jueves, 25 de julio de 2024

Semana de la Historiografía. 3. La Historia en crisis


Los últimos treinta años del siglo XX estuvieron marcados por una sucesión de transformaciones políticas y culturales como el individualismo o el consumismo, que abrieron un nuevo paradigma en un mundo en crisis (1). Esta situación se trasladaba a la historiografía, incapaz de dar una explicación a lo que sucedía bajo las corrientes anteriores y que vio como nuevas tendencias y perspectivas críticas trataban de superar las limitaciones de los planteamientos previos.

Se cuestionaban los convencionalismos de las escuelas instaladas, contestando por un lado a la rigidez de la escuela de Annales o del marxismo británico, pero también la supuesta objetividad del estructuralismo y las respuestas totalizadoras, que bajo sistemas como el lenguaje o la cultura procuraban explicarlo todo. Aparecieron críticas por parte de autores como Pierre Bourdieu, quien censuraba las ideas de gusto y valor cultural porque respondían a la jerarquía social; o Michael Foucault opuesto a la idea de historia como progreso. En definitiva, una sucesión de nuevos planteamientos que ocasionaron una “crisis de la historia” que dio a luz a nuevas formas de investigar, difundir y escribir la historia.

Esta crisis intentó ser explicada bajo paradigmas más radicales, como el neoliberalismo, cuyo autor más influyente en teoría historiográfica, el estadounidense Francis Fukuyama, habló en 1989Del final de la historia” al terminar la línea de progreso histórico con el fin de las ideologías y el triunfo del capitalismo y la democracia. Antes, Frederic Jameson en los años 70, y bajo un planteamiento marxista, expresó su “final del Arte”, convertido ya en objeto de consumo en un mercado global al servicio del capitalismo (Jameson 1998: 105). En general, Historia y cultura eran conceptos discutidos, y las teorías que debían dotarles de explicaciones racionales no funcionaban.

Una de las primeras respuestas ante esta situación de cambio vino de la inspiración que los trabajos de Edward P. Thompson, como renovador de la corriente marxista, habían legado. Su planteamiento de una “historia desde abajo”, con un fuerte marchamo antropológico (que explicase bajo experimentación cómo vivían los hombres comunes) y una perspectiva política, serían los principios de una nueva forma alternativa conocida como microhistoria. Esta conjunción de microhistoria y antropología daría lugar a un auge de los estudios de historia locales y a un renacimiento del género biográfico.

Quien primero recogió esta forma de trabajar la historia fue Carlo Guinzburg con su libro El queso y los gusanos (1976). En esta pionera obra, Guinzburg aúna el estudio de los factores culturales y las formas de la vida cotidiana de un molinero del Renacimiento italiano, a través de la antropología y una original presentación del relato histórico. Así, consigue superar las limitaciones provocadas por la falta de documentación histórica sobre las personas comunes de un período concreto (Guinzburg 1996: 6), al tiempo que cumple con su objetivo de narrar un conocimiento más universal mientras cuenta el día a día de un individuo anónimo.

Ya en los años 80 la renovación continúa a través de un “giro lingüístico” planteado en Gran Bretaña con el objetivo de salvar las deficiencias teóricas y metodológicas de la historia social, incluyendo los trabajos sobre el lenguaje de clases. Esta forma de trabajar la Historia influenciará en los trabajos posteriores sobre análisis históricos de cuestiones temáticas de género, de razas, etc., en los que el estudio del lenguaje resultaba clave (Scott 1990: 23).

Siguiendo esta línea que ponía el foco del estudio de la Historia en la narración aparecen los trabajos del historiador norteamericano Hayden White. Éste homologará la Historia con la creación literaria, como un género literario más, al tiempo que teorizará sobre la construcción literaria de la Historia a través de la diversidad filosófica e ideológica de autores como Hegel, Marx, Nietzsche, Torqueville o Ranke, entre otros (White 1992: 19). Además, reflexiona sobre la naturaleza de la obra de temática histórica, basada en las relaciones entre los hechos y sus protagonistas, y no tanto en los datos cuantitativos (White 1992: 21).

Desde Francia, otros autores profundizarán en los planteamientos sobre Historia y narración. El filósofo Paul Ricoeur considerará la Historia como una rama de la literatura, donde se tiene que argumentar y explicar con fin de establecer la causalidad. Todo ello sin descuidar la dimensión ética de la Historia. Y el antropólogo Michel de Certeau, definirá la Historia como una disciplina crítica destinada a perturbar el orden establecido.

