La
luz se escabullía entre las rendijas de las cuarterones envejecidas
por el paso de lustros a la intemperie y a la crudeza de los
elementos. En el interior la luz jugaba con las motas de polvo y el
humo de los rescoldos de la chimenea de la noche anterior sin atender
a los ojos que se desperezaban.
No
era la luz quien lo había despertado, sino el frescor que le rozaba
la piel ante la ausencia de manta y nórdico que dibujan el camino de
la ausencia. Contrarrestando esta sensación la notaba en la palma de
su mano sobre la sabana enfriándose huérfana del calor de un
cuerpo.
Llegaba
el aroma a su nariz del café recién hecho y justo con la segunda
inhalación sonaba el pitido de la filtración.
Sus
primeros pasos lo dirigían como un autómata hacía la cocina. El
frio hacia mella en sus pies desnudos. Al cruzar el umbral de la
puerta, la piel de gallina era su traje. Y el cambio a mayor claridad
le hacían entornan los ojos. Esperando a que se adaptasen a la nueva
luz, intuía las formas de Sophie.
El
rotundo y policromado tatuaje de su brazo izquierdo tomaba detalle,
mientras se acercaba a besar el cuello de ella en un ambiente que se
disputaban el frio y el aroma cálido del café.
No
hubo muchas palabras porque su idioma era el de las miradas. Y ambas
conjugaron la preocupación cuando sonaba el ruido de un coche de
gran tamaño pararse frente a la puerta de la vivienda. Oído el
frenazo, el motor se paro; y a los pocos segundos sonaron dos golpes
secos que eran las pesadas puertas del todo-terreno cerrarse. Las
pisadas crujían sobre la nieve y ya no hubo mayor paz porque
llamaban a la puerta con violencia.
Había
llegado el momento. No interesaba al extranjero oponer resistencia o
huir. Ni siquiera discutir, puesto que no manejaba la lengua materna
de aquellas tierras y esos hombres nunca habían tenido un contacto
con un foráneo, por lo que ni sabían ni le veían utilidad aprender
una lengua que no fuera la suya.
Abrió
la puerta con resignación y el frio helador fue el primero en pasar
a dentro. No le siguió nadie.
Lanzaron
un anorak y unas botas de campaña mientras se miraban a los ojos.
“Få
klädd snabbt och låt oss gå” -sonó como un gruñido.
“They
want you to get dressed and you go with them” -tradujo Sophie.
Ambos se miraron extrañados, pero también resignados. Había
acabado su aventura. Era el final de un sueño hecho realidad que
había dado sentido a sus vidas.
Sin
embargo, rápido cubría su oscura piel con su propia ropa.
Aprovechaba dos gordos jerseys y el pantalón térmico que introducía
en unas botas de travesía que ataba con dedicación.
Se
incorporaba y se ponía el anorak meditando si despedirse.
El
ensortijado y áspero pelo quedaba por tapar y Sophie, mientras le
besaba con una lágrima en los ojos, se lo cubría con uno de sus
gorros, tejidos a mano por su madre tiempo atrás de la lana. Le
ayudaba a cerrar la garganta con una bufanda similar y le acompañaba
a la puerta.
La
abrieron y todavía parecía que hacía mucho más frío.
Los
dos nórdicos permanecían junto a la puerta como si tal cosa,
acostumbrados a éste frío, y contemplaban los contrastes entre él,
moreno, de piel oscura, fuerte y abrigado en extremo junto a ella,
menuda, de piel blanca y simplemente tapada con un pijama de algodón.
Abrieron
la puerta trasera del coche. No querían perder tiempo, ni tampoco
dar una despedida romántica a los amantes. El tiempo apremiaba y ya
tienen edad suficiente para saber que esos vientos que venían del
norte traerán tempestad en forma de más frío y nieve. Montaron en
la parte delantera del coche. El más viejo como copiloto, apurando
un cigarrillo de tabaco de liar, y el más joven colocándose unas
gafas de sol daba la vuelta al coche para disponerse a conducir sin
perder la mirada sobre los ojos de Sophie.
Ésta
aguantaba la compostura hasta el último momento en el que sintió
los dedos de él desprenderse de los suyos. Ahí, cerro los ojos y
agacho la cabeza. Sabía que el destino no era el más placentero.
Sin embargo, se recompuso y gritó: “Förvänta”.
Se
dio la vuelta sin cerrar la puerta. Los tres sabían que les iba a
acompañar. Sophie no es una mujer timorata y acomplejada, sumisa a
un patriarcado. Ella es una valiente incluso en un pueblo de mujeres
valientes y aguerridas. No se va a amilanar, ni tampoco resignar.
Luchará como el primero y será la última en abandonar.
No
tardo mucho en salir pertrechada para una jornada de batida en el
helado bosque. Su indumentaria no dista de la de sus compañeros. Y
le añade una carabina de precisión capaz de tumbar a un reno adulto
macho a dos kilómetros. Es una experta tiradora y aunque no se lo
habían pedido, los tres saben es buena compañía para la tarea a
emprender.
No
saben la hora exacta que es, pero seguro que es temprano por la
mañana. Hace ya varias semanas que no amanece, porque no anochece.
En aquellas latitudes, los solsticios se alargan en el juego entre la
luz y la oscuridad. Y son el terreno abonado a los terrores y los
misterios. Pero si que es el primer día en luchar contra el amanecer
de las bestias.
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