viernes, 27 de mayo de 2016

Amanecer


La luz se escabullía entre las rendijas de las cuarterones envejecidas por el paso de lustros a la intemperie y a la crudeza de los elementos. En el interior la luz jugaba con las motas de polvo y el humo de los rescoldos de la chimenea de la noche anterior sin atender a los ojos que se desperezaban.
No era la luz quien lo había despertado, sino el frescor que le rozaba la piel ante la ausencia de manta y nórdico que dibujan el camino de la ausencia. Contrarrestando esta sensación la notaba en la palma de su mano sobre la sabana enfriándose huérfana del calor de un cuerpo.
Llegaba el aroma a su nariz del café recién hecho y justo con la segunda inhalación sonaba el pitido de la filtración.
Sus primeros pasos lo dirigían como un autómata hacía la cocina. El frio hacia mella en sus pies desnudos. Al cruzar el umbral de la puerta, la piel de gallina era su traje. Y el cambio a mayor claridad le hacían entornan los ojos. Esperando a que se adaptasen a la nueva luz, intuía las formas de Sophie.
El rotundo y policromado tatuaje de su brazo izquierdo tomaba detalle, mientras se acercaba a besar el cuello de ella en un ambiente que se disputaban el frio y el aroma cálido del café.
No hubo muchas palabras porque su idioma era el de las miradas. Y ambas conjugaron la preocupación cuando sonaba el ruido de un coche de gran tamaño pararse frente a la puerta de la vivienda. Oído el frenazo, el motor se paro; y a los pocos segundos sonaron dos golpes secos que eran las pesadas puertas del todo-terreno cerrarse. Las pisadas crujían sobre la nieve y ya no hubo mayor paz porque llamaban a la puerta con violencia.
Había llegado el momento. No interesaba al extranjero oponer resistencia o huir. Ni siquiera discutir, puesto que no manejaba la lengua materna de aquellas tierras y esos hombres nunca habían tenido un contacto con un foráneo, por lo que ni sabían ni le veían utilidad aprender una lengua que no fuera la suya.
Abrió la puerta con resignación y el frio helador fue el primero en pasar a dentro. No le siguió nadie.
Lanzaron un anorak y unas botas de campaña mientras se miraban a los ojos.
Få klädd snabbt och låt oss gå” -sonó como un gruñido.
They want you to get dressed and you go with them” -tradujo Sophie. Ambos se miraron extrañados, pero también resignados. Había acabado su aventura. Era el final de un sueño hecho realidad que había dado sentido a sus vidas.
Sin embargo, rápido cubría su oscura piel con su propia ropa. Aprovechaba dos gordos jerseys y el pantalón térmico que introducía en unas botas de travesía que ataba con dedicación.
Se incorporaba y se ponía el anorak meditando si despedirse.
El ensortijado y áspero pelo quedaba por tapar y Sophie, mientras le besaba con una lágrima en los ojos, se lo cubría con uno de sus gorros, tejidos a mano por su madre tiempo atrás de la lana. Le ayudaba a cerrar la garganta con una bufanda similar y le acompañaba a la puerta.
La abrieron y todavía parecía que hacía mucho más frío.
Los dos nórdicos permanecían junto a la puerta como si tal cosa, acostumbrados a éste frío, y contemplaban los contrastes entre él, moreno, de piel oscura, fuerte y abrigado en extremo junto a ella, menuda, de piel blanca y simplemente tapada con un pijama de algodón.
Abrieron la puerta trasera del coche. No querían perder tiempo, ni tampoco dar una despedida romántica a los amantes. El tiempo apremiaba y ya tienen edad suficiente para saber que esos vientos que venían del norte traerán tempestad en forma de más frío y nieve. Montaron en la parte delantera del coche. El más viejo como copiloto, apurando un cigarrillo de tabaco de liar, y el más joven colocándose unas gafas de sol daba la vuelta al coche para disponerse a conducir sin perder la mirada sobre los ojos de Sophie.
Ésta aguantaba la compostura hasta el último momento en el que sintió los dedos de él desprenderse de los suyos. Ahí, cerro los ojos y agacho la cabeza. Sabía que el destino no era el más placentero. Sin embargo, se recompuso y gritó: “Förvänta”.
Se dio la vuelta sin cerrar la puerta. Los tres sabían que les iba a acompañar. Sophie no es una mujer timorata y acomplejada, sumisa a un patriarcado. Ella es una valiente incluso en un pueblo de mujeres valientes y aguerridas. No se va a amilanar, ni tampoco resignar. Luchará como el primero y será la última en abandonar.
No tardo mucho en salir pertrechada para una jornada de batida en el helado bosque. Su indumentaria no dista de la de sus compañeros. Y le añade una carabina de precisión capaz de tumbar a un reno adulto macho a dos kilómetros. Es una experta tiradora y aunque no se lo habían pedido, los tres saben es buena compañía para la tarea a emprender.
No saben la hora exacta que es, pero seguro que es temprano por la mañana. Hace ya varias semanas que no amanece, porque no anochece. En aquellas latitudes, los solsticios se alargan en el juego entre la luz y la oscuridad. Y son el terreno abonado a los terrores y los misterios. Pero si que es el primer día en luchar contra el amanecer de las bestias.

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