Sin embargo, los acontecimientos históricos de los años 80 (2) provocó un gran impacto en las nuevas generaciones de historiadores que como respuesta se refugiaron en nuevos campos de estudio basados en el concepto de identidad como fundamento cultural del proceso de construcción colectiva, ya fuera en el terreno de la nación, la raza o el género. De este modo, la Historia no sólo funcionaba como una narración sobre el pasado, sino que además tomaba partido en la construcción del presente. Algunos autores que siguieron esta linea fueron Benedict Anderson, Ernest Gellner o Eric Hobsbawn quienes ya en 1983, volvieron a la cuestión de los nacionalismos. Destaca Anderson quien explicó el proceso de formación de los modernos estado-nación en base a factores identitarios compartidos como la lengua, la etnia, la religión, las instituciones y derechos previos (Anderson 1979: 11).

Siguiendo esta idea de construcción de identidad, el desarrollo del movimiento feminista desde los años 60 necesitaba en los 80 de una Historia que pasase de lo físico a lo cultural, es decir, de una Historia de las mujeres a una Historia de género. Destaca en este sentido, el trabajo de la historiadora norteamericana Joan Wallach Scott quien reinterpreta las relaciones tradicionales de género y poder en base a las diferencias entre sexos (Scott 1990: 40) como una discusión abierta frente al dominio patriarcal (Rotger 2016: 1). En general, estas aportaciones feministas buscan conocer las implicaciones de las relaciones de género en todos los ámbitos (García 2021: 5). Por su parte, Gisela Block se ha centrado en las representaciones que han llegado hasta hoy de las mujeres del pasado, aisladas de los hombres y tratadas bajo una perspectiva masculina (Block 1991: 1). Y de Pierre Grimal muy centrado en las luchas de las mujeres oprimidas, también por cuestión de su raza, etnia o clase social (Grimal 1973: 10).

Por último, era necesario acometer los estudios históricos sobre la raza en un mundo ya post-colonial. Mientras el británico Stuart Hall igualaba la identidad nacional británica en torno a la raza blanca, el historiador palestino-estadounidense Eduard W. Said en su obra Orientalismo (1978) censura las visiones occidentales sobre Oriente puesto que está influenciada por el contexto imperialista y colonial (Said 2016: 19). Al mismo tiempo, se incluyen estudios sobre grupos sociales subordinados o subalternos (término de influencia gramsciana) donde destacan los ensayos en torno a las formas de resistencia indígenas frente a la penetración colonial que laminaba su identidad. Como resultado se cuestiona la idea de “Historia Universal”, basada en las connotaciones y preferencias occidentales.


En general, el último tercio del siglo XX fue una época tumultuosa en el estudio historiográfico, fruto de un mundo en crisis, que dinamitó los planteamientos tradicionales. Esto se produjo tanto a nivel metodológico como en su fundamento y propósito. Pero siempre buscando completar el relato histórico a través de múltiples perspectivas que integrasen todos los factores de estudio. Incluidos los que hasta entonces habían sido menospreciados o silenciados. El objetivo ha seguido siendo el mismo: construir una narración histórica lo más completa y cercana a la verdad posible.

 

(1) En el apogeo de la Guerra Fría los regímenes del mundo bipolar vivían crisis internas que se trasladaban al plano internacional. La lucha por los Derechos Civiles en Estados Unidos aumentaba su eco junto a una revolución cultural en torno a las protestas por la Guerra de Vietnam y la corrupción del caso Watergate. En la URSS se hacía patente el descontento interno y en los países ligados al Pacto de Varsovia, cuyas protestas fueron silenciadas violentamente. China terminaba su propia Revolución Cultural bajo el sistema comunista, al tiempo que se constituía un Tercer Mundo fruto de los procesos de descolonización en África y Asia. Y en 1973 los países productores de petróleo (OLEP) decidían cerrar el grifo provocando una crisis económica por desabastecimiento de la gasolina mundial, el combustible que hacia posible la segunda fase de la industrialización (Veiga 2021: 40-48).

(2) La crisis institucional de la Unión Soviética auguraba el colapso del régimen, así como la caída del bloque del Este. Acontecimientos como la sucesión de líderes del año 84, la catástrofe nuclear de Chernobyl (1986), los boicots a los JJ.OO. (en Moscú 80 no acudieron los norteamericanos; en Los Ángeles 84 no lo hicieron los soviéticos y otros países del Este), o las revoluciones pacíficas en Polonia (1987), Checoslovaquia (1988) o en la RDA que causó la caída del Muro de Berlín (1989) causaron una gran incertidumbre (Gil 2019: 7-30).

