lunes, 14 de abril de 2025

Trabajos de Mierda

 


"Si alguien hubiera deseado proyectar el régimen laboral más adecuado para conservar el poder del capital financiero, resulta difícil imaginar cómo podría haberlo hecho mejor. Los trabajadores productivos que sobreviven son presionados y explotados de forma implacable, mientras que el resto se divide entre el aterrorizado estrato de los universalmente denigrados desempleados y un estrato social algo mayor formado por los que, en esencia, reciben un sueldo por no hacer nada, en puestos concebidos para inducirles a identificarse con las perspectivas y las sensibilidades de la clase dirigente (gestores, administradores, etc.) —y en especial con sus avatares financieros , y por otro lado para incentivar, al mismo tiempo, un resentimiento larvado contra todo aquel cuyo trabajo tenga un valor social claro e innegable. Por supuesto, tal sistema nunca fue diseñado de manera consciente y surgió como resultado de cerca de un siglo de prueba y error, pero es la única explicación de por qué, pese a los enormes avances tecnológicos,no tenemos todos jornadas laborales de tres o cuatro horas."

Último párrafo del artículo original de David Graeber que dio pie a este libro. El artículo es brillante (Graeber, David (2018). Trabajos de mierda. Ed. Ariel. Barcelona. página: 11).


David Graeber (1961-2020) fue un antropólogo estadounidense de tendencias anarquistas. Célebre por sus estudios sobre las implicaciones antropológicas y sociales que tienen las relaciones económicas entre individuos y grupos. Su tesis doctoral, centrada en la Historia Social de Madagascar demostró cómo y por qué las diferencias de clase sustentadas en los sistemas coloniales y esclavistas, todavía hoy seguían rigiendo las estructuras políticas, económicas y de poder en la nación isla del índico africano. Desde posiciones antifascistas e izquierdistas estudió los orígenes de los conceptos de dinero, propiedad y deuda, logrando desmentir los tópicos de la ciencia económica actual, así como también demostrar que tal posición hegemónica tiene su base en una autoridad basada en la violencia y la guerra. Además, su labor de profesor siempre estuvo implicada en la integración y el activismo para con sus alumnos y las causas justas, como el genocidio palestino o la Guerra de Irak que le valieron un polémico despido de su plaza como profesor en la Universidad de Yale. También se implicó de manera personal y activa en el movimiento Occupy Wall Steet, y al mismo tiempo, desarrollando un manual teórico de la indignación y la rebeldía que tituló Somos el 99%. Una historia, una crisis, un movimiento. Por desgracia, falleció en Venecia en septiembre de 2020, víctima de un accidente de tráfico (algún día, alguien debe de investigar las extrañas muertes en accidentes de tráfico de personas brillantes cuando menos, incómodas al sistema).

En 2013, David Graeber publicaba un artículo en la revista Strike, sobre el fenómeno de los trabajos de mierda. Originalmente titulado On the Phenomenon of Bullshit Jobs, el ensayo adquirió una trascendencia inusitada por su brillantez y por acertar de pleno en el espíritu y las opiniones sobre la propia autorrealización personal (y profesional, y laboral) de millones de personas en todo el mundo, pero en especial, y en primer término en Estados Unidos y Reino Unido. Desde las cunas del liberalismo y el neoliberalismo, el texto fue traducido en 12 idiomas, y su premisa principal se lanzó en una encuesta mundial bajo la plataforma Yougov.

La tesis del ensayo es que una gran mayoría de los trabajos actuales, y especialmente, los generados a partir de los años 80 del siglo XX, no tienen una incidencia positiva en la sociedad. No generan riqueza, ni de manera directa, ni indirecta, en el campo de la economía real. En cambio, solo sirven para generar frustración e insatisfacción, tanto en los trabajadores que los llevan a cabo, como en las personas que tienen algún tipo de relación con estos trabajos. Los cambios y avances tecnológicos, la informatización de las tareas y de la propia economía y especialmente los procesos de terciarización de la actividad productiva, habían generado un altísimo desempleo, y en vez de repartir el trabajo entre todos, con menores jornadas laborales, el sistema “se ha inventadomiles de profesiones y puestos que no sirven más que para tener ocupados y subyugados a todos estos trabajadores. Con lo cual, la mejora tecnológica y científica de la economía productiva no ha servido para que la sociedad y los individuos, en general, ganasen o “comprasen” tiempo libre para dedicarlo a actividades creativas y más satisfactorias a nivel personal. Al contrario, las plusvalías extraídas por la élite de estos avances se han re-invertido en la industria y fundamentalmente en el consumo para seguir manteniendo, o quizás hasta devolviendo, a las masas obreras en esclavos pegados al trabajo. Para ello ha resultado fundamental la creación del sector productivo de la publicidad, el mayor ejemplo de trabajos absurdos, nocivos e innecesarios que una sociedad puede tener. Incluso, Graeber se muestra especialmente crítico con la burocracia añadida a trabajos realmente importantes y trascendentes en los ámbitos de la sanidad o la educación, y que solo sirven para deslegitimarlos como valores de igualdad y riqueza y derechos humanos a conservar. Como resultado de la encuesta de Yougov, hasta un 37% de los consultados en Reino Unido estimaba su trabajo como inútil y que “no contribuía en nada a la sociedad”.

Ante el éxito y revuelo provocado por tan brillante texto, David Graeber pasó a profundizar en su tesis. En primer lugar, recabó más testimonios y documentación de varios lugares de Occidente, para ampliar las propias experiencias que se habían plasmado como respuestas directas a la propia publicación del ensayo en 2013. Su bandeja de correo electrónico se llenó con las vivencias de miles de trabajadores, fundamentalmente estadounidenses y británicos, pero no unicamente, que se sentían frustrados y se identificaban con las situaciones y patologías que Graeber exponía. De este modo, ejercitando con maestría la Historia Social David Graeber construía su libro, recopilaba los testimonios y extraía las consecuencias sociales de tal situación.

Para el autor, la mejora de los medios de producción a través de nuevas técnicas y avances tecnológicos no habían satisfecho la profecía de Keynes sobre “las semanas laborales de 15 horas”, y sin embargo, las masas trabajadoras seguían ancladas en largas jornadas a través de trabajos inútiles, innecesarios o incluso perniciosos. Clasificaba a los distintos tipos de trabajadores sin sentido en lacayos, matones, arregla-todo-s, burócratas o capataces, dependiendo del tipo de actividades que se viesen obligados a desempeñar. Estos tipos de trabajadores aparecían fundamentalmente en la empresa privada, pero también cada vez más en la pública, inmersas en el capitalismo competitivo. Esto genera un “feudalismo empresarial” por el que las empresas procuran mantener una distribución jerárquica basada en la autoridad y el estatus más que en el rendimiento productivo. Básicamente, los empleadores necesitan demostrar su poder a través de tener subordinados, que por regla general se encuentran precarizados.

También califica algunos de los sectores productivos modernos como absolutamente innecesarios o incluso ilógicos dentro del propio sistema capitalista, como la publicidad y el marketing, pero también los “innecesarios” sectores de seguros, abogados, o de dirección y que solo tienen función debido a la cada vez más amplia maraña burocrática que las actividades económicas desreguladas precisan. Esta paradoja permite la creación de miles de puestos de trabajo bien remunerados pero absolutamente improductivos, mientras todavía hoy se mantienen puestos fundamentales en la producción de riqueza mal pagados y con condiciones lamentables. Ejercidos especialmente por mujeres y personas racializadas.

Con Trabajos de mierda, David Graeber ataca el individualismo y el puritanismo anglosajón, así como los convencionalismos aceptados sobre el trabajo como valor virtuoso. Pone en cuestión con éxito la autorrealización individual en torno al trabajo, al que presenta como herramienta de desposesión colectiva de las clases trabajadoras. El capitalismo moderno ha atribuido al trabajo, y especialmente a los trabajadores manuales, es decir, a los que no poseen ni medios de producción, ni medios de intervención en la economía (llanamente los que no tienen capital), un deber cuasi religioso. El trabajo se convierte en necesidad y en obligación, y también, en elemento identificativo dentro de la sociedad. De este modo, desautoriza las ideas de John Locke quien en el siglo XVII presentaba de manera radical el trabajo como “deber y virtud” frente a los convencionalismos que lo despreciaban. Así, hoy en día los trabajos han adquirido un estatus de autorrealización que solo sirven para justificar el modo de vida actual. Sin embargo, lo que en realidad estaban provocando en millones de personas era frustración, desmotivación y problemas de salud, tanto de la psíquica y emocional como en la física, debido al estrés, el cansancio, la competitividad y la agresividad. Con esta crítica argumentada no sólo se discute el valor del trabajo y el capitalismo, sino que además se pone en cuestión la construcción de la sociedad actual, ligada al individualismo, el crecimiento económico como paradigma de éxito y a la autoridad del liberalismo clásico.

