lunes, 7 de septiembre de 2009

Aprender a llorar

No había sido una gran noche. Pensó en la tarde que desplazarse a la gran ciudad le podría reportar una noche única. Lo que ignoraba era que lo supremo en belleza, vitalidad o importancia puede radicar en cualquier sitio. El beep-beep del cierre automático fue la señal que indicaba que la noche había terminado. 27 kilómetros hasta casa. Nada le iba a hacer recordar aquella noche, de manera especial. Había visto muchos cuerpos de niñas bonitas, pero ninguna fue lo suficientemente interesante para llenarle los oídos con cumplidos. Las embriagadas carcajadas de sus amigos no las sentía como propias, porque hacía mucho que sus vidas habían tornado a todos los sueños que él había sido incapaz de conseguir. Ni siquiera ya conservaba el zumbido de la indiferente música y la falta de alcohol en sangre, le había provocado tener en la cabeza, el vacío de su vida, la cansada rutina y los problemas diarios, y la vacía existencia que llevaba.
Entro en su reluciente coche negro, y al girar el contacto ya sonaban los acordes de viejos cantautores tarareando problemas eternos. No hizo falta mucha velocidad para que la luz de los xenón iluminará el asfalto más allá de los intervalos de sombra entre farola y farola. Llevaba 5 minutos al volante y enfocaba una amplía avenida cuyo final conocía pero no veía y que le sacaba directamente a la autopista. Inmerso en la conducción no había reparado en que apenas se había cruzado con algún coche, y mucho menos con un viandante, por eso se sorprendió al sentirse aminorando la velocidad al alcanzar a una joven que relucía una esbelta figura bajo la luz de una débil farola.

Casi sin consciencia y con la boca entreabierta se quedo perplejo al ver girarse a la muchacha. Su belleza era arrebatadora. La falda que a espaldas se intuía, se convirtió en un voluptoso y a la vez ceñido vestido blanco, con adornos bordados en la cintura. Partía tres dedos por encima de la desnuda rodilla y aunque no se intuía su final porque se resguardaba bajo una chaqueta negra de cuero, si pudo apreciar el cierre de un escote en V que marcaba su pecho y dibujaba el intermedio entre cordeles cruzados. Calzaba unos botines negros que le alzaban hasta poco más de la media pantorrilla, compaginados con el color de la chaqueta, el negro de su cabello y el brillo de sus ojos. De su rostro se sorprendió tener tanto detalle, pero los intensos ojos negros, enmarcados en unas cejas perfectas dejaban paso a una recta y proporcionada nariz, que te invitaba a besar su boca, dibujada en unos labios de perfecto volumen, intensa humedad y sútil color. Todo el rostro de blanca tez, resaltado por el negro color de su cabello. Una media melena abierta en el centro que encortinaba la ventana de su mirada.

El ya casi imperceptible rugir del motor acompañaba el viaje unos metros más en un baile ya de pasmosa lentitud, hasta el momento en el que clavo su mirada en el espejo retrovisor y la vió gritando, con la mano levantada. Paro el coche sin hacerlo forzadamente, puesto que llevaba frenando varios metros atrás, tal y como el que se apostilla ante cada opción para soñar. Durante breves segundos pensó en partir nuevamente, subir el volumén de la radio e intentar olvidar. Pero aquella imagen onírica ya la tenía clavada en su mente y le pudó más la curiosidad que el miedo o el pasotismo. Y eso era precisamente. Curiosidad. No había lujuria, ni violencia tras aquellos faros traseros de poderoso color rojo. Quiso pisar el embrague y dar marcha atrás, pero no tuvo tiempo, puesto que ya una frágil mano abria la puerta de acompañante.

"¡Hola!, -sonó en el habitáculo silenciando la música-, ¿tú eres de mi pueblo, no? Iba para la estación de autobuses a coger el primero a las 7 de la mañana, pero al verte me he dicho que quizás no te importaría llevarme, y por eso te salude".

La noche es imprevista y soñadora. Jamás se le hubiera ocurrido que una belleza tan atrayente se postrara ante su coche, pidiendo un favor, sin ninguna muestra de temor, quizás porqué ya estaba embaucado por sus cantos de sirena.

