No es que falten ganas por ponerme a escribir, y ni mucho menos temas que trabajar y tratar, para dejar aquí unas reflexiones, que pese a algunos incondicionales que me leen (y me lo advierten), tienen más funcionamiento como ordenamiento de mis ideas y opiniones, y registro físico, virtual mejor dicho, de mi coherencia. Si en los últimos meses apenas escribo y público, esta vez si es así, es más por lo apretado de los días entre trabajo y estudios y vida de pareja y familiar. Si ahora pongo negro sobre blanco es por la absoluta desolación por lo acontecido la semana pasada.
El martes 29 de octubre de 2024 es ya un día funesto en la historia de España y de Valencia. Una DANA, conocida también como gota fría, provocó un tren de gigantescas tormentas que sacudieron el centro de la región de Valencia, desde la desembocadura del Júcar hacia el interior, en un movimiento, desde el Mediterráneo hacia el Levante, de catastrófica virulencia.
En poco más de 8 horas, en algunas zonas se descargó el agua de un año, y los barrancos, rieras y cauces, naturales o artificiales, apenas pudieron contener el volumen de agua caída y comenzaron a desbordarse y arrasar todo lo que aparecía a su paso. Las imágenes y testimonios del cataclismo acontecido son devastadoras. Capaces de atacar la piel y la sensibilidad de cualquier ser humano, mínimamente empático y, en definitiva, que conserve esas gotas de humanismo. Más si cabe, cuando tierras y gentes son para mi más que bien conocidas, y de hecho, desde hace un par de años vivo, vivimos, a poco más de una hora de la zona cero de la catástrofe.
La rabia, el dolor y la indignación por la devastación material y humana, más de 200 fallecidos, y en este momento 90 desaparecidos confirmados por el gobierno central, ya tendrían suficiente caldera por el hecho mismo. Por lo injusto que es la naturaleza que siempre castiga a los más pobres y desamparados.
Pero en este caso, y por desgracia siempre en Españistan, el tardo-franquismo hace de las suyas y lo que hubiera sido un evento natural extraordinario, extremo y muy peligroso, se convirtió en una trampa mortal para las clases trabajadoras.
Lleva la AEMET y muchos científicos (ambientólogos, físicos, geógrafos, sociológos, etc.) muchísimos especialistas avisando que se estaban poniendo los ingredientes para un drama terrible. Un mar Mediterráneo (en realidad todos los mares y océanos mundiales) con unas temperaturas máximas del agua récord, auténtica gasolina para las tormentas y fenómenos como la gota fría en el Mediterráneo o los huracanes en el Caribe. Cientos de asociaciones, instituciones y organismos avisando de la situación de la Comunidad Valenciana, con un urbanismo que ha edificado sin más planeamiento que el enriquecimiento rápido, abusivo y personal. De cada tres metros cuadrados que hoy están urbanizados (viviendas, equipamientos, transportes, industrias, naves, almacenes, centros comerciales, etc.), que están cementados y hormigonados en la Comunidad Valenciana, uno lo está en zona inundable. Un tercio del desarrollo urbanístico y empresarial construido por donde el agua ha pasado siempre. Y por donde volverá a pasar siempre que vuelva, siempre que lo necesite.
Y
se sigue construyendo. Y se siguen aprobando planes y promociones
robando el espacio que necesita la naturaleza para preservar sus
propios ciclos. Si hay dinero de por medio nada más interesa, ni
prevalece. Ni siquiera la vida, aunque se envuelvan en la bandera.
Desde el viernes 25 ya estaban activadas las alertas por posibles lluvias torrenciales y avisos de “especial significación y virulencia”. Se fueron recordando durante todo el fin de semana. Actualizándose y advirtiéndonos a todos de que tomaros las precauciones necesarias. Y algunos hicimos caso, y por ejemplo, nosotros adelantamos nuestra vuelta de Valencia un día. Otros muchos no. Otros muchos, cada día más y sobretodo, cada vez más ruidosos, enfangan los debates y las propuestas, son la DANA que embarra la ciencia en los medios de comunicación y las redes sociales. Insultan la inteligencia, y la labor y dedicación de los científicos de este país. Una vez más la estupidez marca el camino en España y arrastra al lodo a la ciencia.
El propio martes la situación no estaba para bromas. Por la madrugada, aquí en Alcoy cayó una tormenta tremenda con mucha fuerza durante una hora, y que siguió dejando agua hasta las 10 de la mañana. La cabeza del frente fue hacia el Norte, donde empezó a descargar en la zona del interior de Valencia, la comarca de Utiel-Requena. Mientras otra rama de la misma tormenta hacía saltar las alarmas al Sur, en la provincia de Albacete, en el bonito pueblo de Létur, en la Sierra del Segura, que era literalmente arrasado por la fuerza salvaje del agua que desbocada inundaba y arrancaba el casco histórico del pueblo. El balance se mide en millones de euros de daños y hasta 6 fallecidos.