Al tiempo, que millones de personas se ven obligadas a desempeñar funciones nada productivas en el conjunto de la sociedad y la economía estandarizada, se les roba tiempo que podían dedicar a actividades más satisfactorias a nivel personal, y más productivas y beneficiosas para el conjunto de la sociedad, tanto en círculos cortos (su propio barrio, pueblo) a rangos de mayor amplitud. Con ello se logra la principal motivación política: la desmovilización social. Las masas trabajadoras ocupadas en estos puestos de trabajo, subyugados por un consumismo exacerbado, se sienten individualizados, compiten entre ellos y tienen cada vez menos tiempo para poner en común sus problemas y poder rebelarse. En suma, una explicación detallada y coherente de los profundos problemas de la sociedad actual.

La misma obra no se queda sólo en el análisis del ecosistema productivo y económico moderno, sino que va más allá y plantea soluciones. Por ello, el trabajo de Graeber ha adquirido tanta trascendencia y es tan de vital consulta y ejemplo. Lo hace además construyendo una filosofía propia y muy sólida, con análisis de causas y efectos, y por qué son más que recomendables hasta necesarias políticas y cambios directos en la sociedad. Por todo ello Trabajos de mierda compone un argumentario básico e incuestionable en materias como la dignidad humana, el sentimiento de pertenencia a la clase trabajadora, la necesidad de buscar nuevos o recuperar viejos mecanismos de asociación colectiva y ciudadana en defensa de la igualdad y la justicia social, o en propuestas como la reducción de las jornadas laborales, los sistemas de Renta básica o universal, o las teorías de Decrecimiento que critican los paradigmas del crecimiento como medida de la riqueza de las sociedades y que contemplan expresamente la eliminación de puestos de trabajo improductivos para la economía real o abiertamente nocivos para la sociedad.

Por todo esto, no se puede más que recomendar la lectura y la revisitación constante a Trabajos de mierda, de David Graeber. Una obra básica para entender este tiempo que nos ha tocado vivir, y un ejemplo fundamental para comprender la necesidad de activación social que necesitamos.

 

 

miércoles, 9 de abril de 2025

Qué sabe Google de ti

Imagen extraída de un portal de recursos gráficos libre.

 

No hay día en que no dejemos nuestros datos o huella digital en la red. Queramos o no hacerlo. Nos hayamos conectado a Internet de forma consciente, o si ha sido inconscientemente (muchas más veces de las que piensas). Y con esos datos las empresas poseedoras de las infraestructuras de recopilación, organización y publicación hacen su negocio. Recuerdo aquí que los datos son propiedad de cada individuo, del usuario, no de las empresas por mucho que faciliten las herramientas de acceso y uso de Internet.

Por lo tanto, se hace perentorio ser consciente de qué datos estamos dejando en la red. Para qué son empleados, qué duración tiene su vigencia y qué derechos nos amparan con respecto a ellos. Y en este camino se puede empezar por un interés por escapar de la cada vez más invasiva publicidad, pero rápidamente en cuanto se empieza a investigar un poco se acaba tomando conciencia en cuanto al estado de la democracia y el bienestar común.

Y es que nuestras libertades civiles se están evaporando delante de nuestros ojos.

Es fundamental protegernos en Internet de los rastreos de datos. Todas las compañías desde las redes sociales hasta las suministradoras de red, tanto móvil particular, como en espacios wifis, las empresas que aportan las infraestructuras físicas y lógicas para el mantenimiento y ampliación de Internet, y de manera especial, con respecto a la mayor prestadora de servicios en red: Google.

Cuando hacemos una búsqueda a través de sus buscadores (a veces directamente, o a través de webs y apps que emplean la api de google), usando gmail, o android en nuestro teléfono, y actualmente y de manera muy especial cuando vinculamos el terminal físico y la tarjeta de teléfono con su número al sistema operativo, cuando usamos el servicio de ubicación GPS en el dispositivo. Y cuánto más sabe de ti, de nosotros, más afina la empresa tu perfil para poder ofrecerte publicidad más personalizada, que es su principal línea de negocio, y poder “venderte” como un cliente más cerca de comprar y consumir.

Podemos pensar en lo más básico. Edad, sexo y orientación sexual, estudios, lugar de residencia o intereses generales que consiguen cuando nos damos de alta en algún servicio de google o en cualquiera de estas empresas. Pero no debemos olvidar que con cada búsqueda en sus buscadores va rellenando nuestro perfil con más y más datos sobre nuestros intereses.

Por si esto no fuera poco, se han demostrado ya, y e instituciones como gobiernos o la Unión Europea han actuado en consecuencia, cómo google y otras compañías “encienden” la cámara, la ubicación o el micrófono de nuestros dispositivos para recabar más datos, evidentemente sin nuestro consentimiento, y poder así rellenar los huecos que pueda ir dejando nuestras búsquedas y nuestro uso digamos consciente. Sin duda, una práctica abusiva, de la que solo teníamos una sospecha fundada atendiendo al funcionamiento de las baterías o a las sugerencias que se ofrecían. No seríamos los primeros a los que nos ofrecerían “paellas” porque “nos han grabado” hablando de paellas.

Si usas goolge analytics o trends, u otro tipo de herramientas profesionales del sector del marketing online y el desarrollo web, sabrás perfectamente como la compañía cubre todo lo relacionado con la actividad online de los distintos usuarios. Si no te has dedicado a este mundo, te puedo asegurar que google es capaz de segmentar hasta el último aspecto de nuestra vida en la red, y de monetizarla, dándole el formato y empleo que más práctico sea para los profesionales del sector. Y por supuesto, para google mismo.

Con la ubicación y la posibilidad de poder georreferenciarte en tiempo real, google, y otras compañías son capaces de extraer mucha información de nuestra actividad en internet, pero también en la vida real, física. Y de esta manera, acaparar datos muy valiosos que sirven para ofrecerte anuncios y publicidad de manera más personalizada, lo que podría acarrear mayor convertibilidad en ventas y visitas. Un negocio perfecto. Si quieres probarlo, puedes ver en este enlace, el historial que hasta este momento google ha registrado de tu ubicación, y que ofrece de cara al usuario. No tenemos seguridad de que no haya hecho más sondeos y registros de nuestro día a día sin nuestro conocimiento y/o permiso.

Los historiales de búsqueda en el buscador o en youtube, son fuente inagotable que suministra datos a nuestro perfil y con el cual pueden afinar aún más la publicidad, convirtiéndonos en paquetes de datos más interesantes, y que por lo tanto cuestan más, para las empresas que contratan su publicidad a través de google (prácticamente la totalidad dada la posición monopolística de la compañía). Aquí puedes comprobar tu historial en youtube, y en este otro enlace, el de tus búsquedas en google.

Todos estos datos, así como los aspectos físicos (dispositivos, tecnologías, formatos, aplicaciones, software, etc.) se cruzan y re-cruzan, una y otra vez, actualizándose en el tiempo y ofreciéndose en tiempo real para su dominio y comercialización. Por eso es importante comprobar qué permisos sobre tus dispositivos y las aplicaciones que usas has concedido y sobre los que están recopilando datos. Se puede solicitar un informe sobre el volumen total de datos, exportar esa información, desautorizar su empleo por parte de terceros, e incluso, por parte de la propia google, desactivando tu perfil (o perfiles) en la plataforma.

Y es que la publicidad genera muchas ganancias cada segundo. Por lo que como vemos, todo vale.

Liberarse de google requiere de varias estrategias:

Compartimentar, es decir evitar en la medida de lo posible las herramientas facilitadas por google y otros gigantes tecnológicos. Y si no hay más remedio que emplearlas, no utilizar todas.

De hecho, la segunda estrategia sería Diversificar las herramientas y las empresas con las que trabajamos y de las que formamos parte como usuarios (realmente nos convertimos en sus clientes).

La tercera estrategia es Restringir la información. Quién y qué ve y usa en cada momento y con cada aplicación.

 

Alternativas:

  • En cuanto a los navegadores están Firefox, Chromiun y Tor.

  • Otros motores de búsqueda más allá de google: DuckDuckGo y Qwant.

  • Alternativa a twitter: Mastodon, como red social descentralizada en forma de federación, donde cada usuario o grupo puede constituirse como fuente de autoridad. Permite un control total de los datos proporcionados por los usuarios ya sea consciente o inconscientemente. Aunque yo ya estoy comprobando en vivo, que la mejor alternativa es no usar redes sociales.

  • Una alternativa al uso de youtube: Peertube.

  • OpenStreetMaps o QwantMaps alternativas a google street view o google maps.

  • Lineage, Sistema Operativo alternativo al uso de Android en dispositivos móviles. Como todas estas herramientas, se trata de un sistema libre y de código abierto.

  • BigBlueBotton, una alternativa a skype o zoom como servicio de videollamadas.

  • Moodle, entorno de educación de software libre.

  • Signal, sistema de mensajería instantánea alternativo a uso de Whatsapp.

  • Y por supuesto, es necesario, vital en el actual contexto, promover el empleo de VPNs.

En este enlace dejo una completa lista de alternativas al uso de las herramientas que facilita google.

