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miércoles, 28 de agosto de 2024

Contra la Cultura urbana


 

En la sociedad contemporánea, la cultura urbana se ha convertido en un fenómeno omnipresente que moldea las tendencias, los gustos y las formas de vida de una gran cantidad de personas. Sin embargo, detrás de la aparente modernidad y diversidad que caracterizan a esta cultura, se esconden una serie de aspectos que merecen una crítica reflexiva y profunda.

Para comenzar, es importante señalar que la cultura urbana tiende a promover una homogeneización cultural, donde se fomenta la adopción de ciertos estilos de vida, gustos musicales o modas, limitando la diversidad cultural y la libertad individual. Esto puede llevar a la pérdida de identidad de las personas, al presionarlas para que se ajusten a determinados estándares impuestos por la sociedad urbana, en lugar de permitirles manifestar su singularidad y autenticidad.

En general, se produce una pérdida, que cada vez más tiende a ser irremediable, de los diversos patrimonios etnográficos y culturales propios de las ciudades, pueblos y áreas más locales en todo el mundo, que son sustituidos por los rigores propios de la cultura urbana. Estos son impuestos por una avasalladora presencia en los medios de comunicación, especialmente en los dedicados a los jóvenes, como Internet y las redes sociales, la música o el cine.

Además, la cultura urbana suele estar asociada con el consumismo desenfrenado, donde la adquisición de bienes materiales se convierte en el principal indicador de estatus y éxito. Esta mentalidad consumista no solo fomenta la insatisfacción constante y la competencia desmedida dentro de un individualismo atroz y alineante, sino que también contribuye a la explotación de recursos naturales, el aumento de residuos y la degradación del medio ambiente, generando graves consecuencias a nivel global.

En este sentido son especialmente reveladoras las interrelaciones que presentan la moda y la música urbanas. Ambas son dos elementos fundamentales que han moldeado la cultura urbana en las últimas décadas, evolucionando de manera paralela, influyéndose mutuamente y creando un estilo de vida único que ha trascendido fronteras geográficas y generacionales.

En primer lugar, es crucial comprender que la música y la moda son manifestaciones artísticas que reflejan el espíritu y las inquietudes de una época determinada. La música urbana, en sus diferentes géneros como el hip-hop, el reguetón o el trap, ha sido pionera en la expresión de realidades sociales y también en la denuncia de injusticias a través de sus letras comprometidas. Esta música ha servido como un altavoz para las comunidades marginadas, dando voz a aquellos que tradicionalmente no la tenían. La sencillez de su creación y réplica, indudablemente, ha permitido que muchas voces se pudieran escuchar. A cambio, y más aún con el paso de los años, lo que ha quedado es que la producción musical se ha homogenizado. Es repetitiva, monótona y ha hecho a las mismas multinacionales de siempre más ricas aún, encontrando un público cautivo inmenso y dispuesto a gastarse su dinero en una producción musical, en absoluto diversificada y que reproduce constantemente los mismos patrones, sonidos, ritmos y estéticas. Se amplifica y reproduce por los medios de comunicación de masas, eliminando el resto de expresiones y estilos musicales, y sobretodo laminando la presencia de las formas y temas propios de la música y el arte más local, más etnográfico.

Por otro lado, la moda urbana ha surgido como una forma de expresión personal y de pertenencia a un grupo o tribu urbana específica. Las marcas de siempre que aquí no voy a repetir, se han convertido en símbolos de estatus dentro de la cultura urbana, marcando tendencias y dictando un estilo de vestir característico. Y cumpliendo con el mismo patrón que la musica ha limitado las formas y maneras para millones de personas, contribuyendo a glorificar uno de los sectores económicos más esclavistas y miserables del mundo: la industria de la moda y del textil que desde hace décadas subemplea a millones de personas en el sudeste asiático por salarios de miseria y bajo condiciones de semi-esclavitud, mientras factura en Occidente miles de millones de euros al año, por productos que apenas duran una temporada.

La relación entre la música y la moda en la cultura urbana es, por lo tanto bidireccional. Por un lado, los artistas de renombre suelen ser considerados iconos de estilo, influenciando las tendencias de moda a través de sus videoclips, conciertos y presencia en redes sociales. Por otro lado, la moda se ha convertido en parte integral de la identidad de los músicos urbanos, quienes utilizan su imagen y sus prendas como una extensión de su arte. No voy a citar a los ejemplos de esos pseudo “artistas” o cantantes que necesitan complementar su voz con multitud de arreglos electrónicos, para demostrar cómo la música y la moda se fusionan en la escena urbana, creando un universo estético único y reconocible a nivel mundial. Y si, alineante e idiotizante.

Sin embargo, esta estrecha relación entre la música y la moda en la cultura urbana también ha sido objeto de críticas. Algunos argumentan que la comercialización excesiva de la imagen personal de los artistas y la promoción de marcas de lujo en la industria musical están desvirtuando el mensaje original de la música urbana, alejándola de sus raíces contestatarias y transformándola en un mero producto de consumo masivo. Asimismo, se ha cuestionado si la moda en la cultura urbana promueve la exclusión y la segregación, al fomentar la adopción de determinados códigos de vestimenta como una forma de diferenciación social.

Y es que otro aspecto digno de crítica en la cultura urbana es su tendencia a generar exclusión social y desigualdad. A menudo, los códigos y normas de la cultura urbana pueden ser excluyentes, marginando a aquellos que no pueden acceder a ciertos productos, espacios o formas de expresión cultural. Especialmente en el caso de las mujeres que pese a lo que pudiera parecer, la cultura urbana no les ha traído emancipación o respeto, sino que las ha cosificado y denigrado. Esto crea barreras para la participación igualitaria en la vida urbana y perpetúa estructuras de poder que favorecen a unos pocos, siempre al hombre por encima de la mujer, en detrimento de la mayoría.

Por último, la cultura urbana también puede promover la superficialidad, la inmediatez y la falta de valores sólidos, relegando la reflexión, el compromiso social y la construcción de relaciones significativas a un segundo plano. Esta dinámica puede conducir a una sociedad superficial, alienada y desconectada emocionalmente, donde la verdadera felicidad y realización personal se ven amenazadas por una búsqueda constante de gratificación instantánea y superficial.