 




BIBLIOGRAFÍA

ANDERSON, P. (1979). “El Estado absolutista en Occidente”. En: El Estado absolutista. Madrid, etc. : Siglo XXI, (Closas-Orcoyen). págs. 9-37.

BOCK, G. (1991). "Challenging Dichotomies: Perspectives on Women's History". En: OFFEN, K.; PIERSON, R.; RENDALL, J. (eds.). Writing women's history: international perspectives. London: Macmillan. págs.: 1-23.

GARCÍA, A. (2021). De la historia de las mujeres a los estudios de género: cincuenta años de tendencias historiográficas. Barcelona: FUOC.

GIL, M. (2019). Historia internacional: del fin de la Guerra Fría a la Segunda Guerra del Golfo. Barcelona: FUOC.

GINZBURG, C. (1996). "Prefacio". En: El Queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo XVI. Barcelona: Muchnik. págs.: 3-14.

GRIMAL, P. (1973). "Introducción". En: Historia mundial de la mujer. vol. 1. Barcelona: Grijalbo. págs.: 9-18.

JAMESON, F. (1998). "¿Fin del arte o fin de la historia?". En: El giro cultural. Escritos seleccionados sobre el posmodernismo. Buenos Aires: Manantial. págs.: 105-128.

ROTGER, N. (2016). ABC de os Estudios Literarios. Términos críticos para el estudio de la literatura. Barcelona: FUOC.

SAID, E. (2016). Orientalismo. Barcelona: Penguin Random House. págs.: 19-22.

SCOTT, J. (1990). "El género: una categoría útil para el análisis histórico". En: AMELANG, J. S.; NASH, M. (eds.), Historia y Género: las mujeres en la Europa moderna y contemporánea. València: Institució Valenciana d'Estudis i Investigació. págs.: 23-56.

STONE, L. (1983). "The Revival of Narrative: Reflections on a New Oíd History”. En: Past and Present. 85, n° 4. (noviembre 1979). págs.: 3-24.

VEIGA, F. (2021). Aparición, apogeo y atenuación de la primera Guerra Fría. La desconolización: 1945-1973. Barcelona: FUOC.

WHITE, H. (1992). "Introducción". En: Metahistoria: la imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica. págs.: 13-40.


miércoles, 24 de julio de 2024

Semana de la Historiografía. 2. ¿Hacia una Historia total?


El siglo XIX es considerado la “era de las revoluciones” y comienzo de la Edad Contemporánea (Fontana 2017: 25). Es un período histórico (1) de profundos cambios a todos los niveles (político, económico, social, cultural, del pensamiento) donde la historia se convierte en el fundamento de los pueblos y las naciones. En este contexto y hasta mediados del siglo XX se desarrollan diversas corrientes de pensamiento que marcarán a la Historia como disciplina. Entre las más destacadas están el Positivismo, la escuela de los Annales y el marxismo británico.

El Positivismo (2) surgido en Francia de la mano de Auguste Comte (1798-1857), quien se trasladó al estudio de la historia gracias a Leopold van Ranke (1795-1886) en los años 30 del siglo XIX en Prusia (3). El programa implementado por Ranke se basaba en un análisis detallado de los documentos, como fuentes primarias de hechos comprobables y avalados por la experiencia. De este modo, priorizaba la historia política y oficial, interpretando la historia como la sucesión secuencial de los distintos períodos.

Este desarrollo del positivismo abre la puerta a nuevos estudios para completar la explicación de las distintas épocas y acontecimientos. Por ejemplo, gracias al trabajo de Jacob Burckhardt (1818-1897) se desarrolla la historia cultural capaz de explicar la realidad histórica a través del análisis de las relaciones entre las distintas manifestaciones culturales, políticas, del pensamiento o religiosas. Por otro lado, se pueden atribuir a la aportación del positivismo el nacimiento de nuevas disciplinas dentro de las ciencias sociales como fueron la sociología o la ciencia económica moderna de donde destacan los trabajos de Max Weber (1864-1920), Émile Durkheim (1858-1917) o R. H. Tawney (1880-1962).

Sin embargo, el positivismo no estuvo falto de críticas. En un primer momento el trabajo de van Ranke estuvo contestado por la escuela prusiana, ligada al romanticismo y a la construcción del sentido nacional alemán. Criticaban la obra de van Ranke muy sujeta a la objetividad y por lo tanto falta de emoción y propósito. Más adelante, tras los desastres de la Primera Guerra Mundial comenzaron a plantearse nuevos desarrollos historicistas que ayudasen a explicar lo acontecido, visto como una ruptura de la civilización occidental. El estudio de la filosofía de la historia por parte de Ortega y Gasset (1883-1955) o Benedetto Croce (1866-1952), o un nuevo impulso para los trabajos en torno al marxismo de la mano de George Luckacs (1885-1971), Walter Benjamin (1892-1940) o Antonio Gramsci (1891-1937) resultaron las principales iniciativas.