Tenemos que saber qué datos compartimos, en su totalidad, y cuál es el uso que las empresas hacen de ellos y el beneficio que consiguen. De hecho, los datos y los metadatos se venden a otras empresas que se convierten en dueñas de los mismos, reproduciendo el modelo una y otra vez. Recordemos una vez más, que si algo es gratuito, es porque tú (o tus datos y metadatos) eres el producto o servicio.

En este sentido, es preciso concienciar al público general que la cultura gratuita de Internet es falsa. Porque los equipos de hardware, las redes, los protocolos y los desarrollo de software cuestan dinero. Y si no se están solicitando pagar por su uso de forma directa, implica que esas empresas poseedoras de estos medios, están usando tu información para hacer negocio. Y eso es muy peligroso, sin entrar a valorar lo ético o justo de tal planteamiento.

Por ejemplo, se hace necesario recordar el control de las élites sobre Internet y cómo censura y controla nuestras vidas. Un caso paradigmático es todo lo que tiene que ver con el periodismo, la disidencia y las denuncias ciudadanas ante situaciones de opresión o corrupción. La persecución a todo lo que tiene que ver con Wikileaks es el ejemplo.

Los periodistas y los ciudadanos empoderados y conscientes de su poder y de sus responsabilidades cívicas, tenemos que emplear herramientas que permitan cumplir nuestra labor y hacerlo con la máxima seguridad. Por ejemplo, el uso de sistemas operativos portables como Tards, o emplear ordenadores “vírgenes” que nunca se hayan conectado a Internet y que nunca lo vayan a hacer. O emplear redes seguras y descentralizadas como SecureDrop.

Es necesario también concienciar en el empleo de sistemas de encriptación, especialmente en el caso del correo electrónico, como los sistemas PGP.

Recordemos que Internet está conectado a las grandes empresas, a los lobbies y a los gobiernos al más alto nivel, es decir, los gobiernos detrás de los gobiernos y sus equipos de seguridad, espionaje y contra disidencia o insurgencia. Por lo tanto, Internet no es un espacio de libertad.



Por último, ya sé que esto es un blog de blogger, es decir de google!!! Estoy en interés y en camino de liberar el tiempo suficiente para poder cambiarlo.

jueves, 27 de marzo de 2025

Una vuelta utópica a la necesaria reducción de la jornada laboral


Como es ya habitual, fruto por una parte de la siempre exacerbada alta política en España, y por otra, de la aceleración de los tiempos, la actualidad se vuelve vertiginosa y los temas se crean, se transforman y diluyen. Los problemas se perpetúan. Las propuestas, escasas, se desvanecen y ni siquiera permean. Y las soluciones sobre el terreno acaban posponiéndose. Una de ellas, todas la que tienen que ver con la racionalización de los horarios, y en particular, con la reducción de la jornada laboral es un perfecto ejemplo.

Como radical y rebelde defensor de esta medida de dignidad, pero también de productividad, de la clase trabajadora ya he hablado en varias ocasiones de este tema. Aquí dejo ambos enlaces interrelacionados y sobre los que voy a partir para actualizar la propuesta:

- Reducción de la jornada laboral: Una quimera necesaria

- Una vuelta filosófica a la necesaria Reducción de la Jornada Laboral


Si vuelvo al tema en este momento es porque mientras entran y salen nuevos y viejos problemas, una de las medidas estrella del grupo político Sumar en el gobierno de coalición era la reducción de la jornada laboral, que ha quedado, parece, en el limbo, mientras se negocia con otras fuerzas y se trata de sacar unos más que necesarios presupuestos.

Hay quienes parten de ciertas evidencias y noticias sobre un futurible escenario de abundancia en el que planteamientos de reducción de la jornada laboral serían más que evidentes. Se habla de avances tecnológicos y científicos que abaratarian casi hasta el coste cero la producción de energía, que además serían limpias y renovables. Se apunta el progreso en materias de biotecnología, y en sus distintas ramas, que nos llevarían a un mundo de alimentación ilimitada, creada en laboratorio, que reduciría el impacto medioambiental y en el bienestar animal. Se pone como ejemplo el avance exponencial de la Inteligencia Artificial y la digitalización de la economía. Ejemplos todos estos y más, de que en teoría, nos vamos hacia una sociedad opulenta, en la que los límites económicos y ecosistémicos serían superados por el ingenio humano y la tecnología. En cualquier caso, me parece que plantear estas ensoñaciones de recursos ilimitados cuando es bien evidente la naturaleza finita del medio natural y de la propia vida, es, por lo pronto una utopía, cuando no una cháchara mentirosa y auto-complaciente.

Porque, a parte de la realidad de un mundo de necesidades permanentemente ilimitadas y satisfechas con recursos cada vez más escasos, existe una sobreponderancia del beneficio económico. No parece muy inteligente creer que porque se construya un mundo de abundancia infinita y eficiencia absoluta, el reparto de estos beneficios vaya a ser equitativo, o cuando menos social. Lo que nos enseña la Historia y la experiencia (y por ejemplo, no hace tanto de la pandemia de covid-19) es que todo avance económico y tecnológico ha devengado en un ejercicio especulativo colosal del que se han beneficiado las élites que ya estaban o que se creaban por su dominio previo de los condicionantes de tal beneficio.

Las utopías se volverán distopías, y la vida para el grueso de la población, decena de mil millones de personas al paso que vamos, se medira en dolor y en injusticia. Por ello las políticas activas que planteen modelos alternativos son la solución. Puede ser el Decrecimiento o la inclusión de sistemas de Renta Universal. Acciones en favor de derechos tangibles de ciudadanía (alimento, vestido, vivienda, cultura), y políticas de dignidad por las condiciones materiales de las clases trabajadoras (o bajas o populares) como pueda ser la reducción de la jornada laboral, y la puesta en marcha de políticas urbanísticas y de movilidad que devuelvan tiempo a las y los trabajadores.

Sin duda, la propuesta gubernamental actual es muy tímida, por no llamarla directamente cobarde o una estafa. Una reducción de apenas 30 minutos al día (total de 2.5 horas a la semana en la joranda máxima de 40 horas que pasaría a 37.5), al tiempo que en otra negociación planifican con la patronal y los sindicatos mayoritarios una ampliación de la edad de jubilación hasta los 72 años. Una vergüenza que partidos, y me da igual que sean nuevos, que ya no estén en el gobierno, o viejos se denominen "de izquierdas" y permitan tal atropello.

Esta no es la solución que se necesita y reclama. No. Todo lo contrario. En el contexto económico y productivo actual el camino es reducir agresivamente la duración de la jornada laboral, llevando la jornada laboral máxima diaria a 6 horas. La semanal a 30. Favoreciendo el establecimiento de semanas de 4 días laborables. Prohibiendo las horas extraordinarias y persiguiéndolas. Alentando una mayor creación de empleo y promoviendo las jornadas intensivas, incluidas las de los servicios nocturnos y de guardias, para que sean bien remuneradas. Favoreciendo con ello aspectos como la conciliación familiar y la satisfaccion vital. Y por supuesto, bajando la edad de jubilación para que las clases trabajadoras, productoras, puedan disfrutar de una vejez con salud y dignidad. Todo ello, por supuesto, sin disminuir los salarios y pensiones, es decir, las rentas del trabajo.

En conjunto, se trata no de regalar tiempo, ni tampoco dinero al grueso de la población, sino de devolver la dignidad que se han ganado, y aumentar la productividad. Sin olvidar, como decía ayer, el trabajo de las mujeres que se dedican a las labores de cuidados y mantenimiento de domicilios, incluidas las personas que llevan a cabo las tareas de su propio hogar.

Según diversos estudios actuales, de organizaciones poco-dudosas de pertenecer a sindicatos o partidos de izquierdas, como Cotec o Sigma2, hasta un 81% de la población apoyaría la reducción de la jornada laboral sin pérdida de salario. Han aparecido en estos meses en los que se ha planteado la reducción de la jornada laboral hasta los 37,5 horas a la semana, una reducción como digo muy tímida, consensuada con la patronal en ese infausto clima para las clases trabajadoras de falsa paz o diálogo social. Por lo que no han aparecido debates, ni oposiciones. Es decir, hay consenso.

En este sentido, es evidente pensar que propuestas más radicales y obreristas como las que planteó un par de párrafos arriba si generarían acaloradas respuestas y debates enconados. Permítame dudarlo.

Al mismo tiempo que millones de chinos viajan por Europa gracias a su jubilación a los 55 años, la reducción de la jornada laboral se está llevando a cabo en todo el mundo. Existen experiencias, tanto empresariales como gubernamentales que avalan el éxito y la necesidad de esta medida. En Islandia, en Finlandia, en Francia, en Alemania, en Irlanda, en Japón, en Australia o Nueva Zelanda. La normativa impulsada por el último gobierno socialista en Portugal hacia las 35 horas semanales o el año pasado la propuesta de Berni Sanders por una ley de las 32 horas semanales en Estados Unidos. Y todas estas experiencias demuestran la racionalidad en términos éticos y de justicia social, pero también productivos y económicos de esta medida.