Todos estos fenómenos asociados a la proliferación de la cultura urbana, no se cuestionan por parte de los medios de comunicación de masas, y tienen un reflejo muy característico, que a mi modo de ver define de manera perfecta el momento actual. Se trata de la vuelta, con mucha fuerza además, de toda la subcultura del tunning y los coches modificados, de un estilo de vida basado en hacerse notar, a través del ruido y la expresión individual hortera de alterar los vehículos privados. Parte importante de este revival es la difusión de las películas de la abominable franquicia Fast and Furious.

Estas películas han tenido un impacto significativo en la cultura urbana contemporánea, especialmente en lo que respecta a la manera en que se perciben los vehículos modificados y la proliferación de coches y motos con escapes libres en las ciudades. Han contribuido a popularizar la idea de que la velocidad y la potencia son elementos clave para la masculinidad y la identidad personal. Lo cual resulta paradojico. Al igual que el feminismo parecía cercano a dotar a las nuevas generaciones de una maduración personal en torno a la igualdad entre sexos y el respeto y la tolerancia, estos artificios culturales han boicoteado esta idea y esa necesidad imperiosa. A través de personajes carismáticos como Dominic Toretto y Brian O'Conner, interpretados por Vin Diesel y Paul Walker respectivamente, se ha creado un mito alrededor de la cultura de las carreras callejeras y la personalización extrema de vehículos. Esto ha llevado a que muchos jóvenes vean en la modificación de coches y motos una forma de expresar su individualidad y su sentido de pertenencia a una comunidad específica. Particularmente la de una masculinidad tóxica, donde la violencia, los consumos, el hacerse notar y las mujeres obtenidas como objeto de placer de usar y tirar son los medidores del éxito entre los iguales. Aquí entrarían los hombres ya más talluditos y en apariencia física más maduros que se compran una moto de gran cilindrada como parte de su tránsito por las crisis generacionales (de los 40, de los 50, …) y con la que buscan dotarse de un espíritu, que más de rebeldía, denota unas serias deficiencias en madurez y saber estar.

En segundo lugar, el aspecto que más me indigna y me ha lanzado a soltar estas diatribas. Se trata de la representación de los escapes libres en las películas ha tenido un impacto directo en la proliferación de esta práctica en las ciudades. Los escapes libres, que producen un ruido ensordecedor y molesto, son asociados con la idea de potencia y velocidad, como algo guay e imprescindible para fardar, lo que ha llevado a muchos conductores a instalarlos en sus vehículos para emular a los personajes de "Fast and Furious". Sin embargo, este fenómeno provoca serios problemas de contaminación acústica en zonas urbanas, afectando la calidad de vida de los residentes y creando conflictos entre quienes emplean estos artefactos y el resto de la comunidad.

Me parece absolutamente aberrante la idea de que en 2024 las calles de nuestras ciudades y pueblos, en todo Occidente, tengan que vérselas con niñatos que hacen ruido porque sí, sin atender a la educación y saber estar más mínimo, ni considerar que comparten espacios con otras personas que tienen también derechos, como el del descanso y el bienestar, mucho más importantes que los derechos, inexistentes, de molestar, hacer ruido y mostrarse como el gallito del corral. Particularmente lamentable es la conveniencia, cuando no tolerancia, de las administraciones. Empezando por las municipales, cuyas policías locales, tan prestas a castigar a las gentes que luchan por modelos alternativos al desarrollismo capitalista especulador, y tan permisivos con los que hacen ruido, ensucian y molestan. Las ordenanzas existen ya, y los medios como decibelímetros y cámaras permiten la identificación de quienes no saben comportarse como personas adultas, y por lo tanto, las policías y fuerzas represivas tienen las herramientas para perseguir, castigar y apaciguar las calles de todos. Si no lo hacen será por algo.

Y será por algo también, el que la Dirección General de Tráfico permita que imbéciles congénitos de todas las edades se salten los códigos técnicos de los vehículos y las inspecciones para coches y motos, trucados y con los escapes libres, maten el silencio y el descanso del resto de la ciudadanía. Todo ello en un momento, en el que son más que evidentes la necesidad de hacer un uso responsable de los medios de locomoción y fundamentalmente, de los combustibles fósiles, por lo que se corresponden a otros intereses la manga ancha para quien estorba, enturbia y se salta las más mínimas normas cívicas de respeto y educación.

Además, la influencia de las películas en la cultura de las carreras callejeras ha llevado a un aumento de la conducción temeraria y peligrosa en las ciudades. La necesidad de emular las espectaculares escenas de persecuciones y carreras de las películas ha llevado a que algunos conductores pongan en riesgo su vida y la de los demás en las calles, poniendo en peligro la seguridad vial y generando un clima de tensión y miedo en las áreas urbanas. Esto, evidentemente porque en la vida real la pericia es infinitamente menor que la propuesta por los arreglos digitales y la hostia te la llevas, ha hecho aumentar la siniestralidad. Y eso, encima y de propina, está suponiendo que las aseguradoras pasen al conjunto de la población los gastos que tienen por tener asegurados a unineuronales de más de 50 años con motarraca y a niñatos con coches y burras modificados. Gente que casi no sabe limpiarse el culo pero que los tienes a toda hora poniendo al límite a maquinas que no entienden y no respetan.

Evidentemente, junto a este fenómeno se han juntado un más que notable aumento del ruido en las ciudades. Ha crecido el parque automovilístico del país, por lo que hay más coches y más gente conduciendo, sin que estos hayan supuesto una renovación de los vehículos a otros más ecológicos, sostenibles y silenciosos. Todo lo contrario. Se alargan la vida útil de los vehículos (que también es una forma de limitar la contaminación, el aumento de residuos solidos y la sostenibilidad de las materias primas y procesos) y además, se hace un mayor uso de ellos. Cada vez son peores las conexiones por transporte público, al tiempo que la gente rechaza cada vez más, la posiblidad de desplazarse a pie o en bicicleta. Además, conducen peor y el consumo de bebidas alcohólicas y el empleo constante del dichoso teléfono móvil contribuyen a una mayor inseguridad vial. Todo esto contribuye a la tormenta perfecta del ruido en las calles.

Por lo tanto, las películas "Fast and Furious" han tenido un impacto profundo en la cultura urbana y la proliferación de coches y motos con escapes libres en las ciudades. Frente a esto, es importante promover una cultura del respeto y la responsabilidad en la conducción, que permita disfrutar de la pasión por los vehículos sin poner en riesgo la seguridad y el bienestar de la comunidad urbana.

