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lunes, 23 de junio de 2025

Camareros: Necesarios, degradados y precarios. Una experiencia personal



Ahora que ya está aquí el veranito con su calor plomizo, pegajoso y hasta criminal, se llenan las terracitas para tomar unas cervecitas. Llegan los turistas a capazos atestando cualquier espacio significativo de nuestra geografía. Ya sean estaciones y aeropuertos, pueblos o ciudades, playas o montañas la avalancha de visitantes arranca la temporada alta de contratación en el sector de la hostelería, y particularmente, en el de la restauración. Bares, tabernas, cafeterías, restaurantes y hoteles incorporan a más personal para atender una mayor demanda, y justo ahora, que tienen que cuadrar turnos y horarios, siempre salen en los medios de comunicación persuasión de masas, como una noticia recurrente más, a decir “que no encuentran camareros”. Que ya nadie quiere trabajar. Que esto es un grave problema. Nadie se molesta en analizar y contar que las plusvalías, ya excesivas durante el año, se potencian en verano, y que quedan lejos de las y los trabajadores que se emplean en este sector.

Por lo tanto, este es el mejor momento para escribir sobre las condiciones laborales y profesionales en el sector de la hostelería. Y además hacerlo porque se trata de una materia que conozco muy bien, pese a que lleve casi 20 años fuera del sector productivo.

Como ya he contado por aquí alguna que otra vez, en mi casa no sobraba el dinero. Por otra parte, la adolescencia supuso en mi caso la típica bajada de rendimiento académico ("gracias" logse), añadida a una incipiente falta de expectativas vitales, anticipo de lo que mi generación íbamos a vivir prácticamente de ahí en adelante. Además, la rebeldía se acentuaba y también se convertía en una capa de mi personalidad, lo que requería paciencia para tolerarla y buscar soluciones. Y esas soluciones eran las lógicas y coherentes al mundo en el que habían crecido mis padres y que unos años más tarde iban a cambiar radicalmente. Por todo ello, en el primer verano recién cumplidos los 16 años y entrado en la edad legal para trabajar, mis padres tiraron de contactos y me metieron en una cafetería de la Plaza Mayor de Salamanca a trabajar. A currar.

Corría junio de 1999 cuando llegué a Los Escudos sin saber nada, no sólo del negocio hostelero, sino de la más simple y vital existencia. En principio, mis funciones iban a quedar en las de mozo de carga y descarga para sacar del bar la terraza y montarla (mesas, sillas y camarera de servicio); colocar el almacén tras el paso de los repartidores, dejando listas las cajas y bebidas que debían ir reponiendo lo consumido durante el día hasta la carga de las cámaras a la hora de cierre. Una sub-tarea que me hacía gracia era el trabajo como alquimista con un embudo y una botella de gaseosa para transformar el vinacho rosado de la casa de apenas 90 pesetas, en la botella de Cigales y Peñascal de hasta 1600 pesetas. Haría recados como ir a buscar pan y más bollería, llevar los cuchillos a afilar a los soportales, ir a recoger pedidos al Mercado de Abastos, a la ferretería de Morocho o a la licorería de Correhuela. Si no había salidas me tenía que afanar en recoger todos los servicios del turno de desayunos ya servidos y consumidos para tirar a la basura los desperdicios, cargar el lavaplatos y devolver la vajilla limpia de nuevo a su posición de ataque. Todo eso de 7 a 10 de la mañana, y de ahí hasta la 1 del mediodía que acababa mi turno, aprovechar el intervalo entre la hora de los desayunos y la de los aperitivos para que los camareros profesionales me fueran enseñando los pormenores del oficio cara al público: servir un café, servir una mesa, poner una caña, un vino, etc. Y limpiar. Siempre limpiar. Barrer, incluso fregar el estropicio de la mañana en el salón y las mesas, cargar los servilleteros, vaciar las papeleras, etc., etc.

Un contrato de aprendiz (ya desaparecido) bajo la categoría de “ayudante de camarero de barra/mesa” (acabo de buscarlo en la vida laboral online) por media jornada de 7:00 a 13:00, de lunes a sábado por unas, aproximadas y recordadas, 55.000 pesetas que yo veía como un fortunón. Después de un par de semanas de madrugones y autobuses, esfuerzos y sudores, palizas y quemaduras con la cafetera o el lavaplatos industrial, empecé a verlas tan escasas como en realidad eran, pero la novedad de trabajar, junto a su componente identitario de clase, la posibilidad de relacionarse y de aprender, y el hecho de poder gastar (casi) sin mirar, hizo que el oficio me gustará y según adquiría nuevas habilidades comenzaba a verlo, incauto de mi, como un opción posible. Por lo menos para unos años.

Incluso hasta los manuales de la Academia de formación profesional A__m_, que debía estudiar y preparar tanto los test como las prácticas, como parte del contrato de aprendiz, me parecían estimulantes y necesarios. Particularmente me intrigaba el juego que daba la coctelería, aunque mi mayor destreza adquirida fue el montaje de mesas de comedor.