A mediodía la situación en Utiel era dramática. El rio Magro, sobre el que cruce hacía apenas un mes y estaba totalmente seco, se había desbordado, con un caudal incontrolable que trasladaba las orillas a 200 metros a cada lado. Su paso por el territorio era virulento e imparable y hacia las 2 de la tarde, ya habría desaparecidos y fallecidos, y una situación caótica en toda la Hoya de Buñol.
Sin embargo, en ese momento está el punto dramático de ese día. Porque en ese momento, aunque no se habrían podido parar las aguas que ya bajaban desbordando torrentes y barrancos, ni el ciclo de tormentas que ahora estaba en frente de la ciudad de Valencia y la desembocadura del Turia, recargándose mar adentro. Pero lo que si se podría haber hecho es minimizar el impacto es las zonas más afectadas en la Horta Sur y la ciudad de Valencia, al Sur del cauce nuevo del Turia.
El presidente de la Comunitat de Valencia, Carlos Mazón, del PP, pero aupado con los votos de la extrema derecha, a las 2 de la tarde se planta ante los medios. Lo hace para anunciar que la Generalitat va a apoyar a la ciutat de Valencia (también de vuelta a manos del PP) en su candidatura para alojar la intrascendente y carísima Copa América de Vela. Un evento que no despierta ningún interés, y que en Barcelona acaba de ser claramente un fiasco, como lo fue en su día en la Valencia de Rita Barbera, pero que eso si, deja jugosas comisiones y dinero a repartir entre la oligarquía de la ciudad, región y país. En esa misma comparecencia Carlos Mazón anuncia que la tormenta va a remitir y que no es necesario parar la actividad. No fuera a ser que empezarán a anularse reservas de lo que se presumía un histórico puente "de_todos_los_santos" a nivel de ocupación hotelera y negocio turístico. Apenas una hora después las tormentas empezaban con especial violencia a descargar, una tras otra, sucesivamente a través de un corredor de 80 kilómetros, dopando de agua cauces que inundarán todo lo que encuentren a su paso.
A las 20:34 cuando las valencianas y valencianos ya tenían el agua por el pecho, y habían tenido que salir de sus coches por la ventanilla para ponerse a salvo los que habían podido (otro día si eso hablamos del fracaso que es que sólo en la ciudad de Valencia y su área metropolitana haya 5 millones de desplazamientos en vehículo privado cada día), la Generalitat activaba el nivel máximo de alerta, y sonando a cachondeo mandaba el sms de aviso a la población para que se resguardara. Ese sistema de aviso, por cierto, que la ultra derecha política y mediática discute con frenesí como atentado a la libertad desde el año de la pandemia.
Antes, hace un año exactamente, para acceder al sueldazo que tiene no tuvo ningún problema en desmontar la Unidad de Gestión de Emergencias regional que el anterior gobierno valenciano había puesto en marcha, en un contexto, y una tierra, que no hacía más que tener gotas frías críticas e incendios tremebundos. A cambio, firmó y sufragó no sé cuantos festejos taurinos, populares y municipales, y garantizó el sueldazo para el torero facha que no se sabe muy bien qué ha hecho ahí, hasta que hace poco que en el paripé del teatrillo de la política institucionalizada salía del govern.
Cuando
surgió la necesidad y oportunidad de crear la UME, en 2005 había
que oír a esta extrema derecha que tenemos. Que si era una vergüenza
y un capricho de Zapatero; que si todo era parte de una táctica para
desmilitarizar el país y que ya no hicieran la guerra en el perejil,
por el rey, por la patria y por la pasta. Sobretodo por la pasta. Y cuando la han podido revertir, como en el caso de Valencia, lo han hecho antes de que pudiera demostrarse su imperiosa necesidad, y su función trascendental como parte de los servicios públicos a la ciudadanía, y especialmente a las clases trabajadoras.
Y es que gobiernos como el que lidera Mazon, la tarada de Madrid, el ladrón en Andalucía, o el que aspira a montar el amigo del narco en Moncloa, tienen una serie de requisitos, en los que poco o nada tiene que ver la composición, estén dentro o no, los fachas sin complejos. La agenda neoliberal de recortes y adelgazamiento del sector público, es decir, de lo que nos hace a todas y todos ciudadanos libres y de igual condición, las bajadas de impuestos asociadas a esto como parte del populismo de botarate, y el cuestionamiento, cuando no de negación, a todo lo que huela a ciencia, saber y conocimiento, no vaya a ser que discuta las sagradas entelequias del estado españistaní.