En general, la cultura urbana abarca una amplia gama de expresiones artísticas, sociales y culturales que reflejan la vida en las ciudades modernas. Desde el arte callejero hasta la música underground, que pasa irremediablemente a convertirse en tendencia y apisonadora de gustos y estilos, pasando por la moda urbana y las tendencias gastronómicas (muy asociados al estilo de vida de consumir y tirar), la cultura urbana se ha convertido en un fenómeno omnipresente que trasciende fronteras y conecta a personas de diferentes partes del mundo.

Los estilos de vida de la sociedad urbana estadounidense que han sido impuestos los últimos 50 años por parte de los medios de comunicación de masas, y en especial la televisión y el cine, y ahora Internet y las redes sociales, que se han propuesto homogenizar a todo el mundo, favoreciendo una extracción de la riqueza de abajo a arriba, y respectivamente de Sur al Norte y de Oriente a Occidente. De hecho, en la actualidad, y en un contexto de crisis colosal de los valores del imperio único que representan los Estados Unidos, esta hegemonía cultural urbana redobla marcha para unificar cada vez más a las sociedades, particularmente a las generaciones más jóvenes de las clases trabajadoras. Por lo tanto, todo lo que no sea manifestar y luchar contra esta hegemonía cultural que arrebata las identidades más locales, antiguas y propias es un error que no podemos permitirnos.

De hecho ya han surgido expresiones propias contraculturales, como respuesta a esta cultura urbana hegemónica y alineante, que tratan de denunciar los aspectos perniciosos que la agenda urbana provoca y la necesidad absoluta de preservar las formas de pensar y expresarse de los patrimonios más locales y propios, tanto a nivel urbano, como regional.

En conclusión, si bien la cultura urbana puede ofrecer muchas oportunidades de expresión, creatividad y encuentro, incluidas la creación de sinergías que permitan nuevas formas de expresión, fusión, multiculturalidad, e incluso, de contestación social y respuesta a los problemas y dinámicas económicas, sociales, políticas y culturales. Pero lo cierto, es que es necesaria realizar una crítica constructiva que invite a la reflexión y al cambio. Es importante cuestionar sus aspectos más problemáticos, como la homogeneización cultural, el consumismo desenfrenado, la exclusión social y la superficialidad, el anquilosamiento de un machismo y heteropatriarcado contra el que hay que luchar, para promover una cultura urbana más inclusiva, sostenible y significativa. Solo así podremos construir ciudades más humanas, justas y habitables para todas las personas.

Es fundamental, cuidar y conservar los diversos patrimonios culturales y expresiones propias de las distintas sociedades, grupos y territorios. Sólo así, luchando contra la homogenización cultural que busca y promueve el fenómeno de la cultura urbana, se podrá garantizar una mayor diversidad, riqueza y respeto para todas y todos, independientemente de su lugar de nacimiento, residencia, el color de su piel, sus opiniones políticas y religiosas o el valor de su cuenta bancaria.

martes, 1 de diciembre de 2009

El Pensamiento Secuestrado. Susan George


Extractos de una obra clave para comprender la situación del mundo en la primera década del siglo XXI provocados por los desmanés de las oligarquías religiosa, nacionailsta, económica estadounidenses. Susan George hace un ejercicio de retrospectiva y memoria crítica con las políticas neo-conservadoras tanto desde la década de los 60s y 70s, como ya con la administración Reagan, comienzo declarado del período neo-con. Sus políticas y represiones así como la de sus "herederos" políticos y como han dejado tanto la primera potencia mundial como el planeta más pobre, corrupto, fraudulento y moralmente depauperado. IMPRESCINDIBLE.



Las grandes empresas siguen embolsándose beneficios récord: en 2006, los de Exxon fueron de 40.000 millones de dólares. El gobierno sigue concediendo flagrantes extensiones fiscales e indignantes subvenciones al sector empresarial, especialmente a la ya opulenta industria petrolera. Estalla en el país un escándalo financiero tras otro, la mayoría de los culpables sale en libertad bajo fianza gracias al dinero de los contribuyentes, el esporádico chivo expiatorio va a prisión y la indignación decrece. Los salarios de los presidentes de los consejos de administración de las grandes empresas son ya más de 400 veces superiores a los de sus empleados promedio. Hace tiempo que desaparecieron los movimientos progresistas de la década de 1930 que pedían más igualdad y justicia social.

¿Cómo es que han bastado sólo unas décadas para que los ideales estadounidenses, expresados en algunos de los documentos políticos más inspiradores que se han escrito, estén pisoteados en el fango? ¿Cómo puede el país cuyo primer acto independiente fue declarar que “todos los hombres han sido creado iguales” ser ahora una de las sociedades más desiguales del planeta? ¿Por qué tuvieron tanta libertad para actuar quienes planearon la estrategia para hacerse con el poder?, pues eso es lo que es. ¿Por qué se han encontrado con tan poco oposición? Confío en demostrar que la batalla es, sobre todo, cultural, y que la estrategia de la extrema derecha ha sido rentable. Si uno consigue entrar en la cabeza de la gente, no hace falta preocuparse de sus manos ni de su corazón: irán detrás. Y entonces los dirigentes podrán hacer cuanto les plazca.

Muchas personas, sobre todo en Europa, siguen viviendo en su mayor parte en un mundo racional, culto, con servicios públicos y al menos cierta protección social. Sus sociedades, pese a las numerosas injusticias, continúan siendo relativamente habitables. Quizá como resultado de ello, estas personas suelen creer que la actual situación calamitosa de Estados Unidos es totalmente obra de Bush y de sus seguidores neocón. Lógicamente, entonces, esta situación cesará en cuanto los actuales dirigentes sean desbancados, como muy tarde en 2008, y sustituidos por otros que tengan más principios.

Además, la mayoría de los europeos que viaja a Estados Unidos por trabajo o por placer nunca se aventura más allá de las costas del Atlántico y del Pacífico que, hay que admitirlo, son más atractivas, más amigables para los europeos y sin duda más divertidas que los lugares que quedan en medio. Estos europeos no tienen ni idea de lo que piensa –o de lo que no piensa- la gente en el vasto interior del país. No entienden cómo los estadounidenses pueden haber elegido a estos dirigentes, y que están tan seguros de que cualquier día de estos entrarán de nuevo en razón. Este extraño comportamiento es temporal y cesará cuando un partido diferente u otras personas diferentes consigan el poder.