Aquel verano fue el pistoletazo para entrar a trabajar periódicamente, y hasta que completé mi formación académica y profesional como informático (ya hablé de esto), en el sector de la hostelería. Camarero era la profesión y el trabajo, y ya en el siguiente curso (creo recordar que era el segundo de bachiller y durante los dos años de la primera FP que hice) fui en varias ocasiones de extra a los banquetes del Hotel Regio, al que podía ir y volver andando desde mi casa. Acudía a las 10 para montar el comedor, servir mesas durante bodas, comuniones o reuniones empresariales, recogíamos y fin. Cenábamos lo que hubiera sobrado, y 10.000 pesetas por el servicio. Con la llegada del euro nos deflacionó a 50€.

El siguiente verano fue el primero de vuelta a Los Escudos. Repetí la misma modalidad de contrato que podía hacer porque el anterior no había llegado a los 4 meses y porque habían pasado más de 6 desde que finalizó. La novedad vino en que una semana estaría de mañana con el mismo horario que el año anterior y otra de tarde, desde las 15:00 hasta las 21:00. Este año recuerdo que fui aumentando mis prestaciones como camarero. Añadí a mis habilidades la elaboración del café irlandés (lástima que he perdido una fotografía que me hizo “Gabi” el fotógrafo de LaGaceta un día de esos años mientras preparaba 4 a la vez que iban a salir a la terraza). Añadí la preparación de “copas” y empecé a trabajar el tema de los aperitivos que en ese bar fundamentalmente se centraban en el embutido y el queso (por lo que empecé a manejar la cortadora con algún que otro susto), el cuchillo jamonero para ir haciendo mis pinitos como “violinista” de la sal, y el uso de la puntilla para ir deshuesando y cortando las piezas para usar en la cortadora. Empecé a trabajar la plancha, y sobretodo a limpiarla (menudo asco), y por encima de todo comencé mis primeros paseos con la bandeja, poco a poco, añadiendo más volumen y mesas más grandes.

En mis turnos seguía los del “encargado del bar”, un cabronazo con pintas que de buenas deba miedo, pero que cuando estaba de malas ponía firmes hasta los clientes. Y no bromeo. Por supuesto, siempre obraba a favor de empresa hasta que fue despedido, y ni siquiera los ya más que frecuentes impagos al personal o a los proveedores, los saldaba él bajo su autoridad sin que sonase ni las mínima discrepancia. La mejor manera que tuve de conocer como funciona una dictadura o una autocracia fueron estos dos años de experiencia laboral y personal. Y digo dos porque al verano siguiente, en 2001, como ellos estaban contentos con mi labor, a mi me venían bien las demoradas ya 60.000 pesetas y moviéndome en transporte público también me era cómodo, como digo, tras el primer curso de mi primera FP de informática, repetí experiencia en Los Escudos.

Al cuarto año la situación cambió. Yo había acabado esa primera FP y pasado por las prácticas en empresa que resultaron un fiasco mayúsculo. Al segundo día tenía claro que no iban a contratarnos a ninguno de los 4 que fuimos a sacarles tarea ordinaria y extraordinaria sin costarles casi ni un duro, y encima subvencionados. Por lo tanto, cuando me llamaron para reincorporarme en esa tradición veraniega, “el niño” como me llamaban el resto de camareros, ya venía con una intención de trabajar más horas, ganar más dinero e incluso alargar los meses de trabajo dadas las escasas perspectivas de futuro.

Era el 10 de junio de 2002, pleno año de la Capitalidad cultural europea de Salamanca y el calor y el volumen de trabajo en el sector turístico era abrumador como tuve ocasión de comprobar ya el mismo día de re-incorporación.

