Como es ya habitual, fruto por una parte de la siempre exacerbada alta política en España, y por otra, de la aceleración de los tiempos, la actualidad se vuelve vertiginosa y los temas se crean, se transforman y diluyen. Los problemas se perpetúan. Las propuestas, escasas, se desvanecen y ni siquiera permean. Y las soluciones sobre el terreno acaban posponiéndose. Una de ellas, todas la que tienen que ver con la racionalización de los horarios, y en particular, con la reducción de la jornada laboral es un perfecto ejemplo.
Como radical y rebelde defensor de esta medida de dignidad, pero también de productividad, de la clase trabajadora ya he hablado en varias ocasiones de este tema. Aquí dejo ambos enlaces interrelacionados y sobre los que voy a partir para actualizar la propuesta:
- Reducción de la jornada laboral: Una quimera necesaria
- Una vuelta filosófica a la necesaria Reducción de la Jornada Laboral
Si vuelvo al tema en este momento es porque mientras entran y salen nuevos y viejos problemas, una de las medidas estrella del grupo político Sumar en el gobierno de coalición era la reducción de la jornada laboral, que ha quedado, parece, en el limbo, mientras se negocia con otras fuerzas y se trata de sacar unos más que necesarios presupuestos.
Hay quienes parten de ciertas evidencias y noticias sobre un futurible escenario de abundancia en el que planteamientos de reducción de la jornada laboral serían más que evidentes. Se habla de avances tecnológicos y científicos que abaratarian casi hasta el coste cero la producción de energía, que además serían limpias y renovables. Se apunta el progreso en materias de biotecnología, y en sus distintas ramas, que nos llevarían a un mundo de alimentación ilimitada, creada en laboratorio, que reduciría el impacto medioambiental y en el bienestar animal. Se pone como ejemplo el avance exponencial de la Inteligencia Artificial y la digitalización de la economía. Ejemplos todos estos y más, de que en teoría, nos vamos hacia una sociedad opulenta, en la que los límites económicos y ecosistémicos serían superados por el ingenio humano y la tecnología. En cualquier caso, me parece que plantear estas ensoñaciones de recursos ilimitados cuando es bien evidente la naturaleza finita del medio natural y de la propia vida, es, por lo pronto una utopía, cuando no una cháchara mentirosa y auto-complaciente.
Porque, a parte de la realidad de un mundo de necesidades permanentemente ilimitadas y satisfechas con recursos cada vez más escasos, existe una sobreponderancia del beneficio económico. No parece muy inteligente creer que porque se construya un mundo de abundancia infinita y eficiencia absoluta, el reparto de estos beneficios vaya a ser equitativo, o cuando menos social. Lo que nos enseña la Historia y la experiencia (y por ejemplo, no hace tanto de la pandemia de covid-19) es que todo avance económico y tecnológico ha devengado en un ejercicio especulativo colosal del que se han beneficiado las élites que ya estaban o que se creaban por su dominio previo de los condicionantes de tal beneficio.
Las utopías se volverán distopías, y la vida para el grueso de la población, decena de mil millones de personas al paso que vamos, se medira en dolor y en injusticia. Por ello las políticas activas que planteen modelos alternativos son la solución. Puede ser el Decrecimiento o la inclusión de sistemas de Renta Universal. Acciones en favor de derechos tangibles de ciudadanía (alimento, vestido, vivienda, cultura), y políticas de dignidad por las condiciones materiales de las clases trabajadoras (o bajas o populares) como pueda ser la reducción de la jornada laboral, y la puesta en marcha de políticas urbanísticas y de movilidad que devuelvan tiempo a las y los trabajadores.
Sin duda, la propuesta gubernamental actual es muy tímida, por no llamarla directamente cobarde o una estafa. Una reducción de apenas 30 minutos al día (total de 2.5 horas a la semana en la joranda máxima de 40 horas que pasaría a 37.5), al tiempo que en otra negociación planifican con la patronal y los sindicatos mayoritarios una ampliación de la edad de jubilación hasta los 72 años. Una vergüenza que partidos, y me da igual que sean nuevos, que ya no estén en el gobierno, o viejos se denominen "de izquierdas" y permitan tal atropello.