Pero sin duda, el gran salto adelante en cuanto a las corrientes historiográficas en este período corresponde a la renovación que propone la escuela francesa. La publicación en 1929 de la revista Annales por parte de los historiadores Lucien Febvre (1878-1956) y Marc Bloch (1886-1944) marca una nueva forma de relatar la historia. Los grandes personajes, acontecimientos y cronologías clásicas ceden su importancia a los quehaceres de la vida cotidiana de la gente común. Estos se explican gracias al concurso de las ciencias sociales como la geografía, la demografía, la economía y las tradiciones e innovaciones culturales. Según esta interpretación, el tiempo histórico no puede ser una concatenación lineal, sino que corresponde a una dinámica de cambio perpetuo (Bloch 1952: 28). Desde el tiempo presente el historiador investiga las fuentes en su conjunto con actitud crítica y centrada en explicar los hechos concretos sin mediación del relato histórico. De este modo, hacen de la historia un punto de encuentro de todas las ciencias humanas.

Después de la Segunda Guerra Mundial la escuela de los Annales evolucionará de la mano de historiadores como Jacques Le Goff (1924-2014), George Duby (1919-1996), Pierre Villar (1906-2003) y fundamentalmente Fernand Braudel (1902-1985). La evolución vendrá por un interés en los procesos, ya fueran de largo recorrido como los geográficos, los más coyunturales como el pensamiento o la economía o más breves y cambiantes como la política (Braudel 1987: 17). Esta idea alentó unas de las principales innovaciones de la escuela de los Annales. El desarrollo del relato de la historia desde nuevos puntos de vista: Uno supranacional, que supera la historia circunscrita al estado-nación clásico; y otro el desarrollo de los estudios regionales que permitían un estudio monográfico de ámbitos geográficos y temporales más cortos. En este sentido, la principal innovación es la ruptura del tiempo lineal como narrador histórico (Braudel 1987: 16).

La evolución de esta corriente durante la segunda mitad del siglo XX se enriqueció con diversas criticas. Por ejemplo, el estructuralismo buscaba incorporar los estudios antropológicos y etnográficos a la ciencia de la historia. Por su parte, la siguiente generación de los Annales, donde destaca George Duby, se centraba en los cambios sociales, para lo que resultaba fundamental volver a un estudio profundo de las fuentes objetivas (Duby 1988: 44), a la forma del positivismo. Pero va más allá, puesto que para Duby, seguidor del estructuralismo (4), prima la necesidad de generar una Historia científica capaz de explicarlo todo. Además, volvieron a reflexionar sobre la cuestión de la verdad histórica, muy mediatizada por la ideología y expectativas del propio historiador (Duby 1988: 47), pero también por el propio compromiso por descubrir el pasado (Duby 1988: 37).

Al tiempo, la otra gran corriente historiográfica de renovación después de la Segunda Guerra Mundial surgía en Gran Bretaña de la mano de un grupo de historiadores ligados al Partido Comunista Británico. Como buenos marxistas enfocaron su trabajo en la lucha de clases como motor de la historia, y en que esta tenía un potencial transformador de las sociedades por lo que era imposible relatar la historia de forma neutral. Destaca Eric Hobsbawn (1917-2012) quien reflexionó sobre las condiciones materiales de las clases productoras (Hobsbawn 1998: 208). Así avanzando desde monográficos siguiendo la tendencia de los Annales consigue contestar el relato oficial, es decir, la historiografía tradicional (Hobsbawn 1998: 218).

El marxismo británico vivió una doble contradicción. Por un lado, a nivel político y de compromiso ideológico ante los acontecimientos económicos y geopolíticos que sucedían en la Europa de la Guerra Fría. Pero también a nivel metodológico, al quedar hechos sin explicación fuera del paradigma marxista, en el que la superestructura (la política, la cultura o las instituciones) se supeditaban a los condicionamientos estructurales (la economía).

La evolución en la escuela marxista británica estuvo marcada por autores como Raymond Williams (1921-1988) que añaduna perspectiva cultural al discurso economicista. Y fundamentalmente por Edward P. Thompson (1924-1993) quien desarrolló la historia social opuesta a la visión liberal. Para Thompson los trabajadores con su conciencia de clase y su oposición a la explotación hicieron avanzar la sociedad y la democracia. Para completar este estudio resultan fundamentales no sólo conocer las bases materiales, sino también todos los hechos que tenían que ver con la vida de los trabajadores. De esta manera Thompson critica la historia oficial que ve como propaganda (Thompson 2000: 26), pero también las corrientes positivista y marxista a las que observa centradas únicamente en los datos objetivos y explican en su totalidad los cambios de largo recorrido de la historia (Thompson 2000: 22).

La principal crítica que recibió el marxismo británico vino de las teorías de la modernización planteadas fundamentalmente desde Estados Unidos y Alemania, en un contexto de gran desarrollo capitalista. El optimismo histórico como avance social imparable y continuo explicaba la dinámica histórica, y gracias al nacimiento de las sociedades de consumo y los estados de bienestar occidentales, se argumentaba contra los planteamientos marxistas de enfrentamiento antagónico de clases como motor de la historia.

En general durante el siglo XIX y el grueso del XX no sólo se construye el mundo contemporáneo tal cual lo conocemos, sino que también lo hace la Historia y la forma de contarla (Langlois; Seignobos 2003: 50). Los diferentes acontecimientos y contextos geográficos, políticos, económicos, sociales, ideológicos o culturales modularon formas diversas de interpretar la Historia y de usarla en un sentido o en otro. Pero siempre estuvo motivada por encontrar la verdad del pasado y transmitirlo de la mejor forma posible.

 

(1) El comienzo de la Revolución Francesa (1789) y hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914) define El largo siglo XIX, un término acuñado por Eric Hobsbawn para referirse a un período histórico de profundos cambios que redefinieron una nueva era. Del mismo modo, para el historiador británico, el siglo XX sería un siglo corto, desde 1914 hasta la disolución de la URSS (1991) (Fontana 2017: 701).

(2) El positivismo es una teoría filosófica del siglo XIX que se presenta como alternativa al pensamiento racionalista y al empirismo que eran los paradigmas propios de la Ilustración. Para los positivistas el conocimiento se basa en el análisis de la razón de los datos “positivos”, en tanto de reales pues son percibidos por los sentidos. Por lo tanto, se trata de una teoría que supone una evolución del empirismo (Touchard 1961: 511).

(3) A partir de 1862 bajo el mandato del canciller Bismarck, Prusia impulsará un proceso de unificación con los distintos ducados y reinos que comparten la lengua alemana, dando origen así a la Alemania moderna.

(4) El estructuralismo se basa en el estudio de factores como el lenguaje, la cultura, la educación, el arte o la sociedad que interactúan y condicionan los objetos de estudio clásicos de las ciencias sociales y de la Historia, tales como las clases, las naciones, las épocas o los conflictos (Florian 2005: 196).

 



BIBLIOGRAFÍA

BLOCH, M. (1952). "La historia, los hombres y el tiempo". En: BLOCH, M. Introducción a la Historia. México. D.F. : Fondo de Cultura Económica. págs.: 21-41.

BRAUDEL, F. (1987). "Prólogo a la primera edición francesa". En: BRAUDEL, F. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la épica de Felipe II. vol. 1. México: Fondo de Cultura Económica. págs.: 12-20.

DUBY, G. (1988). "Un nominalismo moderado". En: DUBY, G. Diálogo sobre la Historia. Conversaciones con Guy Lardreau. Madrid: Alianza. págs.: 37-53.

FONTANA, J. (2017). El siglo de la revolución. Barcelona: Ed. Critica.

FLORÍAN, V. (2005). Diccionario de filosofía. Bogotá: Ed. Panamericana.

HOBSBAWM, E. (1998). "Sobre la historia desde abajo". En: HOBSBAWM, E. Sobre la Historia. Barcelona: Ed. Crítica. págs.: 205-219.

LANGLOIS, Ch. ; SEIGNOBOS, Ch. (2003). "Advertencia", “Cap. 1. La búsqueda de documentación (Heurística)”, “Libro I. Preliminares. 2. Las ciencias auxiliares”. En: LANGLOIS, Ch.; SEIGNOBOS, Ch.. Introducción a los estudios históricos. Alicante: Universidad de Alicante. págs.: 45-55, 59-77, 79-91.

THOMPSON, E. P. (2000). "Historia y Antropología”. En: THOMPSON, E. P. Agenda para una historia radical. Barcelona: Crítica. págs.: 15-43.

TOUCHARD, J. (1961). Historia de las ideas políticas. Madrid: Ed. Tecnos.


Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...