Ese lunes entré a trabajar a las 8 de la mañana y estuve hasta las 3 de la tarde. Volví a las 19 horas y estuve hasta cierre que se dio más allá de la 1 y media de la mañana cuando me esperaban en la puerta dos alemanas en otra historia paralela que quizás algún día cuente. Cuando comiendo casi a las 4 de la tarde en mi casa, comenté la jugada con el horario esclavo a la que yo había llegado a la conclusión (porque nadie me lo había dicho), mi madre casi se echa a llorar. En total trabajé más de 12 horas, más otra hora y media larga de desplazamientos en bus, y al día siguiente “mi obligación” era entrar de nuevo a las 8 de la mañana y repetir esa semana el mismo turno. Sin posibilidad de día de descanso. Y así las siguientes 6 semanas. Y todo era porque en ese momento en la cafetería de la Plaza Mayor éramos sólo 4 trabajadores, los dos profesionales que abrían o cerraban a turno continuo, yo para echar una mano, y una chica en teoría para la limpieza a la que añadieron sin protesta la tarea de “elaborar pintxos”. Un auténtico despropósito que evidenciaba la nula gestión, las prácticas corruptas y caciquiles propias de un empresaurio que ejercía con autoridad su poder en las relaciones laborales y personales hasta llevarlo al terreno de la mansedumbre y la gleba. La práctica totalidad de los trabajadores había marchado de la empresa o se había colocado en otros bares de la misma, menos concurridos y con mejores condiciones, por lo menos de salubridad, harta ya de los impagos y de una jerarquía empresarial de tintes feudales que replicaba el sometimiento hacia arriba, desde la base hasta la cúspide, en proporción numérica. El ambiente de trabajo era tóxico y nocivo. Si no se pagaban a los trabajadores, y tampoco a varios de los proveedores, mucho menos se acometían las reformas integrales que necesitaba el local, infestado ahora ya sí de ratas, algunas de tamaño de gatos, y tampoco bromeo. El falso techo de escayola sobre el salón del bar eran su ecosistema, y daba pavor escucharlas chillar, pelear, follar o lo que hicieran allí arriba. También detrás de los botelleros y la maquinaria del bar se lo pasaban muy bien calentitas, atentas a cualquier desperdicio que cayese para devorarlo, a un lado u otro de la barra. Hasta que en septiembre no se personó Sanidad y los funcionarios del ay-untamiento de Salamanca, previa denuncia anónima de primeros de julio (que fue mía, ya le quito el anonimato), no se llevaron a cabo unos mínimos trabajos que radicaron en masillar los butrones por los que aparecían, retirar algunos cadáveres que atufaban, duplicar la dosis de mata-ratas que aplicábamos los mismos que manejábamos alimentos para el consumo humano (“tranquilos” que lo hacíamos con unos guantes de fregar dedicados en exclusividad para esta tarea, todo sea por la seguridad), y hacer algo de limpieza general básica del local. Incomprensiblemente recibieron la aprobación de las autoridades y al día siguiente abrieron como si tal cosa. Sigo sin bromear. Para que luego digan estos “empresarios” que no se sienten respaldados por las administraciones. Si tienen contacto directo con ellos y no les aplican las leyes y normativas como a los demás, no me jodas.

Durante las seis o siete primeras semanas de trabajo de aquel verano no descansé ni un día. Ni yo, ni mis dos compañeros. Y las palizas de trabajo eran morrocotudas. Las cajas diarias estaban en torno a los 4.000 recién estrenados euros, subían a 7.000 en fin de semana. Y seguíamos siendo 3 todos los días. Empezaba el día montando la terraza -recuerdo un día que fue tal la paliza que nos dieron en desayunos que la empecé a montar a las 1 del mediodía-, y acababa la jornada recogiéndola y barriendo, como era y es lógico, la parcela. En medio quizás ponía 200 cafés, más o menos 200 cañas y 100 copas de vino. Con su tapa obligatoria con lo que iba a la cortadora de fiambre unas 300 veces y al microondas unas 100. Barría el salón 3 o 4 veces el mismo día, limpiaba la barra y las mesas una docena de veces. Subía al almacén de arriba (donde el falso techo) para cargar cajas y llenar dos o tres veces los botelleros y subía a pulso desde el almacén en el piso inferior 3 o 4 barriles de cerveza de 50 litros cada día. Perfectamente podía subir y bajar 20 o 25 pisos todos los días y bien cargado, y si hubiéramos podido añadir un cuenta pasos me habría ido a más de 15 kilómetros diarios de media. Estoy seguro. Eso sí que eran entrenamientos duros y no la mariconada esa de los marines americanos que llaman crossfit y por la que te cobran una pasta JoséLui.

Todo esto todos lo días y como digo, casi el primer mes y medio sin un día de descanso. Incluyo aquí el célebre viernes de julio en el que tras haber currado por la mañana a mi entrada a partir de las 7 de la tarde, sólo yo sirviendo la terraza, es decir, cogiendo comandas, preparándomelas yo mismo tras la barra, llevándomelas, sirviéndolas, cobrando y recogiéndolas, recaudé más de 3.000 euros, viendo y tocando el primer binladen de los dos que han pasado en todos estos años cerca de mi. Pero es que Javi, sólo en la barra en su turno facturó casi 2.000 euros. Y ahí ya llevábamos 10 días sin cobrar la nómina de junio, por lo que a las bravas, unilateralmente, cogimos la recaudación del día e hicimos 4 sobres con los salarios, la legal de 48 horas semanales más nocturnos de los tres camareros, y la chica que limpiaba y cocinaba, y las de horas extras que eran en negro unos 300 euros por cabeza (una miseria). Firmamos unos pagares a espera de recibir la nómina física. Antes llegó la ira del dueño y su subalterno, aplacada con la pertinente amenaza de denuncia a la Inspección de trabajo.

Las 12 horas de tajo al día no me las quitaba nadie, pero además tenía que añadir hora y media de trayectos en el siempre deficiente bus interurbano de Salamanca a Santa Marta. Cuando salía de cierre si estaba con Javi me acercaba a mi casa en su coche. Si cerraba con José el Cepa me tenía que buscar la vida y alguna vez me fui andando hasta mi casa.

