He
pasado unos días en mi Salamanca
natal. Más allá de festivos, puentes y findes, es en una semana con sus días de diario, de comercio y actividad rutinaria donde se palpa y contrasta la realidad de una
ciudad y provincia, que continua su lenta agonía
hacia el punto de no retorno.
Cuando
los paseos y las conversaciones se hacen más distanciadas entre sí,
es cuando uno advierte el deterioro de todas las cosas: El estado de
las carreteras, las decenas de negocios tradicionales que cierran, su
sustitución en algunas ocasiones por las franquicias que homogenizan
los centros de las ciudades (gentrificación),
las borracheras y pelas nocturnas, la bajada de calidad del ocio, los
polígonos que nunca fueron industriales apagándose entre naves “de
los chinos”
y pistas de padel,...
El
nivel de pérdida de la esencia, del valor de la ciudad es
inabordable. Esta semana mientras paseaba veía como El
Corrillo
había cerrado. Un lugar único de ocio nocturno, donde he visto
decenas de conciertos y me acercaron el jazz por primera vez. Antes
fueron otros bares. Librerías como Hydria
o la mítica Cervantes.
Radyre.
Tiendas de todo tipo, pero sobretodo las que marcan el carácter y la
singularidad de mi ciudad. Una Salamanca desolada.
No hay futuro
y la despoblación
es el mantra de cada día, con casi 8 personas -eminentemente menores
de 35 años- abandonando la ciudad y provincia. Emigrando,
casi seguro para no volver jamas. Perdiendo la riqueza humana y el
futuro de quienes ansiamos construir nuestros proyectos de vida en la
tierra donde crecimos y de la que somos, en términos económicos,
inversión.
Cada
vez que sale una estadística del INE (Instituto Nacional de
Estadística) es una palada más en el ataúd de esta tierra. Se
constata con datos como Salamanca es una provincia y/o ciudad “viejas”, sin oportunidades, sin crecimiento poblacional y con un
éxodo en marcha de jóvenes sin remisión.
“Nuestra”
clase política local y provinciana son parte importante del
problema, cuando no mejor, de las causas que provocan la dolorosa
situación. Entre las preocupaciones de la retahíla de estómagos
agradecidos que en todos los partidos sin excepción, han
representado a la población en alguna de las administraciones (o
cuando menos han aspirado a), está sin duda el colocarse, el vivir
mejor sin pegar palo al agua y en lucrarse
de la democracia y de Salamanca.
Hay ejemplos paradigmáticos que podemos ver en el PSOE de Melero, o
en esa izquierda salmantina -a la que debo un escrito para poner en
su sitio- donde las cuitas, y sobretodo las aspiraciones, personales
han prevalecido por encima de las necesidades de partido y
territoriales.
Y
qué decir del PP. Con un alcalde, el actual, entregado desde hace 8
años en ocupar cargo en Valladolid; con el anterior preocupado en
compadrear con sus amiguitos
y amigotes
constructores. Con el presidente de la Diputación yendo de
ayuntamiento en ayuntamiento sin soltar el cargo. O con su
vicepresidenta económica montando un emporio personal a costa de las
instituciones y de la democracia. Por no hablar de los que allende de
las lindes han ocupado cargo en Madrid siendo palmeros de las
disputas nacionales y sin entregar ni el más mínimo tiempo e interés a las
cuestiones “charras”.
Y son sólo unos pocos ejemplos, pero validos para demostrar que su
nula capacidad de gestión -de lo de todas y todos se entiende-, su
avaricia
desmedida
y su visión
rancia
y caduca han impedido progresar debidamente a ciudad y provincia,
convirtiéndola en un lugar aburrido, antiguo y lo que es peor sin
futuro.
Son
pocos los políticos que se han tomado en serio el mandato de su
ciudadanía para mejorar las condiciones y el futuro de Salamanca, y
muchos, demasiados, los que han medrado para progresar en sus
aspiraciones personales. El caciquismo,
la corrupción
y el matonismo
son sus virtudes. La desidia,
el conservadurismo
y la cutrez
“nuestros” defectos.
Por
lo tanto, y como bien dice Ignatius
Farray,
“la
democracia es el sistema que garantiza que no seamos gobernados mejor
de lo que merecemos”,
es de recibo considerarnos a nosotros, ciudadanos y ciudadanas de
Salamanca corresponsables de lo que aquí pasa.
No vale ya mirar para otro lado. Somos cómplices necesarios
-evidentemente algunos más que otros- por permitir con nuestro voto
y nuestra omisión de socorro, la situación de laminación que
vivimos en estas tierras. Aquí se dan mayorías insultantes a
personas que nos llevan robando desde que el mundo es mundo. No se
les exige nada y se revalidan sin discusión, mientras se arremete, a
veces con violencia, a quien plantea algo distinto, aunque sea un
poco de dignidad para Salamanca y sus gentes.
Salamanca
es y siempre ha sido fascista, y contra eso es muy difícil luchar.
Al salmantino y salmantina medios lo que más le gusta es criticar al
vecino; husmear que es lo que hace; despotricar si intenta algo nuevo
o distinto; rezar (esto mucho) porque le salga mal; y cuando
efectivamente le sale mal porque no tiene apoyo de sus vecinos,
restregarle por la cara que ya se lo había dicho.