No es la primera vez que una catástrofe natural o provocada, directa o indirectamente por la mano del hombre, tenga la mayor desgracia de ser gestionada, tanto en prevención, crisis, como resolución y esclarecimiento, por los desalmados amorales del PP. Tampoco será la última. Y sin embargo, se prestan a rebasar todos los límites de la dignidad de la clase trabajadora. Toda la capacidad física y emocional que podemos resistir para sobrevivir y seguir luchando. A veces, frenándonos en el impulso de arrasarlos ya de una vez, como turba bárbara, porque somos mejores que ellos. Porque ellos, por sus políticas y su ideología criminal y fascista, nos asesinan. Cada día, de camino al centro de trabajo, y dentro del propio tajo. Al acceder a una vivienda, consumiendo productos de primera necesidad cada vez peores. Exponiéndonos a un medio ambiente y una naturaleza viciada, contaminada. Y ahí están. Y ahí siguen. Pretendiendo gobernar y dar lecciones. Son insufribles. Los odio cada día más.
Que
un inútil como Carlos Mazón una semana después no haya dimitido y esté ante un juicio por lo penal es un drama. Que más que plantear soluciones y converger ayudas y coordinación, no haya hecho más que poner palos en las embarradas ruedas es una desgracia. Y que además, con el paso de las horas, y ante los daños
causados por su nefasta gestión, empiece a mentir ya sería
suficiente para que las personas que creemos que merecemos un país
mejor nos subiéramos por las paredes. Que además esa ultra derecha
que critica la ciencia, negacionista del cambio climático (porque en realidad lo que tratan es que los que se han venido lucrando deteriorando las condiciones vitales del planeta paguen la factura de las tropelías y no se la dejen al pueblo) y punta de
lanza de las oligarquías patrias se erijan en salvadores de la gente
es otra muestra de recochineo y burda propaganda dopada por las oligarquías y que insulta la inteligencia de todas y todos que sabemos lo que ha pasado y pasa.
Ni que decir tiene que han sido las clases trabajadoras, por cuestión de clase, no de raza, ni de nacionalidad, sino por sentido de pertenencia y fraternidad, las que se han auto-gestionado para con solidaridad, empatía y compromiso ayudar a sus vecinos y familias. Y a ellos mismos. Primero, para salvar las propias vidas. Después, a levantar sus barrios y pueblos. A salvar los pocos enseres que se puedan y a limpiar y restaurar las casas, como buenamente se pueda. A tratar de devolver la electricidad, el agua corriente y las comunicaciones; a reconstruir de urgencia las vías de acceso (ejemplarizante la labor de Óscar Puente, el único político en su sitio en esta semana). A organizar un tren, ahora de ciclistas, que entran y salen de Valencia y los pueblos para conseguir víveres y medicinas para quienes no pueden desplazarse. A compartir con los vecinos, los voluntarios y desconocidos lo que les queda en la nevera y la despensa. A quitar barro y achicar agua las manos voluntarias y voluntariosas, como en su día quitamos txapapote, o sacamos víctimas de trenes estrellados o explotados.
Y sin embargo, es agotador tener que recordar que los impuestos van para esto: para unos servicios públicos de calidad y con dignidad. En Sanidad, en Educación, en Servicios Sociales, y si también, en equipos de rescate y gestión de emergencias. Y no tanto en policías que se dedican a reprimir a la clase trabajadora, a perseguir a los que pillan lo que pueden para seguir tirando (no hablo de los que aprovechan cualquier situación para causar más dolor) y en seguir desahuciando hasta 6 viviendas al día en pleno 2024, llueva, nieve o haga 40 grados a la sombra.
El martes eran las y los trabajadores de Valencia (también en Letur, en Cuenca o en el litoral atlántico andaluz) los que estaban en peligro. Los que tenían que luchar por su vida para volver a sus casas, tras la jornada laboral. Nadie se dignó en pensar en ellos, en evitarles una situación de peligro extremo porque no puede parar ni una misera tarde la rueda del consumismo y el capitalismo exacerbado. Es la clase trabajadora la que tiene que jugarse la vida para salvar un coche o una moto con la que desplazarse -perdiendo un montón de horas al año de su tiempo libre y de su familia- para trabajar. Porque si pierden esa herramienta, pierden el empleo y el sustento.
Y fue y es la clase trabajadora la que se arremanga y se mete en el barro para recobrar la normalidad de la indignidad del día a día. Para poder seguir siendo explotados. Por empresarios amorales. Por políticos inútiles, corruptos. Por un fascismo indisimulado.
Hemos subido a ayudar el domingo y volveremos el finde. Y lo haremos mil veces más. Pero para ayudar a las personas. No para ayudar a que todo siga igual, como si esto no hubiera pasado.