial violencia a descargar, una tras otra, sucesivamente a través de un corredor de 80 kilómetros, dopando de agua cauces que inundarán todo lo que encuentren a su paso.

A las 20:34 cuando las valencianas y valencianos ya tenían el agua por el pecho, y habían tenido que salir de sus coches por la ventanilla para ponerse a salvo los que habían podido (otro día si eso hablamos del fracaso que es que sólo en la ciudad de Valencia y su área metropolitana haya 5 millones de desplazamientos en vehículo privado cada día), la Generalitat activaba el nivel máximo de alerta, y sonando a cachondeo mandaba el sms de aviso a la población para que se resguardara. Ese sistema de aviso, por cierto, que la ultra derecha política y mediática discute con frenesí como atentado a la libertad desde el año de la pandemia.

Antes, hace un año exactamente, para acceder al sueldazo que tiene no tuvo ningún problema en desmontar la Unidad de Gestión de Emergencias regional que el anterior gobierno valenciano había puesto en marcha, en un contexto, y una tierra, que no hacía más que tener gotas frías críticas e incendios tremebundos. A cambio, firmó y sufragó no sé cuantos festejos taurinos, populares y municipales, y garantizó el sueldazo para el torero facha que no se sabe muy bien qué ha hecho ahí, hasta que hace poco que en el paripé del teatrillo de la política institucionalizada salía del govern.

Cuando surgió la necesidad y oportunidad de crear la UME, en 2005 había que oír a esta extrema derecha que tenemos. Que si era una vergüenza y un capricho de Zapatero; que si  todo era parte de una táctica para desmilitarizar el país y que ya no hicieran la guerra en el perejil, por el rey, por la patria y por la pasta. Sobretodo por la pasta. Y cuando la han podido revertir, como en el caso de Valencia, lo han hecho antes de que pudiera demostrarse su imperiosa necesidad, y su función trascendental como parte de los servicios públicos a la ciudadanía, y especialmente a las clases trabajadoras.

Y es que gobiernos como el que lidera Mazon, la tarada de Madrid, el ladrón en Andalucía, o el que aspira a montar el amigo del narco en Moncloa, tienen una serie de requisitos, en los que poco o nada tiene que ver la composición, estén dentro o no, los fachas sin complejos. La agenda neoliberal de recortes y adelgazamiento del sector público, es decir, de lo que nos hace a todas y todos ciudadanos libres y de igual condición, las bajadas de impuestos asociadas a esto como parte del populismo de botarate, y el cuestionamiento, cuando no de negación, a todo lo que huela a ciencia, saber y conocimiento, no vaya a ser que discuta las sagradas entelequias del estado españistaní.

No es la primera vez que una catástrofe natural o provocada, directa o indirectamente por la mano del hombre, tenga la mayor desgracia de ser gestionada, tanto en prevención, crisis, como resolución y esclarecimiento, por los desalmados amorales del PP. Tampoco será la última. Y sin embargo, se prestan a rebasar todos los límites de la dignidad de la clase trabajadora. Toda la capacidad física y emocional que podemos resistir para sobrevivir y seguir luchando. A veces, frenándonos en el impulso de arrasarlos ya de una vez, como turba bárbara, porque somos mejores que ellos. Porque ellos, por sus políticas y su ideología criminal y fascista, nos asesinan. Cada día, de camino al centro de trabajo, y dentro del propio tajo. Al acceder a una vivienda, consumiendo productos de primera necesidad cada vez peores. Exponiéndonos a un medio ambiente y una naturaleza viciada, contaminada. Y ahí están. Y ahí siguen. Pretendiendo gobernar y dar lecciones. Son insufribles. Los odio cada día más