Esta no es la solución que se necesita y reclama. No. Todo lo contrario. En el contexto económico y productivo actual el camino es reducir agresivamente la duración de la jornada laboral, llevando la jornada laboral máxima diaria a 6 horas. La semanal a 30. Favoreciendo el establecimiento de semanas de 4 días laborables. Prohibiendo las horas extraordinarias y persiguiéndolas. Alentando una mayor creación de empleo y promoviendo las jornadas intensivas, incluidas las de los servicios nocturnos y de guardias, para que sean bien remuneradas. Favoreciendo con ello aspectos como la conciliación familiar y la satisfaccion vital. Y por supuesto, bajando la edad de jubilación para que las clases trabajadoras, productoras, puedan disfrutar de una vejez con salud y dignidad. Todo ello, por supuesto, sin disminuir los salarios y pensiones, es decir, las rentas del trabajo.
En conjunto, se trata no de regalar tiempo, ni tampoco dinero al grueso de la población, sino de devolver la dignidad que se han ganado, y aumentar la productividad. Sin olvidar, como decía ayer, el trabajo de las mujeres que se dedican a las labores de cuidados y mantenimiento de domicilios, incluidas las personas que llevan a cabo las tareas de su propio hogar.
Según diversos estudios actuales, de organizaciones poco-dudosas de pertenecer a sindicatos o partidos de izquierdas, como Cotec o Sigma2, hasta un 81% de la población apoyaría la reducción de la jornada laboral sin pérdida de salario. Han aparecido en estos meses en los que se ha planteado la reducción de la jornada laboral hasta los 37,5 horas a la semana, una reducción como digo muy tímida, consensuada con la patronal en ese infausto clima para las clases trabajadoras de falsa paz o diálogo social. Por lo que no han aparecido debates, ni oposiciones. Es decir, hay consenso.
En este sentido, es evidente pensar que propuestas más radicales y obreristas como las que planteó un par de párrafos arriba si generarían acaloradas respuestas y debates enconados. Permítame dudarlo.
Al mismo tiempo que millones de chinos viajan por Europa gracias a su jubilación a los 55 años, la reducción de la jornada laboral se está llevando a cabo en todo el mundo. Existen experiencias, tanto empresariales como gubernamentales que avalan el éxito y la necesidad de esta medida. En Islandia, en Finlandia, en Francia, en Alemania, en Irlanda, en Japón, en Australia o Nueva Zelanda. La normativa impulsada por el último gobierno socialista en Portugal hacia las 35 horas semanales o el año pasado la propuesta de Berni Sanders por una ley de las 32 horas semanales en Estados Unidos. Y todas estas experiencias demuestran la racionalidad en términos éticos y de justicia social, pero también productivos y económicos de esta medida.
Partamos por definir que es el tiempo de la jornada laboral:
En esencia, cada trabajador o trabajadora “vende” en el mercado laboral su tiempo, su “vida”, con un gradiente de valor añadido en base a la experiencia o la formación profesional o académica que posee. Es decir, la fuerza de trabajo es la capacidad individual de producir (en un entorno concreto) y se mide por el número de horas que nuestro cuerpo y nuestra mente, pueden ser productivos. Esta relación se formaliza en un contrato de trabajo y fomenta una retribución por el tiempo efectivo de trabajo (NO el dedicado en ir o venir al puesto de trabajo). Todo ello queda regulado en estatutos de los trabajadores, convenios profesionales, tablas salariales y reglamentaciones de seguridad laboral. En conjunto, lo que provoca es que el o la trabajadora se conviertan en factores de producción, como las máquinas, las herramientas, las materias primas o la energía. Suponen un coste para el empresario y por lo tanto, las personas que trabajan se convierten en “cosas” (cosificación de los trabajadores, en palabras del filósofo marxista Lukács).
En el afán por luchar contra esto, y en volver a ser más personas, más humanos, entran las luchas por la reducción de la jornada laboral (o la disminución de la edad de jubilación).
Llevamos ya más de 100 años con reglamentaciones que fijan en 40 horas semanales el tope de las jornadas laborales. Llegaron con tremendos sacrificios y dolor de las clases de trabajadoras conscientes de su situación de indignidad, pero también de su poder como fuerza productiva y también revolucionaria. Sabedores de su componente internacional. Su éxito se fraguó en normativas como la Ley de las 40 horas, impuesta en Estados Unidos en 1922, o la Ley del trabajo de las Cortes de la Segunda República en 1931 que fijaban en 40 horas el máximo y la obligación de devolución de las horas extraordinarias por parte del empresario.
Cien años después no hay que ser un marxista declarado, ni un comunista convencido para entender que vivimos una auténtica injusticia, que además, tiene un componente de irracionalidad y de crueldad. No se explica que trabajemos las mismas horas, o incluso más, o muchas más si incluimos los tiempos de traslado a los centros de trabajo, hoy en día, momento de la economía digitalizada y mecanizada, de la industria tecnológica y de los procesos mecanizados, que cuando la electricidad y los motores de explosión eran la novedad en las cadenas de producción. Aquí pareciera que los propietarios del siglo XIX que protestaban ante las huelgas de sus trabajadores para rebajar jornadas laborales de 14 o 16 horas diarias, hubieran acabado ganando el debate. Cuando llevan 200 años cacareando las mismas nefastas consecuencias, profecías, evidentemente desmentidas por la Historia y por la razón.
Vuelvo a citar aquí a Keynes quien en 1930, un año después del crack bursátil, ya aventuraba que para este momento histórico, para la actualidad, las jornadas laborales serían de 15 horas semanales, debido a la mejora tecnológica y en las formas de producir. Si parte de los trabajos, cuando no tareas productivas completas, son realizadas por máquinas o algoritmos informáticos, lo lógico es que las personas trabajen menos horas y puedan absorberse esos parados de más producidos por el avance tecnológico, con un reparto equitativo del volumen de horas de trabajo necesarias.
Sin embargo, el economista británico falló. Desgraciadamente no contó con otros factores históricos y sociales como la absoluta laminación de los tejidos reivindicativos laborales. La disolución cuasi plena de las clases trabajadoras, atomizadas por un consumismo enfermizo, enfrentadas entre ellas por país, por raza, por género, por sexo, por edad o por profesión, compitiendo entre ellas. Secuestrados en el miedo y en la cultura de masas de raíz burguesa. Individualizados los trabajadores, carentes de una ideología de clase que los ampare tras la desintegración del proyecto socialista de la Unión Soviética y de los sindicatos y partidos de clase, convertidos hoy en engranajes del régimen burgués.
Tampoco ha sido predicho o profetizado qué iba a ocurrir con el tiempo de las clases trabajadoras. Sólo así se entiende el actual ritmo de vida de las clases trabajadoras en Occidente, que lejos de frenarse va en aumento, añandiendo estrés, frustación y diversos problemas de salud. En su recomendable obra, La fábrica del Emprendedor, el sociólogo Jorge Moruno aporta los datos y hechos que explican la situación actual. Este párrafo es ilustrativo:
Vivimos en un país donde la Agencia de Seguridad Alimentaria está controlada por Coca-Cola; el ministro de Economía, Luis de Guindos, viene del Consejo Asesor de Lehman Brothers a nivel europeo y de ser director en España y Portugal; y la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, tiene una empresa denunciada por no pagar a sus trabajadores. Relax era un conocido tema de los años ochenta, relaxing cup of café con leche, de Ana Botella, es la consigna del esperpento posmoderno español. Según el Comité Español de Acreditación Medicina del Sueño (CEAMS), los españoles duermen de media una hora menos que el resto de ciudadanos europeos, y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), dormimos 53 minutos menos al día que la media de la UE. El tiempo medio que tardamos en ir y venir del trabajo en España es de 57 minutos, en Barcelona asciende a 68 minutos, y en Madrid, a 71, como destaca un estudio de La Caixa. Otro estudio de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España afirma que se dan «jornadas interminables que inhabilitan a los trabajadores para conseguir una completa conciliación de su vida laboral con su vida personal y familiar». La Fundación Pfizer diagnosticaba en 2010 que un 44% de los españoles y las españolas sufría más estrés que en 2008. Esto se traduce en el consumo de 52 millones de tranquilizantes, colocándonos a la cabeza de los países de la OCDE. También aumenta con la crisis el consumo de hipnosedantes, pasando del 5,1% en 2005 a un 11,4% en 2011.