Todo en la cultura –desde los medios de comunicación a la mayoría de las escuelas, pasando por la práctica religiosa generalizada- disuade del pensamiento crítico.

El huracán Katrina reveló las consecuencias sociales y ecológicas de la “libertad económica” para aumentar el calentamiento global y dejar a los pobres a su suerte.

Los trabajadores mal pagados se concentran de forma abrumadora en las “ocupaciones de servicios”, que representan actualmente casi cuatro quintas partes de la economía estadounidense. Los peor pagados, en su mayoría mujeres, trabajan en “empleos relacionados con preparar y servir comida” y en el comercio minorista. Con la pérdida constante de empleos bien remunerados en el sector de la fabricación a favor de China y de otros países donde pagan salarios bajos, las personas cuyos puestos de trabajo desaparecen se ven obligadas a encontrar nuevos trabajos en puestos mal pagados del sector servicios donde podrían ganar incluso menos que el salario mínimo. El peor salario para ocupaciones como camarero en un restaurante se paga legalmente –prepárense- a 2,13 dólares la hora. Se supone que quienes sirven comidas deben sobrevivir a base de propinas. Los extranjeros que salen a comer en Estados Unidos no entienden esas bárbaras costumbres y suelen dejar poca calderilla, cuando lo apropiado sería el 20% de la cuenta. Los camareros se pelean para no tener que servir a extranjeros, especialmente británicos.

Lo sé porque he leído el extraordinario libro de Barbara Ehrenreich Nicked and Dimed (Vivir de propinas), en el que relata la vida de una mujer, ella misma, que vive atrapada en este tipo de trabajos. En su caso fue voluntario. Se trasladó desde Florida hasta Maine y Minnesota, y trabajó como camarera, doncella de hotel, mujer de la limpieza, auxiliar en una maternidad y dependienta en Wal-Mart. Aprendió que hasta los empleos más modestos exigen un esfuerzo mental y físico agotadores y que un solo trabajo no es suficiente: si usted insiste en vivir bajo techo en lugar de en su coche o en la calle, necesitará por lo menos dos. Si viene de otra ciudad y no tiene una familia a la que recurrir, nunca ahorrará suficiente dinero para pagar tres meses de alquiler por adelantado por una habitación o un apartamento y tendrá que vivir en moteles. Incluso los más baratos son caros.

Ehrenreich, escritora profesional, hizo este trabajo como experimento social: tenía la educación y el estatus social para huir una vez reunido el material y poseía las habilidades necesarias para contar la historia. Sobre todo, sabía que la situación era temporal y que podía salir de ahí en cualquier momento, por ejemplo si caía enferma. La mayoría de las personas atrapadas en estos trabajos están atrapadas sin más y su situación no va a mejorar. Como señala Holly Sklar, quienes preparan y sirven comidas deben depender a menudo de los bancos de alimentos para dar de comer a sus familias; los auxiliares sanitarios no pueden permitirse un seguro médico y quienes cuidan niños no pueden ahorrar lo suficiente para la educación de sus propios hijos.

La economía estadounidense desvía una riqueza cada vez mayor de los trabajadores a quienes ya tienen dinero, en lugar de satisfacer las necesidades de alimentos, cobijo, vestido, transporte, salud, educación, etc, de toda la población con independencia de su nacimiento, raza y condición social. Para la mayoría de los estadounidenses, esto parece el orden natural de las cosas y es sorprendente observar que siguen conservando, en general, el optimismo y el sentido del humor. Aunque ya no puedo rastrear la referencia, recuerdo con nitidez una encuesta que mostraba que, en relación con su propia riqueza y condición social, el 19% de los estadounidenses encuestados consideraba que estaba entre el 1% de las personas de más renta. Otro 20% decía que no, que no estaba aún entre ese 1%, pero que lo estaría algún día.

La inestable pirámide de la riqueza

En realidad, tienen pocos motivos para el optimismo. La distribución de la riqueza estadounidense está enormemente desequilibrada y cada vez lo estará más. En Estados Unidos, la punta de la pirámide está hecha de oro macizo y la base de metal de baja ley. Lamento de nuevo todas las cifras, pero quizá puedan perdonarlas puesto que son muy llamativas.

En 1980, la proporción de ingresos de un director general respecto de los del trabajador medio era de 42 a 1. En 2002, el director general ganaba más de 400 veces el salario del trabajador medio. Podemos mostrar este contraste de otro modo. En 1968, el director general mejor pagado en Estados Unidos ganaba lo mismo que 127 trabajadores medios o que 239 trabajadores que cobraban el salario mínimo. En 2005, el director general mejor pagada ganaba lo miso que 7.443 trabajadores medios o que 23.282 trabajadores que percibían el salario mínimo. Otras comparaciones muestran hasta qué punto valora la sociedad a los directores generales más que, por ejemplo, a los maestros de la escuela pública. Aquí la proporción es de un director general = 63 maestros de escuela medios en 1990, pero 264 en 2001.

El 1% de la población estadounidense más rica se ha apropiado de un tercio de la riqueza nacional total y el siguiente 19%, de otro 51%, lo que significa que le 20% de los estadounidenses más adinerados tiene el 84% del valor neto total (activo menos deudas). Esto deja sólo el 16% para el restante 80% de la población. Si sólo se tiene en cuenta la riqueza financiera (es decir, sin contar bienes inmuebles ni otros activos fijos), el 1% de la cúspide de la pirámide tiene el 40%, y el 20% de la parte superior tiene un pasmoso 91%. Entre 1973 y 2005, los ingresos reales para el 5% de estadounidenses más ricos aumentaron aproximadamente un 50%.

Esto no es nada en comparación con el 0,001% de la cúspide. Suelo perderme con estos porcentajes tan pequeños y doy bandazos entre los sistemas de notación: lo que quiero decir es que una persona de cada 10.000 o alrededor de 30.000 estadounidenses en total, son realmente los pocos y felices. Desde finales de la década de 1960 hasta finales de la de 1990, aumentaron su porcentaje de los ingresos totales estadounidenses del 0,5 al 2,5%. Dicho de otro modo, estos super-millonarios tenían tantos ingresos como el 15% de la población (pobre) de Estados Unidos, probablemente el único país del mundo donde 30.000 es igual a 45.000.000.