Que un inútil como Carlos Mazón una semana después no haya dimitido y esté ante un juicio por lo penal es un drama. Que más que plantear soluciones y converger ayudas y coordinación, no haya hecho más que poner palos en las embarradas ruedas es una desgracia. Y que además, con el paso de las horas, y ante los daños causados por su nefasta gestión, empiece a mentir ya sería suficiente para que las personas que creemos que merecemos un país mejor nos subiéramos por las paredes. Que además esa ultra derecha que critica la ciencia, negacionista del cambio climático (porque en realidad lo que tratan es que los que se han venido lucrando deteriorando las condiciones vitales del planeta paguen la factura de las tropelías y no se la dejen al pueblo) y punta de lanza de las oligarquías patrias se erijan en salvadores de la gente es otra muestra de recochineo y burda propaganda dopada por las oligarquías y que insulta la inteligencia de todas y todos que sabemos lo que ha pasado y pasa.

Ni que decir tiene que han sido las clases trabajadoras, por cuestión de clase, no de raza, ni de nacionalidad, sino por sentido de pertenencia y fraternidad, las que se han auto-gestionado para con solidaridad, empatía y compromiso ayudar a sus vecinos y familias. Y a ellos mismos. Primero, para salvar las propias vidas. Después, a levantar sus barrios y pueblos. A salvar los pocos enseres que se puedan y a limpiar y restaurar las casas, como buenamente se pueda. A tratar de devolver la electricidad, el agua corriente y las comunicaciones; a reconstruir de urgencia las vías de acceso (ejemplarizante la labor de Óscar Puente, el único político en su sitio en esta semana). A organizar un tren, ahora de ciclistas, que entran y salen de Valencia y los pueblos para conseguir víveres y medicinas para quienes no pueden desplazarse. A compartir con los vecinos, los voluntarios y desconocidos lo que les queda en la nevera y la despensa. A quitar barro y achicar agua las manos voluntarias y voluntariosas, como en su día quitamos txapapote, o sacamos víctimas de trenes estrellados o explotados.

Y sin embargo, es agotador tener que recordar que los impuestos van para esto: para unos servicios públicos de calidad y con dignidad. En Sanidad, en Educación, en Servicios Sociales, y si también, en equipos de rescate y gestión de emergencias. Y no tanto en policías que se dedican a reprimir a la clase trabajadora, a perseguir a los que pillan lo que pueden para seguir tirando (no hablo de los que aprovechan cualquier situación para causar más dolor) y en seguir desahuciando hasta 6 viviendas al día en pleno 2024, llueva, nieve o haga 40 grados a la sombra.

El martes eran las y los trabajadores de Valencia (también en Letur, en Cuenca o en el litoral atlántico andaluz) los que estaban en peligro. Los que tenían que luchar por su vida para volver a sus casas, tras la jornada laboral. Nadie se dignó en pensar en ellos, en evitarles una situación de peligro extremo porque no puede parar ni una misera tarde la rueda del consumismo y el capitalismo exacerbado. Es la clase trabajadora la que tiene que jugarse la vida para salvar un coche o una moto con la que desplazarse -perdiendo un montón de horas al año de su tiempo libre y de su familia- para trabajar. Porque si pierden esa herramienta, pierden el empleo y el sustento.

Y fue y es la clase trabajadora la que se arremanga y se mete en el barro para recobrar la normalidad de la indignidad del día a día. Para poder seguir siendo explotados. Por empresarios amorales. Por políticos inútiles, corruptos. Por un fascismo indisimulado.

Hemos subido a ayudar el domingo y volveremos el finde. Y lo haremos mil veces más. Pero para ayudar a las personas. No para ayudar a que todo siga igual, como si esto no hubiera pasado.

 

viernes, 9 de febrero de 2024

Autovías y Tractores


Hay convocadas diversas manifestaciones y acciones reivindicativas de corte de carreteras y accesos a ciudades por parte de algunas de las asociaciones agrarias. Están causando problemas de circulación y alterando lógicamente el orden y funcionamiento del país. Lo han hecho, por cierto, sin las pertinentes convocatorias y anuncios reglados por el estado de derecho, y no están recibiendo la coerción que se supone se le exige a las fuerzas de orden en estas ocasiones. Por recordarlo ante las agresiones de los esbirros del estado con permisos en la mano que algunos otros hemos sufrido.