El paro en Salamanca es insoportable. Se pueden pasar meses y meses, a
mi me ha pasado, yendo al INEM, siguiendo las ofertas por internet,
pateando polígonos entregando curriculums en mano sin que te llegue
una oferta. Si eres mayor de 55, directamente te recomiendan que
trates de buscar la jubilación anticipada (le ocurrió a mi padre
hace unos 4 años, no sé ahora como está la cosa). Si eres menor de
30 tienes ante ti un panorama desolador con cifras entorno al 60% y
con escalofriantes datos como que para hacer un año trabajado en
Salamanca, tienes que firmar 6 contratos.
La
cosa no mejora en demasía porque estés en una edad intermedia. No
hay trabajo. Y lo peor es que no hay expectativas de que vaya a
cambiar en breve espacio de tiempo. Más aún, en la orgía de
privatizaciones y adelgazamiento del sector público no se
aprovisionan las plazas amortizadas.
El
sector primario es olvidado en una zona de latifundios y tierras
baldías. Más allá de los mataderos de Guijuelo, nunca ha habido y nunca habrá una industria agro
alimentaria como en otras provincias de Castilla
y León.
Las dificultades para el sector artesano son colosales comparadas con
las que tienes por ejemplo en Toledo (lo sé por experiencia). Sólo
hay mísero comercio de grandes superficies y una legión de bares y
comerciales. Todo en una provincia donde sólo la universidad, al
año, licencia a 8.000 personas.
No
hay industria, porque nunca la ha habido, y en este momento para los
bien pensantes de Madrid y Valladolid, Salamanca, o mejor dicho, el
Campo
Charro
es un sitio perfecto para montar una mina a cielo abierto, aunque
reviente un espacio natural significativo y un folclore y modo de
vida ancestral. Para el PP, al igual que para sus medios de
desinformación como La Gaceta o el Salamanca 24 horas (redacción de
estómagos agradecidos al calor de las subvenciones públicas en
forma de publicidad) lo más importante es presumir de
“salmanticidad”
poniendo la bandera de España en el balcón, pero no defendiendo a
nuestros convecinos y menos poniendo en duda la única inversión que
esta gentuza ha sido capaz de traer en décadas.
La
principal industria de Salamanca es el funcionariado. Complejo
hospitalario que sufre el neoliberalismo y las presiones de la
privatización y el manejo de las emociones de los pacientes y
habitantes, contra sus trabajadores y servicios. Y la Universidad
de Salamanca
que pierde prestigio desde el mismo momento en que se admitieron más
universidades en la región y que palidece entre rectorados más
inanes ante todos los problemas que la comunidad universitaria
(trabajadores, alumnos actuales y futuros alumnos) tienen.
Con
el tema de las infrastructuras
se puede hacer un capítulo aparte, por supuesto extensible a otras
regiones y ciudades del interior del estado español. Todo
se convierte en propaganda electoral.
Se monta un (mini) aeropuerto, teniendo un regional a una hora y un
internacional a dos, y una macro estación para trenes rápidos, para
dar una patina elitista a lo que deberían ser derechos de todas y
todos. A cambio han desmontado en gran medida la red
de mercancías,
con su supuesto “puerto
seco”
que sería genial para tener trabajo y anclar la vida de las personas
al territorio. Se han desecho de las conexiones de la ciudad por tren
(Gijón-Sevilla, Porto-Barcelona pasando por Irún o Zaragoza) para
legarnos un tren “modernísimo”
de velocidad medio-alta que la mayoría de las veces no llega a su
hora. Y no hablemos de las carreteras, que ya sean del tipo que sean,
se deterioran mientras la responsabilidad del mantenimiento se licúa
entre administraciones y concesionarias.
En
materia de cultura hay que hablar del deterioro
constante del patrimonio
arquitectónico de Salamanca
y de multitud de sus municipios, por el que ya nos han dado toques de
atención organismos como el Consejo de Estado o la UNESCO. Mientras
sólo saben hablar de los Papeles de Salamanca
(que no son más que los “papeles” usurpados a sus legítimos
dueños, administraciones y personas opositoras al golpe militar y al
posterior y nefasto régimen) las actividades culturales son meras
anécdotas en el transcurrir de los espacios, los
contenedores sin contenido,
que se heredaron de la Capitalidad cultural europea de 2002.
Cierran
librerías y abren cada vez más bares, muchos de ellos franquicias,
que ya sabemos que pagan por debajo de lo estipulado por el sector.
Las calles se arreglan para que cada vez haya más terrazas, mientras
desaparecen los bancos y los árboles. Se persigue a la disidencia. Se protegen las despedidas y se castiga el arte.
El
ocio
nocturno de Salamanca
ha experimentado una bajada de calidad notable que cualquiera que
vuelve a la ciudad después de unos años constata. Todo son barras
de consumo masivo, sin calidad, sin repertorio en la oferta. Y si no
macrobotellones financiados por el Ay-untamiento que para contentar a sus allegados
no le importa cargarse la seña de autenticidad de la comunidad universitaria o una fiesta tan propia y a la vez maltratada, como el
Lunes
de Aguas.
Me
duele Salamanca.
Me duele punzante como una daga en mi pecho. Su afilado y beligerante
conservadurismo que nos ha metido en una espiral de atraso,
conformismo y bajeza. Lo rancio, cutre y zafio revive su edad de oro
en lo que fue luz de la razón y orbe del mundo.
Me
duele Salamanca,
por tantas y tantos que hemos salido, desilusionados y cansados de no
poder construir nuestro futuro en las tierras donde crecimos.
Me
duele Salamanca,
como al viejo filósofo y rector. La siento agonizar ya casi inerte
sin vida, porque triunfó muerte y murió la razón. Porque vencieron
y con su fuerza bruta, junto a la desidia del paseante, no les hizo
falta convencer, ni tampoco persuadir.
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