Partamos por definir que es el tiempo de la jornada laboral:

En esencia, cada trabajador o trabajadora “vende” en el mercado laboral su tiempo, su “vida”, con un gradiente de valor añadido en base a la experiencia o la formación profesional o académica que posee. Es decir, la fuerza de trabajo es la capacidad individual de producir (en un entorno concreto) y se mide por el número de horas que nuestro cuerpo y nuestra mente, pueden ser productivos. Esta relación se formaliza en un contrato de trabajo y fomenta una retribución por el tiempo efectivo de trabajo (NO el dedicado en ir o venir al puesto de trabajo). Todo ello queda regulado en estatutos de los trabajadores, convenios profesionales, tablas salariales y reglamentaciones de seguridad laboral. En conjunto, lo que provoca es que el o la trabajadora se conviertan en factores de producción, como las máquinas, las herramientas, las materias primas o la energía. Suponen un coste para el empresario y por lo tanto, las personas que trabajan se convierten en “cosas” (cosificación de los trabajadores, en palabras del filósofo marxista Lukács).

En el afán por luchar contra esto, y en volver a ser más personas, más humanos, entran las luchas por la reducción de la jornada laboral (o la disminución de la edad de jubilación).

Llevamos ya más de 100 años con reglamentaciones que fijan en 40 horas semanales el tope de las jornadas laborales. Llegaron con tremendos sacrificios y dolor de las clases de trabajadoras conscientes de su situación de indignidad, pero también de su poder como fuerza productiva y también revolucionaria. Sabedores de su componente internacional. Su éxito se fraguó en normativas como la Ley de las 40 horas, impuesta en Estados Unidos en 1922, o la Ley del trabajo de las Cortes de la Segunda República en 1931 que fijaban en 40 horas el máximo y la obligación de devolución de las horas extraordinarias por parte del empresario.

Cien años después no hay que ser un marxista declarado, ni un comunista convencido para entender que vivimos una auténtica injusticia, que además, tiene un componente de irracionalidad y de crueldad. No se explica que trabajemos las mismas horas, o incluso más, o muchas más si incluimos los tiempos de traslado a los centros de trabajo, hoy en día, momento de la economía digitalizada y mecanizada, de la industria tecnológica y de los procesos mecanizados, que cuando la electricidad y los motores de explosión eran la novedad en las cadenas de producción. Aquí pareciera que los propietarios del siglo XIX que protestaban ante las huelgas de sus trabajadores para rebajar jornadas laborales de 14 o 16 horas diarias, hubieran acabado ganando el debate. Cuando llevan 200 años cacareando las mismas nefastas consecuencias, profecías, evidentemente desmentidas por la Historia y por la razón.

Vuelvo a citar aquí a Keynes quien en 1930, un año después del crack bursátil, ya aventuraba que para este momento histórico, para la actualidad, las jornadas laborales serían de 15 horas semanales, debido a la mejora tecnológica y en las formas de producir. Si parte de los trabajos, cuando no tareas productivas completas, son realizadas por máquinas o algoritmos informáticos, lo lógico es que las personas trabajen menos horas y puedan absorberse esos parados de más producidos por el avance tecnológico, con un reparto equitativo del volumen de horas de trabajo necesarias.

Sin embargo, el economista británico falló. Desgraciadamente no contó con otros factores históricos y sociales como la absoluta laminación de los tejidos reivindicativos laborales. La disolución cuasi plena de las clases trabajadoras, atomizadas por un consumismo enfermizo, enfrentadas entre ellas por país, por raza, por género, por sexo, por edad o por profesión, compitiendo entre ellas. Secuestrados en el miedo y en la cultura de masas de raíz burguesa. Individualizados los trabajadores, carentes de una ideología de clase que los ampare tras la desintegración del proyecto socialista de la Unión Soviética y de los sindicatos y partidos de clase, convertidos hoy en engranajes del régimen burgués.

Tampoco ha sido predicho o profetizado qué iba a ocurrir con el tiempo de las clases trabajadoras. Sólo así se entiende el actual ritmo de vida de las clases trabajadoras en Occidente, que lejos de frenarse va en aumento, añandiendo estrés, frustación y diversos problemas de salud. En su recomendable obra, La fábrica del Emprendedor, el sociólogo Jorge Moruno aporta los datos y hechos que explican la situación actual. Este párrafo es ilustrativo:

Vivimos en un país donde la Agencia de Seguridad Alimentaria está controlada por Coca-Cola; el ministro de Economía, Luis de Guindos, viene del Consejo Asesor de Lehman Brothers a nivel europeo y de ser director en España y Portugal; y la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, tiene una empresa denunciada por no pagar a sus trabajadores. Relax era un conocido tema de los años ochenta, relaxing cup of café con leche, de Ana Botella, es la consigna del esperpento posmoderno español. Según el Comité Español de Acreditación Medicina del Sueño (CEAMS), los españoles duermen de media una hora menos que el resto de ciudadanos europeos, y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), dormimos 53 minutos menos al día que la media de la UE. El tiempo medio que tardamos en ir y venir del trabajo en España es de 57 minutos, en Barcelona asciende a 68 minutos, y en Madrid, a 71, como destaca un estudio de La Caixa. Otro estudio de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España afirma que se dan «jornadas interminables que inhabilitan a los trabajadores para conseguir una completa conciliación de su vida laboral con su vida personal y familiar». La Fundación Pfizer diagnosticaba en 2010 que un 44% de los españoles y las españolas sufría más estrés que en 2008. Esto se traduce en el consumo de 52 millones de tranquilizantes, colocándonos a la cabeza de los países de la OCDE. También aumenta con la crisis el consumo de hipnosedantes, pasando del 5,1% en 2005 a un 11,4% en 2011.

(Moruno, J. (2015), "Capítulo III. Proletarii". La fábrica del emprendedor. Ed. Akal. p. 33).

Duele encontrar un panfleto de 1998 de Izquierda Unida en el que abogaba por “trabajar menos para trabajar todos”, campaña por las 35 horas, y hoy, nos vayamos a dar un canto en los dientes si acabamos con una jornada de 37,5 horas.

Era el trabajar menos para trabajar todos, pero ya hoy es trabajar menos para vivir más.

Y es que la pandemia de covid de 2020 lo ha cambiado todo. Íbamos a salir mejores. Millones de personas han descubierto que quiere reducir su tiempo de trabajo y ampliar el de su vida, ganar trascendencia con ello. Llegan nuevas generaciones que están aprendiendo y deseando concebirse como personas, y no tanto como trabajadores. Definirse más por quiénes son o quieren ser, y no por a qué se dedican. No deja de ser una notificación de individualismo, alejada de los patrones de solidaridad obrera, pero puede ser la brecha con la que quienes sabemos de la importancia y del sentimiento de pertenencia obrera podamos penetrar y generar una mayor conciencia y articular procesos de lucha que de verdad cambien las cosas.

No se puede olvidar uno de que hoy en día el número de trabajadores, que en el estado español, pero también en todo Occidente, están condenados a la pobreza pese a tener un puesto de trabajo. Una década de crisis neoliberal, sumada a unas políticas criminales de adelgazamiento de los servicios públicos, más la citada pandemia, han legado legislaciones laborales abusivas por parte de una patronal crecida que ha impuesto marcos, sin negociación, sin diálogo y sin paz social, que no han sido contestados por las fuerzas obreras. Bien por inacción de sus teóricos representantes o por desánimo o desconocimiento de los propios trabajadores afectados.

Hoy y todos estos años, el ecosistema laboral es de la sub-contratación y los falsos autónomos, el de los becarios y contratos en prácticas, el de los contratos temporales y a tiempo parcial. El de la indefensión del trabajador frente al patrón. El de la falta de seguridad laboral. El de una precariedad laboral que se convierte en vital cuando hablamos de los jóvenes que se incorporan a un “mercado laboral”, que ya ha conseguido su objetivo: deshumanizar el trabajo y la economía productivas, para convertirlas en bienes especulativos y financieros. Es decir, en dinero.

Se lucha desde la élite contra las subidas del salario mínimo interprofesional o de las pensiones mínimas, pero no se entra en el fraude fiscal, en las excesivas plusvalías o en el capitalismo de amiguetes tan profundo y arraigado en el estado español. Quedan en suspenso las luchas contra los fraudes laborales, las agencias privadas de empleo (verdadero cáncer de las relaciones capital-trabajo) y contra las plataformas “colaborativas” de internet que han deslegitimado la organización obrera, aumentando la precariedad hasta niveles distópicos.

Por ello, hoy es vital que los trabajadores se organicen alrededor de un programa de lucha contra los despidos, contra el trabajo precario y contra el paro, que señale claramente que nuestras vidas valen más que sus ganancias. Hay que reducir la jornada laboral sin merma del salario ni de las cotizaciones, y también hay que disminuir la edad de jubilación. Sin medias tintas, ni concesiones.