Existe un descontento evidente y razonable en el sector agroganadero europeo y sus legítimas reivindicaciones y protestas están siendo instrumentalizadas por la extrema derecha, tanto en España como en el resto del continente, recogiendo el testigo de lo que fueron las protestas de los Chalecos Amarillos en Francia. Esto hace que sea muy difícil al común de los habitantes saber interpretar de qué va esto. Entre otras cosas, porque a los medios de comunicación de masas parece que les ha pillado con el pie cambiado y de sorpresa. Sin embargo, esto contrasta con el hecho de que la opinión pública, y también desde la izquierda, estamos absolutamente con los agricultores, ganaderos y con el mundo rural en general. Se entienden muchas de las reivindicaciones y de las problemáticas que existen, y aunque haya quien quiera hacer creer que tanto en el sentir popular, como en esos propios medios, como desde la izquierda se aplica una conciencia urbana que no acaba de entender la realidad del sector primario y de sus gentes, la realidad es que hay un consenso unánime en apoyarlas. Porque es natural y lógico, justo y digno. Y porque estas protestas en el fondo discuten los usos del modelo neoliberal aplicado en este caso al sector primario donde ha llevado la precariedad, la inseguridad y la indignad. Eso sí, la izquierda centrada en las cuitas internas y en el análisis teórico de procesos vuelve a estar alejada del conflicto, y queda el terreno baldío para que la política fascista y reaccionaria se apropie de estas protestas.

Sin embargo y que baste como ejemplo, como al segundo día de manifestaciones y algaradas, los medios han empezado a dar voz a supuestos portavoces del colectivo agrícola y ganadero. La sensación que queda es que esta propuesta va de una caterva de fascistas, metidos en la conspiranoia más aberrante, y sobretodo impulsados contra Perro Sanxe porque “no sé qué de la Amnistía”. Así entrevistan en las autovías o en plató a latifundistas, a terratenientes, a nobles y demás fauna que no ha cogido una azada en su vida. No sabe uno a ciencia cierta si es un “error” de los medios de comunicación de masas al confundir a estas asociaciones del campo, que son grupúsculos de patronos y dueños de los terrenos con entidades que fueran representantes de los trabajadores agrícolas. Ni siquiera con asociaciones mayoritarias. Pareciera que se trata de un mensaje buscado con una intención evidente.

Los tractores y las personas que los conducen protestan contra la Agenda2030, contra Marruecos, Sudáfrica o Chile. Contra los ecologistas porque desde la ciudad no conocen el medio natural. Contra la UE que llena de burocracia, requisitos y umbrales el día a día de la actividad agraria mientras firma acuerdos comerciales hiper laxos con los países del Sur. Y contra el gobierno. Por supuesto.

Que quede totalmente claro que desde aquí y desde toda la izquierda estamos con estas protestas, las apoyamos, las comprendemos y las respaldamos. Faltaría más. De entrada porque lo que están diciendo los agricultores y los ganaderos es lo mismo, igualito, que lo que lleva la izquierda, y particularmente Izquierda Unida, diciendo casi ya 40 años. Que el capitalismo neoliberal es suicida, opresivo. Que el acuerdo de Maastricht iba a traer la desregulación de las cadenas de distribución dejando a quienes se dedican al sector primario en una clara y flagrante desigualdad con respecto a los grandes comercializadores. Que añadía toneladas de papeleo y burocracia que lastraban el trabajo de los profesionales. Que iba a impedir el relevo generacional y por lo tanto aumentaría el fenómeno demográfico del éxodo rural. Que los acuerdos comerciales transnacionales, como el TTIP, dejan el campo y al trabajador a los pies de los caballos de los poderosos. Que iban a poner nuestros productos a competir con otros de escala global producidos con ningún tipo de control y con prácticas y técnicas abusivas y que laminan los derechos de los trabajadores, la salud o el medio ambiente. Que es vital un acuerdo de estado que proteja el medio natural incorporando las legitimas reclamaciones y las enseñanzas y trabajo de todo el mundo rural.