Esto en lo que se refiere a los ingresos. Volvamos ahora al valor neto, que es la riqueza total, que abarca todos los activos, incluidos los que no se pueden convertir rápidamente en efectivo (como bienes inmuebles, aviones privados o yates), menos las deudas. Según datos de la Reserva Federal, en la década comprendida entre 1995 y 2004, el valor neto del 25% de la parte inferior de la pirámide aumentó un 8%, mientras que el del 10% de la cúspide se disparó un 77% (como reflejo de las grandes subidas del precio de la vivienda, entre otros factores).

En términos de valor neto, se puede refinar más aún la cifra de 30.000 = 45 millones de personas, comparación que tiene en cuenta únicamente los ingresos. Cuanto más arriba se está en la escala de éxito, mayor es la concentración de riqueza. Cada año, la revista de negocios Forbes publica su lista de multimillonarios, que ricos y famosos esperan con avidez. A principios de 2007, los 400 estadounidenses más ricos tenían en total 1,25 billones de dólares o, si lo prefieren, 1.250.000 millones de dólares. ¿Y cuánto es eso? El 10% del PIB de Estados Unidos, que la OCDE situaba en 2005 en 12.428 millones de dólares.

A pesar de la globalización que en todos los lugares arrastra la riqueza hacia arriba y la concentra en las enjoyadas manos de personas de otras partes de mundo, la cosecha mundial de 2007 de multimillonarios de la lista Forbes sigue siendo un 40% estadounidense. Ya saben que Bill Gates es el hombre más rico de la tierra, con 56.000 millones de dólares, según la lista Forbes de 2007. Pero ¿y la familia Walton, famosa por las tiendas Wal-Mart, uno de los sitios donde trabajó Barbara Ehrenreich a cambio de una miseria? La orientación de Wal-Mart es descaradamente derechista y religiosa; es en sus monstruosas tiendas donde los libros de la serie Los que quedan atrás, sobre el Argamedón y el Rapto, empezaron a volar de los estantes. No hay duda de que el Señor ha cuidado de la familia fundadora: 6 miembros de este clan dejan pequeño a Gates con un botín familiar total de 83.000 millones de dólares. Mientras tanto, el número de estadounidenses “gravemente afectados por la pobreza” aumentó un 26% (hasta 16 millones). Los salarios, la principal fuente de ingresos de la mayoría de la gente, cayeron un 6’5% entre 2001 y 2004.

Todo esto parece una estrategia a largo plazo para rebajar la calidad de uno de los pocos servicios públicos que quedan en Estados Unidos. Dejen que la calidad disminuya lo bastante y los padres estarán dispuestos a hacer cualquier sacrificio por la educación de sus hijos. Quienes puedan permitírselo enviarán a sus hijos a escuelas privadas, que suelen estar regentadas por una u otra confesión religiosa. Los neoliberales cantarán el mantra “libre para elegir” y presionarán a favor de un sistema nacional de vales escolares. ¿Qué es lo que hay que elegir entre una escuela desvencijada, quizá peligrosa, y otra limpia, ordenada, bien dotada, cuyo ambiente propicia el aprendizaje. Naturalmente, algo costará, pero así es la vida, ¿no? La gente tiene lo que se merece, sus hijos también.

jueves, 29 de octubre de 2009

Un cambio histórico


Se habla sin parar de la necesidad de cambiar el modelo productivo de nuestro país. Pero tengo la impresión de que se precisa poco. Porque, ¿qué quiere decir cambiar el modelo productivo? En realidad, se trataría no sólo de modificar la composición sectorial del PIB, es decir, el origen de la riqueza que generamos, sino también cómo la generamos, cómo la repartimos y cómo la consumimos. Si me permiten la licencia, es, en cierto sentido, modificar la dirección de la historia de España en términos económicos, lo mismo que en el 78 la modificamos en su orientación política. Y esta magna empresa no se hace con leyes, aunque bienvenidas sean aquellas que lo propicien. Se trata de un gran esfuerzo colectivo, sostenido en el tiempo, que exige un nuevo contrato y unas nuevas reglas. Un contrato donde se especifique lo que cada parte debe aportar -y no realidades frente a promesas- y nuevas reglas que impidan, en lo posible, que se repita dentro de un tiempo el mismo desastre, acrecentado.

Cuando la crisis ha golpeado con más virulencia en España en clave de empleo, la sorpresa ha sido relativa. Advertencias de lo que podía suceder, haberlas, las había. Era obvio que nuestro sector inmobiliario no podía crecer con aquella exuberancia y el estallido ha sido brutal. Se explican las actuales cifras de paro si tenemos en cuenta que el 20% del empleo creado desde 1996 a 2007 lo fue en ese sector, que concentraba más del 15% de toda la inversión y suponía alrededor del 11% del PIB. Si a ello unimos que los otros sectores que crearon más empleo fueron la hostelería, el servicio doméstico y el comercio al por menor (más de otro 20%), tenemos el cuadro completo. Como ven ustedes, sectores de "alto valor añadido".

Es verdad que estamos mejor preparados que en otras épocas para hacer frente a la sacudida, pero no es cierto que estemos pertrechados como los países avanzados de Europa. ¿Cómo vamos a estarlo con productividad más baja, menos inversión en I+D+i, peor formación profesional y un 30% de fracaso escolar? Y el doble de desempleo no obedece a las disfunciones de nuestro mercado laboral. El que más del 30% de la mano de obra tenga contratos temporales -cuando en Europa es una tercera parte- no tiene su causa en el mercado laboral, sino en que un exceso de mano de obra se concentra en sectores estructuralmente temporales de baja productividad y escasa cualificación. Esto es lo que hay que cambiar. Porque si el capital, en España, se ha cobijado en demasía en la vivienda residencial es porque ahí se hacía dinero rápido, fácil, y podía forrarse hasta el que no sabía hacer la o con un canuto. En ese desmadre han colaborado, por activa o por pasiva,bancos, administraciones y una parte de un empresariado de cartón piedra. Dejando aparte la corrupción, de la que se advirtió.

Darle la vuelta a esta situación -no sólo salir de la crisis- va a costar años. Construir un modelo moderno, inmerso en la sociedad del conocimiento, de las nuevas tecnologías, avanzado socialmente y sostenible supone abordar reformas muy serias. Empezando por el sistema financiero, que si bien parece sólido no distribuye con fluidez el crédito y está ahogando a las pymes. La banca no es sólo de los accionistas, sino también de los impositores, al controlar el dinero del país y, en este sentido, realizar un servicio público esencial que, como tal, debe estar eficazmente supervisado y regulado para que cumpla con su función. De lo contrario, ¿cómo se justifica que acuda a su rescate el dinero del contribuyente cuando tienen dificultades?