Y aún con todo ser camarero, el oficio, me gustaba. Desde luego reconocía la paliza física y mental. Lo peor sin duda, el aguantar al personal que implicaba ser psicólogo, terapeuta y confesor de los parroquianos y a veces de los que llegaban por accidente a aquella barra o a aquella terraza. El esfuerzo físico era de aúpa, tanto que había días que sudaba dos camisas blancas, una en cada parcial de turno. No digo que lo hiciera con una sonrisa, pero la juventud, divino tesoro, me permitía exprimir el cuerpo al máximo, empezar a tornearlo antes de pisar cualquier gimnasio, sin acumular aparentemente el cansancio. Dormía como un bendito y a la vez, era capaz de empalmar una o dos jornadas enteras de trabajo con sesiones de fiesta en la noche salmantina del 2002. Eso sí, cuando a finales de julio entró más personal y pudieron devolverse los días de descanso me dieron una semana entera libre y el primer día y medio, me lo pase dormido sin levantarme ni a mear. Me mantengo alejado de la broma.

Como digo a mediados de julio incorporaron más personal. Concretamente dos chicas a las que ya sabíamos les pagaban menos fruto del patriarcado, si es que eso era posible. Además, llegaron un par de camareros de los otros bares de la empresa con la intención cada uno de hacerse encargados y dueños y amos del cotarro. Si bien la colaboración de Soraya y Maura fue bienvenida para los sentidos y para aliviar el trabajo, la de los otros dos mendas fue más un incordio que otra cosa, por lo que aunque se ganó en más tranquilidad con más reparto del esfuerzo y se acabó en cierto grado el trabajo a destajo, tampoco la situación fue boyante. De hecho, los impagos de nóminas y sobre en negro se fueron alargando, y con el año nuevo de 2003, al tiempo en el que me convertía en el delegado sindical más joven de la provincia, me cambiaba al restaurante de la marca, en la Plaza la Libertad para trabajar más tranquilo.

Desde entonces y hasta finales de julio de 2003 seguí trabajando de continuo en la hostelería. Después al comenzar la segunda FP de informática aproveche los módulos convalidados de la primera para trabajar en el bar de mi calle los fines de semana, con los que reuní otra buena retahíla de grandes momentos en torno al sector hostelero y el oficio de camarero. Y por supuesto, toda experiencia vital, laboral y personal, constituyó mi propio ser e ideología, cimentando mi conciencia como clase trabajadora, con la necesidad y obligación de luchar, y el reconocimiento de quiénes eran y son nuestros enemigos.

Hoy en día, cuando me sirven una consumición y el camarero o camarera me entrega el vaso o la copa donde voy a beber sujeto por arriba; o cuando en un restaurante me llega el plato con el pulgar del camarero marcándose en el borde (tampoco ayuda la vajilla moderna cool imposible de manejar con decencia). O cuando el trabajador o trabajadora huele a sudor porque lleva horas con la misma ropa y añadiendo esfuerzos físicos continuados en un ambiente extenuante y caluroso, pienso en lo dura que es esta profesión. Lo mal pagada que está, lo absolutamente precarizada, con muchísimas trabajadoras, mujeres y también racializado, con personas inmigrantes empleadas con las condiciones leoninas que los nativos quizás ya no estamos dispuestos a soportar, impuestas por empresarios explotadores con la conveniencia de unas autoridades míopes y clasistas.

Estoy harto de escuchar que ya nadie quiere trabajar en la hostelería, que hay muchas paguitas, y que la gente joven ya no quiere esforzarse. Pero lo cierto es que hoy un camarero o camarera difícilmente llegará a las 170.000 pesetas y luego 1.000 o 1.200 euros (más unos 120 en propinas) que cobraba yo en 2002. De hecho, si añadimos la inflación de 20 años de estafa y crisis, evidentemente salen a perder. Desde luego me lo sacaban del cuerpo a hostias, a jornadas durísimas de esfuerzo continuado durante horas en condiciones penosas. La más desagradable de todas aguantar al género humano que como dice Fito con Platero "siempre el cliente no tiene la razón". Si piensas que un trabajador en un restaurante del Pirineo francés o en una taberna en Dublín y te cuentan que ganan entre 3000 y 4000 euros por 5 días de trabajo semanal, -lo sé porque he hablado con ellos en los últimos años-, encuentras normal y hasta lógico que los profesionales españoles emigren al Norte para mejorar sus condiciones vitales y poder ahorrar con este oficio tan antiguo y tan ligado a la prostitución.

Los empresaurios se aprovechan de la situación de vulnerabilidad de todas estas personas para tirar al suelo las condiciones laborales y profesionales del sector, al que se presenta como fundamental en la economía y la productividad nacional. La falta de formación del personal, sobretodo si es eventual y focalizado en la temporada alta, es paralela a la ausencia de consideración y respeto hacia la persona que trabaja y nos sirve en una mesa o en una barra.

Dicen que ya no encuentran camareros como los de antes. Profesionales del boli click que te cantaban la carta acompasada y con tono. Barmans que con solo verte aparecer ya sabían cómo prepararte el carajillo y cómo te gustaba de cargada la copa de sol y sombra. Que ahora es imposible contarle a un chaval de barba hipster, con pendientes (yo ya los llevaba en la oreja izquierda con 18 años), pircings, tatuajes y cresta multicolor lo buena que está la alemana de la terraza, y muchos menos, decirle sandeces a la mujer que está sirviendo o limpiando. Trabajando.