¿Una utopía? Posible, justa y necesaria

Imaginad. Imaginad que tenéis, por fin, tiempo y dinero para vuestra vida. Que cumplimos, como individuos y como sociedad, el axioma de trabajar para vivir. No al revés. Imaginad que el sueldo por hora trabajada es justo y adecuado. Permite satisfacer las necesidades vitales desde la base hasta la cúspide de la famosa pirámide de Maslow. Necesidades en última instancia de carácter cultural y de autorrealización para las que en el contexto actual es necesario tanto tiempo como dinero. Pues imaginad un “mundo” en el que tenemos tiempo para una vez siendo adultos seguir aprendiendo. Estudiar otras cosas para sentirnos satisfechos y realizados. Cosas de esas que los gurús económicos llaman “improductivas”, como las artes, la Historia o la Filosofía, pero que son en esencia las que nos distinguen de los primates simples. Imaginad que por fin podéis iniciar ese curso de idiomas o de pintura. Ese taller de lectura y escritura. Poder entrenar y practicar el deporte o tarea física que nos gusta y motiva. O realizar ya ese voluntariado con mayores, niños, con dependientes… Trabajar en un tiempo libre más amplio y desatado de las ligaduras del estrés del empleo y los transportes para generar cooperativas y mejorar el asociacionismo en nuestro entorno. En el de cada uno. Imaginad que por fin tenéis tiempo cada día para mejorar ese entorno. Tanto el urbano como el rural. Limpiando espacios naturales. Trabajando, por qué no, en desescombrar solares y habilitar nuevos espacios, nuevas viviendas.

Imaginad que tenéis tiempo para esto y para más. Para viajar. Para leer. En definitiva, para consumir más. Esto generará, indudablemente, más puestos de trabajo que tendrán que ser satisfechos respetando la duración de la jornada laboral. La economía mejoraría. La sociedad sería más plena y estaría más satisfecha de si misma y de sus expectativas. Más preparada ante crisis de cualquier tipo.

Imaginad que un día cualquiera tenemos y tenéis tiempo para visitar, cuidar y pasarlo con nuestros familiares. Padres, abuelos y también los propios hijos. Imaginad que ya no tienen nuestros progenitores que encargarse de nuestros vástagos. Imaginad que ya por fin pueden viajar. A los fiordos de Noruega o a la isla fluvial del pueblo de al lado. Da igual. Es su tiempo. Imaginad, pues, que no hicieran ya falta “políticas de conciliación familiar” porque la principal, la más justa y garantista, que es la reducción de la jornada laboral ya satisfacería esta necesidad. Ya podríamos conciliar, sin pérdidas de sueldo o de sueño. Sin necesidad de delegar, ni de hacer equilibrismos con calendarios, agendas y relojes.

Imaginad que las empresas, de cualquier sector, públicas y privadas, pueden ya funcionar, de hecho si que pueden, con jornadas intensivas. Con trabajadoras y trabajadores concentrando su esfuerzo productivo en esas 5 o 6 horas diarias (¿por qué no apostar ya por las semanas laborales de 4 días?), o quizás en menos, siendo más rentables para la propia empresa y para la economía en general. Personas que para desplazarse al centro de trabajo como tienen más tiempo quizás puedan también desentenderse del coche y el tráfico. Con turnos rotativos de dos diurnos y sumar uno o dos nocturnos (siempre pagados con dignidad y justicia) dependiendo del tipo de empresa que se trate. Con un reparto del trabajo disponible para hacer nuestro país más grande y mejor.

Imaginad, en definitiva, el mundo del mañana si se pone en marcha una reducción de la jornada laboral justa, sin merma del sueldo o las cotizaciones sociales. Un mundo de personas autorrealizadas, satisfechas consigo mismas, su entorno y su sociedad. Dispuestas a emplearse en mejorarlas y en no dejar a nadie atrás. Imaginaros unidos, en la diversidad, pero reconociendo que formás parte de algo grande, en el que persiste la cooperación. Un mundo de colaboración y no de competencia. Pensad ahora ese nuevo mundo libre, y en cómo estaríamos en él, con confianza y respeto. Pensad en ello, y seguro que llegáis a la misma conclusión que yo: Y es que quienes no quieren que reduzcamos la jornada laboral, quienes desean seguir teniendo gente esclavizada e idiotizada, no nos quieren libres (por mucho que se llenen la boca con la bella libertad), ni autorrealizados. No nos quieren dignos, sino cohibidos. Y no nos quieren con seguridad, sino con miedo. Por ello el mal es fácilmente identificable. Los tenéis ahí.

Es el tiempo de hacer de esta utopía algo real y tangible. Porque es posible, porque es justo y porque es necesario. Sí a la reducción de la jornada laboral sin merma del sueldo ni las cotizaciones.


miércoles, 26 de marzo de 2025

El trabajo doméstico: Dignidad, derechos y necesidad

Una imagen muy común en nuestras ciudades en la actualidad: Una mujer joven inmigrante, de origen latinoamericano, asistiendo a una persona mayor.

 

Según datos estadísticos recogidos por diversas instituciones (desde el INE hasta los Institutos autonómicos de estadística, Universidades, sindicatos y fundaciones, tanto privadas como públicas) y cruzados por investigadores o periodistas en 2016 existían en torno a 800.000 trabajadores dedicados a las tareas de cuidados, incluyendo tanto la asistencia a personas mayores, a menores, como al mantenimiento de los hogares domésticos. Una mayoría abrumadora, prácticamente del total, son mujeres, trabajadoras, de las que en un porcentaje del hasta 80% son inmigrantes. Estos datos, claramente, se han incrementado tras la pandemia de Covid de 2020 y 2021.

Es decir, la sociedad y la economía española se basan en el trabajo de estas mujeres, como digo muchas extranjeras que se ocupan de nuestros hijos, nuestros mayores y nuestras casas. Muchas lo hacen sin contrato, sin seguridad laboral ni social, por salarios de miseria y con horarios y condiciones abusivas. Estigmatizadas y discriminadas por asistentas, por pobres, por mujeres y por extranjeras.

Me parece muy importante el verbo “basar” porque la economía española (pero también cualquier economía), ese gigante o ese crucero que siempre marcha a buen ritmo según los distintos gobiernos, está cimentada sobre los hombros de mujeres que llevan a cabo las tareas cotidianas, de cuidados, limpieza y mantenimiento de personas y hogares, facilitando, cuando no haciendo posible, que otras fuerzas productivas puedan dedicarse a jornada completa en las excelencias de la economía regulada, monetizada y con valor.

Es evidente, que tras 50 años de democracia (pseudo), los últimos ya 7 (cuidado) con el gobierno más progresista de la Historia, con Ministerios de la igualdad y políticas feministas, el estado español, ningún gobierno de ningún partido ha tenido interés en regular las condiciones de trabajo de este sector, investigando, denunciando y multando los abusos de la patronal. Los desmanes diocechescos de señores y señoras sobre las chachas.

Quizás en esto tenga que ver el hecho de que se trata de un sector productivo y profesional extremadamente disperso, con un asociacionismo y activismo sindical prácticamente nulo en el que influyen tanto las propias condiciones de trabajo (jornadas eternas, duras, de personas que se ven solas frente a sus “empleadores” y sin contacto con “compañeras”). Para mi mucho más evidente es que los sindicatos mayoritarios (otros si que pueden levantar la cabeza con orgullo por estar en esta lucha) no han mirado a quienes han preparado desayunos, atendido a los abuelos y a los hijos, o limpiado la cocina del chalet, las escaleras del bloque o la oficina.

También me escuece, y mucho, la actitud en este tema de los partidos de la nueva izquierda, y también de la vieja, que jamás han planteado estas más que legítimas reclamaciones. Pareciera que desde los departamentos universitarios de sociología y ciencias políticas la vida y el trabajo de las asistentas y limpiadoras no importaba.

Se trata de un sector fundamental, básico, pero que como no genera una creación directa de riqueza y de valor monetario no son tenidas en cuenta sus condiciones de trabajo y vida. No se entiende, o mejor dicho, no se quiere entender que sin el trabajo de estas profesionales, otros, fundamentalmente hombres, no han podido crear la riqueza en los puestos de trabajo regulados y cotizados.

Lo cierto es que el sector de los cuidadosy el de la asistencia y limpieza doméstica, insisto, mal pagado, sin apenas protección y condenado a los abusos, el machismo, la xenofobia y la aporofobia, suple la falta del estado en la materia de cuidados. Si las distintas administraciones tienen la obligación constitucional de garantizar la igualdad entre ciudadanos, son estas mujeres las que cumplen ese mandato, y ni siquiera reciben una cotización que mejore sus condiciones llegada la jubiliación. Suplen y escamotean la responsabilidad de la sociedad, y en particular de las instituciones, en materia de guarderías (apenas el 8% de los niños de entre 0 y 3 años tienen plaza en una guardería pública), residencias y cuidado de mayores y dependientes (Según el Observatorio Estatal para la Dependencia a 30 de junio de 2017, el número de dependientes reconocidos por el Sistema de Autonomía personal y Atención a la Dependencia (SAAD) es de 1.217.355 y las personas atendidas son 898.243, por lo que 319.112 están a la espera de recibir las prestaciones a las que tienen derecho) y cientos de miles de estas mujeres se ocupan del bienestar en muchos domicilios españoles.

De hecho, si estas mujeres decidieran una huelga del servicio doméstico, más de la mitad de los trabajadores en el sector que si produce a ojos del estado español, no podrían acudir a su puesto de trabajo ese día.

Pongo el foco ahora en las trabajadores que asisten diariamente a las personas mayores, muchas de ellas dependientes y/o con enfermedades crónicas. España es uno de los países del mundo con una mayor esperanza de vida. Y también es uno de los que tiene unas tasas de fecundidad y nacimientos más bajos. Es así, bajo estos parámetros estadísticos con los que se fundamenta las abominables ampliaciones de la edad de jubilación. Sin embargo, en ningún momento se plantea que el trabajo de mujeres en el sector de los cuidados mejore en sus condiciones. Que pueda cotizar, esté regulado y asistido y sume en el conjunto de la riqueza del estado, cuando no cabe duda, son quienes están sujetando el manido estado del bienestar. Que las mujeres trabajadoras en este sector ganen los derechos, la dignidad y el reconocimiento que merecen, como parte imprescindible de la sociedad.

Lo que se hace desde partidos políticos, patronal y los medios de comunicación de masas es poner en el disparadero a los jubilados (que también tienen lo suyo, eh, porque van a dejar un mundo peor del que recibieron, y van a disfrutar de unos servicios que los demás ni vamos a oler). El problema del envejecimiento en España, y si, lo ponen como un problema el que “vivamos más” (no sé qué dirían si resultase que viviésemos menos…, bueno sí, ahí los tenemos con la escalada belicista y en armamento pa'alante), es el mantenimiento del sistema público de pensiones, porque cada vez hay menos trabajadores, menos cotizantes y sí, más beneficiarios con pensiones más altas. Este mensaje va calando en la población, poco a poco, cual gota malaya, para al final ofrecer en los seguros privados de pensiones la panacea.

Qué casualidad. La solución pasa por ser esa, pero no que lleguen más inmigrantes, ocupando nichos de producción que no satisfacen por diversos motivos los nacionales, como el sector de los cuidados, por ejemplo. Tampoco se ponen en cuestión el adelgazamiento hasta lo raquítico del sector público, pre-jubilando a los boomers, y amortizando todas sus plazas para que no accedan más trabajadores de recambio. Desmontando de esta manera todos los servicios públicos, impidiendo una mejor atención ciudadana, desde la administración local hasta la general del estado. No se discute la lucha contra el fraude laboral y las rebajas efectivas de las jornadas laborales, no vaya a ser que se pierda el volumen del “ejército laboral de reserva” con más gente trabajando, con un reparto de las horas cobradas y cotizadas, no vaya a ser que se acabe la amenaza del despido en el sector privado. Y por supuesto, queda fuera de todo tema el reconocimiento y la puesta como sector productivo fundamental el sector precarizado, feminizado, de los cuidados, añadiéndole de manera formal, impositiva y cotizante a los índices de productividad del estado.

Pero el problema son las pensiones y la sostenibilidad del sector público, apelando a las pasiones de los trabajadores, enfrentando a las clases trabajadoras entre si, para que no discutan la supremacía de las élites cleptómanas y neoliberales. Pensando en qué malos y egoístas son los jubilados, no entramos en los costes que tiene para el estado del bienestar prácticas como la corrupción, el fraude fiscal y laboral, o el tomar por productivos sectores como la industria militar, y no el sector de los cuidados.

No nos damos cuenta de que la pensión “moda”, la pensión más común en el estado español, es la mínima, inferior al salario mínimo interprofesional (SMI) y que ahora está en 765, 60 euros al mes, y que la cobran masivamente mujeres que durante años han trabajado en sectores como el de la limpieza o el de los cuidados. Pero el problema son los jubilados españoles (por cierto, no los jubilados blancos europeos que si que hacen un abuso del sistema sanitario patrio), los inmigrantes “que quitan puestos” de trabajo a los nacionales o las mujeres que han tenido la desfachatez de salir de casa a trabajar.

Por poner en perspectiva, los jubilados de hoy reciben su pensión a través de las cotizaciones de los que trabajamos hoy. Por eso es tan importante ampliar la base cotizante incluyendo más personas trabajando y repartiendo las horas de trabajo y ganando más productividad. Y por ello son tan reacios los gobiernos y bancos centrales a hacerlo. Para laminar esa solidaridad intergeneracional y para convertir este derecho en un privilegio.

Y en segundo lugar, las pensiones de las clases trabajadoras están exentas de tributación porque en su momento, trabajando, sus salarios ya estuvieron gravadas por el IRPF. Eso no quiere decir que hoy en día un jubilado no pague su IVA al adquirir un producto o un servicio, o no tenga que hacer frente a impuestos como el de sucesiones o plusvalías. Pero lo que no puede ser es que se les aplique una doble imposición del IRPF por lo que la pensión queda excluida.

Ni que decir tiene que hay muchos jubilados que se han ganado su derecho y siguen siendo productivos a día de hoy, precisamente en el sector de los cuidados, atendiendo a los nietos, mientras los padres trabajan multitud de horas al día, o haciéndose cargo de las personas más mayores debido al aumento de la esperanza de vida. Normalmente estas labores, sobretodo si son más penosas, las acaban asumiendo las mujeres. Nuevamente.

En general, ya sean mujeres mayores que dan a comer a sus nietos o limpian a sus padres ancianos, mujeres inmigrantes que acompañan y asisten como internas a personas mayores o dependientes, mujeres que limpian los domicilios, preparan comidas y supervisan a los menores en ausencia de los padres, o trabajadoras que ponen a punto espacios públicos y privados (como las kellys, camareras de hotel que cimentan con su esfuerzo malpagado la excelencia del sector turístico patrío), ejerciendo labores de limpieza estamos hablando de un sector básico en la economía y en la sociedad. Sin su labor nos pararíamos. Tendríamos que hacer frente a un problema nacional de una magnitud colosal. Solo pensemos en cuando a un compañero o compañera de trabajo le han fallado los abuelos o la chacha. O cuando la inmigrante que cuida a su padre ha enfermado o ha perdido el transporte público.

Y ni siquiera somos capaces, como sociedad, de exigir y respaldar su salud y dignidad reconociendo las durísimas condiciones vitales y laborales a las que se someten las mujeres, ya sean trabajando en el sector de los cuidados, de la limpieza o incluso en sus propios domicilios en las tareas domésticas.

Se pierde un trabajo efectivo y positivo, que no entra en la productividad nacional, pero que sin él, ésta no podría ponerse en marcha. Por ello, es imprescindible y un deber inexorable de toda persona decente promover una mejora de las condiciones laborales y de vida de estas trabajadoras.

 

 

Hace unas semanas leí, y lo recomiendo de manera activísima, el ensayo Nunca delante de los criados de Frank Victor Dawes. La obra aparecida en versión original en 1973 fue traducida al castellano hace unos pocos años, pese a que desde su publicación fue un éxito de ventas. Dawes fue un periodista inglés con amplía experiencia en medios locales, antes de trabajar en el Daily Herald o en la radio de la BBC. Pero nunca olvidó sus modestos orígenes y cómo su madre se ganaba la vida sirviendo en casas hasta bien entrados los años 30. De hecho, en 1972 publicó un anuncio en el Daily Telegraph solicitando a cualquier persona que hubiese trabajado como personal doméstico que le enviase por correo sus experiencias. La avalancha de misivas fue impresionante y dieron forma a una obra fundamental de Historia Social y de Historia del trabajo.

Las experiencias de doncellas, mayordomos, cocineras, lacayos, institutrices, y también de algunos de los empleadores, así como el estudio de las normas, convenciones sociales y reglas nos dan el contexto del sector profesional de la asistencia doméstica en Inglaterra, desde la época Victoriana hasta los años 70 del siglo XX, y en como fueron cambiando las circunstancias debido a diversos factores.

De manera mucho más modesta, me veo reflejado en la situación del autor, puesto que mi madre, toda su vida, desde los 11 años, hasta hace apenas 5 años, ya con 60, ha trabajado en el sector de la asistencia doméstica, siempre sin contrato. Sin seguridad social, ni cotizaciones, ni derechos a prestaciones. Sujeta a los caprichos de los patrones y sin más recompensa que las “buenas palabras” y un falso cariño hacia ella que tenía más de propiedad sobre la servidumbre que otra cosa.

Por ello considero que sería un muy buen ejercicio y una labor muy interesante recopilar las experiencias de trabajadoras de ayer y de hoy en el sector de los cuidados y la asistencia domiciliaria. Qué temores tienen. Qué situaciones han vivido. Qué cambios han visto. Cuáles son los problemas y las posibles soluciones. Qué necesidades tienen estas trabajadoras.

 

lunes, 24 de marzo de 2025

Situación del Perfumerías Avenida de Salamanca

 

La imagen de la derrota. Visto en Ser Salamanca deportivos.

 

La Copa de la Reina de baloncesto 2025 ha sido un gran éxito. La ciudad de Zaragoza ha acogido una edición que será recordada por el gran nivel visto en la pista, y por lo que parece también, una gran sintonía y hermandad entre las ocho aficiones de los clubes participantes. Una comunión que debe de ser la norma en este tipo de eventos, y desde luego, compone un ejemplo magnífico para un mundo desquiciado que se va a la mierda a velocidad inusitada. El deporte profesional, dominado ya hasta el absurdo por el fútbol (eminentemente masculino) y otras disciplinas, en particular los deportes de motor, bien podían tomar nota y hacerlo a través de la transmisión ejercida por un periodismo deportivo profesional, ético y proactivo. Por desgracia, el gran ejemplo de este fin de semana quedará en lo anecdótico para ellos. Hagámoslo perenne todos los aficionados al baloncesto femenino en España.

Sobre el parquet también se ha producido un hecho histórico y en su primera participación, el Hozono Global Jairis, de la ciudad de Alcantarilla en la región de Murcia, se ha proclamado justo campeón, venciendo sucesivamente a tres de los cuatro grandes del baloncesto femenino español: Valencia Basket en cuartos. Girona en semifinales. Y ayer, en la final, a Perfumerías Avenida de Salamanca.

Además, lo han hecho con un baloncesto moderno y atractivo. Con una puesta en práctica cohesionada y con los roles muy bien repartidos. Con todas sus jugadoras bien dirigidas desde el banquillo y aportando en las distintas facetas. Y lideradas por dos jugadoras llamadas a cosas importantes: Aina Ayuso, MVP de la fase final y una jornalera de esto que va a dar ya el gran salto; y Lou López-Senechal, jugadora de talento descomunal y posibilidades casi infinitas, seleccionada para cuotas muy importantes. Espero que puedan mantener la estructura y unirse a la élite ya establecida para hacer de la liga femenina una mejor competición. Me recuerdan al Avenida de 2004-05. Enhorabuena y disfrutad.

Si me lanzo a escribir, y fundamentalmente por costumbre, a ordenar mis ideas es por cómo, y desde la distancia, estoy viviendo estos años de mi Perfumerías Avenida de Salamanca.

No están siendo años fáciles para la estructura dominadora del baloncesto femenino en España en este siglo XXI. Factores internos y externos explican unas dificultades mayores a la hora de conseguir títulos y de seguir agrandando una leyenda que ya es parte de la Historia del Deporte en nuestro país, tanto del baloncesto, como de la práctica femenina. Firmar 20 finales consecutivas de liga es un hito estratosférico que nunca se ha repetido y que se antoja muy complicado de repetir, a menos que alguna de las secciones de los transatlánticos del fútbol se caigan por el deporte femenino con mucho dinero mediante. En fútbol parece que el Barsa va en camino.

Entre los factores o causas externas que explican estos años de desazón con el club está la clara mejora del nivel medio de la liga, con proyectos propios del baloncesto femenino como el de Jairis, o los equipos vascos y gallegos. Pero también debido a la entrada con mucha fuerza de estructuras que vienen del baloncesto masculino. Valencia Basket y Zaragoza son la punta de lanza, a la que siguen los clásicos Estudiantes y Joventut, y donde no ha de tardar el desembarco de otros como Unicaja Málaga, Gran Canaria o quién sabe incluso el Real Madrid (no será la primera vez que se hable de un posible interés en la compra de la estructura de Avenida por estos últimos).

Ya no hay uno o dos presupuestos, Avenida y Girona, que puedan mediatizar toda la competición y que esta acabe en un mano a mano entre ambos por los títulos. De hecho parece evidente que Valencia y Zaragoza ya han reventado el mercado sobrepasando por la derecha a los dos primeros. Y aparecen estructuras que pueden igualar aún más la competición. Buenas noticias en cualquier caso.

Este contexto además, tiene que lidiar con un nuevo ecosistema en el baloncesto femenino internacional, con la ampliación tanto en número de equipos como en duración del campeonato de la WNBA. Los salarios para las jugadoras han subido mucho, así como las obligaciones de contrato en exclusividad con las franquicias americanas, por lo que el mercado europeo se vuelve incierto al quedar fuera las grandes jugadoras estadounidenses, que por lo general, daban el salto de calidad a los clubes europeos.

Por lo tanto, la planificación de los equipos es más complicada, por una mayor competencia a la hora de contratar jugadoras, y porque han desaparecido las estrellas, las 7 u 8 jugadoras por franquicia que en Europa daban un nivel top. En esta situación, los equipos se están reinventando. Muchos de Euroliga invierten en jugadoras europeas contrastadas o no tanto, por lo que el costo de las internacionales ha subido mucho. El resto trata de investigar más el mercado, con un ojo puesto en las ligas universitarias y el otro en las ligas menores de Europa y en las de Asia o Australia.

Y Perfumerías Avenida qué ha hecho en este contexto. Pues es una decisión, al menos para mi coherente, ha tratado de respirar, dar un paso corto y esperar a que se normalice la situación. Probablemente, vivamos un nuevo capítulo con una re-configuración de las competiciones europeas para adaptarse al ritmo de la WNBA, y las jugadoras élite americanas vuelvan a jugar en Europa. Quizás lo hagan cuando los equipos rusos vuelvan a las competiciones internacionales.

Como digo esto no parece una mala estrategia pero después de que jugadorazas como Lloyd, Hayes, las Samuelson o Copper, hayan pasado por Würzburg, el ver al equipo actual puede invadir la desilusión y el hastío. Pero hasta aquí están las causas externas. Las causas con las que puedes luchar y sobrellevar, pero que son comunes al resto de equipos. Por lo tanto, aquí no hay excusas, sino simplemente descripción de la situación. Son las causas internas las que han derivado en la situación que estamos viviendo.

Si escribo es para ordenarlas, como siempre es en primer lugar para consumo interno y referencia de mi propia hemeroteca. No es la primera vez que lo hago.

Hace tres años después de un doblete nacional y una nueva Final Four de la Euroliga, Perfumerías Avenida afrontaba una nueva temporada siguiendo esta política con un equipo quizás más modesto, sin grandes nombres de jugadoras WNBA, pero con una base sólida de jugadoras nacionales y valores europeos. Al frente, el vehemente Roberto Iñíguez, entrenador muy controvertido.

Abrimos un capítulo porque con este señor es preciso hacerlo. Sin ninguna duda su llegada en 2019 supuso una vuelta a ver un gran baloncesto, ofensivo y coral en Salamanca, eso si, no olvidemos, con una plantilla con tres y hasta cuatro jugadoras top WNBA. Al mismo tiempo, se hacía en dueño absoluto del éxito del equipo, llegando a dos final four de Euroliga consecutivas, y ganando ligas y copas nacionales. Exigía, y ojo, que creo que es normal y de recibo, que el club diera un salto adelante, ganará profesionalidad (no puede ser que en 2025 las jugadoras se sigan lavando la ropa de juego en su casa), así como llevar una estructura interna con personas duplicando funciones. Especialización y mayores recursos que pasaban también, por una mejora de las infraestructuras del club. Desde un despacho para los entrenadores (cosa normal), hasta una mejora que necesita como el comer el ya vetusto Würzburg. Hasta aquí poco que discutir.

El problema viene en que sus métodos, y sobretodo, sus formas dejan víctimas. Por un lado, la imagen del club, donde hemos pasado de caer, relativamente bien a que nos pintasen la cara, como en los medios valencianos he llegado yo a ver y leer (ojo, que no tengo ninguna duda de que Iñiguez acabará en Valencia Basket y habrá qué ver que dicen ciertas cabeceras) y en hilos de redes sociales y foros en los que he participado con aficionados de otros equipos. También, y después de tener la oportunidad de hablar con algunas jugadoras y en confianza, dentro del vestuario donde se marchó dejando un ambiente cargadísimo y muy tóxico. Y por último, reventando por dentro el club donde el presidente Jorge Recio tomaba partido por él, defenestrando hasta marcharse el director deportivo Carlos Méndez, con el que podemos discutir muchas cosas (algunas que sabemos y otras que intuimos) pero que ha hecho un gran trabajo todos estos años construyendo y reconstruyendo equipos.

Y es que la temporada 2022-23 era muy convulsa, con un equipo más limitado que ya sumaba más derrotas, sobrevino la marcha de Iñiguez (en teoría para descansar, pero apenas dos semanas después se sentaba en el proyecto millonario del Izmir turco) no ha traído la paz necesaria. De hecho, los siguientes entrenadores no han podido completar la reconstrucción de un equipo, que sigue compitiendo al más alto nivel, pero lejos de un juego medianamente decente y digno a la historia del club y al nivel de la afición.

Pepe Vázquez cogía las riendas de una plantilla que se reconstruía para con un sobre-esfuerzo que al final se pagó, meter al equipo en los playoffs de euroliga y llegar a las dos finales nacionales. El equipo naufragó en todos ellos. Año uno con cero títulos.

En el segundo de estos años, el entrenador gallego no acabó de construir un juego sólido y fue cesado tras varias derrotas. El testigo lo cogió a media temporada, Nacho Martínez, un hombre con gran experiencia, no como primer entrenador, pero cuya labor ayudó a encontrar un mejor juego, pero con severos altibajos y el equipo volvió a quedarse a medias según se apagaban las fuerzas.

Para esta tercera temporada se buscó en Anna Montañana, en su quinta vuelta al club, ahora como entrenadora a la persona que fuera capaz de construir un equipo sólido, que juegue bien y aporte frescura y alegría al público de Würzbug. Desgraciadamente está fracasando.

Desde el primer partido, ver a Perfumerías Avenida es un dolor. Un equipo que no aparece trabajado, con profundos bloqueos en ataque, su anotación vive de la calidad individual de las jugadoras que buscan su tiro en un una contra una, tras haber desperdiciado la mayor parte de la posesión sin generar una mínima ventaja. Comparar por ejemplo dónde y cómo reciben las pivots rivales, y dónde y cómo lo hacen Fasoula o Koné. Es un ejemplo.

En defensa, hay algo más de trabajo (parece). Pero se siguen recibiendo puntos en las mismas situaciones (triples en las esquinas, puntos tras rebote, o bajo canasta tras triangulación porque no llegan las ayudas) y el cierre del rebote defensivo es un drama.

En el partido de ayer se volvieron a ver muchas de las taras y problemas, algunos endémicos, que el equipo tiene. Y también algunas de sus más trascendentales señas de identidad. La principal de todas, la capacidad de competir hasta el último segundo, de no entregar la cuchara y lanzar la toalla, incluso cuando te arrasan y sacan de la pista a base de acierto y de baloncesto. La decisión de jugar con cuatro pequeñas fue el impulso táctico que si le reconozco a la entrenadora. Pero después, el rebote defensivo se hizo imposible cerrarlo. Lo bueno, que ayer y como casi siempre, Avenida se sobrepuso, y buscó la heroica en una remontada imposible más por coraje y espíritu que por argumentos baloncestísticos. Le añadió entrega para dotar de incertidumbre al final y regalar a las vencedoras una loa competitiva del más excelso nivel. En conjunto, ambos equipos dejaron un gran partido, con las cosas típicas de las finales (nervios, desacierto, imprecisiones, competitividad, talento y clase) y un justo y dignísimo campeón.

Llegados a este punto hay que entrar en la configuración de la plantilla y en la política comunicativa del club.

En el primer aspecto, podemos hablar de otro fracaso. El presidente y dueño del club pone el dinero y bien que se lo agradecemos, pero si algo tenía bueno este club, era una dirección técnica que acertaba más que fallaba. Una separación de personas y funciones que permitía afinar más en cada parcela y área de responsabilidad. Ahora estamos al contrario. Me parece un error.

El único fichaje remarcable estos años es el de Iyana Martín. Tiene todo el futuro por delante, es una jugadora especial, tocada por los ángeles del baloncesto y encima destila espíritu y ADN Avenida por los cuatro costados. Sin duda, la mejor noticia del club en estos tres años.

Para acompañarla al base estarían Silvia Domínguez (al final hablaré de las veteranas) y Cornelius. La holandesa ha durado dos meses en el club, y demasiado me parece. Una base solvente, que conoce la liga, buena defensora de bases rivales, buen tiro y buena lectura de juego, parecía lógico tener una jugadora así, si tus otras dos bases tienen una 18 años y la otra 40. Pues bien, no ha jugado casi nada, y cuando lo ha hecho, lógicamente estaba fuera de foco, con lo cual pidió salir.

Las dos fichajes que deberían dar puntos eran Guirantes y Harrigan. La primera, la alero puertorriqueña, me parecía un fichaje de extremo riesgo porque necesita mucho balón para producir. La “4” bahameña ha sido una lástima pero no acabó de entrar, y ambas, también marcharon del club durante el mes de diciembre.

Por recambios han llegado primero Jespersen, que junto a Jankovic (el único fichaje del verano que permanece pero apenas utilizada), ha estado funcionando en el “3”. Y hace apenas un mes llegaron Lekovic y Cahoun, que no han jugado en toda la Copa. Desde luego tener 12 profesionales, con jugadoras internacionales y fichas extranjeras para que no sumen es una gestión nefasta, tanto desde el punto de vista del banquillo como de los despachos.

Completan la plantilla Fasoula y Koné como pivots. Ambas con calidad desbordante y con futuro. La griega, también puro espíritu Avenida, recobrando su nivel previo a la grave lesión de la temporada pasada. La maliense haciendo estadísticas con facilidad pasmosa pero muy acelerada, en mi opinión, habiendo perdido lectura y calma tras un verano trabajando en la WNBA. Están también la alero belga Delaert, lastrada por una lesión y la escolta americana Arica Carter, muy desafortunada cara al aro en la final de ayer, ya víctima también de un excesivo cansancio por llevar ya 5 meses acaparando tiros decisivos para ganar cualquier partido.

Y las nacionales. Silvia Domínguez, Laura Gil y Andrea Vilaró. Patrimonio de este club. Y de Salamanca. Las vamos a echar de menos cuando acaben su periplo profesional. Como a Leo Rodríguez. Si el equipo volvió ayer en el último cuarto fue por su garra, por sus ganas y por su inteligencia y talento. Lo pusieron todo arrastrando al resto de las compañeras, y haciéndose una con una afición que creía posible la remontada. Poniendo sobre la pista el peso de una camiseta ya histórica del deporte español. Pero pese a ello, hubo justicia y Jairis pudo cerrar el partido y hacerse con el título, más que merecido.

Desde luego, no puede verse jugar una nueva final como un fracaso absoluto. En el deporte solo gana uno, y si se da todo lo que se tiene y se pone todo el empeño, pues solo quedar felicitar al rival y apretar los dientes por mejorar. Pero tampoco se puede desdeñar la realidad de un equipo que está compitiendo notoriamente peor de lo que los recursos y recuerdos nos permitían aventurar. Por lo tanto, es justo y respetable que haya aficionados, socios o no (yo ya no lo soy porque ya no resido en Salamanca) que exijamos un mejor juego (los resultados y títulos vendrán después) así como una comunicación del club mejor y más profesional.

Lo que está pasando estas temporadas ha llevado a que el presidente se erigiera también en portavoz, e incluso se sentase con aficionados para debatir sobre el equipo. Esto es muy beneficioso, y ojala hubiera podido hacerlo porque yo si exijo una mejor comunicación con la afición, que se nos expliqué lo qué pasa (siempre que no complique operaciones o afecte a terceros) como adultos que llevamos ya dos décadas siguiendo el baloncesto femenino. Pero es necesario hacerlo escuchando y respetando, sin aspavientos como mínimo exigible a ambos lados.

También se hace necesario explicar el proceso de apoyo al baloncesto masculino en Salamanca por parte de Perfumerías Avenida. Qué recursos se movilizan, con qué objetivos y cómo va a afectar al femenino, emblema del deporte en Salamanca y en Castilla y León. Aunque sus políticos no lo quieran ver.

Somos muchas las personas que seguimos a Perfumerías Avenida. Que ha supuesto cosas importantes para nosotros. Identificación, pertenencia, recuerdos, orgullo, etc. Y que no sabemos y tememos que ante esta deriva se acabe cerrando y perdamos el club y el equipo. No es la primera vez que temo por la situación de mi equipo.

Por ello es legítimo cualquier llamamiento para aclarar la situación y garantizar el apoyo de la afición. Este será incondicional para el equipo, y debe de ser vigilante y garantista con quiénes somos. Y por supuesto, esta afición también debemos madurar y cambiar. Ser más pacientes, respetuosos con rivales y árbitros y dejar atrás el paternalismo. Es necesario ya tratar a las jugadoras como lo que son: profesionales. Y por supuesto, hago un especial llamamiento a todas las basuras humanas que se dedican en redes sociales y bajo el anonimato de internet a insultar a jugadoras profesionales, personas afincadas y naturalizadas en Salamanca, y que han acostumbrado a defender, con sus palabras y sus actos, nuestra tierra más que los politicuchos que tenemos al mando. Por cierto, no está de más denunciar el nulo apoyo de los políticos del PP, en la Junta y en el ay-untamiento al club en esta época. La nefasta política y catadura de semejantes mastuerzos se completa con la imagen de Avenida solos ayer, sin apoyo institucional, que más necesario sería entre bambalinas para poder apoyar al club, tanto profesional como al proyecto educativo de cantera. Por desgracia, la nuestra y casi ya eterna, ya sabemos de que son capaces estos mangantes y corruptos.

Para mi es un orgullo que Silvia Domínguez, Andrea Vilaró y Laura Gil defiendan a Perfumerías Avenida y también a la ciudad de Salamanca. Son parte nuestra para siempre. Como también creo que podemos aspirar con Fasoula y sobretodo, con Iyana Martín. Es lo que nos hace especiales. Jugadoras comprometidas y una afición volcada, exigente y con saber, conocedora de baloncesto femenino. Por favor, no estropeemos entre todos, esto tan bonito y tan necesario en Salamanca.

El próximo sábado en Würzburg vuelven a verse Perfumerías Avenida de Salamanca y Hozono Global Jairis. Espero un gran partido. Y sobretodo, una ovación gigantesca para los dos equipos por parte de mi afición. Si puedo escaparme, muy difícil por la distancia, lo haré, y sino, desde casa, yo me pondré de pie y aplaudiré.

 

 

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