De otro lado, España necesita, también, una reforma de la empresa y, dentro de ella, la laboral, que es una parte de aquélla. Pero está de moda hablar sólo de esta última, sin concretar en qué consiste. Una economía de la innovación y el conocimiento exige la participación del personal, formas más avanzadas de organización del trabajo y una manera más equitativa de repartir la riqueza. No hay nuevo modelo con los salarios perdiendo posiciones, el gasto social por debajo de la media europea, un exceso de familias que no llegan a fin de mes y el 20% de la población por debajo del nivel de pobreza.

Todos decimos que hay que invertir mucho más en educación, I+D+i, en las universidades, en formación profesional. Se ha avanzado en los últimos años, pero estamos lejos de los países de cabeza. En el Índice Sintético de Innovación de la UE España ocupa el puesto 17, cuando somos la quinta economía de Europa. Si queremos converger en este campo, que es la clave del futuro, tenemos que hacer un esfuerzo mucho mayor, las administraciones y, sobre todo, las empresas, que están retrasadas. Lo mismo que avanzar hacia una economía sostenible o verde supone un nuevo paradigma energético, otra forma de producir y consumir, ahorrando.

Todo ello, como es lógico, requiere copiosas inversiones y ahorro en gastos superfluos. Pero, sobre todo, un replanteamiento de la política fiscal. La moda de las rebajas fiscales debe concluir. De lo contrario, es ridículo hablar de cambio de modelo. De entrada, hay que exterminar los paraísos fiscales y combatir con energía el fraude fiscal. Dicho esto, a corto plazo y en el caso español, yo hubiera preferido sustituir el anunciado aumento de impuestos por algo más de déficit, teniendo en cuenta el bajo nivel de deuda. Subir impuestos a las mayorías cuando se está iniciando el despegue no me parece lo más acertado.

En fin, las grandes empresas colectivas necesitan, en general, ser pactadas. No se cambió de modelo político sin consenso; no se cambiará el modelo productivo sin acuerdo. En este sentido, se ha hablado mucho de los Pactos de la Moncloa. La situación de hoy no tiene nada que ver con aquélla, pero sí en una cosa: conviene acordar los grandes retos nacionales. Entonces se trató de un pacto, a iniciativa del Gobierno, de las fuerzas políticas, con un contenido también económico y apoyado por las fuerzas sociales. Hoy, quizá habría que haberlo hecho al revés: un gran acuerdo económico social, a iniciativa del Gobierno, con las fuerzas sociales, debatido y, en su caso, aprobado por el Parlamento.

Se tenía que haber aprovechado el momento de la explosión de la crisis, cuando los que siempre pugnan para que todo siga más o menos igual estaban acongojados y necesitaban, imperiosamente, el concurso del Estado. Ahora ya se han rehecho, en parte, y no están por la labor. Olfatean, quizá equivocadamente, tiempos mejores para su causa. Los grandes pactos son siempre el resultado del miedo o de la necesidad. Pretender que lo sean del patriotismo o de la solidaridad es demasiado pedir en los tiempos que corren. El Gobierno, en todo caso, es el llamado a realizar un crudo y certero diagnóstico y apretar las clavijas a las partes. De lo contrario, unos y otros seguirán a su bola. Temo que lo que no se hizo en su momento sea cada vez más difícil conseguirlo. Pero valdría la pena intentarlo, pues el país lo necesita y los españoles lo agradeceríamos.

lunes, 19 de octubre de 2009

Creerse rico


Érase una vez un país que se creía rico. No tenía petróleo ni gas. Sus reservas minerales eran escasas y estaban casi agotadas. Su industria, mediocre y poco competitiva porque su mano de obra no era barata. Su agricultura dependía de un regadío deficitario de agua y gran consumidor de energía. Apenas tenía tecnología propia ni investigaba lo suficiente para conseguirla. Y sin embargo se creía rico.

También sus habitantes creían poder vivir a todo plan. Veían natural gozar de un alto nivel de vida, tener muchas prestaciones sociales, trabajar lo menos posible, cultivar el ocio como objetivo vital y tener la vida asegurada. Eran gentes que valoraban mucho sus derechos y se sentían poco comprometidas con sus deberes. Jamás se planteaban por qué vivían tan bien cuando la mayor parte del planeta pasaba calamidades.

Y lo curioso es que no siempre había sido así. Hacía cuarenta años era un lugar modesto, de gente con alpargatas, escasas libertades y aislado del mundo. Con un trabajo ímprobo, ilusión colectiva y afán por mejorar, se había convertido en un estado moderno, desarrollado y alto nivel de vida. Pero, sin saber por qué, había olvidado sus orígenes y la razón de su bienestar para pasar a creerse en la opulencia.

El país que se creía rico actuaba como si lo fuera. Se dotó de administraciones numerosas, con coches oficiales y asesores políticos hasta en el último pueblo. La población pedía cada vez más de las arcas públicas, sin considerar que el nivel de vida no es un derecho adquirido sino algo que hay que ganarse día a día. Parecía natural tener una sanidad de vanguardia, educación de títulos fáciles y escaso esfuerzo, mayores pensiones, protección de desempleo compatible con una economía sumergida, y servicios urbanos de primera. Pero ni siquiera los estados más ricos del mundo se permitían tales lujos.

Los países son como las familias: austeros, donde todos trabajan codo con codo, ingresan más que gastan y ahorran para los momentos difíciles; muy ricos, con cuantiosos patrimonios y rentas, que viven muy bien pero evitan el despilfarro para no verse algún día en la ruina; y los que se creen pudientes sin serlo, no tienen patrimonio, pero gastan mientras haya un banco que les preste. Cuando les cortan el crédito, se acabó. Nunca volverán los días dorados donde vivían opulentamente a cambio de nada.

El país que se creía rico había abusado del préstamo. Cualquier ciudadano conseguía un crédito, sin capacidad real de devolución, para adquirir viviendas, coches o bienes a un precio ficticio muy superior al valor real. Sus fabricantes se frotaban las manos por el dineral que ganaban vendiendo caro. Y pagaban bien a sus empleados que se sentían aun más ricos con buenos sueldos y viviendas costosas. El estado ingresaba mucho dinero de impuestos y regalaba más bienestar en prestaciones. Era una pescadilla que se mordía la cola y se cerraba en si misma dejando a todo el mundo satisfecho con su falsa riqueza.