Esos camareros, y si hombres camareros, no mujeres, ya no existen. Son una especie extinguida que no tenía precio. Y como no tenía precio entonces les pagaban una miseria que han heredado los que hoy en día por necesidad o por gusto, caen en este sector productivo y nicho de ocupación. Quizás también se extinguen porque entrar en este sector es sinónimo de adquirir los peores vicios que el cuerpo puede aguantar. Trabajar hasta la extenuación por supuesto, pero sobretodo el tabaco, alcohol, moverse en el mundo nocturno de la fiesta que son gradientes y grilletes para lacerar la vida del camarero y atarlo a su puesto en la galera. Se lamentan porque ya nadie quiere levantarse temprano antes que nadie para servir churros y porras y acostarse tarde, más tarde que todo el mundo, después de servir copas y limpiar las mierdas que dejamos en barras, salones y baños de los bares. Que nadie quiere ya aguantar los humores del personal y su falta acuciante de educación. Y que la gente está harta de limpiar y limpiar que es lo que se hace la mitad del tiempo que se trabaja en la hostelería, porque hay que aguantar mientras este el dueño tomando copazos con los amigotes, o el jefe, o el encargado como doberman o Inspekteur der Konzentrationslager (IKL) -inspectores del campo de concentración de la Alemania nazi-, para que nos vea haciendo algo medianamente productivo, aunque no haya nada que hacer. Y toda esta acumulación de horas legales, a-legales e ilegales pagadas con la voluntad de escamotear a las autoridades laborales se pagan por salarios de miseria, que a duras penas satisfacen esos caprichos comunistas de comer caliente y dormir bajo techo.

Por todo esto, y seguro más cosas que me dejo en el tintero, cada vez les cuesta más encontrar personal. Porque la gente cuando puede elegir huye de este sector precario y esclavizado al que la tecnología no le ha quitado ni penosidad ni esfuerzo, sino que encima le han añadido mucho más trabajo al tener que disponer de más productos, más preparaciones y mayor disponibilidad al pisoteo ajeno no vaya a ser que el cliente se enfade, no vuelva y encima te ponga de vuelta y media en una reseña online. Pues que no vuelva una idiota congénita que va a un mesón maragato a pedir un bloodymary o que no vuelva un muerto de hambre que se cree con derecho de pernada sobre el personal de la cafetería.

Cuando trabajar de noche o en fin de semana o en festivo se paga por poco más que una palmadita en el hombro. Cuando no se legislan ni vigilan las horas extra que se hacen en este sector y estas acaban siendo colosales. Cuando las condiciones laborales se saltan como listones de salto con pértiga que batir por parte de empresaurios (todavía me indigna y a la vez me hace reír los panegíricos que la muerte de “José Manuel” provocó en los medios de comunicación charros, con todos sus pufos, impagos, deudas con Hacienda y la Seguridad Social y sentencias judiciales en contra obviadas) y sus organizaciones (la infausta asociación de la hostelería salmantina enemiga de Salamanca y de los trabajadores). Cuando las facultades profesionales se obvian por parte de todos, incluidas las autoridades, sin tener en cuenta la condición clave que el turismo tiene en la economía española. Cuando trabajas como una mula deslomada por la mitad de horas cotizadas y por un salario que no te garantiza ni un sitio digno donde dormir y descansar. Cuando te roban la dignidad (afortunadamente existen notables excepciones) y así te convierten en una cosa que “les sirve” sin poder siquiera soñar con acceder a ser tú algún día “el servido”. Cuando te quitan todo, incluso hasta el miedo, no tienes nada que perder y el siguiente paso es concienciarse, y aunque sea tarde, luchar.

Retomando el hilo auto biográfico de más de media entrada recuerdo que a finales de mi presencia en Los Escudos me ofrecieron la posibilidad de coger uno de los bares a tiempo completo. Concretamente querían que llevará el de Cuesta Santi Spiritus, o que me pusieran de subalterno de Javi en el de la plaza. También me hicieron una oferta, informal, en el Novelty, cuando Paco Novelty entró en Los Escudos sin equivocarse de local a semanas de acabar el verano de ese 2003 para hablar conmigo. Les gustaba mi forma de trabajar y querían que entrará con ellos a trabajar la terraza. Igual que unos años antes rechacé una oferta del Albense de fútbol sala, ligado al Caja Segovia, para jugar con ellos, también decliné la oferta para seguir estudiando y dedicarme al mundo de la informática. E igual que en la anterior ocasión no se sabe qué hubiera pasado, aunque apuesto a que mi vida habría sido muy diferente.



Editando: Viendo la fotografía de mis andanzas con pelazo y pajarita me vienen más recuerdos y atentados a la dignidad trabajadora. La camarita enfocada a la caja registradora, no fuera que nos diera por "robar". La mini cafetera que tuve que ir a buscar en un renault clio, mi primera conducción tras sacarme el carnet 7 meses atrás, a Ovejero en Garrido para sustituirla por la de 4 puertos que se había chamuscado. Los malabares que había que hacer durante 4 meses para poder servir correctamente con ella y con el volumen de cafés que se pedían ahí. La tenían parada en la reparación por falta de pago del caradura de mi jefe. De hecho limpiar la cafetera era otra de las tareas diarias bien jodidas y penosas que había que hacer, por lo menos un par de veces al día. La pila de bricks de leche para tapar los agujeros en la decoración. La propia decoración viejuna que se caía a cachos. Las noches en que nos quedábamos Javi y yo cazando ratas como si fuera un safarí. Los zapatos que acaban cada verano destrozados. El palo que pegó uno que entró a trabajar y huyo a la carrera al quinto día a mitad de turno con la caja y la recaudación de un número de lotería de Navidad bajo el brazo. Lo bien que me lo pase en las despedidas (y eso que las detesto) sobretodo con las chicas de Medina del Campo. Los chinos desvalijando a turnos las tragaperras para disgusto de mi jefe que tenía esa otra línea de negocio. El queso de oveja macerado en aceite de oliva, joder qué bueno estaba.

y más y más cosas ...


viernes, 25 de noviembre de 2022

Breve Historia de la Izquierda Salmantina

 

No cabe ni la más mínima duda de que Salamanca es uno de los lugares, provincias, más complicadas para que un partido de izquierdas tenga éxito. Hay muchos factores geográficos y culturales que lo explican en conjunto, bajo la responsabilidad propia de cada parte: razones demográficas como el envejecimiento de la población, la histórica falta de tejido productivo en el sector industrial; la emigración de los jóvenes, colosal y ampliada a todos los estratos educativos y de capacidad, pero significativa de los más preparados y emprendedores; también el vacío de los pueblos y áreas rurales. Y en el aspecto cultural, como un conservadurismo autóctono, basado en la importancia de la religión y de la iglesia católica como institución, además de una estructura social encabezada con grandes propietarios de latifundios que desde hace muchos años controlan las opiniones públicas en los medios de comunicación locales; o el carácter, quizás avinagrado por el frío del invierno, más seco, quizás hasta hosco que hace que cada uno se preocupe de lo suyo, o de negarse a las innovaciones. Y sin obviar, por supuesto, los errores pasados que la propia izquierda ha tenido. Pero no por todo ello, un movimiento de izquierdas es menos necesario (en realidad es cada vez más urgente), y por lo tanto, ante el estado actual en la izquierda salmantina me apetece por un lado pasar factura, y por el otro, hacer una Crítica a la Izquierda Salmantina.

En realidad lo que voy a hacer es una disección de mi experiencia política en Salamanca entre 2002 y 2017, año este último en el que tras dimitir como concejal de Santa Marta de Tormes por Izquierda Unida – Los Verdes, durante dos años, al tener que emigrar y me fue imposible -hasta cierto punto me lo negaron-, seguir participando. En ese tiempo, viví la deriva de una organización poliédrica que pretendía servir a la ciudadanía salmantina bajo una ideología progresista que garantizase mayores capas de bienestar social, centrándose en aspectos tales como la vivienda, el trabajo, el estado y defensa de los servicios sociales y públicos, así como la conservación del patrimonio natural y cultural y las luchas por la igualdad de género.

En todos estos años lo que viví como simpatizante, militante, expulsado, de nuevo iniciando el ciclo y participando en Salamanca ciudad, como cargo electo y finalmente, dejando de interesarme por simple salud mental personal, fue la continua disputa entre la facción del Partido Comunista de Salamanca y de Izquierda Abierta en la ciudad y provincia. Ambas tendencias compartían muchas cosas, empezando por el deseo de una Salamanca mejor, más digna, justa y habitable, así como indudables capacidades, inteligencia, experiencia y voluntad para llevarlo a cabo. Sin embargo, prevalecían las diferencias que disfrazadas en lo discursivo, en las formas de explicar cómo se hacen las cosas, que en realidad, ocultaban los intereses personales de algunos de los imbuidos en tales dinámicas.

Mi primera militancia resultó muy intermitente entre estudios, trabajos, primera emigración y dispersiones varias. Pero entre 2002 y 2009 y visto con perspectiva y experiencia, lo que sucedió fue que estaba en un partido que estaba dirigido por un grupo que no tenía el respaldo, que era contrario a la corriente que dominaba el federal y el autonómico. También tenía oposición interna por parte de lugares muy potentes como Santa Marta o Ciudad Rodrigo. Esto hacía que practicamente no hubiese actividad, desde luego ninguna de manera proactiva, y simplemente se reaccionaba ante los acontecimientos mediáticos y se iba a rebufo de lo que el PP o el PSOE hacían. De hecho, recuerdo que toda la actividad se encaminaba a las elecciones municipales, en especial las de 2007 que resultaron un fiasco en Salamanca. Ni siquiera en las de 2008 con las crisis ya galopando nos hizo movernos y salir de la asamblea.

El problema estaba en que antes de mayo de 2011 dentro de la Izquierda de Salamanca, lo que se dirimía, lo que se decidía, era quién era la persona que iba a ocupar cargo político y cobrar su sueldo correspondiente. Lo siento, es muy duro, decirlo así pero es lo que sentía y siento, y lo que vivíamos y comentamos en aquellos años muchas de las personas que formábamos parte de Izquierda Unida en Salamanca.

Todo el trabajo, toda la responsabilidad y todos los esfuerzos de los simpatizantes y militantes durante estos años versaba en posicionarse en torno a esta disputa interna. Entre las posiciones a tomar, estaba por supuesto, la de ser indiferente, la de no querer inmiscuirse ahí, si no estar en el partido, en el conflicto para trabajar por Salamanca. Lamentablemente las propias inercias provocaban que tuviéramos que tomar partido aunque fuera a regañadientes.

Al final, todo quedaba reducido a una batalla entre quién ganaba el nº1 en la lista electoral a la ciudad de Salamanca por parte de Izquierda Unida. Que si Gorka Esparza. Que si Virginia Carrera. Que si Izquierda Abierta. Que si el PC. No había más. Insisto. Es muy duro y siento decirlo, pero durante muchos años la movilización, la activación y el trabajo asambleario, sobretodo formando parte de las juventudes como estuve hasta 2009, dominadas por el Partido Comunista en la mano de “Chencho”, estaba involucrado en esta guerra interna, y el objetivo era tener una candidatura lo suficientemente fuerte para que Carrera ganará.

En el bando contrario, y lo sé porque mis mejores amigos que me han quedado de IU Salamanca, pasado el tiempo estuvieron en Izquierda Abierta apostaban por la opción de Gorka y no tuvieron ningún reparo en usar todas las armas posibles para conseguirlo.

El episodio más sangrante fue sin duda la expulsión de juventudes de IU de la Asamblea de Salamanca. En ese momento, como digo yo estaba en IU Salamanca, aunque llevaba ya más de medio año viviendo y trabajando en Madrid. Me convocaron para la asamblea que iba a celebrarse en mi pueblo, en Santa Marta aquel sábado de octubre, y allí me presenté junto al resto de compañeros para, digámoslo claro reventarla. No es que no pudiéramos participar, y ojo, que no nos negaron la palabra en un principio, pero cuando se plasmó la intención de votar y poder así proceder a la expulsión de los órganos colegiados de Gorka y su camarilla se lió la trifulca, en todo momento verbal, que terminó con la llegada de 4 coches de la guardia civil y nuestros dnis intervenidos.

De aquellos lodos y de una lacerante falta de actividad en la ciudad de Salamanca vino el descuelgüe de muchas personas, que con buena voluntad, intentaron poner en marcha un proyecto nuevo para la capital que les permitiera ser proactivos y tener un ecosistema participativo más amigable y menos tóxico. En las siguientes elecciones municipales en 2011 no tuvieron ni el más mínimo eco en campaña, se vieron arrastrados por la emergencia del 15M y en las urnas apenas juntaron un par de puñados de votos.

Del mismo modo, otras propuestas se han intentando levantar en estos años en municipios como Alba de Tormes, Guijuelo y en el Campo Charro, o incluso en el alfoz. También en Santa Marta. Pero todas ellas no pudieron crecer y acabaron fagocitadas y reducidas al redil de Izquierda Unida, lo que les ha llevado a poder participar en el caso de Santa Marta y en el resto a la nada absoluta. Una pena que no se haya podido o querido recoger a aquellas personas.

Sin embargo, todo esto nunca valió para nada porque no se consiguió representación en el Ay-untamiento de Salamanca hasta 2015 cuando entró la agrupación de electores de “Ganemos”, con ya impulso fuerte por parte de Podemos. No olvidemos que en aquel Podemos de Salamanca que apenas tuvo una vida útil de 3 o 4 años, participaban y lideraban ex-militantes y ex-afiliados de Izquierda Unida que en 2013 habían salido derrotados en el Consejo Político. Muchos de ellos estaban conmigo en las juventudes.

Pero como digo, en todos estos años, y particularmente centrándonos en los últimos, entre 2011 y 2017, Izquierda Unida Salamanca y todas las personas bienintencionadas y motivadas por luchar por Salamanca desde la izquierda, nos hemos visto arrastrados en la dinámica de aquella intestina lucha, y en sus consecuencias, siendo la mayor y más funesta, el agotamiento y desesperación de las bases.

Si, desde luego, como decía al principio el rancio conservadurismo de Salamanca no ayudaba en nada, pero poco se podía hacer ante la continua dispersión de las personas. Porque mientras emigraban de Salamanca hasta 6 jóvenes al día (incluido yo, y mi hermano, y otros cinco amigos más, y un par de compañeros de fp, y otro más adelante, …) la ideología y el proyecto político alternativo que pretendía revertir esta situación, y muchas otras, quedaban en stand by por parte de las personas que participando debíamos ponerlo en marcha.

Porque teniendo que pasar el tiempo de trabajo político, de militancia, en tener que desentrañar las intenciones de los cargos y asambleas, las razones que había detrás de cada comunicación y cada acción, poca energía y menos entusiasmo quedaban para hacer política en el conflicto.

Mi caso particular era el de una persona, en el paro desde enero de 2015, que me impliqué en IU Santa Marta a través de mi hermano y de una asociación local que pusimos en marcha para tratar de mejorar el transporte metropolitano. Lo hicimos con ganas de trabajar y participar, pero pronto tuve que aprender a separar los correos de Izquierda Unida Salamanca, si venían de Santa Marta o de la capital. Si quien lo firmaba era del PC o de IzAbierta. Si era Maria Asun, o Polo, o Domingo, o Rodero. De hecho, también tuve que hacer de intermediario (era natural porque en el fondo yo no estaba adscrito a ninguna corriente interna, yo era y soy un numerario de Izquierda Unida) ante encontronazos, desacuerdos y malentendidos entre ambas partes. También a separar los federales y los de Castilla y León, en momento de cambio cogiendo las riendas en aquel entonces José Sarrión que también era archi-enemigo de Gorka. Y todo esto agota.

Síntoma de esta situación es toda la organización política de IU durante estos años que cambio en dos ocasiones de mayoría entre el PC e IzAbierta. En ambas ocasiones, los liderazgos que ejercían Virginia y Gorka respectivamente, pensaron que "alejar" de la capital al coordinador provincial traería ventajas. Por un lado, daría una pátina de apertura y "democracia" al devenir de los órganos internos, por el otro reducirían el foco mediático sobre ellos mismos al colocar a marionetas al servicio. Y por último ganarían visibilidad en las áreas y localidades de los usados ante las votaciones internas sucesivas. Este último punto radicaba su importancia porque Domingo Benito en Ciudad Rodrigo, junto a buenas personas como Manu Choya o Elena y la gente de su asociación cultural "La Aldea", y después Miguel Rodero, junto al partido en Béjar y Sierra de Béjar, habían hecho un buen trabajo para movilizar y hacer política en aquellos territorios. Habían acercado más personas, más votos internos, al partido.

Sin embargo, lo beneficioso de la iniciativa quedó ahí, puesto que la toma de decisiones se volvió lenta y farragosa, al tiempo que Salamanca, particularmente el barrio de Garrido desaparecía de las prioridades de IU, así como también el alfoz, en un momento que tras el 15M estaba haciendo crecer la sensibilidad de las personas de izquierdas residentes en todos estos pueblos alrededor de Salamanca. Quizás si Benito hubiera sabido delegar (o lo hubiera visto venir Gorka y su madre, muy empeñados en enclaustrarse en sus taifas), se podría haber articulado todo aquello en beneficio del partido y de la sociedad. De hecho, la asamblea del alfoz que se constituyó en aquellos tiempos, lejos de generar una mesa de trabajo común de pueblos que compartiamos mucho, sólo tenía como finalidad que la camarilla de Gorka ganará un voto más en el consejo político. Mientras chocaba contra esta realidad y mi trabajo, aportaciones y voluntad de mover todos los pueblos del alfoz se iba al carajo, el Consejo Político del Partido Comunista en Salamanca la echaba abajo con los estatutos en la mano.

Por otro lado, no se podía obviar que esas candidaturas a coordinador provincial u a miembros del consejo, eran lanzadas de manera interna, decididas en camarilla y presentadas para su aval, a la carrera y de manera improvisada. No era extraño ir a una asamblea en la que ibas a hablar del transporte metropolitano, y te pasaban una hoja para firmar la candidatura de "fulanito de tal" sin avisarte y sin saber de qué pie cojeaba. Bueno si que lo sabíamos. Por lo tanto, de democrático tenía poco.

Al final y en general, lo que acontecieron fueron unos años con una sensación profunda de oportunidad perdida que laceró dolorosamente las expectativas y éxitos futuros. En esa percepción se enquistó el cansancio físico y mental y el hartazgo emocional en muchos militantes de tener que luchar batallas internas frente al enemigo común que destroza Salamanca cada día y que sigue rampante. Conozco y he hablado de todo esto con un par de décenas de militantes pero seguramente acaben siendo centenares si hablará con más simpatizantes y votantes.

Pero si esta situación se hubiera quedado en Izquierda Unida Salamanca, pues bueno, pues vale, pues muy bien. Sería un drama importante en el principal partido de izquierdas de la ciudad y provincia. Pero no, esto pasaba también en Podemos y las otras fuerzas o movimientos que aparecieron al calor del 15M, porque como decía unos párrafos más arriba no se trataban más que de personas que ya habían formado parte de IU y habían bebido esa forma, profundamente brusca y de trinchera de hacer política y de hacer partido.

Con estos mimbres construir algo en Salamanca es muy difícil por no decir imposible. Quizás es que ahora esté en un momento vital más bien pesimista, tras el reciente cambio de domicilio y de provincia, o de que en la actual vorágine mediática y de ola reaccionaria estemos así.

No sé si en un tiempo próximo, a medio o largo plazo, vuelva a Salamanca y si lo hago, desde luego intentaría reconstruir algo. Recoger los escombros y las cenizas, y de ahí, plantear consensos para generar ilusión y un programa que Salamanca y sus gentes necesitan como el comer.

En cualquier caso, para lograr el destino, es preciso conocer el camino. Y para andarlo es bueno saber quién y cómo lo transitó en el pasado.

 

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