(Moruno, J. (2015), "Capítulo III. Proletarii". La fábrica del emprendedor. Ed. Akal. p. 33).
Duele encontrar un panfleto de 1998 de Izquierda Unida en el que abogaba por “trabajar menos para trabajar todos”, campaña por las 35 horas, y hoy, nos vayamos a dar un canto en los dientes si acabamos con una jornada de 37,5 horas.
Era el trabajar menos para trabajar todos, pero ya hoy es trabajar menos para vivir más.
Y es que la pandemia de covid de 2020 lo ha cambiado todo. Íbamos a salir mejores. Millones de personas han descubierto que quiere reducir su tiempo de trabajo y ampliar el de su vida, ganar trascendencia con ello. Llegan nuevas generaciones que están aprendiendo y deseando concebirse como personas, y no tanto como trabajadores. Definirse más por quiénes son o quieren ser, y no por a qué se dedican. No deja de ser una notificación de individualismo, alejada de los patrones de solidaridad obrera, pero puede ser la brecha con la que quienes sabemos de la importancia y del sentimiento de pertenencia obrera podamos penetrar y generar una mayor conciencia y articular procesos de lucha que de verdad cambien las cosas.
No se puede olvidar uno de que hoy en día el número de trabajadores, que en el estado español, pero también en todo Occidente, están condenados a la pobreza pese a tener un puesto de trabajo. Una década de crisis neoliberal, sumada a unas políticas criminales de adelgazamiento de los servicios públicos, más la citada pandemia, han legado legislaciones laborales abusivas por parte de una patronal crecida que ha impuesto marcos, sin negociación, sin diálogo y sin paz social, que no han sido contestados por las fuerzas obreras. Bien por inacción de sus teóricos representantes o por desánimo o desconocimiento de los propios trabajadores afectados.
Hoy y todos estos años, el ecosistema laboral es de la sub-contratación y los falsos autónomos, el de los becarios y contratos en prácticas, el de los contratos temporales y a tiempo parcial. El de la indefensión del trabajador frente al patrón. El de la falta de seguridad laboral. El de una precariedad laboral que se convierte en vital cuando hablamos de los jóvenes que se incorporan a un “mercado laboral”, que ya ha conseguido su objetivo: deshumanizar el trabajo y la economía productivas, para convertirlas en bienes especulativos y financieros. Es decir, en dinero.
Se lucha desde la élite contra las subidas del salario mínimo interprofesional o de las pensiones mínimas, pero no se entra en el fraude fiscal, en las excesivas plusvalías o en el capitalismo de amiguetes tan profundo y arraigado en el estado español. Quedan en suspenso las luchas contra los fraudes laborales, las agencias privadas de empleo (verdadero cáncer de las relaciones capital-trabajo) y contra las plataformas “colaborativas” de internet que han deslegitimado la organización obrera, aumentando la precariedad hasta niveles distópicos.
Por ello, hoy es vital que los trabajadores se organicen alrededor de un programa de lucha contra los despidos, contra el trabajo precario y contra el paro, que señale claramente que nuestras vidas valen más que sus ganancias. Hay que reducir la jornada laboral sin merma del salario ni de las cotizaciones, y también hay que disminuir la edad de jubilación. Sin medias tintas, ni concesiones.
¿Una utopía? Posible, justa y necesaria
Imaginad. Imaginad que tenéis, por fin, tiempo y dinero para vuestra vida. Que cumplimos, como individuos y como sociedad, el axioma de trabajar para vivir. No al revés. Imaginad que el sueldo por hora trabajada es justo y adecuado. Permite satisfacer las necesidades vitales desde la base hasta la cúspide de la famosa pirámide de Maslow. Necesidades en última instancia de carácter cultural y de autorrealización para las que en el contexto actual es necesario tanto tiempo como dinero. Pues imaginad un “mundo” en el que tenemos tiempo para una vez siendo adultos seguir aprendiendo. Estudiar otras cosas para sentirnos satisfechos y realizados. Cosas de esas que los gurús económicos llaman “improductivas”, como las artes, la Historia o la Filosofía, pero que son en esencia las que nos distinguen de los primates simples. Imaginad que por fin podéis iniciar ese curso de idiomas o de pintura. Ese taller de lectura y escritura. Poder entrenar y practicar el deporte o tarea física que nos gusta y motiva. O realizar ya ese voluntariado con mayores, niños, con dependientes… Trabajar en un tiempo libre más amplio y desatado de las ligaduras del estrés del empleo y los transportes para generar cooperativas y mejorar el asociacionismo en nuestro entorno. En el de cada uno. Imaginad que por fin tenéis tiempo cada día para mejorar ese entorno. Tanto el urbano como el rural. Limpiando espacios naturales. Trabajando, por qué no, en desescombrar solares y habilitar nuevos espacios, nuevas viviendas.
Imaginad que tenéis tiempo para esto y para más. Para viajar. Para leer. En definitiva, para consumir más. Esto generará, indudablemente, más puestos de trabajo que tendrán que ser satisfechos respetando la duración de la jornada laboral. La economía mejoraría. La sociedad sería más plena y estaría más satisfecha de si misma y de sus expectativas. Más preparada ante crisis de cualquier tipo.
Imaginad que un día cualquiera tenemos y tenéis tiempo para visitar, cuidar y pasarlo con nuestros familiares. Padres, abuelos y también los propios hijos. Imaginad que ya no tienen nuestros progenitores que encargarse de nuestros vástagos. Imaginad que ya por fin pueden viajar. A los fiordos de Noruega o a la isla fluvial del pueblo de al lado. Da igual. Es su tiempo. Imaginad, pues, que no hicieran ya falta “políticas de conciliación familiar” porque la principal, la más justa y garantista, que es la reducción de la jornada laboral ya satisfacería esta necesidad. Ya podríamos conciliar, sin pérdidas de sueldo o de sueño. Sin necesidad de delegar, ni de hacer equilibrismos con calendarios, agendas y relojes.
Imaginad que las empresas, de cualquier sector, públicas y privadas, pueden ya funcionar, de hecho si que pueden, con jornadas intensivas. Con trabajadoras y trabajadores concentrando su esfuerzo productivo en esas 5 o 6 horas diarias (¿por qué no apostar ya por las semanas laborales de 4 días?), o quizás en menos, siendo más rentables para la propia empresa y para la economía en general. Personas que para desplazarse al centro de trabajo como tienen más tiempo quizás puedan también desentenderse del coche y el tráfico. Con turnos rotativos de dos diurnos y sumar uno o dos nocturnos (siempre pagados con dignidad y justicia) dependiendo del tipo de empresa que se trate. Con un reparto del trabajo disponible para hacer nuestro país más grande y mejor.
Imaginad, en definitiva, el mundo del mañana si se pone en marcha una reducción de la jornada laboral justa, sin merma del sueldo o las cotizaciones sociales. Un mundo de personas autorrealizadas, satisfechas consigo mismas, su entorno y su sociedad. Dispuestas a emplearse en mejorarlas y en no dejar a nadie atrás. Imaginaros unidos, en la diversidad, pero reconociendo que formás parte de algo grande, en el que persiste la cooperación. Un mundo de colaboración y no de competencia. Pensad ahora ese nuevo mundo libre, y en cómo estaríamos en él, con confianza y respeto. Pensad en ello, y seguro que llegáis a la misma conclusión que yo: Y es que quienes no quieren que reduzcamos la jornada laboral, quienes desean seguir teniendo gente esclavizada e idiotizada, no nos quieren libres (por mucho que se llenen la boca con la bella libertad), ni autorrealizados. No nos quieren dignos, sino cohibidos. Y no nos quieren con seguridad, sino con miedo. Por ello el mal es fácilmente identificable. Los tenéis ahí.
Es el tiempo de hacer de esta utopía algo real y tangible. Porque es posible, porque es justo y porque es necesario. Sí a la reducción de la jornada laboral sin merma del sueldo ni las cotizaciones.