Las grandes empresas también pedían dinero prestado para comprar otras compañías. No importaba un precio desproporcionado, total no había que poner ni un euro cuando todo era a costa del banco. Y así se sentían mucho más ricas. Remuneraban muy bien a sus ejecutivos, emprendían nuevas inversiones y se despreocupaban del riesgo que corrían.
Un día, los financieros de todo el mundo supieron que lo habían hecho muy mal y renunciaron a prestar. Realmente ya no les quedaba nada que dejar.

Y el país, que actuaba con la alegría de una familia modesta que dilapida los préstamos y disfruta como la cigarra, sin pensar que deberá devolverlos, se enteró una mañana del final del crédito. Tocaba apretarse el cinturón y afrontar la triste realidad de sus limitadas posibilidades.
Ya nadie podía comprar casas, apartamentos ni coches. Los fabricantes no vendían y despedían a sus empleados. La gente iba al paro y volvía la cabeza hacia el Estado pidiendo ayuda. Pero como no había ya negocios ni sueldos, tampoco se recaudaban impuestos. Ahora era Hacienda quien debía pedir préstamos.

El país que se creía rico quiere pensar que sufre una crisis pasajera. Una especie de gripe de la que pronto se levantará como si nada. Y la política, que odia disgustar al pueblo, habla de un mal general y transitorio con el que no hay que angustiarse porque, mientras dure, ahí está el Estado para mantener el nivel de vida y bienestar de sus ciudadanos.

Un día, alguien tendrá que decir que nada volverá a ser como antes, cuando todo era un falso espejismo. Que un país no puede vivir en plan rico, si no lo es, ni sus arcas públicas mantener un falso nivel de vida durante mucho tiempo. Y que le espera una larga y dura senda de trabajo, sacrificio y realismo hasta conseguir hacerse rico de verdad. Pero eso será otra historia que, por supuesto, tendrá un final feliz.

jueves, 28 de agosto de 2008

¡¡Ay que joderse!!

A la llegada de vacaciones vi por ahí un Tribuna de días anteriores tirado como paso previo al reciclaje de la materia prima y como siempre de las ideas. Ojeando rapidamente llegamos a un artículo en el que hacían (eso nos decían) un análisis de distintos indicadores económicos (a gusto del catastrofista) sobre los que indicar la situación actual de la economía española y la salmantina, mucho más dura y menos complaciente. Para esta ocasión eligieron el ocio nocturno, los distintos garitos de Salamanca y las posibles causas, razones y soluciones a la crisis (¿?). Aquí va el artículo:

La desaceleración amenaza con dar la puntilla a la marcha salmantina

El azote de la díficil situación económica se perfila como la "puntilla" de el sector del ocio nocturno, "que vive una preocupante crisis desde 2002", según el presidente de los hosteleros salmantinos. "Entre el 30 y 40 por ciento de los bares de copas de la Gran Vía han tenido que cerrar, y lo mismo ha sucedido con otros locales de zonas cercanas", sintetiza David Prieto. Aunque la entidad no posee datos del descenso de ingresos que están padeciendo estos locales, sí se atreve a afirmar que "es el sector que más nos preocupa y el que menos capacidad de reacción tiene".

Sin embargo, el diagnóstico del máximo representante de los establecimiento de hostelería en la provincia desmiente que la crisis económica sea el único factor que esté acogotando al segmento del ocio nocturno salmantino. Ante esto, Prieto apunta a un efecto combinado de circunstancias: "Independientemente del marco económico en el que nos encontramos, hay otras muchas cuestiones que se deben tener en cuenta, aunque la crisis es la gota que colma el vaso". Entre los primeros argumentos que menciona está que "las dos universidades han perdido en conjunto unos 5.000 alumnos", lo que se traduce en un descenso de clientela potencial.

Una caída que también se ve reforzada, según Prieto, por el auge del fenómeno del botellón, del que destaca "su efecto social negativo". Sobre este particular, critica que "se diga que para evitar el botellón los bares deben bajar el precio de las copas. Que pidan también que se reduzca el precio del alquiler que pagan los dueños de los establecimientos", responde.

A todos los factores que dañan los locales de noche, el presidente de los hosteleros añade el "cambio del modelo turístico salmantino, que se orienta más al turismo familiar, lo que ha perjudicado mucho al ocio nocturno". "Antes venía a Salamanca mucha gente para salir de marcha y eso ahora no se produce", expone. Junto a esto, Prieto alude a la "importante población que ha ido a vivir a otras provincias" y también a la que "reside en urbanizaciones fuera de Salamanca y no acude a la capital ante el endurecimiento de los controles de alcoholemia".

El incremento de los controles por ruido y horario de cierre es otro de los condicionantes que golpean a los locales de copas en opinión de Prieto, quien también acusa a la administración de "poner en contra de la salud pública al ocio nocturno, que no es igual a borracheras". No obstante, reconoce que también es perjudicial "la falta de profesionalidad de algunos hosteleros, que lanzan ofertas deficitarias en contra de sus intereses y los del sector".