Agarrando con la mano izquierda el volante le dijo "¿Dónde Vives?", y ella le comento que en la urbanización a la entrada, en un pequeño chalet, en la calle Edimburgo. "Está bien; te llevo". Y sin perder más tiempo, el sonar del cierre de la puerta y un nuevo arrancar del coche, fueron todo en uno. Les esperaban un largo camino y una noche oscura, pero ambos tenían la certeza de que no lo hacían ya sólos.

"¿Y cómo te llamas?" Alba, me llamó Alba; "¡ahh, qué bonito! yo soy Esteban; ¿No recuerdo haberte visto pero si qué tu cara me suena?, no sé por qué." "Yo a ti si te he visto por allí, y tu coche también; es muy bonito" -replicó Alba. Consumían los últimos intervalos de luz artificial antes de inmiscuirse en la oscuridad de la autopista. La luz azulada que desprendía la ingeniería alemana iluminaba el asfalto, mientras ambos se acompañaban mutuamente. "¿Y cómo es que ibas sóla?" -le pregunto Esteban. La chica no se limitó a girar la cabeza o balbucear una respuesta de mala gana. Giro su cuerpo desde su cintura hacia la posición de Esteban, y con plena sensualidad junto sus muslos y separo a la vez sus pies, llenando el cuadro de inocencia y misterio. Su rostro jugaba con una media sonrisa de plena confianza, y una mirada viva y dulce que dieron dimensión eterna a la pregunta. Con confianza le contó que no estaba muy animada para continuar la "fiesta" y que pensaba en dar un paseo hasta la estación de autobuses. "¿No tienes miedo a la oscuridad?" -respondió en tono jocoso Esteban- "¡Qué va!; La noche es lo mejor. Poder salir y sentir la temperatura fría del ambiente, las almas que pululan en la noche... Es un lujazo, de verdad. Me encanta. Salir con mis amigas o pasear con mi perro... Se puede decir que soy un animal nocturno!!!". Divertida estalló en carcajadas, mientras Esteban fijamente se concentraba en la carretera y esbozaba una media sonrisa.

Pronto los kilómetros se empezaron a descontar del camino y a añadirse a la pesadez de los cuerpos que no de las mentes enfrascadas en tan placentera conversación. -¿Mi novia?, -preguntó sorprendido Esteban- Hace mucho que no tengo a nadie para decirle esa palabra, o dedicarle mi corazón. La pesadumbre, apareció en un rostro cansado de correrías sin destino y finales sin camino. -Cualquiera queria estar contigo, - si jeje, seguro. Tú si que puedes tener al que quieras, me sigue sorprendiendo que nadie se haya prestado esta noche para ir contigo. A la contestación de Esteban, no le siguieron palabras expulsadas de los labios de Alba. Fue su corazón el que dijo que hay caminos que inevitables se hacen por soledad, y un frío recorrió el habitáculo y helo los cuerpos.

El velocímetro por fin alcanzo los 120 km/h velocidad de crucero para el destino y para evitar sobresaltos. Y con la noche como testigo, hablaron de sueños. De cómo ser felices, de si alguna vez lo han sido, y ambos empezaron a soñar con hacerlo juntos. Así fue como Esteban descubrió entre miradas de intenso negro y latente curiosidad la simpatía que radiaba Alba, mientras ella a su vez dejo deslizar su chaqueta para quedarse con los hombros desnudos de nacar, y postrarse hacia el asiento trasero para dejar su prenda arrebatada.

Tal imagén mascullada con el rabillo del ojo provoco la turbación del conductor, que sin dejar de pensar en tan bella imagen, su cabeza sólo le hacia apreciar la inocencia y interés que despertaba la jovén Alba.

La soltura y la dinámica Alba sentenciaba al amor a un Esteban que a su vez conseguía en los oscuros ojos de su acompañante como conseguía él hacerse un hueco. Ambos reían y sentían crecer un sentimiento que casi siempre tarda mucho en hacerse fuerte, pero que en ocasiones puede abrazar dos almas gemelas, que sólo necesitan decirse una vez hola, para hacerse eternos.

De repente la niebla cerró la carretera y turbó el camino del que ya apenas quedaban unos 15 kilómetros. -Tengo unas ganas enormes de viajar -sentenció Alba. Siempre pensé en hacerlo con el chico que me gustará, en recorrer y conocer mundo, ir de aquí para allá, Italia, pero también España, América... Y ahora que no encuentro a nadie que quiera acompañarme me voy a tener que ir sola. Aquí comenzaron unas carcajadas mitad fruto de la ocurrencia, tres-cuartos de la frustación que Esteban no dudo en acompañar, con un rotundo, "yo voy a dónde tu quisieras". Así comenzaron a desengrañar destinos, playas vistas y oídas, pero jamás visitadas. Ciudades de indómita belleza tan sólo referenciadas en atlas y sueños. "Con un tio como tú, si que podría estar segura, jeje". "No iba a dejar que te pasará nada, en ningún sitio", soltó un ya confiado Esteban, mientras pensaba en cómo esta dulce criatura, había arañado su principal sueño de salir de esta misera provincia, de una paupérrima sociedad a nivel económico pero también moral.

Y así tomaron la salida 27. Era ideal para entrar en la urbanización de... Cinco o seis curvas, reviradas, a izquierdas y derechas, para enfilar una rotonda que daba el acceso a una retahíla de coquetos chalets unifamiliares, agrupados en unas 18 calles en forma de manzana. Calle Estocolmo. "No por aquí no, vete hasta el última calle y esa es", le dijo Alba. Esteban no pudo acelerar por el vaivén de los badenes, pero tampoco tardo en demasía para girar hacia la derecha. Coche de tan cuidado y preciso diseño, sumado a la pericia del conductor apenas provoco una turbación en el ambiente, pero eso no impidió que 3 o 4 casas adelante, se oyeran los ladridos de un perro. "Esté ya me ha olido" solto jocosa Alba, y señalaba su casa. "Mi perro siempre que dobló la esquina ya sabe que vengo".

Esteban aparco el coche, pero no quito el contacto. Las luces seguían iluminando el final de una calle, que se intuía pero desconocía, x la frondosidad de una niebla que nadie se habría atrevido a predecir. Ambos se miraron, y andaron el camino hacia un beso que deseaban más que nada. Pero Alba, no quiso encantar ya a su amado y deposito sus labios en la mejilla del jovén, para después pedirle que mañana viniera a buscarla, en un ruego, un susurro, que no consiguió silenciar el atronado ladrido del perro.

Alba, perdía una lágrima en la despedida que tenia su reflejo en la que resbalaba por el rostro de un Esteban, convencido de haber conocido al amor de su vida. La jovén abrió la puerta y salió del coche, para antes que Esteban la buscará atravesar la puerta, sólo pudiera encontrar el cierre de la valle del chalet. Hasta el perro había callado ante tal muestra de respeto y amor, e incluso la niebla abandonaba el lugar después de haber presenciado tan tierno espectáculo.

Esteban ya se disponía a buscar el camino a su cama, para quizás intentar continuar la noche con su nueva amada entre sueños, cuando se percató de que la chaqueta de Alba, estaba en su asiento trasero. Paró el coche, y pensó que hacer. No eran horas para ir a llamar a la puerta, pero vió que la luz de la entrada de la casa seguía encendida. Entonces agarró la prenda, y marcho con gran rapidez hacia la puerta que daba al jardín delantero. Allí de cuquillas, pudo ver al perro, un border coiler, echado, despierto pero con un rostro pleno de melancolía. Buscando la ecuanimidad entre gritos y susurros llamó a Alba, varias veces, hasta ver abrirse la puerta.

No fue la joven la que salió de la casa, sino una mujer ya mayor, que no vieja. De esas personas de belleza sutil e impulsiva, que sin duda era la madre de Alba. Rondaría unos 45 años, pero su rostro iluminado por la luz del recibidor, mostraba muchas más marcas, quizás no de edad y si de sufrimiento. "¿Qué quieres?", le expeto a un Esteban sorprendio y avergonzado. "Devolverle la chaqueta a Alba", y le mostró a la mujer la chaqueta de cuero negra, que lucía su hija. Está no pudo más que arrodillarse y comenzar a llorar, al darse cuenta de que era la prenda de su hija. De una hija que hacía ya mucho que no pasaba por casa, de una hija que ahora sólo puede llorar frente a una piedra. Una piedra que cayó en el ánimo de Esteban que enamorado y engañado por las ánimas sólo era capaz de encontrar el confort en la muerte.

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