Desde luego la Unión Europea entregada al neoliberalismo ha mostrado una vez más su fracaso y el de esta ideología perversa y homicida. Ha dejado a su propio campo, a sus graneros y provisiones en una situación de desventaja flagrante con respecto a los productos importados de otros países y con los grandes mangantes de las cadenas de producción (no me he equivocado). Y por esta puerta, como ya pasó en el Brexit, la extrema derecha está valiendo su fuerza telúrica en el campo español para incluir su euroescepticismo, su negacionismo climático (y de propina, el entre géneros) y sus proclamas racistas y xenófobas. Y por supuesto, su único afán en tener el poder para saquear el país.

Como contraste estaría bien saber cuántos trabajadores del campo, braceros y jornaleros están siguiendo estas manifestaciones. Cuántos trabajan en el sector. Cuántos lo hacen con contrato y seguridad jurídica. Alguien ha preguntado a las mujeres del mundo del campo que llevan día a día el trabajo en la explotación, del hogar, de cuidados y a veces otro trabajo fuera del sector primario qué piensan de esto (sé que también hay hombres que hacen estas labores, pero el porcentaje de mujeres es abrumador). Hasta el momento las imágenes son de hombres. Casi todos mayores de 50 años.

Sin embargo, según estos ganaderos hay que “derogar la ley de bienestar animal” y “derogar leyes ambientales y de protección de especies que atentan contra la agricultura, ganadería y zonas rurales”. Pues me parecen una serie de reglamentaciones bien necesarias y que nada tienen que ver con el trabajo de los productores pequeños, y si sobre las formas de operar de las macrogranjas, los cotos de caza o las ganaderías de toro de lidia. Si a una empresa que dice que no puede pagar el SMI a sus empleados se le dice que lo mejor que puede hacer es cerrar, en este caso, aplico lo mismo: Si no puedes dar una calidad de trato a la vida de los animales que tienes en la explotación, mejor ciérrala.

Por otro lado, de toda esta protesta rechina bastante lo que tiene que ver con todo lo que es cuidado del Medio Ambiente y de la salud de la población como consumidores de los productos agroganaderos. No tanto por las reclamaciones frente a la Agenda2030. Sí, un emblema que  viene impuesto por las élites, pero que también es uno de los acuerdos internacionales vinculantes más ambiciosos a la hora de plantear políticas y alternativas en defensa del planeta y sus gentes. Y que señoras y señores, está proyectado para el año 2098. No creo que muchos de los que están cortando las carreteras esta semana se hayan leído el plan al completo, y sólo sigan las medias verdades vomitadas por intereses creados de quienes han puesto al campo en la situación actual y que no quieren que nada de eso cambie. De acuerdo en que las iniciativas más importantes que ya sabemos viene impuesta por las élites neoliberales como patada hacia adelante cuqui y en purpurina de un supuesto futuro de progreso y garantía de los derechos humanos pero sin cuestionar las circunstancias de base de toda desigualdad. Pero precisamente por eso, estos agricultores y ganaderos no deberían permitir jamás que la extrema derecha se apropie de sus legítimas y razonables preocupaciones y protestas.

No, se trata de cómo están estos agricultores españoles y europeos adaptándose al contexto cambiante que nos está tocando vivir. A un mundo en el que los combustibles tanto para producir como para transportar lo producido son cada vez más escasos, y por lo tanto más caros. Con un cambio climático real e imparable que está transformando la forma en la que los ecosistemas y sus integrantes se interrelacionan. Con fenómenos atmosféricos cada vez más extremos ya sean sequías, lluvias torrenciales, olas de calor más intensas y repetidas, u olas de frío siberiano más frecuentes. Y sin embargo, ahí los tienes cuestionando a la ciencia, en otra característica básica de lo que es Españistan, y al más evidente sentido común.

En el campo y sólo basta con mirar los resultados de todas las elecciones, se ha castigado tradicionalmente a la izquierda y sus políticos y programas, porque van a traer las penurias a lo rural. Las demandas ecológicas y por protección del medio ambiente se hacen desde la ciudad, sin comprender la realidad del campo, eso dicen, y por lo tanto, se dan mayorías a partidos de derechas que en principio les defienden. Craso error. Porque estas políticas de derechas, de desregulación de los mercados, son las que se cargan el medio rural por intereses especulativos que poco o nada tienen que ver con las necesidades de las poblaciones, de desprotección de la ciudadanía en todos su roles (productor, trabajador, consumidor), las medidas que han favorecido las concentraciones parcelarias hasta el mega-latifundio, las macrogranjas o la pérdida de los puntos de venta en cadenas de distribución más cortas, son las que han puesto la soga y atado el nudo alrededor del cuello del agricultor y el ganadero.

Sí, es muy fácil echar la culpa al urbanita que quiere productos más naturales, ecológicos y saludables. Que estos se produjeran con unas condiciones de prosperidad y dignidad para toda persona que participe en el proceso de producción, distribución y venta. Y que no se deteriorará el medio ambiente. Lo que pasaba hace 50 o 60 años en Europa, 40 o 50 en España. Con lo cual el relato de lo que siempre se ha hecho es falso. Porque antes no se abonaba con cientos de píldoras de colores. Ni se sulfataba a mansalva con drones y avionetas extensiones de 4000 hectáreas o más. Ni había cultivos de regadío donde tienen un suelo y un clima de secano. No se llenaba el buche del ganado con antibióticos a granel, ni se les tenía que impartir vacunas contra enfermedades que aquí no se conocían. Es la globalización y el neoliberalismo los que están cargándose el trabajo y la vida del sector primario. No lo olvidemos.

Y la derecha y la extrema derecha no van a parar esa rueda por muchas facilidades y promesas que hagan. Van a pisar el acelerador del capitalismo más depredador. Mirad lo que ha pasado en Reino Unido, en Estados Unidos, en Brasil o en Argentina. No van a redistribuir la riqueza. Recordemos que por ejemplo votaron en contra de la Ley que prohíbe a las grandes cadenas de distribución obligar a los productores a vender por debajo de coste. Algo que estaba pasando y sigue pasando por la carencia de inspectores que no se han puesto en las administraciones autonómicas que legisla la ultraderecha. Que llevan años gobernando administraciones y provocando trastornos a las personas y a las empresas, al medio ambiente y al patrimonio de todos. Que son corruptos.

No se cuestionan el estado de medio ambiente y de los derechos de los trabajadores del campo. O los formularios y requisitos burocráticos que tienen que hacer frente las explotaciones y sus propietarios. No han vigilado, de hecho han alentado, un reparto de ayudas a través de la PAC totalmente inmoral, injustificado y delictivo, durante ya 30 años.

Desde la izquierda no se puede ver a estas manifestaciones como expresiones de la extrema derecha. Eso sería un error. No comparecer y dejarles que llenen de banderas, muchas preconstitucionales, las justas reclamaciones del sector agrario y ganadero español y europeo sería perder otra oportunidad para poder construir un país más digno, justo y con futuro.

Además es preciso ayudar a que los pequeños productores puedan sobrevivir a este momento de zozobra y cambio, porque el pueblo en general está con ellos, sin usar banderas ni consignas rancias o fascistas. Simplemente porque la mayoría de la gente entiende la labor esencial del mundo rural, porque lo valoramos y lo queremos. Y porque entendemos que merecen un futuro y un bienestar con dignidad. Para todas y todos los integrantes del mundo rural.

 

 

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

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