Aquí va mi análisis:
1. La crisis, que es real y acojona, tiene dos efectos: Por un lado cierto es que hace que los jóvenes, y no tan jóvenes, nos lo pensemos un par de veces antes de salir de fiesta y no quedarnos en casa, o incluso para los que viven fuera de la capital salir por sus lugares de residencia sin coger el coche (un peligro, y otro gasto más). Y por otro lado, ha provocado lo mismo que el parón de la construcción, un reajuste de la situación, porque no nos vamos a engañar, durante las vacas gordas, muchos "empresarios" vieron en la noche la manera de hacer dinero a costes mínimos, masificando la oferta y provocando una bajada en la calidad del servicio y del prestigio turístico y "fiestero" de Salamanca.
2. Las Universidades vienen perdiendo alumnado por el poco impulso que ha tenido la centenaria por parte de las autoridades: Primero el rectorado del señor Bataner que fue un desastre; luego la Junta más pendiente de Valladolid, como siempre; y por último, del negado del alcalde que ha dado en el exterior una imagen de Salamanca retrógada y arcaica. Como tampoco se inmiscuyen en la situación de los alquileres y de vivienda pues se producen auténticos abusos en el precio de los mismos, tanto para los locales de ocio como para toda esa gente universitaria que podría estar interesada en instalarse en Salamanca.
3. La falta de profesionalidad. Enlazado con el punto 1, resulta que ya no sólo las ofertas no fueran satisfactorias para la "casa", sino que no nos vamos a engañar, el Garrafón (ese gran olvidado) ha hecho su aparición contaminando la salud, el ambiente y el alma universitaria. Además como no ha habido control por parte del Ay-Untamiento y tampoco de la manida Asociación de Hosteleros, pues la gente se ha tirado, como es natural, por el mucho más sano, barato y bendito Botellón. Esto para la gente de aquí o que viene a vivir aquí, porque si ha cambiado el modelo turístico, habrá sido por que a ustedes les ha interesado haciendo cambiar la idea de Salamanca, no como una ciudad de interior con posibilidades y destinándolo a un único uso. Así que si tienen que hacer algo es ofrecer su "inagotable" experiencia a la hora de sacar garitos a flote, para que todos esos apuraillos puedan llegar a fin de mes, porque esto es como muchas cosas en el capitalismo, para hacerte socio o cliente y cobrarte son muy rápidos, pero para dar servicios,...
4. Esta gentuza prefiere que la gente se mate en las carreteras de mierda que tenemos en esta provincia o que se funda un dineral que no tiene, con tal de que no dejen de pasar por sus espectaculares locales, previo pago, o pronto-pago de 6, 7 o hasta 9 euros por una copa de garrafa, eso sí, sin quejarte porque pagas "el ambiente".

martes, 11 de diciembre de 2007

¿A quién cojones disparamos?

Jon Sistiaga nos tiene acostumbrados a trabajos plenos de pasión, entrega y realidad. Su máxima es simple: la veracidad. Ahora tras 4 años de ocupación sin más sentido que el control del petróleo y el supuesto negocio de la reconstrucción (caso Walco) el fenomenal periodista y reportero vasco vuelve a Bagdad, ciudad que ya había visitado con anterioridad en varias ocasiones y en la que vivió uno de los más tristes capítulos en la historia del periodismo en España: la muerte de José Couso.

Durante todo el desarrollo del reportaje prima la idea del sin-sentido, de la justificación vacía y de la violencia como fuente de riqueza al otro lado del Atlántico. La dicotomía entre buenos y malos que dibuja la simpleza de los soldados rasos, se tiñe de incertidumbre en la asignación de esos roles, cuando los preguntados son los mandos. Ver a los mandos haciendo rondas y ataviados con el uniforme de camuflaje en el desierto, o esos nuevos equipos y vehículos que transforman la batalla de sangre, sudor y lágrimas en el sonido sordo de risas de jarheads y el vacío de las ametralladoras, mientras los cuerpos aparecen en la pantalla. No es videojuego, pero lo parece. No es Irak, Bagdad sino la puerta del infierno en la tierra, en el que cada día mueren 20 civiles y 2 soldados estadounidenses.

El documental es una muestra impresionante de la lucha que las tropas "aliadas" tienen contra la insurgencia. Terrorismo sí, cuando las víctimas son cíviles, pero no olvidemos, que como bien dijo Sistiaga, "si invaden tu país, ¿no atacarías con todo lo que tienes a las fuerzas invasoras?". Las imagenes filmadas por el periodista, se entremezclan con las acciones colgadas en Internet por los insurgentes, captados, adiestrados y estimulados por Al Quaeda, el radical Al Sader o las brígadas de los mártires de Al-Aqsa, que han convertido una próspera nación de vivo ardor tanto cultural como social, en un bosque de crateres en las carreteras y paredes agujereadas. Impresionante es ver como los soldados americanos solo ven en la fuerza de los dolares la única manera de hacer oposición a las milicias, comprando las confidencias de ciudadanos iraquíes, ya cansados de tanta violencia, pero sobretodo más cansados de pobreza.

Negros, latinos, irlandeses... soldados, cabos, sargentos, tenientes, coroneles y hasta un general aparece en el reportaje. Impresiona ver la naturalidad en la batalla de hombres experimentados como el teniente Hernández o el sargento Rodríguez. Apesadumbra ver y escuchar las razones que el coronel Coffey expone sobre el planteamiento de la derrota de Sadam y cómo debía Occidente llevar a Irak hacia la democracia. Pero lo más triste es ver el día a día de los iraquíes. Cierto es que se ve desde la óptica de los marines, que a través de sus miras y sus gafas sólo ven el miedo y el pavor de la ciudadanía, que en ocasiones, se mezcla con odio y resginación, cuando te disparan porque has subido a tu tejado a dar de comer a los pajaros.

Pero no sólo firma las horas de trabajo de los marines. Sistiaga se mete en los barracones y comparte las vidas en campaña de los soldados. De Sri Lanka, Bangladesh y Nepal vienen tres hombres a trabajar en un Burguer King abierto dentro de la base americana. La globalización económica, el sentir neo-con es una nueva forma de barbarie que se somete a la más tradicional y arcaica. Los pórtatiles, Internet, las grandes pantallas desde las que se ven los espectáculos televisivos americanos vía satélite, ocupan el ocio del ejército. Salvo un teniente, maestro de escuela cuando entra en la reserva, nadie lee. No se ven libros; tampoco nadie escribe; tirada en el suelo aparece un Hustler. La música que suena envalentona a los jovenes soldados, que casi sin oir las letras se mueven impulsados por ritmos similares a los de metralletas. Red Hot Chili Peppers, Linkin Park, Ministry, LImp Bizkit, Beck,... todos ellos ocupan lugares en los Ipod de los marines, pero pocos se inscrustan en el cérebro para mover conciencias.

La guerra siempre ha sido brutal, innecesaria y un acto de barbarie exagerado. Pero en esta Guerra de Irak, o esta postguerra como nos la quisieron vender los del Trio, en la que la violencia tiene un uso mercantílista, capitalista, expropiador,... propio del siglo XVII o de la Conferencia de Berlín... Cómo bien dijo este periodista, este hombre, al que desde hace ya bastante tiempo admiro, "la guerra y posterior invasión de Irak sólo ha servido para incrementar el precio del petróleo, evitar una posible paz en Oriente Medio, facilitar una válvula de salida al jihadismo y los Talibanes de Afgánistan, provocar un muro de intolerancia entre religiones, masacrar una población previamente masacrada por órdenes de embargo que afectaban al ciudadano de a pie, pero no al dictador Sadam..."

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal

Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas...