Para salir del tedio, la costumbre y lo conocido, nunca viene mal hacer una pequeña escapada. Este último fin de semana decidimos visitar Valverde del Fresno en sus fiestas patronales de invierno. Aunque la idea en un principio parecía descabellada, la realidad nos ha sido mucho más gratificante, dejándonos un muy buen sabor de boca, por lo que probable es, el que volvamos allí en algún momento.
Después de un viaje de ida un tanto complicado (gracias a José, el amigo camionero de Dani), conseguimos llegar a un valle espectacular, en cuyas laderas se asentaban San Martín de Trevejo, Eljas, y el propio Valverde del Fresno, dentro de la Sierra de Eljas. El paisaje, típico de montaña era delicioso; las escarpadas colinas se sucedían bordeadas por la niebla, mientras que a nuestra altura el verdor de pinos, olivos, jara y robles cegaban cualquier otro color a nuestros ojos.
Nuestro lugar de alojamiento fue un maravilloso camping, rodeado de este paisaje agreste y acogedor, y respetado por un clima maravilloso en el que se vislumbra el invierno con camisetas de manga corta. El mejor bungalow al que hemos rendido visita, solo nos acogió una noche, pero basto para saber donde volver.
La fiesta es el caballo. El pueblo vive por y para este fastuoso animal, y todos sus hermanos equinos. Fácil era ver asnos, pollinos, percherones, ponys (y el coche del garfio, también), potros, y buenas yeguas y caballos, que hicieron las delicias de los allí presentes.
Pero lo mejor de todo eran nuestras anfitrionas. Montaña, con la que tengo poca relación porque la veo algo más tímida y Leticia, la definición de encanto hecha mujer. No sólo nos acogió en su casa, nos dio a conocer el pueblo y la comarca, sino que también se deshizo para tenernos a todos y todas bien atendidos y que estuviéramos contentos. Gracias por ser nuestra particular cicerone y espero que siempre nos llevemos bien. Y gracias también a tu madre, maravillosa cocinera que nos deleito con su animoso carácter y su destreza culinaria. Ya sé de donde has sacado la alegría.
Por último, citar a nuestras compañeras de viaje. Silvia por cuya cálida compañía se puede esperar mucho de más de media hora; y Sofía cuya sonrisa es el alimento de nuestra alegría y sus palabras el suave sonido de la sensualidad.
Gracias a todas, las que estuvieron y las que no pudieron, por sacarnos del tedio, no un finde, sino ya casi una vida. Espero de corazón que siempre tengamos esta buena relación. AMIGAS.
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